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La tristeza se eleva sobre el humo del tiempo
Michel I. Texier Verdugo
Me demoré dos meses en encontrar las palabras iniciales para comenzar este texto, más allá de la obvia referencia del título a Jean de La Fontaine y consciente que la primera frase de una historia puede determinar su rumbo para siempre, tenía claros los conceptos que quería transmitir y el desarrollo de la idea, pero no conseguía encontrar un encabezado que me permitiese avanzar con la tranquilidad necesaria que un tema como este requería.
Y es que las emociones, a la hora de fumar, no son simplemente una anécdota, muchos fumadores escogen fumar en un entorno de tranquilidad, de confraternidad, sin presiones inmediatas, con los sentidos puestos en el tabaco escogido; se toman el tiempo que les parece necesario, escogen la vitola adecuada según de cuánto espacio sin interrupciones cuentan para encenderla y se abocan a disfrutar el puro como si cada vez fuese el último que se van a fumar.
Coincidimos en que la mayor parte de la gente fuma cuando está tranquila, o quizás, en contraste, cuando está ansiosa o inquieta y quiere alcanzar un estado de mayor tranquilidad, al fin y al cabo fumar es un acto que por lo general nos relaja. Las personas fuman también como parte de un rito social, rodeados de amigos que comparten la misma afición y que les brinda felicidad y sentido de pertenencia, sin embargo a veces, muy de tarde en tarde, tenemos la suerte de conocer un fumador que gusta de hacerlo cuando está triste.
La tristeza no es algo que abunde en mi mundo personal, la puedo entender, percibir, encontrar en otros, pero raramente sentirla; optimista inclaudicable como soy, he pensado siempre que dedicarle tiempo a la tristeza es un desperdicio de vida lo que no obsta que observarla me llame la atención y me genere curiosidad. La vinculo con facilidad con la nostalgia y las historias particularmente románticas tiendo a considerarlas tristes, aunque terminen por tener finales felices.
Yo tengo, para efectos de esta historia, un amigo de esos, de los que les gusta fumar cuando están tristes, que busca la tristeza como una excusa para fumar, que se lamenta cuando la felicidad lo inunda porque no disfruta su tabaco y corre detrás de los tiempos grises para evitar que las compras frecuentes se le acumulen en el humidor. Su hábito particular, que me comenta con frecuencia, le puso temática a estas letras y me obligó a sumergirme en una tarea nada fácil: intentar ponerme triste, intencionadamente, para lograr apreciar su particular enfoque a la hora de encender cada puro de turno. Afortunadamente, la literatura y la música nos brindan un sinnúmero de ejemplos de tristeza bien descrita y es de eso de lo que voy a hablarles, de que leer o que escuchar si lo que buscan es tristeza y la requieren para fumar.
Aquí un pequeño paréntesis como recomendación, usted puede que conozca las citas que voy a mencionar, o haya leído los libros y ya tenga una particular opinión sobre esos textos, pero al menos en el caso de las canciones, si le interesa el tema, intente escucharlas, con el énfasis puesto en los versos que me doy el trabajo de remarcarles. Estar triste puede en algún momento de su vida volverse una necesidad y esta breve guía quizás consiga ayudarle.
Tengo mi top 3, pero quizás la canción que más fácilmente me lleva a un estado cercano a la tristeza o que me parece que grafica de mejor forma una tristeza infinita e irremediable es Uno de abajo, de la venezolana Soledad Bravo, que en su quinta estrofa señala: “Le dice a mi vieja Antonia, que no pude despedirme, que olvide la ceremonia de darme un beso antes de irme”.
Le sigue de cerca un corrido interpretado magistralmente por la incomparable Amparo Ochoa, Corrido de Pancho Villa frente a cuyo coro final ningún mexicano bien macho podría contener una lagrima (búsquenlo en YouTube o alguna otra plataforma y escuchen la entonación y la profunda pena de la frase): “Al ver el campo, tan triste y solitario, donde se muere sin agua la semilla, los campesinos le rezan novenarios, cuando les faltan el frijol y la tortilla”, hay promesa de lágrima segura y de búsqueda de vacíos desconocidos capaces de nublarle la tarde veraniega a cualquiera.
El podio lo completa Silvio Rodríguez, que dentro de su nutrida gama de canciones en donde la melancolía y la tristeza son parte de la receta nos regala esta perla de la canción Llueve otra vez que dice: “llueve tan bien que el fin de la semana, en vez de ser domingo en mi cabeza, es solo la tristeza, helándome el cerebro y la mañana”, demostrándonos, no solo que no todos los días son domingos, o que la lluvia parece, en su paralelo con el llanto, una invitación obvia a ponernos tristes, sino también como la pena congela nuestros pensamientos y nuestras acciones y vuelve aún más curioso el hecho que para algunas personas se vuelva un motor que lo aliente a experimentar acciones que a otras personas le causarían felicidad.
En los textos en prosa, el universo de ejemplos es infinito, pero les voy a dejar una selección breve de textos de consagrados autores latinoamericanos encabezados por las palabras que, a mi juicio, mejor logran expresar la sensación de nostalgia y abandono y al cual pueden recurrir las veces que quieran, de manera infalible, si lo que buscan en los cajones secretos de la cómoda es tristeza para fumar.
De Eduardo Galeano, incluido en el libro Vagamundo y otros Relatos, “Mujer que dice chau”:
Me llevo un paquete vacío y arrugado de cigarrillos Republicana y una revista vieja que dejaste aquí.
Me llevo los dos boletos últimos del ferrocarril. Me llevo una servilleta de papel con una cara mía que habías dibujado, de mi boca sale un globito con palabras, las palabras dicen cosas cómicas. También llevo una hoja de acacia recogida de la calle, la otra noche, cuando caminábamos separados por la gente. Y otra hoja, petrificada, blanca, que tiene un agujerito como una ventana, y la ventana estaba velada por el agua y yo soplé y te vi y ese fue el día en el que empezó la suerte.
Me llevo el gusto del vino en la boca. (Por todas las cosas buenas, decíamos, todas las cosas, cada vez mejores, que nos van a pasar).
No me llevo ni una sola gota de veneno. Me llevo los besos cuando te ibas (no estaba nunca dormida, nunca). Y un asombro por todo esto que ninguna carta, ninguna explicación, pueden decir a nadie lo que ha sido”.
Jorge Luis Borges no podía estar ausente en una selección de esta naturaleza, y muy en sintonía con las líneas de Galeano, nos presenta una elaboración desde otra perspectiva, pero siempre en la misma temática, en su poema Despedida:
Entre mi amor y yo han de levantarse trescientas noches como trescientas paredes y el mar será una magia entre nosotros.
No habrá sino recuerdos. Oh tardes merecidas por la pena, noches esperanzadas de mirarte, campos de mi camino, firmamento que estoy viendo y perdiendo... Definitiva como un mármol entristecerá tu ausencia otras tardes.
Sin embargo, a diferencia de los autores anteriores, que expresan un sentimiento focalizado en una experiencia personal, imaginaria o no, pero con un interlocutor definido, es el Premio Nobel chileno de literatura, Pablo Neruda, el único que le escribe directamente a la tristeza, la afronta y la desafía y nos muestra un camino de resistencia frente a la emoción que nos aporta con fluidez un camino de salida, útil y necesario cuando la tristeza ha conseguido envolvernos y nada parece permitirnos abandonarla, en su Oda a la tristeza:
Tristeza, escarabajo de siete patas rotas, huevo de telaraña, rata descalabrada, esqueleto de perra: Aquí no entras. No pasas. Ándate.
Vuelve al Sur con tu paraguas, vuelve al Norte con tus dientes de culebra. Aquí vive un poeta. La tristeza no puede entrar por estas puertas. Por las ventanas entra el aire del mundo, las rojas rosas nuevas, las banderas bordadas del pueblo y sus victorias. No puedes. Aquí no entras. Sacude tus alas de murciélago, yo pisaré las plumas que caen de tu manto, yo barreré los trozos de tu cadáver hacia las cuatro puntas del viento, yo te torceré el cuello, te coseré los ojos, cortaré tu mortaja y enterraré tus huesos roedores bajo la primavera de un manzano.
Yo lo invito, a través de este texto y fuera de él, a intentar fumar en las mas variadas expresiones emocionales, intente encontrarse, siempre con un puro o pipa en la mano, con todo su repertorio de sensaciones y sentimientos, identifique los que le llegan mas fáciles, indague en aquellos que no parecen venir nunca de visita, ayúdese con los que no le resultan naturales y nunca pierda de vista las últimas palabras de Vincent Van Gogh: La tristesse durera toujours (“la tristeza durará para siempre”) y la mágica y magistral solución que nos entrega Julio Cortázar en “Instrucciones para Llorar”, de sus Historias de Cronopios y de famas, cuyo texto no citaré para dejarle a usted el trabajo de buscarlo pues allí está la solución para acabar el llanto y, quizás mas pertinente a estas letras, la estrategia correcta para provocarlo.
Una última advertencia: si no le gustan los puros con la perilla endulzada como está tan de moda, la delicada salinidad de una lágrima propia sobre la capa puede resultar un buen paliativo, de últimas, y aplicando una inequívoca lógica de mercado, llorar debe tener alguna utilidad.