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P. Camilo Tapias Silva

+ Bogotá, 26 de marzo de 2015

“Es imposible pensar en Camilo sin pensar también en el amor, sobre ese algo mágico y a la vez tan real que siempre nos ha unido a Dios y a quienes nos rodean. Nos mostró cómo Dios nos amó primero y cómo de ese amor se alimenta el que podemos brindar a los otros como ramas de un mismo tronco. El amor de Dios como experiencia es lo que nos permite realmente amar y ser no solo buenos católicos, sino mejores seres humanos.” Estas atinadas palabras de Luis Pinilla Pinilla, columnista del diario Vanguardia Liberal de Bucaramanga e íntimo amigo de Camilo, describen con lucidez cómo fue la vida de este hermano nuestro. Hombre sencillo, bonachón, enamorado de los pobres y excepcional amigo, nació en San José de Guanentá – San Gil (Santander), un 2 de abril de 1924. Don Camilo Tapias y doña Mercedes Silva fueron sus padres; Luis José, Ana Lucía, María y Elena sus hermanos. Entró al Noviciado de la Compañía en Santa Roa de Viterbo el 12 de diciembre de 1942, hizo los primeros votos el 25 de diciembre de 1944, y allí mismo realizó el Juniorado hasta 1947. Estudió Ciencias y Filosofía en Bogotá (1948-1951), después de lo cual fue enviado a El Mortiño para su etapa apostólica, que terminó en 1954. La Teología la hizo en Bogotá durante el trienio posterior y fue ordenado sacerdote en esa ciudad el 27 de octubre de 1957. En 1960 fue llamado a hacer la Tercera Probación en La Ceja y emitió los últimos votos el 2 de febrero de 1976.

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El Colegio San Pedro Claver de Bucaramanga fue el centro de su misión durante los primeros 19 años de su vida apostólica. Allí sirvió como profesor, rector, ministro de la comunidad jesuita y director de la Congregación Mariana. En 1978 fue enviado a Bogotá como superior de la comunidad de la Javeriana, asesor espiritual

en la universidad y colaborador de la consulta económica de Provincia. Desde 1987 fue rector y superior del Colegio Máximo de María Inmaculada, al tiempo que se desempeñó como Decano adjunto de la Facultad de Derecho de la Javeriana y luego como director de Pastoral de la misma (1993-94), asesor espiritual de la Facultad de Psicología (1995-2000) y ministro de la comunidad de la Javeriana (2000-2004). A partir del año 2007 pasó a formar parte de la Residencia San Alonso Rodríguez.

El sacerdocio de Camilo estuvo profundamente marcado por la misericordia del Padre. Llamando “hijos” a todos aquellos que venían a él, buscó siempre hacerles entender el sentido comunitario y congregante de la Eucaristía. Como el Buen Pastor, Camilo siempre tomó la iniciativa de salir al encuentro de la gente; no fue un sacerdote abstraído de la realidad de quienes le rodearon, por el contrario, construyó siempre en torno suyo lazos de comunión y afecto sinceros. Pastor de corazón abierto y vulnerable a los demás, Camilo fue responsable de que muchos sueños se materializaran. Fue esta la manera de realizar su propio sueño, recuerda el P. Rodolfo Abello, SJ, aquel de trabajar en el mundo obrero, que nunca pudo llevar a cabo en una misión dada por la Compañía. Camilo nos dejó el 26 de marzo de 2015 y fue despedido en unas exequias sobrias, con la presencia de familiares, amigos y jesuitas de distintas generaciones.

El sacerdote de los pobres

Por Gustavo Hernández López

Ha partido de la órbita de lo terrenal con destino al cielo y lo asevero, por cuanto se trata de un santo varón, el Padre Camilo Tapias Silva, SJ, quien nos legó enseñanzas y ejemplo de sencillez, espíritu de servicio, fortaleza de alma y sobre todo entrega integral a sus semejantes. Nunca le gustó el boato, ni los lujos, ni las cosas suntuosas. Quería y esa era su razón de ser de que sus luces, su orientación espiritual, su criterio y concepción filosófica fuera auténticamente ignaciana, es decir, de volcarse a los demás, de vivir para los demás y de sentir y ayudar a los demás.

Tuve la fortuna de analizar con altura intelectual, la que él poseía en grado extremo, circunstancias políticas, jurídicas, económicas, sociales, deportivas y religiosas tanto de orden nacional como internacional. Su punto de vista sobre cualquiera de los temas y tesis que le llamaban la atención, los ventilaba, los discutía, los defendía, pero lo más importante es que le gustaba el debate y de esa manera se podía llegar a conclusiones serias e importantes. Me brindó su amistad, la cual valoré en su justa medida. A veces era tal su humildad que me pedía conceptos, me solicitaba ampliarle o ilustrarlo acerca de determinados aspectos en los cuales él creía que podía aclararle dudas e inquietudes dada mi experiencia profesional y personal. A mi juicio, fui de los pocos o contados privilegiados, con los cuales a menudo él dedicaba horas de su descan-

so con miras a conversar, examinar, cerrar y consumar en torno a todo lo divino y lo humano.

Todo aquello que, hoy por hoy, nos pone de presente el Sumo Pontífice Francisco, Camilo lo practicaba y aplicaba en su labor sacerdotal. Preconizaba, en todas partes, que un párroco, un celebrante de la Eucaristía debía, ante todo, hacer que la gente entendiera el sentido de congregarse alrededor del Señor. De este modo, buscaba que todos los presentes se inmiscuyeran y participaran, con el propósito de que fuese un verdadero sacramento comunitario. Su sentimiento fraternal con sus hijos, como llamaba a todos aquellos que se le acercaban, estimaban y querían, lo llevaba a tomar la iniciativa y a anticiparse a estar en contacto con los fieles. No era un presbítero aislado, sino por el contrario, totalmente integrado con su comunidad, tal como lo enseña el Papa Francisco: pasaba tiempo con los menos favorecidos, con una misión de ser benévolo en bendiciones y dando colaboraciones reales de apoyo económico, educativo y espiritual. Lograba esos derroteros, gracias a que hombres de empresa y de solvencia financiera confiaban y le daban total credibilidad en forma incondicional. Sus promesas dieron lugar a que los sueños de muchos se convirtieran en realidad.

Referencia: Noticias de Provincia, N° 3, marzo 2015, pg. 5-7.

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