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1.3. La comunicación no verbal

José de Espronceda, por Antonio María Esquivel. José de Espronceda (1808-1842) nació cerca de Almendralejo (Badajoz). En su juventud perteneció a una secta secreta (los Numantinos) para luchar contra el absolutismo. Por este motivo estuvo en prisión. Más tarde hubo de exiliarse (Portugal, Inglaterra, Bélgica y Francia), con su amante (Teresa) a la que raptó para después abandonar. Enamorado de nuevo y a punto de casarse, murió en 1842, a los 34 años. Su vida responde al perfil del hombre romántico: aventurero, rebelde, idealista...

En Espronceda se dan todos los rasgos formales del nuevo estilo poético: experimentación, polimetría, sonoridad. Su estilo tiende a una expresión grandilocuente y retórica en la que hallamos una abundante adjetivación. Espronceda es autor de poemas muy famosos como la «Canción del pirata» o el «Himno al sol». Compuso, también, un poema narrativo titulado El estudiante de Salamanca. Su última obra escrita, El diablo mundo, es un conjunto de 8000 versos, con estructura caótica (como el mundo) y diversidad de temas. Destaca en esta obra el «Canto a Teresa», su gran amor, una de las mejores elegías de nuestra literatura.

Actividades

1 ¿Qué tipo de estrofa ha utilizado Espronceda? 2 Sintetiza el contenido de cada estrofa de forma clara y sencilla. 3 ¿De qué forma se trata el paso del tiempo? ¿Qué sensaciones produce? 4 Explica qué contenido se transmite en la última estrofa. ¿Qué recursos formales destacan por su expresividad y emotividad?

Canto a Teresa (fragmento)

¿Quién pensara jamás, Teresa mía, que fuera eterno manantial de llanto, tanto inocente amor, tanta alegría, tantas delicias, y delirio tanto? ¿Quién pensara jamás llegase un día, en que perdido el celestial encanto, y caída la venda de los ojos, cuanto diera placer causara enojos?

Aún parece, Teresa, que te veo aérea como dorada mariposa, en sueño delicioso del deseo, sobre tallo gentil temprana rosa, del amor venturoso devaneo, angélica, purísima y dichosa, y oigo tu voz dulcísima, y respiro tu aliento perfumado en tu suspiro.

Y aún miro aquellos ojos que robaron a los cielos su azul, y las rosadas tintas sobre la nieve, que envidiaron las de mayo serenas alboradas; y aquellas horas dulces que pasaron tan breves, ¡ay!, como después lloradas, horas de confianza y de delicias, de abandono, de amor y de caricias.

Que así las horas rápidas pasaban, y pasaba a la par nuestra ventura; y nunca nuestras ansias las contaban, tú embriagada en mi amor, yo en tu hermosura. Las horas, ¡ay!, huyendo nos miraban, llanto tal vez vertiendo de ternura, que nuestro amor y juventud veían, y temblaban las horas que vendrían.

Y llegaron en fin... ¡Oh!, ¿quién impío, ¡ay!, agostó la flor de tu pureza? Tú fuiste un tiempo cristalino río, manantial de purísima limpieza; después torrente de color sombrío, rompiendo entre peñascos y maleza, y estanque, en fin, de aguas corrompidas, entre fétido fango detenidas.

José de Espronceda https://www.cervantesvirtual.com

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