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P. Javier Sanín Fonnegra
+ Medellín, 25 de diciembre de 2019
Javier Sanín nació el 23 de noviembre de 1943 en Medellín. Fue hijo de Eugenio Sanín y María Fonnegra, quienes tuvieron siete hijos más. Realizó los estudios de primaria y bachillerato en el Colegio San Ignacio de Medellín. Ingresó a la Compañía en el Noviciado de La Ceja el 11 de diciembre de 1962 y emitió los primeros votos el 22 de diciembre de 1964. El Juniorado lo hizo en Santa Rosa de Viterbo (1965-1966), la Filosofía en Chapinero (1967-1969) y el Magisterio en Pasto (1970-1971). La Teología la hizo en Bogotá entre 1972 y 1976; fue ordenado sacerdote el 6 de diciembre de 1974. Hizo la Tercera Probación en Buga en 1981 y emitió los últimos votos el 15 de agosto de 1984.
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Javier Sanín Fonnegra, un jesuita polifacético
Por Jorge Humberto Peláez, SJ
La muerte de Javier deja un gran vacío en todos nosotros. Fuimos compañeros durante nuestros estudios de Filosofía y Teología, y juntos hicimos la Maestría en Ciencias Políticas. Al finalizar esta etapa, él viajó a París a hacer su posgrado en Sciences Po y yo viajé a Roma, donde hice el doctorado en Teología Moral en la Universidad Gregoriana. Son inolvidables estos años como estudiantes universitarios. Luego los dos hicimos del apostolado intelectual nuestra opción de vida.
Javier fue un hombre polifacético, lector incansable y de una enorme curiosidad intelectual. El arte, la literatura, la historia, el cine, el acontecer político nacional e internacional estaban en su radar y se mantenía al día en todo. Además, tenía una gran facilidad para escribir, y por eso fue colum-
nista invitado en diarios y revistas. Heredó los mejores atributos de los Sanín, quienes se han destacado por su inteligencia y han brillado en el escenario de la intelectualidad colombiana. Los que estuvimos cerca de él, disfrutamos de su calidez humana, de su avasalladora simpatía, de la agudeza de sus comentarios, muchos de los cuales eran irreverentes y divertidos. Tenía una formidable capacidad para hacer amigos. Era impresionante su red de relaciones, en la que había lugar para todas las orientaciones filosóficas y todas las opciones políticas. A muchos de sus amigos, que ocupaban posiciones muy destacadas en los sectores público y privado, los invitó a escribir en la Revista Javeriana y también fueron profesores muy bien evaluados en la desaparecida Facultad de Estudios Interdisciplinarios, y en la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales, de la que fue el inspirador.
Javier fue un contertulio fascinante y sus aportes estaban sazonados por el dato erudito, el comentario picaresco, el chisme político y los chistes que hicieran que más de una señora cambiara de colores. Siempre recordaremos con nostalgia esas conversaciones. Un aspecto desconocido de Javier, que él ocultaba celosamente, era su gran sensibilidad poética que llegaba a la ternura. Esta dimensión difícilmente la compartía con otras personas. Era un espacio privado que dio a conocer a muy pocos amigos privilegiados. Más aún, su estilo desabrochado proyectaba un perfil diferente. En esta exploración del mundo más íntimo y afectivo de Javier, quiero destacar el trabajo que, durante años ejerció como Capellán del Colegio San Patricio. El sofisticado observador del ajedrez político del país, cada semana se trasladaba al Colegio San Patricio para celebrar la misa para las alumnas, y atender personalmente a las niñas que se acercaban al sacerdote para compartir sus inquietudes y preguntas. Igualmente, Javier atendía las consultas de profesores y padres de familia.
Javier vivió con intensidad y pasión el devenir político del país. Y se mantenía informado de todo lo que sucedía en la escena pública como lo que se tejía en los recintos cerrados del poder, donde se maduraban estrategias y se tomaban decisiones. Esta pasión personal por la política enriqueció enormemente su rol institucional como profesor universitario y como decano. Esta pasión le permitió generar potentes proyectos institucionales. Dentro de la Universidad Javeriana lideró proyectos muy importantes, a los que dio gran visibilidad gracias a su formidable red de amistades. Durante largos años fue director de la Revista Javeriana y en sus páginas escribieron los personajes más destacados de la vida nacional. Igualmente, tuvo una gestión muy brillante como decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales, gracias a su capacidad de convocatoria.
Al terminar su período como decano de la Facultad, los Superiores lo trasladaron a Cartagena, donde continuó su actividad académica y se vinculó a la Universidad Tecnológica de Bolívar. Como Cartagena es un poderoso polo de atracción para la
realización de todo tipo de eventos, Javier pudo continuar viéndose con sus numerosas amistades. Muchas personas lo visitaron en el Santuario de San Pedro Claver. Allí continuó dedicado a la lectura y a su trabajo como escritor, hasta que la enfermedad lo fue limitando hasta acabar con su vida. La muerte de Javier significa una gran pérdida para su familia, para la Compañía, para sus numerosos amigos, para los estudios políticos en Colombia, que ya no contarán con los agudos comentarios de este analista del acontecer político de nuestra patria. Decimos adiós al amigo, al compañero de vida universitaria, al intelectual, al profesor universitario, al decano y al sacerdote.
Referencia: Jesuitas Colombia, enero-febrero de 2020, pg. 16-19.