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P. Javier Aristizábal Giraldo

+ Medellín, 20 de junio de 2014

Sobrino del P. Ramón Aristizábal Gómez, SJ, Javier nació en el Carmen de Viboral (Antioquia) el 10 de julio de 1934. Sus padres, Vicente Aristizábal e Inés Giraldo, tuvieron diez hijos más, de los cuales uno también fue jesuita, el H. José Joaquín que murió el 5 de febrero de 1996. Ingresó a la Compañía de Jesús en el Noviciado de Santa Rosa de Viterbo el 3 de noviembre de 1950, donde hizo los primeros votos el 13 de noviembre de 1952. Allí mismo hizo el Juniorado (1953-1955), y pasó luego al Colegio Máximo de María Inmaculada donde cursó la Filosofía (1956-1959); su Magisterio lo realizó en el Colegio San Luis Gonzaga (1960-1961) y para la Teología volvió a Chapinero (1962-1965). Fue ordenado sacerdote el 3 de diciembre de 1964 en Medellín; en 1966 hizo la Tercera Probación en La Ceja y emitió los últimos votos el 15 de agosto de 1967.

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Trabajó en el Noviciado de La Ceja (1967-1968) como ayudante del maestro de novicios y profesor de latín. Después, su misión se centró en el apostolado educativo, que comenzó en el Colegio San Luis Gonzaga de Manizales (1969-1974), desempeñando diversos cargos educativos y administrativos. Pasó luego a la ciudad de Pasto (1975-1980), donde sirvió tanto en el Colegio San Francisco Javier, así como en la comunidad jesuita. En los años 1981 y 1982 tuvo una pausa en el área educativa, para integrar el equipo del CINEP y colaborar en el economato de Provincia. Volvió a los colegios a partir de 1983, primero como director de estudios del Colegio San Juan Berchmans (1983-1988) y después, con el mismo cargo, en el Colegio San Pedro Claver de Bucaramanga (1989-1992), donde también fue asesor espiritual (19931996). En 1997 regresó al colegio de Cali como asesor espiritual hasta el 2013, cuan-

do fue destinado a la Casa Pedro Arrupe donde falleció el 20 de junio de 2014.

Javier, mi amigo

Por Julio Jiménez, SJ

Dios permitió que conviviera con Javier en dos ocasiones, una en el Colegio San Pedro Claver cuando él era Director Académico y después en Cali prestando sus servicios pastorales en el Colegio San Juan Berchmans y, además, consiliario de la Asociación de Antiguos Alumnos (ASIA). En Bucaramanga, fue mi brazo derecho no sólo para seguir fielmente las orientaciones de ACODESI, sino para darle importancia al deporte, su vena preferida. Su cercanía con estudiantes y profesores era admirable. No se perdía partido. Fuimos campeones de los Juegos Intercolegiados de la ciudad durante todos esos años y disfrutábamos, no solo por los resultados, sino por la formación integral que queríamos impartir a través de una de las dimensiones de nuestra propuesta educativa, el desarrollo de la corporalidad.

Momentos difíciles cuando recibimos una nota firmada por las FARC quienes nos pedían mucho dinero. Al no cumplir su solicitud, triplicaron la cuantía haciendo absurdas amenazas contra el colegio. Seguimos los consejos pertinentes para estos casos. Uno de ellos era no volver a la finca San José, ubicada en el “Alto de los Padres”. Antes de hacerlo, fui con Javier, sigilosamente, a cantar la “Marcha de San Ignacio”. Yo manejaba y él, con la puerta abierta del carro en movimiento, iba esparciendo agua por los potreros. Más tarde pusieron una bomba en la estación de repetición de RCN. La explosión, y su consecuente humareda, fueron perfectamente vistas y oídas desde el colegio. Nos contaba el mayordomo que los guerrilleros iban por las tardes a jugar futbolito. Estábamos a unos 40 minutos del centro de la ciudad. Gracias a Dios no pasó a mayores.

A Javier lo relaciono con el trabajo en equipo que tuvimos en el colegio. Estábamos el P. Jacinto Ortiz, quien atendía espiritualmente a “San Pedrito” donde estaban el preescolar y la primaria; Luis Alfonso Quijano, conocido como “Laque”, Director de Pastoral, y José Leonardo Rincón, quien comenzaba su magisterio en 1988. En una reunión de pastoralistas, le comentaba a José Leonardo acerca del desgaste que suponía trabajar en un Colegio de la Compañía. Era algo masivo, no había espacios, ni para formar líderes ni para hacer conocer nuestra espiritualidad, fuente y origen de la identidad de las obras apostólicas. No veíamos los frutos deseados. Queríamos algo más. ¿Cómo transmitir nuestro carisma al profesorado, a los empleados y Padres de Familia? […] Me llamó la atención que todos, comenzando por Javier, apoyamos las mociones que el Espíritu nos iba transmitiendo. Así nacieron los “Curso Talleres de Formación Integral” que han hecho mucho bien, tanto en nuestra Provincia como en el extranjero. Estuvimos diez años liderando la propuesta. Luego nacieron los “Curso-talleres Regionales”, “Curso-talleres Locales” y los “Curso-talleres Internacionales”. Aquí se inspiraron cursos como LIFOLI, CAMARADAS, entre otros. La Universidad Javeriana retomó la moción y le ha

dado características propias. Las reuniones de Padres de Familia eran obligatorias dado el desinterés de algunos de ellos.

Todos los domingos nos reuníamos a jugar básquet y a pesar de ser “rodillones” Javier con sus movimientos ágiles de cintura, desequilibraba al mismo José Leonardo, que es mucho decir. Sus canastas eran precisas. Laque con su tiro a media distancia, no fallaba. Disfrutábamos y descansábamos dándonos después del partido un buen baño en la piscina. Luego celebrábamos la Eucaristía Juvenil con cantos y participación de centenares de fieles, especialmente jóvenes. Qué bello el trabajo cuando se hace en equipo, cada uno desarrollando lo mejor de sí y respetando el carisma del compañero. Nada de protagonismos aislados. Allí se cumplía lo que vivieron los primeros jesuitas, “Amigos en el Señor”.

No podemos dejar de lado el amor que Javier tenía por el campo. Como buen paisa, estaba pendiente aún del más mínimo detalle de las fincas. Siembras de café, mercado, transporte y atención especial al mayordomo y a su familia a quienes celebraba la Eucaristía y les llevaba algún detallito. Estaba pendiente de sus enfermedades y los acompañaba al hospital. Mi nuevo destino a Barranquilla me separó físicamente de Javier y 16 años más tarde volvimos a encontrarnos en Cali. Físicamente ya no era el mismo. Le habían controlado un cáncer y poco a poco se iba deteriorando. Su memoria del pasado disminuía, mas no su memoria del presente. Su entusiasmo y cercanía con su entorno eran admirables, especialmente con los más pobres y enfermos. Para ellos tenía la pregunta adecuada.

Tomó muy en serio el saludo mañanero a estudiantes, profesores y empleados. Salía de la comunidad a eso de las cinco de la mañana a preparar su apostolado, que consistía en saludar por su nombre a todo el que llegaba al colegio, con cariño e intensidad le decía alguna frase que repetía una y otra vez, los llevaba a la imagen de la Virgen y, con fervor, decía Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío. Ponía música religiosa de fondo. Así lo hizo durante 19 años que estuvo en el colegio. ¿Quién no conocía a Javier Aristizábal?

Javier fue mi compañero de comunidad. Nos unía el fútbol. Frecuentemente nos llamábamos por celular para animar a nuestros equipos preferidos, el Atlético Nacional y mi Deportivo Pasto. En el campeonato mundial, cuando Colombia le ganó a Costa de Marfil, lo llamé a eso de la una de la tarde para disfrutar juntos de la victoria. Estaba feliz, eufórico y alegre. No se cambiaba por nadie y terminaba diciéndome, “Julio, ganamos y recuerda que a las ocho de la mañana te estoy encomendando a Dios por la misión que realizas, fomentar la espiritualidad ignaciana. Ánimo.” A las dos horas falleció. Sentimientos de dolor, tristeza, recuerdos y tantas cosas bellas que se viven con los amigos del alma. Además, tremenda alegría porque murió donde todos queremos morir, en la Compañía de Jesús. En Javier se cumple aquello de que “Dios no escoge a los capaces, sino que capacita a los escogidos para darles una misión”. Javier la cumplió a cabalidad. Fue todo un “coaching certifica-

do” como dicen hoy en día a los verdaderos acompañantes. Gracias Trinidad Santa, por permitir la existencia de hombres como Javier, mi amigo.

Cuando un amigo se va

Por P. Álvaro Vélez Escobar, SJ

Conocí a Javier y nos hicimos amigos en nuestros años de estudio en Chapinero, cuando entre filósofos y teólogos disputábamos apasionados partidos de baloncesto, y también cuando durante algunos meses compartíamos los almuerzos en la enfermería. Años más tarde, ya sacerdotes, nos encontramos en reuniones de los Directores de Estudios de nuestros colegios y, a finales de 1982, le entregué la Dirección de Estudios del Berchmans. A mediados de 1987, a mi regreso a Cali como Rector, empezamos a trabajar juntos durante un año y medio, compartiendo una muy buena amistad, buenos momentos y experiencias propias de la vida de un colegio. A partir de octubre de 2010, cuando volví a Cali, nuevamente compartimos nuestra vida de comunidad. Su salud estaba ya bastante deteriorada y, como su Superior, lo acompañé varias veces a sus diferentes citas y exámenes médicos, teniendo oportunidad de conocer muy de cerca sus sufrimientos, sentimientos y preocupaciones. Finalmente, debí acompañarlo a su último viaje a la Casa Pedro Arrupe en Medellín, destino que, cuando lo recibió, le costó mucho y le dio muy duro, pero que, poco a poco, en un plano de fe y de vida sobrenatural, como me lo manifestó varias veces, aceptó la realidad de su vida y asumió su nueva misión de “orar por la Iglesia y la Compañía”.

La vida académica y las preocupaciones intelectuales no fueron propiamente el fuerte de Javier, pero su celo sacerdotal, su amabilidad, excelente trato y acogida a las personas, compensaron con creces esa limitación y lo hicieron muy cercano a todos los que iba encontrando en su camino sacerdotal. Javier era un excelente amigo, muy fiel con sus verdaderas amistades, a las que siguió llamando desde su cuarto en la Casa Arrupe, interesado por conocer cómo iban sus vidas y sus situaciones familiares y laborales. Casi siempre terminaba las conversaciones personales y telefónicas con una bendición y su jaculatoria favorita: “Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío”.

Javier era una persona y un sacerdote de mucha fe y de vida eucarística. Vivía intensamente su sacerdocio y su compromiso con las personas que el Señor iba poniendo en su camino. Su devoción a la Santísima Virgen y al Sagrado Corazón de Jesús, se esforzaba por transmitirlas a los demás. Amó y sintió plenamente su vocación a la Compañía de Jesús. En los que lo trataron dejó la imagen de un jesuita fiel a su vocación y comprometido con el servicio a los demás, particularmente a los que nos colaboran en los diferentes servicios domésticos y de mantenimiento y servicio en la vida del colegio. ¡Descanse en paz el compañero y amigo que se nos adelantó a la casa de nuestro Padre Dios!

Referencia: Noticias de Provincia, N° 6, julio 2014, pg. 5-8.

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