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Forajidos. Tornado

Historias de tabaco del viejo oeste

Raúl Melo

Si bien el haberse mudado a la cabaña era un cambio de vida más que positivo, JC no dejaba de ser un niño que crecía y se convertía en adolescente. Las clases impartidas por el señor Rubens sobre el arte del torcedor solían ocupar algunas horas en el día del chico, pero el exceso de tiempo libre lo tenía pensando en muchas cosas y nuevos atracos era una de las más comunes.

A veces solía salir de la casa por horas y volver en la noche con algo que poner en la mesa: una gallina, algún conejo, verduras, inclusive pasteles. Por lo menos yo nunca tuve la calidad moral para preguntar de dónde salían estas cosas y prefería pensar en la cacería y el comercio como el origen de los recursos aportados a la “familia”.

Nunca supe si alguien más lo hizo y cuál fue su respuesta, pero este constante flujo de cosas y alimentos era necesario para todos aquí. Mientras el caballo y la carreta permanecieran afuera de la cabaña, sabíamos que no habría peligro considerable, pues la intensidad de problemas que se suscitaban en Lafayette no estaban a corta distancia como para caer en ellos a pie.

Una noche, después de cenar, mientras degustaba un Black Bear, el niño me pidió fumar algo conmigo, le dije que no, que aún era muy chico para esto. JC se encogió de hombros y no insistió más, pero me pidió escuchar un plan que había estado pensando desde días atrás.

-John, la bodega se está vaciando, ya sé que desde la última vez que fuimos Lafayette no es igual, que hay más seguridad y todas esas cosas, pero yo no tengo miedo, nunca lo he tenido. Conozco ese lugar a la perfección y creo que podemos regresar a sacar más tabaco-, expuso.

Yo no hacía nada más que escuchar con atención las palabras del niño, acompañado por el abundante y delicioso humo de mi cigarro con sabor a café recién preparado.

-Te gusta mucho fumar eso, ¿no? Pues si no tenemos más hojas, no voy a poder hacerlo más, ni yo, ni el señor Rubens. Y yo no quiero pensar en qué van a decir en Callahan cuando dejemos de llevar cigarros ¿Qué me dices?-, me preguntó.

Yo no tenía una respuesta concreta, sabía que de alguna u otra forma el señor Rubens había podido subsistir, tal vez no de la forma acelerada y expandida en lo que lo hacía con nuestra ayuda, pero lo había hecho en soledad o con la ayuda de otros que ya no están.

-Déjame pensarlo, ¿está bien?-, me limité a responder.

-Ajá, pero no sólo te estoy diciendo que hay que hacerlo, te estoy diciendo que perfectamente sé cómo, así que cuando lo hayas pensado, sólo tienes que decirme que sí y entonces lo haremos-, expresó con una impresionante seguridad para nada propia de su edad.

Así pasaron días y días con el niño sobre de mí insistiendo en que escuchara su plan y lo lleváramos a cabo y que no sólo tenía uno, sino varios, con los que aseguraríamos la producción para muchos meses y un sinfín de beneficios que no paraba de enlistar en cada desayuno, comida y cena.

El señor Rubens, serio como siempre y enfocado en su trabajo, nunca me dio su aprobación o desaprobación sobre el método con el que se consiguiera materiales, sólo era claro en que, como JC decía, en algún momento había que conseguir más material y la forma más fácil de hacerlo era en la tabacalera local.

-En el pasado, mis antiguos socios y yo robábamos hojas y plantas directamente de los campos para luego realizar el proceso siguiente, proceso del que yo no sé mucho, además de que no cuento con las instalaciones necesarias-, me confió el viejo.

-¿Y qué pasó con esos socios?-, pregunté curioso.

-Bueno, pues fuimos tres en algún momento, a uno de ellos la edad lo alcanzó, en nuestros tiempos de esclavitud, él siempre fue como nuestro padre. Después, con mi compañero Thomas, comenzamos a establecer la empresa, teníamos el espacio suficiente no tan lejos de aquí y él sabía todo sobre la fermentación y añejamiento del tabaco. Nos sentíamos los reyes del mundo. Imagina, esclavos recién liberados haciendo lo único que sabían hacer, pero esta vez para beneficio propio. De lo único que no estuvimos conscientes era que lo que hacíamos era ilegal. Todo el mal hacia nuestras personas se transformó en una compensación económica a nuestros amos, de alguna manera, alguien compró nuestra libertad y el esclavista se fue sin daños, pero lo que nosotros considerábamos nuestra propia compensación, en realidad estaba visto como un delito. Así,

la ambición nos ganó, tal vez, nuestros cigarros eran un éxito y se vendían por toda la región, pero más temprano que tarde fuimos descubiertos, yo tuve que huir por días, pero a Thomas lo capturaron y lo juzgaron severamente, podíamos ser libres pero nunca iguales, decían. Lo tomaron como ejemplo de lo que nuestra raza podía hacer con su libertad. Igual no fueron escuchados, pero lo hecho, hecho estaba ya. Yo pasé mucho tiempo oculto y pensando en cómo renacer y aquí me tienes al día de hoy. Ahora sé que lo que hago es ilegal, pero lo hago a propósito, por mi pasado y mi presente y por el futuro que a Thomas le negaron. Te invité a mi revolución porque sé que contigo también hay cuentas que saldar ¿Estás o no estás?-, cuestionó dejándome sin palabras.

Toda esa historia pasó días rondando en mi cabeza, también las vivencias que JC y Alyssa me contaban, todo se mezclaba con pasajes de mi vida y vaya que teníamos motivos de venganza, así con el paso del tiempo y la constante insistencia del niño, decidí darle el sí a su propuesta de aventura.

Las ideas del niño rondaban su mente y la mía como un tornado, sus rachas de palabras y acciones me mareaban y abatían en la cordura y la mesura. Muchas veces fuimos y volvimos de Lafayette con cargamentos completos de hojas de tabaco, la bodega estaba repleta, la producción a tope, estábamos viviendo el sueño.

No éramos más que un viejo resentido con la clase alta privilegiada, un niño que nunca había tenido las oportunidades que esta vida le brindaba, una mujer abusada por cualquiera y un hombre que había tenido ratos tanto buenos como malos.

Todos tenían algo que ofrecer y yo un par de armas y buena puntería para respaldarlos. Para mí era un buen trato que no exigía más de lo que ya había hecho desde hace mucho, pero que para ellos significaba un verdadero cambio de rumbo, sí, todo dentro de la ilegalidad, dentro de la forma de vida un forajido, pero con espacios de tranquilidad en esta “familia” que de a poco pudimos conformar.

En un parpadeo, tras algunas entregas en Callahan sin nada importante que reportar, llegó la Navidad. Los caminos estaban cubiertos de nieve, nadie tenía los ánimos para salir, así que decidimos otorgarnos unas merecidas vacaciones para descansar.

Aquella pausa no detenía el tornado dentro de la mente de JC, quien aún solía desaparecer de vez en vez para volver con algún obsequio o algo de comer. La vida era buena o por lo menos mejor de la que habíamos conocido. A mi parecer, nunca habíamos estado tan bien.

CONINUARÁ…

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