Revista Occidente Nº 518 Julio 2021

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PROCESO CONSTITUYENTE

reglas. El Derecho sin formas es una mera declaración de voluntad. Los defensores de la hipótesis de la primacía de los valores, argumentan con razón que los derechos se fundan en valores, pero algunos de ellos requieren de una cultura común. La consagración jurídica y política de las aspiraciones morales (o “valóricas”) ayuda a la formación de esa cultura común para facilitar el ejercicio de la autonomía, pero es imposible que toda buena intención sea reconocida en una Constitución. Es por eso que los discursos anti formalistas (de alto volumen y baja calidad de sonido) que bregan por reemplazar los derechos por valores son contraproducentes. Atribuirse la calidad de “pueblo”, “la voz”, “representantes o defensores” no va más allá de un ejercicio retórico que demuestra la falta de disposición a reflexionar en conjunto, sustituyendo los argumentos por el número y a la reflexión por la montonera. Respetando las formas democráticas e institucionales, como es imposible saberlo todo, no hay más remedio que aceptar lo mucho que ignoramos y abrirnos al aprendizaje de las complejidades de los nuevos tiempos y las percepciones éticas no escuchadas durante un largo tiempo. Todos padecemos de sesgos y prejuicios, por lo que, tal como lo sugirió Rawls, debiéramos imaginar que estamos parados detrás de un “velo de la ignorancia” que no nos permite saber quienes somos ni tampoco identificarnos con nuestras circunstancias personales. Al colocar de lado nuestros prejuicios –tolerancia activa–, podremos pensar de manera objetiva, única forma de que la equidad actúe como fundamento de la justicia. No perdamos la oportunidad de construir el futuro, ubicando ese esquivo objetivo común que se extravió hace rato. Respetemos las reglas y abramos nuestras conciencias. Llegó el momento de colocar “Orden en el Caos” y así establecer un nuevo sentido de “comunidad”.

mociones y de los informes propuestos al plenario; la formulación de indicaciones; el manejo de los tiempos y el orden en el uso de la palabra; el número de trámites y de discusiones; las “urgencias”, en caso de que decidan utilizarlas; si acaso existirá o no la posibilidad de abstenerse de votar; la participación ciudadana, tema clave en este proceso, y, aunque parezca un tema menor, sí tiene importancia en caso de que no quieran funcionar como bancadas parlamentarias de la “vieja política”: ¿dónde se van a sentar: ¿lo harán por grupos? ¿De manera libre? Todos esos, entre otros, son temas en los que hay que colocarse de acuerdo para funcionar. Sería un error replicar lo que precisamente se quiere cambiar. La discusión del Reglamento es un tema serio y peliagudo, de mucho detalle y precisión. No es el momento de colocar condiciones previas, temas todos relevantes y en los cuales podremos estar de acuerdo en el fondo, pero es imposible pensar en el futuro que tiene por objeto buscar lo común si, antes de empezar, se colocan barreras de entrada al funcionamiento de la Convención. Primero hay que sentarse y, luego, debatir siguiendo un método y respetando las

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R E V I STA OCC I DE N T E


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