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P. Fernando Londoño Bernal
+ Medellín, 11 de mayo de 2020
Por P. José de Jesús Prieto, SJ
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Fernando nació el 30 de noviembre de 1924 en La Ceja (Antioquia), en el hogar formado por don Joaquín Emilio Londoño y su esposa doña Juliana Bernal. Sus hermanos: Mons. Luis Alfonso, Juliana, Ángela, Cecilia, y Carlota, religiosas salesianas; Juan Bautista, Lucía y Blanca. Los estudios de secundaria los realizó en el Colegio San Ignacio de Medellín. Ingresó a la Compañía de Jesús en Santa Rosa de Viterbo el 1 de diciembre de 1939. Allí hizo sus dos años de Noviciado, donde emitió los votos del bienio el 8 de diciembre de 1941, y tres de Juniorado, con especial dedicación a los estudios de humanidades. Luego de los estudios de Filosofía, la etapa apostólica la realizó en Santa Rosa y en el Colegio San Bartolomé La Merced. Entre los años 1952 a 1955, cursó la Teología en Bogotá. Como estudios especiales, se doctoró en Teología Espiritual en la Universidad Gregoriana. La ordenación sacerdotal la recibió el 3 de febrero de 1954 en Bogotá. Culminó su formación jesuítica con la Tercera Probación en Santa Rosa de Viterbo en 1956 y se incorporó definitivamente a la Compañía el 3 de febrero de 1958.
Una vez terminados sus estudios y las etapas de formación, prestó el servicio como Socio, luego Maestro de Novicios. Fue Provincial, rector del Colegio San Ignacio de Medellín, instructor de Tercera Probación, colaborador en el Centro de Espiritualidad (CIRE), y director de la Sección de Espiritualidad del Instituto Pastoral del CELAM. Superior de la Comunidad Pignatelli, Vicerrector del Medio Universitario en la Universidad Javeriana y Rector del Colegio Máximo de Bogotá. En Roma, fue Rector del Colegio Pio Latino Americano y del Colegio Bellarmino. En sus últimos años, colaboró nuevamente en el CIRE, en el ministerio de los Ejercicios Espirituales,
que los ofrecía con mucha unción. Finalmente, hizo parte de la Comunidad (Enfermería) Pedro Arrupe de Medellín, de donde felizmente partió a la casa del Padre, el 11 de mayo de 2020.
Semblanza del P. Fernando Londoño, SJ
Por P. Enrique Gutiérrez, SJ
Al enterarme de la noticia del fallecimiento del P. Fernando Londoño, vinieron a mi mente muchos recuerdos: los años del Noviciado y Juniorado en Santa Rosa de Viterbo, donde fue Maestro de Novicios y Rector; su Provincialato – en la reunificada Provincia de Colombia – en diciembre de 1968; su rectorado en el Colegio San Ignacio de Medellín; su labor como Vicerrector de la Javeriana en Bogotá; su Superiorato en el Colegio Máximo y en la Comunidad Pignatelli; sus años en Roma, tanto en el Pio Latino Americano siendo Rector y luego Espiritual, como Rector en el Bellarmino; sin dejar pasar el haber sido Socio antes de viajar a hacer su doctorado en Teología Espiritual en la Universidad Gregoriana; Instructor de Tercera Probación y Maestro de Novicios encargado. A esta sinopsis de servicio como jesuita, debemos añadirle lo que, podemos llamar, fue su pasión: los Ejercicios Espirituales a diferentes grupos de personas, especialmente a sacerdotes y religiosas. Disfrutaba, como el que más, la experiencia de orientar Ejercicios. Cuánto bien hizo el P. Fernando con su palabra sabia, cargada de ignacianidad, con su sencillez y espontaneidad.
Describir al P. Fernando es acercarse a la imagen de un hombre profundamente espiritual, fiel a la Compañía de Jesús y ejemplo de jesuita. Los diversos ministerios y responsabilidades que le confió la Compañía nos dan clara muestra del talante de alguien centrado en la persona de Jesús, devoto de la Virgen y jesuita a carta cabal. Como persona era agradable en su trato, excelente conversador, amante del fútbol, con un gran gusto por la música y el canto. Daba gusto sentarse a conversar con él. El tiempo pasaba y uno no se daba cuenta. Recibía con gran alegría las visitas que le llegaban. Siempre tenía una palabra de felicitación y estímulo para quien se acercaba a él. Lo puedo describir como un caballero en el pleno sentido de la palabra.
Le correspondió reabrir el Noviciado de Santa Rosa en 1961 e impulsar la formación de los novicios escolares que iban llegando cada año. Cómo no recordar la sabia orientación de los Ejercicios de Mes, claves en el proceso de formación de cada jesuita, sus explicaciones de reglas, su manera afable de irnos introduciendo en el espíritu de la Compañía. Daba gusto participar en las celebraciones litúrgicas que él presidía, tanto por el cuidado en el desarrollo de las mismas, como por sus homilías y su canto que ayudaba a disfrutar de la ceremonia. Vienen a mi mente las agradables conversaciones que teníamos los domingos y jueves por la tarde, siendo novicios. A esto se añadían las sesiones de canto que a todos nos gustaban y alegraban. No puedo dejar de mencionar su amor por el deporte, jugando fútbol y baloncesto con los novicios.
Lo hacía con gran calidad. Como Provincial de Colombia le correspondió liderar el proceso de reunificación de las dos Provincias – que hubo hasta diciembre de 1968 – y empezar un nuevo estilo de gobierno con los Viceprovinciales de Formación, Educación y Sociopastoral. Fue un servicio importante en tiempos complejos.
Sus últimos años los vivió en Medellín, tanto en el Colegio San Ignacio como en la Casa Pedro Arrupe. La vida se fue gastando hasta que se apagó definitivamente en la madrugada del lunes 11 de mayo de 2020. Tenía 95 años y medio de edad, jesuita por 80 años, sacerdote por 65 años. Podemos afirmar que fue una vida plena, vivida con todo el corazón, entregada al servicio de los demás en los diferentes campos de su ministerio sacerdotal. Creo yo que en el P. Fernando se hizo vida, en la parte final de su existencia, lo que nos dice el cántico de Simeón: “Ahora, Señor, puedes dejar ir a tu siervo en paz, porque mis ojos han contemplado al Salvador”. Hoy, goza de la visión plena de Dios y ha recibido el premio a su fidelidad como jesuita y sacerdote, a su servicio incondicional y a ese ser jesuita para la misión. Nos queda el testimonio de un jesuita y una persona a carta cabal. Démosle gracias a Dios por la huella imborrable que el P. Fernando dejó en la vida de muchos de nosotros.
Memoria necrológica del P. Fernando Londoño, SJ
Por P. Germán Bernal Londoño, SJ
En la Casa Pedro Arrupe, de Medellín, el 11 de mayo, se extinguió la vida de Fernando Londoño Bernal, SJ. El último trecho de su camino lo vivió en el Colegio San Ignacio colaborando, en la medida de sus fuerzas, en la pastoral de los alumnos. Cuando se consideró oportuno, por su estado de salud, fue trasladado a la Casa Pedro Arrupe. Fernando enfrentó durante años una molestia hepática que limitaba su dieta. Luego de una operación de vesícula, su salud mejoró notablemente. En la Enfermería de Medellín, a lo largo de casi dos años, fueron decayendo sus fuerzas, especialmente, su equilibrio y posibilidad autónoma para caminar. Conservó, hasta poco antes de morir, un suficiente estado de consciencia y de conversación. En la madrugada del 11 de mayo (en plena cuarentena del coronavirus), terminaba su meritorio itinerario. Por las restricciones de movimiento a causa de la pandemia, la entrada a la Enfermería Arrupe no estaba permitida. Por esta razón, y las limitaciones en la movilidad, no tuvimos la oportunidad de visitarlo en su gravedad en la que recibió cuidados y atención fraterna de parte del superior, P. Carlos Alberto Romero, y del personal de auxiliares y enfermeras de Pedro Arrupe; fue asistido hasta su muerte por el servicio médico domiciliario.
Con frecuencia, los perfiles de una persona guardan o reflejan rasgos de sus for-
madores. En la Compañía, Fernando Londoño tuvo uno de ellos que marcó su existencia: el P. Cándido Gaviña, jesuita natural de Alava, País Vasco, que se incorporó a nuestra Provincia para realizar su formación en Colombia y luego en Europa. Varias generaciones de jesuitas en nuestra Provincia conocieron su temple y carácter que dedicó con mérito a la formación de novicios y juniores en Santa Rosa de Viterbo (Gaviña fue luego Maestro de Novicios y Provincial en Argentina, y secretario personal del P. Pedro Arrupe). Los rasgos de la escritura de Fernando reflejan un cierto aire del P. Gaviña y también en otros aspectos se parecieron. Siendo Gaviña rector de Santa Rosa, Fernando fue profesor de los juniores dictando clases de latín y griego.
Sin subrayar demasiado lo anterior, que solo puedo testimoniar de oídas – porque no conocí personalmente a Gaviña –, paso a compartir lo que he podido conocer de la persona y la acción que Fernando nos deja como legado. Chucho Prieto, Socio del Provincial, me solicitó redactar su memoria necrológica, sin pensar, tal vez, que “no hay peor astilla que la del mismo palo” o lo contrario: “no hay peor cuña que la del mismo palo”. Astilla para subrayar aspectos aparentemente negativos o cuña para detenerse en alabar lo movido por aprecio y parentesco. Un primo hermano doble, con el mismo ADN y con apellidos entrecruzados… ¡ambos paisanos de La Ceja! no debería ser el más creíble autor de la memoria necrológica de Fernando. En esta nota no pretendo recorrer una a una las etapas de su formación jesuita ni los diversos oficios o cargos que tuvo en la Provincia y fuera de ella. Puede verse el curriculum completo de su vida en la Compañía. Me detendré en algunas facetas de su personalidad como formador de los novicios, como profesor, como superior y como maestro del espíritu.
La Provincia Colombiana, en la segunda mitad del siglo pasado, llegó a momentos significativos en el número de sus miembros. Se dividió en dos regiones: Oriental y Occidental. El Noviciado de Santa Rosa se trasladó a La Ceja. Dado el creciente número de novicios, más adelante se volvió a abrir el Noviciado de Santa Rosa de Viterbo. Para el servicio de Maestro de Novicios, en su sede de Boyacá, se nombró a Fernando, que había regresado de Roma, terminados los estudios de espiritualidad en la Gregoriana. La reapertura del Noviciado en Santa Rosa se inauguró con un devoto acto de piedad mariana. No conozco de quién fue la iniciativa; pienso que, tal vez, del P. Emilio Arango (Provincial) o insinuación de Fernando.
Un grupo considerable de jesuitas y fieles trajo a pie, en procesión desde Tobasía, el cuadro de la Virgen del Amparo, imagen tan querida por generaciones de jesuitas en Colombia. Una valiosa tela, memoria del dinamismo misionero de la Compañía, que tuvo a Tópaga como cabeza de puente en el camino de las misiones de los jesuitas en el Casanare. Un sol abrasador y el polvoriento camino de subida a la Cumbre acompañaron este traslado del cuadro entrañable de Tobasía. Una presencia vigilante de los vecinos del caserío, que no se apartaron de
la imagen ni durante la noche velando en la capilla de Santa Rosa, hizo, devotamente, el recorrido. Siendo junior, recuerdo a muchos jesuitas que llegaron para la ocasión, entre ellos el P. Emilio Arango (Provincial) y Fernando. Relevándose los jesuitas, llevaban en hombros las “andas” con la imagen de la Reina de la Compañía. El Rosario y los cantos acompañaban la marcha. El acordeón hizo el recorrido en plena canícula, resguardado del sol por una sombrilla. Al llegar a pleno medio día, se hizo la Eucaristía campal en el frontis del edificio. La vigilia de oración se hizo durante toda la noche y el regreso a su capillita de Tobasía al día siguiente. Recuerdo imborrable de aquella mañana de cielo azul y sol quemante: peregrinos al pie del entrañable Cuadro de Tobasía…. El Noviciado volvía a Santa Rosa en la Compañía de la Madre y Reina de la Compañía.
Lo juniores y novicios, y un buen número de jesuitas de Bogotá, rindieron, así, homenaje de amor filial a la Virgen del Amparo que, bajo su manto maternal, cobija a Ignacio y sus compañeros. Era el mes de agosto de 1960, fiesta de la Asunción de María, antes de un Concilio que apenas se anunciaba. De 1960 a 1968, trabajó Fernando en la formación de los novicios y, en algunos de esos años, fue también rector de la casa de Santa Rosa, donde aún continuaba el juniorado. Bernardo Nieto [dejó la compañía en 1975 y había ingresado en Santa Rosa en 1963], que tuvo a Fernando como maestro en Santa Rosa, me envió algunos recuerdos de Fernando en esos años. Conservó, luego, una amistad y cercanía con Fernando, su antiguo formador, como lo hicieron, igualmente, un buen número de novicios. Algunos apartes de su crónica:
“En el noviciado y el juniorado, fui formado por Fernando en la sencillez, en la generosidad auténtica, en la austeridad que nos libera de amarras y ataduras. En las tardes dominicales, mientras compartíamos un agua de panela o una taza de chocolate, junto a la gruta de la Virgen, abrigados con nuestras ruanas boyacenses, nos transmitió su elocuente sentido de la belleza, de la armonía, de la búsqueda incansable de las cumbres más altas. Nos condujo en el aprendizaje de la armonía coral como expresión de la más profunda armonía espiritual y de la paz que la acompaña. En los Ejercicios Espirituales, nos mostró cómo Jesucristo conduce la historia humana y personal. Nos abrió al encuentro amoroso con el Señor Resucitado, con su vida y su mensaje que transformó nuestra vida. Nos hizo amar a la joven de Nazaret que cuidó al Dios hecho hombre en el pesebre, que lo acompañó hasta la cruz y lo vivió en la gloria de la Resurrección. Desde su profunda experiencia espiritual, nos mostró a un Ignacio de Loyola transformado por Cristo, de soldado desgarrado y vano, en un místico líder, Padre y Maestro, compenetrado con Jesús y hecho hermano de sus compañeros y de los seres humanos más necesitados. De algún modo, seguimos unidos, como Javier y los primeros compañeros, que se juraron fidelidad en París y fundaron la Compañía de Jesús. Contemplando el cielo estrellado en las noches de Santa Rosa, nos aglutinó como hermanos inseparables, sabiendo
que el amor del Señor trasciende el tiempo y la distancia. Que solo en el servicio a los demás se encuentra la verdadera dicha. Jugamos (Fernando nos acompañaba en baloncesto y con su estatura nos hacía más de una canasta), cantamos juntos, oramos, nos reímos, estudiamos a fondo y, en su compañía, nos formamos como seres de carácter y de noble corazón. El canto y la música nos fundieron y nos purificaron. La alegría, don de Dios, sembrada en esos años, nos fortalece aún hoy en las duras jornadas del camino (Bernardo Nieto).”
Además de su desempeño como maestro de novicios, Fernando fue profesor de latín y griego en el Juniorado. Fue muy apreciado y todavía lo recuerdan con reconocimiento los que recibieron su enseñanza. También fue responsable de la Tercera Probación en la Provincia en varios momentos. En el Juniorado, y un poco en el Noviciado, se tenían ejercicios prácticos para hablar en público, para predicar y hacer homilías. Se llamaba el ejercicio de “tonos”. Un ejercicio que Fernando enriquecía y avalaba con su propio ejemplo. Se distinguió por una palabra clara, su voz sonora, cálida, sentida. A lo largo de su vida, fue reuniendo materiales, lecturas, apuntes, para orientar los Ejercicios, tomados de autores diversos y de su propia cosecha. Enriqueció, así, su acervo de reflexiones sobre la experiencia de acompañamiento, para actualizar la presentación de este legado de Ignacio.
Entre los años 1968 y 1974, fue Provincial de la Compañía de Jesús en Colombia. Sería impropio de mi parte valorar o calificar este período de Fernando al frente de la Provincia de Colombia. Pienso que los varios períodos que ejerció como Socio del Provincial, antes de ser Provincial, le permitieron conocer a los jesuitas de Colombia, lo mismo que a las diversas obras apostólicas. Considero razonable ubicar el momento eclesial en el que fue nombrado Provincial, reconocer que su nueva responsabilidad coincidió con un período especialmente complejo en la Iglesia y la Compañía. No me detengo en los cambios que se dieron en la Iglesia Católica a raíz de ese acontecimiento que constituyó el Vaticano II (se trata del posconcilio). Hoy vemos distantes esos años sesenta y otros más adelante aún. Observadores de este fenómeno, que abarcó muchos aspectos de la vida de la Iglesia, pudieron ser testigos de una especie de removida del árbol, no solo en la Compañía sino en general en la vida religiosa y sacerdotal en la Iglesia toda. El hecho doloroso de un buen número de jesuitas que dejaron la Compañía universal, debió ser una razón de preocupación de fondo en su misión como Provincial. Da mucho qué pensar comparar el número de jesuitas, en el mundo y en Colombia, antes del Concilio y unos años después. Podemos imaginar la sucesión de cada uno de los procesos espirituales, vocacionales y humanos de salida que se acumularon en esos años en Colombia, para comprender la onerosa tarea de acompañarlos como Provincial. Naturalmente que su tarea no se limitó a ser testigo de la firma reiterada de “dimisorias”. También se emprendieron modificaciones en las etapas de formación de la Compañía, especialmente del Juniorado y
adecuaciones de la vida de las comunidades de la Provincia, con nuevas orientaciones de las Congregaciones Generales a la luz del Concilio. Tuvo que ver con decisiones que marcaron los procesos formativos de los años preparatorios al Sacerdocio: venta del Noviciado de La Ceja, salida y venta del Colegio Noviciado de Santa Rosa de Viterbo, primeros pasos de los juniores en Bogotá, pequeñas comunidades, cambios en los programas de estudios después del noviciado, etc.
Desde su vivencia personal de la experiencia espiritual de Ignacio, durante su Doctorado en Teología Espiritual en la Universidad Gregoriana, Fernando profundizó en las características peculiares de este carisma, que dejó plasmadas en su investigación: El espíritu propio e impropio de la Compañía de Jesús, su tesis de grado. A lo largo de sus años de servicio apostólico, muchos pudieron disfrutar de su acertada dirección y acompañamiento de los Ejercicios Espirituales, tanto en el Noviciado y en la Formación, como en otros ambientes, sobre todo cuando fue miembro del equipo del CIRE, en el que colaboró largos años hasta poco tiempo antes de su muerte. Fernando ofreció, igualmente a muchos, una sólida guía y acompañamiento espiritual.
Además de su dedicación a la Formación, y en distintas misiones como Provincial, Superior de varias comunidades en Bogotá y rector del Colegio de San Ignacio de Medellín, Fernando permaneció en Roma por casi veinte años en los siguientes trabajos: rector del Colegio Pio Latino Americano, de 1986 a 1994; rector del Colegio San Roberto Bellarmino, de 1994 a 2001; y como asesor espiritual y académico del Colegio Pio Latino Americano de 2001 a 2005.
Este sencillo recorrido por algunas facetas de la vida en la Compañía de Fernando, que el afecto fraternal me ha dictado, lo concluyo con este sentido párrafo de Bernardo Nieto: “El horizonte hay que soñarlo y buscarlo ‘de tejas para arriba’, en la estrella de la tarde y en el sol de la mañana. Al despedir a Fernando y, mientras nos volvemos a encontrar, le agradezco por darnos a entender que la fe hay que vivirla sin complicaciones, sin teorías, con la sencillez campesina que aprendió a ver a Dios en todas las cosas. Que hay que demostrarla en obras, más que en palabras. Solo el amor, convertido en servicio desinteresado a los hermanos más necesitados, en pura fraternidad, es la muestra viviente de que Jesús ha resucitado y de que, en Él, viviremos para siempre”.
Referencia: Jesuitas Colombia, julio-agosto de 2020, pg. 12-23.