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P. Marco Tulio González Arbeláez

+ Bogotá, 22 de noviembre de 2020

Nació en Yolombó (Antioquia), el 10 de septiembre de 1934, en el hogar de Marcos González y Martha Enriqueta Arbeláez. Tuvo ocho hermanos. Ingresó en el Noviciado de Santa Rosa el 3 de noviembre de 1950 e hizo los primeros votos el 13 de noviembre de 1952; allí mismo hizo el Juniorado (1953-1955). En Chapinero cursó la Filosofía (1956-1959) y realizó la Etapa Apostólica en Bucaramanga y Bogotá (1960-1962). Estudió Teología en Bogotá (1963-1966) y fue ordenado el 3 de diciembre de 1965. Hizo la Tercera Probación en Medellín (1976) y emitió los últimos votos el 6 de mayo de 1982. Decano de Psicología, presencia amable y cercana en la Javeriana. Su palabra acompañó en asesoría espiritual a numerosos exalumnos javerianos. El P. Marco Tulio inició su misión como profesor en Medellín (1967) y en el Instituto de Ciencias Sociales de Cali (1969-1970). Fue enviado luego a Bogotá, donde pasó prácticamente toda su vida apostólica, particularmente en la Javeriana. En ésta fue profesor de Educación (19711972), Decano Académico de Psicología (1973-1981), director de posgrados de Psicología (1985-1995), director general de la Biblioteca (1992-1995), profesor de Psicología (1973-1999). Entre los años 2000 y 2003 colaboró en la Asociación de Padres de Familia del Colegio San Bartolomé La Merced, al tiempo que apoyó la obra de Ray Shambach. Fue también Rector de la Universidad Mariana de las Hermanas Franciscanas (Pasto, 2003-2006) y vicerrector de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya (2007). Regresaría de nuevo a la Javeriana a colaborar como asesor espiritual de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas desde 2008 y en el Centro de Pastoral San Francisco Javier desde 2011. Con su salud debilitada por el paso de los años, fue afectado por contagio de Covid-19 a finales de 2020.

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Una encantadora cena de despedida

Por P. Guillermo Zapata, SJ

«Señor cuando Tú quieras, florecerán las aguas. Y verán los vigías de las costas humanas cortar una gaviota la luz de la mañana, llevando el sol naciente sobre sus alas blancas». (R. de Roux)

Marco Tulio González Arbeláez (19342020) pasó sus últimos días en San Alonso Rodríguez. Allí tuvimos la oportunidad de compartir algunas eucaristías, por aquellos días del confinamiento en donde la oración es ese oasis que refresca el alma y le da la fuerza para volar en el horizonte abierto de la esperanza. A estas eucaristías algunas veces llevaba la guitarra para los cánticos litúrgicos. Aún recuerdo la sonrisa amplia de Marco Tulio acompasando el ritmo de las melodías sagradas y su mirada atenta para compartir sobre las reflexiones escritas para el momento, como fue aquel día en que celebramos el Corpus Christi con toda la Comunidad de los Padres y Hermanos en San Alonso.

González Arbeláez, hombre abierto a la sensibilidad académica, espiritual y humana. En aquel momento de la Misa, citábamos al antropólogo francés Lévy-Strauss, quien afirmaba que «la comida es el alma de toda cultura»… y como alma de culturas, la misma Eucaristía se nos hace cercanía, vida. Este pan de vida definitiva es el «pan para la vida del mundo» (Jn 6,51). Toda esta cercanía con la mesa recordaba las innumerables invitaciones aceptadas por Marco Tulio con sus innumerables amigos a la mesa. Como excelente conversador, salían innumerables temas de actualidad, que González alimentaba en su constante lectura de textos de las más variadas temáticas: teología, política, espiritualidad, humanidades. Era una delicia conversar con esta abundancia cercana a lo que los antiguos llamaban el Symposium, el Banquete a quien el mismo Platón (427-347 a.C.) le dedicó una de sus mejores reflexiones sobre el amor. Los drinks con Marco Tulio eran geniales.

En Nueva York, ciudad a la que tantas veces visitó el P. González Arbeláz para atender la invitación de un obispo polaco que le tenía gran aprecio, celebraba las eucaristías en el inglés, que había aprendido desde sus estudios de Psicología en la Universidad de Boston. Precisamente R. J. Karris en su libro Lucas, artista y teólogo (1985), publicado en esa ciudad, afirma que a Jesús le mataron por su forma de comer, para aludir a su compromiso con aquella mesa abierta para todos, que se convierte también en Mesa de despedida, en banquete último, en alimento de vida definitiva. Nunca llegaría a pensar que esta era una mesa de despedida con aquel compañero de camino que cruzó la meta, aquella otra orilla de la eternidad que me recuerda aquellas frases de Al-Hallay: «Ve a decir a mis amigos que me he embarcado hacia el Gran Mar y que mi

barca se rompe». Qué profecía, ¡unas barcas que se rompen!

Aquella fue la última eucaristía celebrada allí con esos entrañables amigos de San Alonso, entre ellos con Marco Tulio, a quienes también les dirigí los Ejercicios. Cómo olvidar aquella Misa sobre el universo iluminada por el sol del mediodía y, con la claridad de aquel recuerdo, marcada por un coloquio sobre el pan de la vida definitiva y por la música de una guitarra que, en aquel momento, nos elevaba el ánimo hasta el Dios de la vida, a tal punto que al encontrarle de nuevo por los corredores me preguntaba: ¿dónde dejaste la guitarra? Sin duda, en su espíritu vibraban las notas de una consolación permanente.

En días recientes, la periodista Diana Sofía Giraldo, en su columna Pandemia y Fe publicada en El Nuevo Siglo del 26 de noviembre del 2020, cuenta que había leído una reflexión sobre estos tiempos de contagios escrita por la pluma de Marco Tulio, un verdadero testamento espiritual, en el que leemos: existe algo que «bien puede ser verdaderamente revolucionario: Existir. Ser la luz que somos. No importa la sombra que nos rodea, estamos aquí para manifestar nuestra luz. Una sola vela encendida rompe la oscuridad». Esto fue Marco Tulio a lo largo de sus 86 años de vida; esa conciencia lúcida de un humanista que impartía claridad allí donde estaba: en la mesa, en los innumerables auditorios académicos, en las responsabilidades que desempeñó. Por algún tiempo fue rector de la Universidad Mariana en Pasto; en Lima Perú, estuvo por un breve lapso de tiempo para apoyar, con su trabajo académico, a la Universidad Ruiz de Montoya; estuvo como decano de Psicología en la Universidad Javeriana, e incluso director de la Biblioteca General Alfonso Borrero por buen número de años. Todo este recorrido nos permite reconocer en Marco Tulio su cercanía con las personas, con ese mundo infinito de los libros en los que hurgó incansablemente toda la variedad de temas que alentaron su búsqueda espiritual, humana, científica.

Algunas tardes nos reuníamos con otros compañeros jesuitas para hacer un Symposium a nuestro estilo, animados por aquel anfitrión de la Provincia de Nueva York, el P. Juan Villegas Hernández. Qué remanso en el que encontrábamos no sólo los entretejidos de historias del pasado, sino el presente y por qué no, adivinar el futuro que hoy ya se ha hecho realidad. La Provincia, los viajes, las inquietudes, las preguntas, eran iluminadas por la fluidez coloquial de Marco Tulio, animada por la locuacidad de otros jesuitas allí convocados para conversar animadamente alrededor de unos saludables drinks famosos en todos los corredores de Chapinero. Allí estuvieron presentes las ocurrencias de Osuna Gil, las pausadas frases de Restrepo Moreno, los ponderados análisis de Rodríguez Osorio, y los picantes comentarios del ingeniero Álvarez Estrena. En fin, un espacio de risas, carcajadas y cuentos de grata recordación. Cómo resuenan aquí las palabras escritas por Marco Tulio en lo que la periodista del Nuevo Siglo denomina su testamento es-

piritual, y que yo quiero retomar aquí con el eco de esa compleja situación que vive el mundo en donde Marco Tulio pronunció su legado: «Vibra con la luz que eres. ¡Y confía! ¡Estás en camino!», porque «las almas son como velas que se encienden las unas a las otras». Como ese fuego que enciende otros fuegos del santo Hurtado.

El espíritu de Marco Tulio se ha encendido para brillar con esa luz eterna de la que ahora participa, en compañía de todos aquellos que la misma luz ha arrebatado para siempre: Rodolfo Eduardo, Gonzalo, Fortunato, Luis Carlos, Guillermo, Gabriel, Álvaro, Leonardo, todos aquellos que hoy participan de la morada de la luz y de la Paz, en aquella Fiesta que no conoce ocaso. Así oraba Santo Tomás “no hay sacramento más saludable que éste” (S. Tomás, Opúsculo 57. Sacramento precioso y admirable, Lect. 1-4). Mesa que se convirtió en cena de despedida de ese gran amigo, hermano en religión que fue Marco Tulio González Arbeláez.

Referencia: Revista Jesuitas Colombia, enero 2021, Pg. 23-25.

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