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P. Luis Arturo Barrera Ranzi
+ Bogotá, 8 de febrero de 2015
Ante tanta grandeza de Dios no puede menos de sentirse la indignidad humana; pero ya que el mismo Cristo quiso escoger sus sacerdotes de entre los hombres no puedo menos de responder a esa su predilección y esperar de su mano gracias abundantes para llegar a ser su digno sacerdote.
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P. Luis Arturo Barrera, SJ
Bogotano de origen, Luis Arturo nació el 11 de julio de 1924 en el hogar de don Marco Aurelio Barrera – oriundo de Corrales (Boyacá) – y doña Linda Ranzi – nacida en Volhusen (Suiza) –, quienes tuvieron otro hijo a quien llamaron Juan. Sus familiares, amigos y compañeros jesuitas lo apodaban cariñosamente “Buby”, vocablo que en la jerga suiza designa al chiquillo de la descendencia. Ingresó a la Compañía de Jesús en el Noviciado de Santa Rosa de Viterbo el 25 de noviembre de 1939 y emitió los primeros votos el 8 de diciembre de 1941; allí mismo hizo el Juniorado de 1942 a 1945, para luego ser enviado a Bogotá donde estudió Filosofía durante los tres siguientes años. Entre 1950 y 1954, tuvo varios destinos durante su etapa de Magisterio: en El Mortiño, Barranquilla y Tunja; después regresó a Bogotá donde cursó la Teología, que terminó en 1957. Recibió la ordenación sacerdotal de manos de Mons. Ángel María Ocampo, el 3 de diciembre de 1956 en Bogotá; tres años después realizó la Tercera Probación en La Ceja. Sus últimos votos tuvieron lugar el 15 de agosto de
1960 en El Mortiño, donde inició su vida apostólica como ministro y espiritual hasta 1961. Los siguientes diez años los pasó Buby en la formación de los nuestros en el Noviciado de La Ceja, El Mortiño y Santa Rosa de Viterbo, donde fue maestro de novicios hermanos. Ulteriormente estudió psicología en la Javeriana (1972-1977), universidad a la cual dedicaría el resto de su vida apostólica al terminar sus estudios especiales. Allí ejerció como Decano del Medio de la Facultad de Psicología, y profesor de la misma Facultad durante 23 años. A partir de 2005 sirvió como ministro de la comunidad jesuita del Colegio San Bartolomé La Merced. Su último año de vida lo pasó en la comunidad de San Alonso.
Las emotivas notas de despedida de sus amigos jesuitas y de la Javeriana, ponen de manifiesto lo profundo que llegó Buby al corazón de quienes lo rodearon. Todos ellos coinciden en el que quizás fue su rasgo vital más propio: su fabulosa capacidad de unión de los ánimos. Y es que Buby, reconoce el P. Julio Jiménez, SJ, era sumamente hábil en armonizar, en favor de la comunión, su carácter autónomo, ordenado, metódico y preciso, con la delicadeza, finura y estética propias de su alma de artista escultor y pintor. No es de extrañar que este atributo suyo despertara en los jóvenes el deseo de ser jesuita. Así lo confirma el P. Enrique Gutiérrez, SJ, quien lo conoció hacia 1956 en la catequesis de la Parroquia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro de Bogotá, entonces llevada por los jesuitas: “Gracias a Buby por el testimonio de vida que nos dejaste, por las enseñanzas que nos diste a tantos que nos cruzamos por el camino de tu vida y nos ayudaste a formarnos. Fueron casi 60 años de amistad. Y gracias por haberme sembrado la inquietud de ser jesuita y por la ayuda que me diste para hacerla realidad.”
De igual manera, sus compañeros y amigos de la Facultad de Psicología rememoran el paso y las huellas dejadas por Buby en sus vidas; así lo manifiesta Graciela Aldana, compañera y amiga, en su nota de homenaje póstumo en nombre de los psicólogos javerianos: “Gracias a tu integridad, alegría y capacidad para pasar por todas las estaciones de la vida teniendo la capacidad de reinventarte desde la serenidad de la conciencia, nos enseñaste que cualquier cambio se inicia en un corazón hospitalario que acoge al otro en su singularidad, labor que hiciste durante décadas con estudiantes, docentes, egresados y directivos sin ningún distingo o atisbo de indiferencia o injusticia.” Respondió Buby el último llamado del Señor el 8 de febrero de 2015, con elegancia, gracia, una vasta capacidad de maravillarse y mucha fiesta.
Gracias Señor, gracias Buby
Por P. Alejandro Angulo Novoa, SJ
Gracias, Señor, por habernos dado a Buby como compañero durante estos años. Gracias por haberlo dotado del temperamento artístico que le permitió y nos ayudó a encontrarte en la belleza que tú, Señor, creaste con tus manos y también en la que él soñó en la contemplación de tus creaturas
y replicó con sus hábiles manos de artista. Gracias por dotarlo con el amor que él esparció sin descanso con su amistad genuina e incondicional, con su interés por nuestras historias y su gozo con nuestros triunfos.
La comunidad de San Bartolomé La Merced tuvo el privilegio de tenerlo como inspirador y soporte de los encuentros fraternales que elevan el espíritu y regocijan los ánimos. Con la precisión que heredó de su ancestro suizo, dedicó parte importante de su tiempo a preparar los momentos de la acción litúrgica, así como los de esparcimiento y camaradería, siendo consciente de que el detalle y la estética en unos y otros, al unir los corazones, son el cemento del amor que mantiene a los hermanos unidos. Al ordenarlo tu ministro, Señor, también lo designaste nuestro ministro del amor y la amistad. Y él se regocijó en ese encargo y nos dejó entrever que la alegría de la fiesta es el preludio de la divinización: nos permitió degustar cuánta suavidad y cuánta dicha encierra la unión de los hermanos. Él supo, por su asidua experiencia, que “donde hay caridad y amor, ahí estás Tú”.
Gracias, Señor, por concederle una inteligencia afectiva capaz de abrirse a los signos de los tiempos y maravillarse, sin arriesgar su propio equilibrio ni comprometer sus íntimas convicciones, ante las nuevas maneras en que las personas entienden hoy lo que él había recibido ayer como certezas adquiridas. Su mente abierta y su corazón dispuesto a la entrega en el servicio le permitieron tener esa ductilidad espiritual que mira, de frente, el decurso de la historia y encuentra en cada ser humano un interlocutor digno y respetable. Buby escuchaba con la misma atención y cuidado a sus colegas psicólogos de la Universidad, que a sus amigos recicladores de la carrera 5ª. Para Buby no hubo nunca extraños.
Amarraste, Señor, su mística a la música. Bastaba verlo deleitarse con los conciertos brandemburgueses de Juan Sebastián Bach, u oír su comentario al Kyrie de la misa en si bemol, para darse cuenta de que en esos momentos lo poseías del todo, sin que él pudiera zafarse de tu íntimo abrazo, en el que le revelaste el esplendor de tu grandeza y el misterio de tu Trinidad. Su Último éxtasis se lo concediste al oír los conciertos de Mendelsohn para el piano que fue también su instrumento. Gracias, Señor. No puedo dejar de reconocer tu don, Señor, en las horas de caminata por los senderos en torno a Cachipay, su patria chica, donde sus recuerdos de infancia decoraron y perfumaron nuestra conversación silenciosa, con la frescura de la memoria que se agarra a su tierra y a la vegetación y al canto de las aves y al murmullo de las quebradas y al latido de los perros campesinos. En esa historia, revivida por fragmentos, estabas Tú, más que nadie, evocado en el amor del padre farmaceuta que andaba, como Tú anduviste, haciendo el bien a tu alrededor, y estaba tu amor de madre, esculpido en el corazón de la madre y compañera de juegos que lo acompañó por un buen trecho con su ternura.
Gracias, Señor, por haberle permitido celebrar entre nosotros sus aniversarios pos-
treros y por haberlo colmado de expectativas y alegría cuando, habiendo coronado la cima de su vida, pudo mirar hacia atrás, con la satisfacción del camino bien recorrido en la Compañía, en la que lo hiciste dócil y resistente, jinete consumado de esa caballería ligera que no vacila en aceptar misiones desconocidas ni encargos arriesgados, con la discreción y el coraje de quien confía más en ti que en su propia prudencia y tacto. Has tenido a bien llamarlo a ti, después de habérnoslo dado y habernos dado tanto con él. Gracias, Señor. Cólmalo en tu simposio eterno con la alegría que solamente Tú puedes darle y prémiale todo el esfuerzo que desplegó entre nosotros para mostrarnos que tu amor existe en nuestro amor, si somos capaces de abrirle la puerta de nuestro corazón y dejarla abierta a todos nuestros hermanos.
Referencia: Noticias de Provincia, N° 2, febrero 2015, pg. 5-9.