APCH LITERARIO
2021
Letras Brillantes A continuación el cuento y la anécdota que obtuvieron el segundo puesto en el concurso de Relatos Cortos de APCH
Antípodas
Autor del texto e ilustraciones: Gonzalo Sebastián Macalopú Chiu Segundo lugar categoría Cuento
Ilustrador y dibujante con varios premios que celebran su creatividad y talento, siendo el más reciente el 2º Concurso Nacional de Narrativa Gráfica, Gonzalo Macalopú Chiu también está dotado para la literatura como lo vemos en el siguiente cuento en el que la casa ancestral es el personaje a través del cual se traducen los significados de la identidad, el arraigo y los cambios en el espacio urbano.
N
o recuerdo muy bien a mi abuelo ya que entonces yo era muy pequeño y despistado. Físicamente sé cómo es él solo por fotos, la mayoría son a color, cuando era ya muy anciano. Allí estaba él, fotografiado discretamente frente al estanque de la casa; o a un lado reservado de un retrato de mi familia materna en algún cumpleaños; o sentado a mi lado en el gran sofá de la sala y yo era el niño más feliz de la cuadra. Él, en cambio, jamás sonreía. Hay otras fotos de él no muy numerosas a blanco y negro, cuando él era mozo, allá en los años cuarenta. Entonces él, junto a su enorme baúl de madera ajustado por gruesos metales, había descendido del barco que lo había traído del otro lado del mundo, allá donde nace el sol, escapando de la guerra y la crisis política de su país hacia alguna populosa ciudad portuaria de Sudamérica donde crecerían sus hijos que tendrían los ojos rasgados y la piel tostada como él, como mi madre, como yo. Quizá la imagen mental más vívida que tengo de mi abuelo, aunque no muy clara debido a mi edad, fue una noche cuando tuvo una descompensación al corazón y llamaron a una ambulancia para internarlo. Mientras lo sacaban de su estudio, subido en una camilla cual procesión a través de las escaleras flotantes de madera, él permanecía tranquilo y decía que era muy exagerado armar tanto alboroto, que no quería dejar a sus carpas sin comer y que solo le había dado el aire. De haber sabido que no volvería, al menos le hubieran dado tiempo de despedirse adecuadamente de la casa que tanto esfuerzo le costó construir. Rescatando algún otro recuerdo difuso y aislado de esa época, podría ser las veces que me quedaba los findes a pernoctar en aquella casa, lugar que para mí era un oasis ante el terror y la violencia que significaba estar con mis padres y, con ellos, los deberes escolares. Entonces yo me atrevía a escabullirme en el estudio de mi abuelo, que siempre estaba empolvado, atiborrado de sus libros encuadernados con hilos, estatuas de tipos bigotudos con rostro severo, incienso, tabaco desparramado, algo de humedad y remedios a base de ginseng. Nunca mi abuelo me recriminó por interrumpir su trance hipnótico de la tarde. Estábamos en ese cuarto celeste por horas, en mutuo silencio, él mirando su querido bulevar que iba desapareciendo por la autopista y yo inspeccionando minuciosamente sus revistas en ideogramas, pero sin hacerle alguna pregunta por sus significados. Por momentos, él ponía la radio y sus boleros. Tosía mucho, creo. Siempre su mesita de noche estaba llena de medicamentos, estampitas religiosas y, cómo olvidar, su dentadura postiza remojada en agua. Su fugaz presencia en mi vida fue tan misteriosa como los cuadros de tela colgados por toda la casa, en especial el de la sala, aquel del centenar de aves multicolores que sobrevuelan el cielo blanco calado por nubes que acarician a lo lejos unas montañas verdes ondulantes. Él era de frente amplia, de cabellos delgados echados para atrás. Recuerdo más las arrugas que se formaban en las comisuras de su boca, y las recuerdo porque son las mismas que tiene mi madre ahora. Su piel más bien era cobriza, heredada de la región de calor donde había crecido. Cachetes enjutos, por no decir escasos, y tensados por pómulos angulosos y prominentes, ojos muy rasgados pero que eran cubiertos por una eterna sombra que hacían sus párpados de pocos pliegues. Su voz era delgada y muy áspera, como si le costara trabajo respirar. Llevaba sandalias con medias, pantalón chavo y una chompa marrón oscura con franjas geométricas. Poco más
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