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P. Alberto Gutiérrez Jaramillo
+ Bogotá, 4 de diciembre de 2019
Con la urgencia de la historia, debemos considerar que somos herederos de un espíritu de amor a Cristo y a la Iglesia que, según los Ejercicios de San Ignacio, deben seguir siendo el patrimonio más querido de nuestra Provincia. Dios nos ha bendecido mucho: con alegrías y con dolores, con muertes y resurrecciones, con profundas crisis y con renacimientos vocacionales. Todo ello forma parte de nuestra historia. Quizás como los hermanos jesuitas que nos precedieron, deberíamos reavivar nuestra confianza en que nuestra historia es la historia de Dios a través de nosotros. Seguramente así reconoceremos la unidad de nuestra vida religiosa en la Compañía que, como la vida del Hijo del Hombre, está formada de tardes de Calvario y de mañanas de aleluya pascual. Santo Padre Ignacio: ayúdanos, delante de Dios, a ser lo que quisiste que fuéramos ayer, hoy y siempre.
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P. Alberto Gutiérrez Jaramillo, SJ
En la Eucaristía de celebración de la fiesta de San Ignacio de Loyola del 31 de julio de 1984, nuestra Provincia conmemoró, además, los 100 años de la última restauración de la Compañía de Jesús en Colombia. Para ese día, Alberto Gutiérrez, SJ fue designado por el entonces Provincial, P. Álvaro Restrepo, SJ, para dirigirse a sus hermanos jesuitas en esta celebración litúrgica. Las palabras arriba citadas, tomadas de su homilía, revelan bien el carácter profundo del ser humano y del religioso que fue Alberto: jesuita e historiador que amó profundamente a Cristo, a la Iglesia, a la Compañía y a sus hermanos, a quienes sirvió con la plenitud de corazón con que lo hizo Ignacio. Sus palabras siguen siendo vigentes: el patrimonio más preciado de nuestra Provincia no es otro que el amor al Señor y a su Iglesia. Hoy Alberto hace parte de aquellos hermanos nuestros que nos preceden en la historia de la Provincia; hermanos y sacerdotes jesuitas gracias a los cuales estamos invitados a reconocer que nuestra historia común es “la historia de Dios a través de nosotros”, con sus noches de Calvario y sus mañanas de pascua.
Alberto nació el 14 de mayo de 1935 en Medellín, en el hogar de don Elías Gutiérrez y doña Teresa Jaramillo. Fueron sus hermanos: Mario – también jesuita –, Gustavo Elías, María Teresa, Gabriel Ignacio, Luis Fernando, Carlos Santiago y Consuelo. Realizó su bachillerato en el Colegio San Ignacio de Medellín – cuando contaba con 42 jesuitas de planta – y en El Mortiño. Ingresó al Noviciado de la Compañía en Santa Rosa de Viterbo el 3 de noviembre de 1950; en esta misma casa hizo el Juniorado entre 1953 y 1955, para luego pasar a Bogotá a estudiar la Filosofía en la Javeriana (1957-1959). En esta misma ciudad realizó el Magisterio en el Colegio Mayor de San Bartolomé (1960-1961), donde los estudiantes comenzaron a llamarle cariñosamente “Guti”. Durante esta etapa de formación, animado por el P. José Gabriel Maldonado, SJ, conformaría la Coral del Mayor, que se convertiría en modelo para otras corales de colegio y daría vida a un grupo de amigos que lo acompañarían hasta el final de sus días: la Coral Haendel. Entre 1962 y 1965 estudió la Teología en la Javeriana, y recibió la ordenación sacerdotal el 3 de diciembre de 1964.
Dos veces fue conminado a irse a estudiar educación, una a Estados Unidos y otra a la otrora Unión Soviética, pero su primera misión como sacerdote tuvo que responder a urgencias de la Provincia. En 1967 fue nombrado prefecto de estudios del Colegio San Juan Berchmans de Cali, cargo que asumió con total entrega y generosidad, haciéndole frente a momentos difíciles por los que atravesaron el apostolado educativo y la Provincia por aquella época. Desde junio de 1972 se desempeñó como vicerrector del Colegio, del cual se supo ganar el corazón de estudiantes, padres de familia, profesorado y personal administrativo.
Estuvo en Cali hasta mediados de 1975, cuando viajó a Roma para prepararse para los estudios especiales en la Universidad Gregoriana. El primer contacto con Europa fue para Alberto una experiencia con-
soladora. Recordaba con mucho cariño el recibimiento que le dio la colonia colombiana en Roma, donde se encontraban los padres Eduardo Briceño como Asistente para América Latina Septentrional, los padres José Alberto Neira y José Adolfo González en la Gregoriana y el Pio Latino respectivamente, así como los padres Eduardo Cárdenas, Guillermo Cardona, Jaime Heredia y Raúl Posada en la comunidad del Colegio Bellarmino, a la cual llegó Alberto. No dejó de disfrutar de buenos conciertos de música clásica y, en particular, de oír corales de jóvenes interpretando música de Palestrina y Bach. Pero, sin duda, a lo que más provecho le sacó, según contaba, fue al contacto y trato con la gente, pues ellos le ayudaron a aterrizar en un mundo para el que no estaba preparado.
Sin embargo, aquellos eran años de profundos cambios en la Iglesia y la Compañía que, en el caso de Alberto, fueron de la mano con el paso de la juventud que se acaba con su vitalidad a la madurez que le esperaba como tarea. Esta nueva experiencia, entonces, significó para él un morir al gusto de sentirse potente, creativo y productivo en Cali, para abrirse a ser un hombre de fe y esperanza como alternativa a la respuesta revolucionaria. Alberto hablaba de sus años en Roma como de un tiempo crucial en su vida, de fuerte probación de su vocación, en el que enfrentó tres fuertes choques: con él mismo, con la Provincia y con la Compañía; pero fue también un tiempo de sentir el apoyo concreto, cariñoso, fiel y delicado de amigos jesuitas, que lo sostuvieron y lo ayudaron a ver, poco a poco, luces en el horizonte de su vida. Entre varios nombres, se sintió siempre especialmente agradecido con los padres Eduardo Cárdenas, SJ, Tulio Aristizábal, SJ – quien lo condujo por las vías del estudio profesional de la Historia – y Gerardo Arango, SJ.
Sus estudios se inclinaron finalmente por la historia en general y la historia eclesiástica en particular. Durante sus años preparatorios dedicó tiempo para elaborar un borrador de libro de historia eclesiástica antigua hasta Constantino y de la Edad Media desde la Reforma Gregoriana hasta Bonifacio VIII y desde allí hasta la Reforma. Años después (1983), la Javeriana publicaría parte de este trabajo en un texto universitario dirigido a los estudiantes bajo el título: La Reforma Gregoriana y el Renacimiento de la Cristiandad Medieval. En un principio hubo dudas del lugar donde seguir los estudios de licenciatura y doctorado; se barajaron las posibilidades de Francia y Alemania, pero finalmente la decisión se depuró por continuar en Roma, donde terminó la Licenciatura en Historia en 1977.
A su regreso a Colombia en 1978 fue destinado a la Comunidad San Pedro Canisio y lo encargaron de la redacción de la Revista Javeriana, al tiempo que adelantaba los cursos previos para el Doctorado en Historia en la Javeriana y daba clases de historia de Colombia y del mundo greco-latino. También tuvo responsabilidades en la Fundación de Escritores. La combinación de estas actividades, sumada a conferencias dentro y fuera del país, hicieron de estos primeros años en la Javeriana un período
de mucha ocupación pues, además, desde su regreso había sido nombrado Decano del Medio de la Facultad de Estudios Interdisciplinarios. A mediados de 1980, la Universidad le otorgó una licencia para que, liberado de su responsabilidad en la Revista Javeriana, pudiera terminar su tesis doctoral y recibir el grado correspondiente en la Facultad de Filosofía y Letras. Su tesis, laureada por el jurado, fue publicada por la Javeriana en 1981 bajo el título: La Iglesia que entendió el Libertador Simón Bolívar. Fue este el fruto de diez años de trabajo concienzudo de la correspondencia de Bolívar en torno a uno de los intereses centrales en la carrera académica de Alberto: las relaciones entre Iglesia y Estado en Colombia. En este punto, comenzó a dar clases de Historia Eclesiástica en la Facultad de Teología de la Javeriana.
En 1982 la Provincia se comprometió con la reestructuración de la formación de los jóvenes jesuitas. Ese año, el P. Provincial Álvaro Restrepo, SJ nombró al P. Marino Troncoso, SJ coordinador del programa de Estudios Humanísticos Básicos del Juniorado. A Alberto se le pidió colaborar como profesor de Historia del Programa. De otra parte, ese mismo año comenzó a ayudar como miembro del Consejo de Publicaciones del CINEP. En junio de 1983, liberado de su cargo en la Revista, viajó a los Estados Unidos para estudiar inglés y representar a la Provincia y a la Universidad en algunos eventos académicos. Por esos meses, comenzaron a manifestársele algunos problemas cardiacos, que más tarde le valdrían una intervención quirúrgica. A su regreso al país, en enero de 1984, siendo Rector de la Universidad el P. Jorge Hoyos, SJ, Alberto fue nombrado Decano Académico de la Facultad de Ciencias Sociales de la Javeriana, de la cual dependía la formación humanística de los jesuitas escolares. A partir de enero de 1986, se desempeñó además como superior de la Comunidad de la Javeriana. De este período de su vida hace parte una de sus publicaciones académicas de mayor relevancia: Bolívar y el campo, una obra de trabajo conjunto con destacadísimos académicos, que presenta las fuentes escritas del pensamiento de Bolívar con respecto al campo, la interpretación de este tema por parte de los historiadores y difunde el pensamiento de historiadores contemporáneos sobre el tema del libro.
Desde enero de 1987, asumió como Vicerrector del Medio Universitario, lo cual habla de Alberto como un jesuita que encarnó lo pastoral, lo cultural y lo académico; adicionalmente, este mismo año fue designado como miembro del Consejo de Regentes de la Universidad, servicio que prestó hasta 1990. Después de seis años de servicio en la Comunidad de la Javeriana, en enero de 1992 fue nombrado superior de la Comunidad San Pedro Canisio, sede de nuestra Curia Provincial, en la que se empeñó en el acompañamiento y animación de una comunidad madura. Este año fue además para Alberto ocasión de representar a la Provincia y a la Universidad Javeriana, en diversos eventos académicos internacionales conmemorativos de los “500 años de América”. Fueron, además, esos años para él, un período de intensa
actividad en el establecimiento de nexos y convenios de la Javeriana con universidades extranjeras. Su pensamiento acerca del bienestar universitario, en una época en la que el sistema de educación superior colombiano estaba en proceso de modernización, lo condensó Alberto en un pequeño libro publicado por la Javeriana en 1995 y titulado: El Bienestar Integral de la Comunidad Universitaria. Se trató, parafraseando a Alberto, de compartir un esfuerzo que estaba encaminado a que las universidades colombianas cumplieran adecuadamente sus objetivos constitucionales y se adaptaran mejor a nuestra Constitución Nacional y a sus propios estatutos. En esta primera etapa en la Universidad, Alberto también fue un gran impulsor de la Tuna Javeriana, que llegó a trascender las fronteras colombianas.
En septiembre de 1995, el Provincial, P. José Adolfo González, SJ, aceptó la solicitud del P. Giuseppe Pitau, SJ, Rector de la Universidad Gregoriana, de nombrar a Alberto profesor invitado para asumir la cátedra de Historia de la Iglesia de América Latina, que hasta ese momento estaba a cargo del P. Francisco de Borja Medina S.J, quien dejaría Roma a inicios de 1996. Petición similar había sido hecha por la Gregoriana en agosto de 1983, cuando solicitaron que Alberto fuera destinado como miembro permanente de la Facultad de Historia de esa Universidad; sin embargo, la Provincia no había accedido a ello, pues Alberto había sido recientemente nombrado Decano Académico de la Facultad de Ciencias Sociales de la Javeriana. El nuevo destino a medio tiempo como profesor invitado, implicaba que Alberto dedicara la primera parte de cada año a la docencia en Roma: tres a cuatro meses más el período vacacional; además, este destino temporal quedaba abierto a que posteriormente pudiera ser permanente. En noviembre del mismo año fue relevado de su cargo en la Vicerrectoría del Medio y de su colaboración como Consultor de Provincia, servicio que venía realizando desde años atrás.
A inicios de 1996, Alberto fue recibido con el mayor entusiasmo en la Universidad Gregoriana, institución que para entonces contaba con muchos profesores eméritos y necesitaba de sangre nueva. Las demandas de trabajo a Alberto no se hicieron esperar: cátedra de Historia de la Iglesia en América Latina, conferencias, investigación en los archivos Pontificio y de la Compañía, dirección de tesis, entre otras cosas más. La respuesta entusiasta de Alberto correspondió al recibimiento que le dieron en Roma. Sin embargo, quedaba por definir el talante de su colaboración en la Gregoriana. Así, después de una puja de la Javeriana, que lo quería como Decano del Medio de la Facultad de Artes, finalmente el discernimiento se inclinó porque Alberto fuera destinado como profesor permanente de la Facultad de Historia de la Gregoriana, viniendo a la Javeriana para dar un curso de Historia de la Iglesia en la Facultad de Teología, de agosto a octubre. Durante este período en Roma, que se extendió hasta el 2007, pudo celebrar sus 50 años de vida religiosa en la Compañía en el año 2000 y fue elegido como Miembro Correspondiente de
la Academia Colombiana de Historia, el 17 de agosto de 2004. Estos diez años significaron, además, la consolidación de la madurez del recorrido académico de este hermano nuestro.
De regreso ya en nuestra Provincia, Alberto fue destinado en mayo de 2008 a la Comunidad San Pedro Canisio y nombrado profesor de Historia de la Iglesia de la Facultad de Teología de la Javeriana, oficio que llevó a cabo hasta finales de 2018. También colaboraría como Admonitor del Superior y Consultor de esa Comunidad, así como Rector del Templo de Nuestra Señora de La Soledad desde febrero de 2009. Este conjunto de actividades conformó la última misión que tuvo hasta el final de sus días. También participó en la comisión conjunta entre la Provincia y la Universidad Javeriana, que tuvo la responsabilidad de recuperar el Archivo Histórico del Colegio Mayor de San Bartolomé. En septiembre de 2013 fue elegido Miembro Honorario de la Sociedad Bolivariana de Colombia; y en agosto de 2016 fue nombrado Miembro de Número de la Academia Colombiana de Historia, e incluido en la genealogía de la “Silla número 13”, de la cual también hizo parte el ilustre jesuita Félix Restrepo, SJ. Para Alberto la Historia siempre tuvo una gran responsabilidad, porque para él se trataba de “tocar la vida de los seres humanos, de ponernos en contacto con lo que somos para proyectar lo que debemos ser”. Era un convencido de que muchos de los problemas serios que han acosado a Colombia se deben al abandono de la Historia, porque sin ella hemos llegado al olvido de lo que somos y no sabemos lo que debemos ser.
Como evocó el P. Enrique Gutiérrez, SJ en la homilía de exequias, “la amistad fue uno de los valores que marcó la vida de Alberto: cultivaba la amistad con gran esmero y cuidado. Los problemas de sus amigos eran sus problemas y buscaba la manera de encontrarles una solución”. También fue un caballero “culto en su expresión y cuidadoso en la manera de tratar a las personas; cercano a los más necesitados, lo podía uno ver con frecuencia atendiendo a quienes se acercaban a él en busca de ayuda para aliviar sus necesidades. (…) Su testimonio es algo que podemos recordar como el de un jesuita a carta cabal, que hasta la etapa final de su vida habló con las obras de lo que es vivir el seguimiento de Jesús en la Compañía, destacándose como jesuita, sacerdote, amigo, maestro, historiador y caballero.” Alberto, a lo largo de sus años, pasó tardes de Calvario y también mañanas de aleluya pascual, pero al final nos mostró que su vida, delante de Dios, fue como San Ignacio quiso que él la viviera. Tras las secuelas de una enfermedad que fue minando sus resistencias, nos dejó un miércoles 4 de diciembre de 2019, en Bogotá.
Referencia: Archivo de Provincia, documentos varios.