Ternura Michelle Báez Aristizábal Profesora Ciencias Humanas
E
s difícil pensar en octubre sin que se me haga un nudo en la garganta. Se agolpan demasiados sentimientos. El orgullo de haber vencido, porque octubre, sin duda fue una victoria. Pero también la rabia, la impotencia ante el racismo, la represión y la violencia. Miles de imágenes se me vienen a la mente. Aparecen una tras otra, como buscando un espacio para salir a la luz y ser contadas. Empiezo por cualquiera, un recuerdo al azar que se me viene a la cabeza y me provoca una ternura infinita, una fuerza interna y un amor profundo: mis estudiantes. Todos los días de la protesta, en las calles, a veces agrupados, a veces sueltitos. Alegres, como cabritas, van con energía y claridad. Unos, sabiendo por qué están allí; otros, buscando. Los más experimentados van adelante, ponen el cuerpo, pelean duro, sostienen la jornada en las barricadas construidas con lo que haya por allí, valientes, conscientes. Tomadas de la mano tres de las más jóvenes avanzan con una alegría ingenua por la Avenida América. “Es mi primera marcha, profe”, me dice una. Ella vive en el Quinche.