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P. Darío Chavarriaga Jaramillo
+ Bogotá, 9 de diciembre de 2015
Darío Chavarriaga nació en Medellín el 23 de agosto de 1938 e ingresó al Noviciado de La Ceja el 12 de diciembre de 1956, donde dos años después, el día de Navidad, emitió los primeros votos. Fue enviado luego a Santa Rosa de Viterbo para hacer el Juniorado durante el bienio siguiente, y después viajó a Italia para estudiar la Filosofía entre 1962 y 1964. De nuevo en Colombia, realizó su etapa apostólica en el Colegio San Francisco Javier de Pasto (1965-1966), antes de ir a Bogotá a realizar los estudios de Teología en Chapinero (1967-1970). Fue ordenado sacerdote en Medellín, el 3 de diciembre de 1969. En esta misma ciudad hizo la Tercera Probación en los años 1973 y 1974, y emitió los últimos votos el 16 de agosto de 1977 en Bogotá. Su vida apostólica se desarrolló fundamentalmente en el área educativa en los Colegios y la Universidad, y también apoyó como ministro las casas de formación. Trabajó, entre 1971 y 1997, como Director de Estudios en los Colegios San Ignacio, Mayor de San Bartolomé, San Bartolomé La Merced, San Pedro Claver, siendo también Rector de los tres últimos; en la Javeriana, del 2002 al 2012, sirvió como Asistente del Rector y Decano del Medio de la Facultad de Odontología. Sus últimos años de servicio fueron como ministro de la Comunidad María Inmaculada y colaborando en la administración de la Comunidad San Alonso Rodríguez. Falleció el 9 de diciembre de 2015 en Bogotá.
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Darío Chavarriaga Jaramillo, SJ, misión cumplida
Por Álvaro Vélez Escobar, SJ
En el grupo de novicios de primer año, fundadores del Noviciado de San Estanislao de Kotska, en La Ceja, Antioquia, en diciembre de 1956, figuraban cuatro bachilleres ignacianos: Álvaro Gutiérrez,
Darío Chavarriaga, Luis Alfonso Quijano y Pablo Arango, todos ellos miembros de la Tropa IV Scout del Colegio San Ignacio. Allí fue donde conocí e inicié con Darío una larga amistad de 60 años. Su hermana Martha era una de nuestras amigas de adolescencia en nuestro grupo scout. Darío era un poco mayor que yo y en el colegio me llevaba un año de estudios, como siguió sucediendo desde nuestra época de novicios y a lo largo de nuestra formación. Su ingreso al noviciado, así como el de sus otros tres compañeros y amigos, pienso que fue uno de los incentivos que motivaron mi ingreso a la Compañía.
Desde sus primeros años adolescentes Darío sintió y cultivó su vocación de jesuita, estando un par de años en la Escuela Apostólica de Villa Gonzaga, en El Poblado, Medellín, donde hoy está el Centro Comercial El Tesoro. Los apostólicos vivían internos, pero eran alumnos ordinarios que asistían normalmente a clases en el Colegio San Ignacio, donde terminó el bachillerato en 1956. Darío era muy buen estudiante y no solo fue “Cruz de Honor” sino que obtuvo varios premios como el mejor en algunas asignaturas.
La mitad de nuestro Noviciado y Juniorado lo compartimos juntos, pero ya en los estudios posteriores nos separamos porque él hizo la Filosofía en Gallarate, Italia, y a mí me tocó estudiar la Teología en St. Louis, Missouri. Compartimos parte de nuestro Magisterio en el Colegio San Francisco Javier de Pasto, donde nos hicimos muy buenos amigos. Los dos, aunque no al mismo tiempo, tuvimos la oportunidad de estudiar inglés y educación en St. Louis, Missouri, él antes del Magisterio, al terminar la Filosofía, y yo antes de iniciar la Teología.
En nuestros años como sacerdotes algunas veces nos sucedimos el uno al otro o desempeñamos el trabajo apostólico educativo en la misma institución. Durante varios años compartimos experiencias e inquietudes como Directores de Estudios y como Rectores. Lo sucedí a él como Director de Estudios en el Colegio San Ignacio, en Medellín, mientras a él le facilité conseguir una parroquia durante sus estudios de Maestría en Educación en la St. Louis University, donde ambos tuvimos el mismo tutor. En San Bartolomé La Merced fue un tiempo mi Director de Estudios y unos años después me sucedió como Rector.
En la Universidad Javeriana trabajamos y compartimos comunidad durante algunos años, aunque en diferentes responsabilidades, y ambos tuvimos ocasión de ser Decanos del Medio Universitario en la Facultad de Odontología. Los dos participamos en el mismo grupo de trabajo del XIII Simposio Permanente sobre la Universidad, del Padre Alfonso Borrero, SJ, organizado por la Universidad Central en 1997-1998. En mis viajes a Bogotá, nos encontrábamos con frecuencia para compartir nuestras cuitas. Perdió a su madre antes de su ordenación sacerdotal; bendijo luego el nuevo matrimonio de su papá, y cuando éste falleció, apoyó decididamente a Martha, su única hermana, hasta cuando falleció. Quedó
entonces muy solo, a nivel familiar, y el eje de su vida fue su comunidad jesuita.
De Darío conservo la imagen de buen amigo y compañero, de alguien en quien se podía confiar. Darío fue una persona amante de su vocación a la Compañía y al sacerdocio, una de cuyas características era la disponibilidad. Más de una vez me comentó, con motivo del cambio sorpresivo de destino, que él había entrado a la Compañía para estar disponible allí donde se lo necesitara. Darío no se quejaba, no hablaba mal de los otros. Era un poco tímido y no buscaba ni aparecer ni aparentar, más bien prefería pasar desapercibido. Sin ser persona de muchos amigos, sí era buen amigo de sus amistades y de exquisito trato con las familias y los colaboradores y se hacía querer de las personas con quienes trataba y trabajaba, Amante de la buena música y de los computadores, pasaba largos ratos en su oficina o en su habitación.
Él mismo me comunicó los resultados malignos de su enfermedad, y en mis llamadas telefónicas lo percibí con mucha entereza y confiado en las manos misericordiosas del Señor. Disfrute ahora de la música celestial este buen amigo y compañero que se nos adelantó a la Casa del Padre. Como buen scout, en su tumba podemos escribir la señal de fin de pista o de “misión cumplida”. Descanse en paz.
Referencia: Noticias de Provincia, N° 12, diciembre 2015, pg. 9-11.