TRIBUNA // nº 50 // Primavera 2022
El envés de nuestra energía Ana Palacio // Abogada internacional. Antigua Ministra de Asuntos Exteriores del Gobierno de España y profesora visitante de la Georgetown University
La invasión de Ucrania ha agudizado tendencias que llevan años afirmándose: el cuestionamiento del orden liberal internacional; el revanchismo ruso; la fracturación de la globalización. Las repercusiones de este cataclismo –más allá del escándalo, el dolor y la repulsa que contemplamos– se centran en el sector energético europeo, pero afectan al planeta. Ondas de choque que tienen su origen antes de la guerra. Problema inducido, en parte al menos, por los que no han querido ver el envés de nuestra energía; la ecuación mundo a la que nos enfrentamos.
El desafío sistémico consiste, pues, en hacer compatibles el crecimiento económico y el desarrollo humano con la reducción de emisiones
La ofensiva ha sacado a la superficie las contradicciones de la Unión Europea. Y su reverberación internacional. Hablamos de los Estados miembro, puesto que la Unión Europea de la Energía está lejos de completarse. El mix energético (nacional) se decide en cada capital, lo que ha conducido a un peligroso espejismo: la Energy Union se había entendido –erradamente- fuera de Europa (y por muchos ciudadanos europeos) como una especie de mercado interior. Los bombardeos rusos han desvelado la tramoya, con Alemania a la cabeza. A la vez que proclamaba su devoción a las energías renovables, ha consolidado una adicción al gas –y al petróleo, aunque pasa en sordina– rusos. Esta discordancia del discurso oficial europeo con la realidad global crea un riesgo estratégico que precisamos afrontar. En este enredo, destacan tres hilos en los que, a menudo, no se reparan y que dificultan nuestros esfuerzos para llegar a un futuro descarbonizado: la disparidad de modelos y la falta de medidas
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fiables; el ombliguismo de nuestras políticas en la UE; y la financiación de la transición energética. Remontémonos a la “verdad incómoda”, expresión acuñada por Al Gore dieciséis años atrás para predicar la influencia de la acción humana en el cambio climático. Idea que encerró con apabullante rotundidad el economista japonés, Yoichi Kaya, en la consagrada como “Identidad de Kaya”, que traduce el impacto del hombre en las emisiones de CO2 y el calentamiento planetario. La contaminación atmosférica se correlaciona, en última instancia, con cuatro variables: población; Producto Interior Bruto (PIB) per cápita; intensidad energética (energía consumida por unidad de PIB); e intensidad de carbono (CO2 emitido por unidad de energía consumida). Lo que significaría, en teoría, disponer de cuatro palancas para rebajar la contaminación atmosférica. Pero no. La hipótesis de recortar población o riqueza solo se aguanta sobre papel. Hoy, apostar por frenar la expansión demográfica o disminuir la prosperidad no es un camino planteable. El desafío sistémico consiste, pues, en hacer compatibles el crecimiento económico y el desarrollo humano con la reducción de emisiones. Descolla el Sur Global: para 2050, se espera casi una duplicación de habitantes en África. En este contexto, un aspecto orillado -pese a su extraordinaria relevancia- es la divergencia de modelos climáticos respecto de las emisiones de carbono. Los números que barajamos son estimaciones o aproximaciones. No tenemos métricas “contantes y sonantes”. Paradigmático es el cálculo del denominado “coste social del carbono”, la contabilización de externalidades negativas partiendo del efecto en la salud y la productividad. No pueden ser más variados tanto los enfoques como los parámetros seleccionados. Así, en documentos de autoría reputada, las cifras (por tonelada de CO2 emitido) bailan desde la decena de dólares hasta la astronómica cantidad de 100.000 dólares (de la Universidad de Chicago en 2020). Y esta incertidumbre permea todos los estudios sobre los que estamos determinando nuestro futuro. Ejemplo es la horquilla entre las previsiones más elevadas y las más bajas para la demanda del petróleo en 2050, que equivale al total de nuestro consumo hoy. La carencia de benchmarks comunes trasciende a la misma definición de “sostenible”, hecho visualmente registrado por el gráfico que el Financial Times publica ya en 2018 (“Comparison of ESG scores from FTSE and MSCI”). Compara la calificación de diferen-