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P. Alberto Jiménez Cadena
+ Bogotá, mayo 13 de 2016
Nació en Bogotá el 2 de octubre de 1931, en el hogar de don Celso Jiménez y doña Ana Cadena, quienes tuvieron otros seis hijos, dos de los cuales también jesuitas: Álvaro y Gustavo. Ingresó a la Compañía de Jesús el 31 de octubre de 1946, en el Noviciado de Santa Rosa de Viterbo; allí mismo emitió los votos del bienio el 13 de noviembre de 1948 y realizó la etapa del Juniorado entre 1949 y 1951. Al año siguiente fue destinado a Chapinero a estudiar la Filosofía, que terminó en la Universidad Javeriana en 1955, para luego hacer estudios de inglés en los Estados Unidos. El Magisterio lo llevó a cabo en el Colegio San Ignacio de Medellín (19561957) y en el Colegio San Luis Gonzaga de Manizales (1958-1959). Regresó a Bogotá en 1960 para empezar la Teología, la cual terminó en 1963; fue ordenado sacerdote el 27 de septiembre de 1962. Comenzó sus estudios de economía en Estados Unidos (1964). Su Tercera Probación la adelantó en La Ceja en 1965 y emitió los últimos votos en Bogotá, el 15 de agosto de 1967; al año siguiente realizó estudios de economía en los Estados Unidos, en la Universidad de Illinois. Murió en Bogotá, el 13 de mayo de 2016.
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Tu misión está cumplida
Por P. Gustavo Jiménez Cadena, SJ
Imposible pensar que te equivocaste de camino en la vida, pues desde muy temprano seguiste a Jesús, el Camino, por donde se va al Padre. La semilla de tu vocación germinó en la tierra cálida de un hogar cristiano y cariñoso, en el colegio de las Hermanas de la Presentación [1937-1941] y en San Bartolomé La Merced [1942-1946]. A la Virgen de Tobasía le pediste la bendición antes de entregarte al Señor en la Compañía de Jesús. Santa Rosa y Chapinero, más los años de Magisterio en Medellín y Manizales
fueron las etapas de tu preparación para el sacerdocio. Fuiste consagrado como sacerdote del Señor en plena madurez, a los 31 años. De ahí en adelante tu vocación apostólica estuvo señalada por las orientaciones de la obediencia y por las circunstancias en que fue desenvolviéndose tu vida.
Al cumplir Alberto 60 años de Compañía escribió: “Ante la visión panorámica de mi vida no me queda sino caer de rodillas y decir: gracias, Dios mío”. Sus múltiples actividades apostólicas llevaron siempre la marca de un definido servicio a los más pobres, a los más desprotegidos de esta patria colombiana, a los explotados. El Señor Dios le dio un gran corazón para sentir las miserias del hermano, una clara inteligencia práctica para descubrir los caminos de la promoción integral y una voluntad recia para decir sí o no con toda firmeza, sin vacilación, siempre que la situación lo demandaba.
La década de los 60 y 70, en que Alberto comenzó su apostolado sacerdotal, fueron de rudos sacudones para la Iglesia Colombiana y la Compañía de Jesús. Junto con un despertar generoso a nuevas formas de compromiso surgió la tentación de buscar los cambios sociales justos y necesarios por medio de la lucha armada, al estilo de la revolución cubana. Se buscaron modelos de organización social y metodologías de acción de inspiración marxista. Hubo profundas divisiones en el clero colombiano: Cristianos para el socialismo, Golconda, sacerdotes que se vincularon a la lucha guerrillera… La división, sin llegar a grados tan altos, también afectó a la Compañía de Jesús. En este ambiente de niebla y vientos cruzados se inició Alberto como joven sacerdote. Culminados sus estudios de economía en la Universidad de Illinois [1966], emprendió el trabajo de colaborar en la estructuración del CIAS (Centro de Investigación y Acción Social), futuro CINEP, como obra de la Compañía con personalidad propia [1967-1974]. Su trabajo fue clave para establecer la nueva sede del CIAS, primero en un edificio de cinco pisos en el centro de la ciudad, heredado de la familia, y luego en el nuevo edificio, en el lote donado por el Colegio de San Bartolomé La Merced. Gracias a las gestiones de Alberto ante la Fundación Cebemo de Holanda y otras agencias financiadoras europeas se aseguraron los recursos para construir el nuevo edificio. Para la formación de agentes de cambio social cualificados fundó y dirigió el Instituto de Doctrina y Estudios Sociales IDES [1968-1972]; actividad nada fácil de llevar – lo reconocía Alberto –, por las presiones ideológicas tanto de izquierda como de derecha.
A esa época corresponden dos hechos ilustrativos del alborotado clima social. Nos lo cuenta así el mismo Alberto: “Recuerdo que un agregado cultural de la embajada de los Estados Unidos me invitó a convertirme en agente de la CIA. Lo único que tenía que hacer era almorzar con él una vez al mes para contarle lo que sucedía dentro de la Iglesia y darle mi opinión sobre la situación económica y social del país. A cambio, el diplomático me daría, en un sobrecito y sin ningún género de recibo, una
suma de dinero bastante significativa para que hiciera con ella lo que quisiera… ¡como salvar al CINEP de una quiebra inminente, por ejemplo! Esto ocurría en un extremo. En el otro, pues resulta que Domingo Laín, el sacerdote español que terminó en el monte con el ELN, se me apareció un día en la oficina y me dijo: ‘Alberto, definitivamente he resuelto unirme a la guerrilla. Es la única solución a los problemas sociales del país. Estoy aquí para invitarte a que te vengas conmigo’.” A estas dos solicitaciones Alberto respondió con un rotundo no. No eran esos los caminos trazados por Jesús.
Alberto se había entregado con toda el alma a la obra apostólica del CIAS. Le había cedido incluso su herencia familiar. Con mucho dolor, a fin de seguir los dictados de su conciencia, Alberto tuvo que decir por aquella época un nuevo no categórico: cuando tomó la decisión de alejarse de esa obra tan querida suya [1975], del CIAS, frente a las posiciones ideológicas, que él no podía aceptar, de compañeros jesuitas que más tarde se retiraron de la Compañía de Jesús. La lamentable situación de millones de familias colombianas hacinadas en inquilinatos o resguardadas en miserables tugurios, construidos con materiales de desecho, movió a Alberto a poner en marcha su gran obra de Servivienda [1976]. Una obra modelada con corazón y con inteligencia. Más de una vez le oí expresarse con inmensa satisfacción por haber sido el instrumento de Dios para que más de 100.000 familias obtuvieran una vivienda digna: 100.000 casas y 3,5 millones de metros cuadrados de construcción, a lo largo de 30 años de generosa entrega personal [1976-2003].
Servivienda fue un apostolado inteligente. Alberto lo realizó a través de una empresa innovadora, que inventó su propia tecnología, la cual se exporto a otros países como Ecuador, Perú y Centroamérica, llegando hasta la India en Asia y Togo en África. Una empresa autosustentable, capaz de mantenerse y crecer sin depender de las donaciones, y con un sistema novedoso de crédito que permite a las familias pobres pagar con dignidad su vivienda. Los 30 años de historia de Servivienda estuvieron llenos de retos, éxitos, dificultades, problemas, siempre marchando hacia adelante, en ascenso. La avalancha de Armero [1985] le ofreció un campo fértil de servicio: varios conjuntos habitacionales para damnificados y una aldea completa en la población de Cambao. Tomó parte en la reconstrucción de Managua, después del terremoto de Nicaragua [1992].
Más de una vez, Alberto tuvo que enfrentarse con dos enemigos de su obra: la guerrilla y la corrupción oficial. En el Bajo Cauca Antioqueño, Servivienda adelantaba un costoso proyecto de construcciones. Las guerrillas de las Farc exigieron una suma millonaria para permitir el avance de la obra. Cuando esperaban llegar a un acuerdo, a través de una conversación radiofónica, el negociador guerrillero quedó desconcertado cuando Alberto dio principio a la conversación con un cortante no: “No esperen que les pague un solo peso.
No puedo entregarles a ustedes el dinero de los pobres. Si ustedes se autodenominan ‘ejército del pueblo’, ¿por qué quieren robar a los pobres?’ Servivienda tuvo que suspender el proyecto, asumiendo sustantivas pérdidas económicas, pero salvó la honra y los principios éticos. Otra vez Servivienda participó en la licitación de un megaproyecto de varios centenares de viviendas, para el Distrito de Bogotá. Ganó la licitación. Al término de la reunión con la Junta Directiva, para sellar el contrato, los señores de la Junta pidieron una comisión millonaria del 10% para repartirse entre ellos. La reacción de Alberto fue violenta: se paró de la mesa, les echó en cara su conducta como un robo a los pobres y salió dando un portazo. Una vez Alberto vio asegurado el futuro de Servivienda, por su sólida situación económica y su suficiente estructuración administrativa, creyó llegado el momento de poner el timón en otras manos.
En un momento de su vida apostólica [1984-85] Alberto recibió del Padre Provincial la misión de tomar la dirección de la Fundación Social con sus múltiples empresas (Caja Social, Colmena, etc.), con el difícil encargo de recobrar esta obra para la Compañía de Jesús, pero sin que la Compañía tuviera responsabilidades económicas de los grandes capitales que manejaban las empresas de la Fundación. Cumplió este encargo, como de costumbre, con entusiasmo y profesionalidad. Los superiores le encargaron luego la Fundación Carlos González, con sus dos colegios, los consultorios de Jesucristo Obrero y la obra social Francisco Javier Mejía de Salamina. Con la clarividencia y dinamismo característicos emprendió la obra de renovación y reestructuración administrativa de la Fundación [2003-2016]. Entre 2007 y 2011 fue el organizador y superior de la Comunidad de San Alonso Rodríguez Enfermería de Provincia, cargo que desempeñó con gran cariño y competencia.
San Ignacio escribió una vez: “La amistad con los pobres nos hace amigos del Rey Eterno”. Por mi parte, para aplicarla a tu vida, le doy la vuelta a la frase: “La amistad con el Rey Eterno nos hace amigos de los pobres”. Esa fue tu existencia terrena: una vida de amistad con Jesús, y por tanto de amistad y servicio a los pobres. Tu paso por la tierra no fue en vano. La obra que realizaste a lo largo de tu vida no es tuya: es del Señor que te hizo instrumento. Gracias le damos contigo al Señor nuestro Dios, autor de todo bien perfecto. La misión está cumplida.
Referencia: Noticias de Provincia, N° 5, mayo 2016, pg. 5-8.