Primavera 2022 // nº 50 // TEMA DE PORTADA
El valor moral de la geopolítica Ricardo Calleja // Profesor de Ética. IESE Business School (Universidad de Navarra)
En el ámbito de las relaciones internacionales se suelen oponer el idealismo y el realismo, como dos grandes escuelas. El idealismo subrayaría, en su descripción de la escena internacional, la influencia de los valores en la acción colectiva, y por lo tanto la emergencia de actores no estatales. Y prescribiría la responsabilidad de cada actor por ciertos valores universales y absolutos, y la preferencia por la colaboración institucionalizada. El realismo ofrecería una descripción lúcida de las relaciones de poder, centrada en los actores estatales con hard power, y una prescripción resignada: cada cual que atienda a juego, y el que no lo atienda, pagará una prenda. Frente al idealismo que inspira el orden liberal internacional –con sus organizaciones supranacionales e internacionales, y su orden jurídico transnacional– el realismo nos recuerda que la geopolítica es inmune a nuestra falta de memoria, a nuestras buenas intenciones y a nuestra indignación moral, como una implacable tectónica de placas. En tiempos como los nuestros, de conflicto e incertidumbre, el realismo gana prestigio, como una vigilia clarividente frente a los sueños del idealismo. Pero es preocupante que el retorno de la geopolítica supusiera el olvido de los valores universales, la tolerancia hacia los abusos cometidos detrás de según qué fronteras, la indulgencia hacia los excesos del poder cuando los inspira la razón de Estado. La circularidad entre moral y geopolítica En estos párrafos, propongo un modo de ver la relación entre moral y geopolítica menos maniqueo, que permita comprender la circularidad que existe entre los principios de la moralidad y la política. Podremos evitar así los unilateralismos del “realismo sucio” y del “idealismo adánico”. El argumento discurre pues en dos sentidos: la moral es relevante para configurar la dinámica de la geopolítica, que no trata solo de intereses desnudos de dinero y poder. Y a la vez, la geopolítica es clave para cualificar los discursos morales, que no pueden ignorar las condiciones en las que se da la convivencia humana en el espacio y en el tiempo y sus dinámicas propias. Frente a la tendencia moderna a maximizar un único principio de justicia y una única metodología, se
trata de encontrar el aristotélico justo medio entre polos diversos, entre un exceso y un defecto. Un exceso de moralidad tiene dos caras: por un lado, la ingenuidad que ignora la condición humana y abre campo a los oportunismos del violento; y por otro, la manipulación so capa de moralidad, al servicio de una forma u otra de imperialismo. Pero la falta de moralidad con exceso de geopolítica también ofrece problemas: la visión determinista y cínica de la escena internacional, que elude la responsabilidad moral. Porque el realismo pretende ser objetivamente descriptivo, pero acaba siendo siempre también un programa prescriptivo: ser racionales exigiría fijarse solo en los intereses y en la dinámica del poder, sin distraerse ni atarse las manos con los principios éticos. En el caso extremo, esta amoralidad se convierte en profecía autocumplida, de modo que crea las condiciones para que, efectivamente, las relaciones internacionales se configuren como “la continuación de la guerra por otros medios”.
La geopolítica es clave para cualificar los discursos morales, que no pueden ignorar las condiciones en las que se da la convivencia humana en el espacio y en el tiempo y sus dinámicas propias La geopolítica debe incluir la moral como uno de sus elementos necesarios para describir y predecir la conducta de las potencias internacionales. Pero la moral es un “juego de lenguaje” que solo puede entenderse desde dentro. Es decir: tomándose en serio su valor normativo incondicionado para los individuos y las comunidades, no reductible a otras categorías. La moral no se reduce a un sofisticado cálculo de consecuencias a largo plazo para el individuo o para las colectividades, no es solo un medio para la autoconservación. Y a la vez, innegablemente contribuye a la cohesión de cada sociedad, y puede argüirse la ventaja evolutiva de ciertas prácticas y normas sociales. Por otro lado, todos los sistemas morales tienen elementos arquitectónicos en común (lo que los clá-
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