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H. Gabriel Montañez Barrera

+ Bogotá, 22 de noviembre de 2020

El hermano Gabriel nació en Onzaga (Santander), el 7 de junio de 1931. Fueron sus padres don Valeriano Montañez y doña Silvia Barrera. Tuvo cinco hermanos. Ingresó en el Noviciado de Santa Rosa de Viterbo el 1 de mayo de 1948 y emitió los primeros votos el 3 de mayo de 1950. Su Tercera Probación la realizó en Santa Rosa de Viterbo en 1961 y se incorporó de manera definitiva en la Compañía de Jesús por los últimos votos el 15 de agosto de 1961. Realizó estudios de sastrería con los Padres Salesianos. Hermano jesuita sencillo, alegre, hábil sastre que con cariño permitió a generaciones de novicios estrenar las primeras sotanas. Siempre atento y de fino humor boyacense. El H. Gabriel Montañez fue testimonio de vida sencilla y fidelidad a su vocación de jesuita. Sus primeros servicios los prestó en Santa Rosa de Viterbo como sastre, encargado de la ropería y conductor (1948-1951). Pasó luego a El Mortiño, donde desempeñó los mismos oficios (1951-1955). En el colegio Mayor de San Bartolomé se encargó de la sastrería y la portería (1956); volvió a Santa Rosa de Viterbo a retomar los oficios en que allí había servido (1960-1969). En Barranquilla fue subministro, encargado de compras y de vehículos, y prefecto de empleados (19711983); fue luego trasladado a Manizales, en donde colaboró en tareas administrativas (1984-1986). En las instalaciones de la Curia Provincial colaboró en la portería y como sacristán del Templo de Nuestra Señora de la Soledad (1992-1998); pasó luego al Colegio San Bartolomé La Merced como encargado de las capillas (1998-2007). Desde junio de 2007 pasó a ser parte de la comunidad orante de la Enfermería San Alonso Rodríguez de Chapinero. Su salud se fue aminorando por el peso de los años y a finales del 2020 resultó contagiado de Covid-19 durante la pandemia que afectó al mundo en ese año.

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Hermano Jesuita Gabriel Montañez Barrera, SJ

Por H. Honorio Betancur Montoya, SJ

Conocí al Hermano Gabriel a comienzos del año 1957, cuando él formaba parte de la comunidad del recién inaugurado Noviciado San Estanislao de Kostka en La Ceja, Antioquia. Yo era un joven que intentaba conocer la Compañía. Nuestros encuentros eran casi de miradas (según las reglas o normas), pues a él no le era permitido conversar con nadie. Tiempo más tarde, él fue destinado al Noviciado de Santa Rosa de Viterbo (en Boyacá).

Terminado mi noviciado pasé a vivir a esa región destinado para los hermanos “veteranos” (término para los hermanos que ya habían hecho los votos). Allí comenzó propiamente mi amistad con el Hermano Gabriel, la cual duró toda su vida. Unas semanas antes de su paso al cielo, me envió las últimas saludes. Pasado un año y medio en Santa Rosa, ya la obediencia nos separó, pero la amistad incondicional perduró para siempre. Con el correr de los años, el Hermano Gabriel fue destinado a la comunidad del San Bartolomé La Merced, cosa que nos alegró mucho a los dos. Llegó deteriorado en su estado de salud debido a una trombosis que había paralizado la mitad de su cuerpo. Gracias a su tenacidad y deseo de servir, logró recuperarse un poco, pero las consecuencias lo acompañaron por el resto de sus días.

Del Hermano Montañez destaco el profundo amor a su vocación como religioso hermano en la Compañía de Jesús. Comprendió aquello que nos dice San Pablo en la Primera Carta a los Corintios en el capítulo 7 verso 35: “Servir al Señor sin distracciones”. Es lo mismo que afirmó el Padre General Adolfo Nicolás cuando dijo: “la vocación del jesuita hermano es como un ejemplo de ser bueno sin distracciones”. Esto fue el Hermano Gabriel, nada lo distrajo, ni el deseo de ser más, ni aparentar. Solo estuvo centrado en el Señor imitándolo en la sencillez y el silencio de una vida oculta. Su vocación la alimentó día a día con la oración, la Eucaristía, retiros y Ejercicios Espirituales anuales y sacramento de la reconciliación. Estando en la enfermería, él “agendaba” a su confesor para que fuera a reconciliarlo y a conversar espiritualmente. Semanas antes de su pascua, lo llamó para que le aplicara el sacramento de la unción de los enfermos.

Otro de sus pilares fue la vida comunitaria. Para él era algo muy importante pues se hacía presente en todas las actividades propuestas por la comunidad como reuniones, salidas, paseos, entre otros. Disfrutaba todo con alegría y sencillez, aceptando también los sinsabores que no han de faltar en una vida común. Sus cumpleaños siempre fueron motivo de regocijo comunitario y familiar. Para la celebración no faltaban algunos de sus familiares y amigos jesuitas a quienes nos comenzaba a invitar hasta con varios meses de anterioridad. Gozaba de su música preferida que eran “las rancheras”, muchísimas se las sabía y

las cantaba. Hablaba de ellas con fluidez y felicidad.

Su donación a la Compañía y al Señor fue total como nos enseñó San Ignacio. El hermano Gabriel entregó todo su haber y su poseer. No escatimó esfuerzos en el cumplimiento de las misiones y responsabilidades que la Compañía le asignó: sastre confeccionando sotanas, balandranes, manteos, esclavinas, bonetes y demás prendas clericales. Esta misión la tuvo hasta un poco después del Concilio Vaticano II. Sin dificultad, se acomodó y desempeñó otros muchos oficios que la Compañía le asignó de acuerdo con las diferentes comunidades donde vivió. Algunos de ellos como conductor, encargado del transporte, de compras, jefe del personal de los colaboradores apostólicos.

A su llegada a la comunidad de San Bartolomé La Merced, pese a sus limitaciones físicas y motrices, con amor, responsabilidad y cariño se encargó de la Capilla de Nuestra Señora de Fátima y demás capillas del Colegio. Esta labor la desempeñó hasta que su salud se debilitó, y al necesitar ayudas especiales, los superiores decidieron llevarlo a la enfermería San Alonso Rodríguez, decisión que aceptó mas no compartió.

Allí continué visitándolo y compartiendo con él recuerdos y anécdotas comunitarias y familiares. Era feliz al verme llegar, pero al final siempre las despedidas eran nostálgicas: ¿Por qué tan pronto? ¿Cuándo regresas? ¿Qué día salimos a comer? Además, afirmaba: “algún día quiero regresar a la comunidad”. En el Hermano Gabriel encontramos un ejemplo de seguimiento al Señor desde lo escondido y lo sencillo. En él se cumplieron las palabras pronunciadas por el Papa Francisco en Panamá, cuando dijo: “El Hermano es el que tiene el carisma más puro de la Compañía de Jesús: servir, servir, servir… El hermano es así, concreto”. Que el Hermano Gabriel, quien goza ya en la presencia de Dios, y con la intercesión de la Virgen María, envíe vocaciones a la Iglesia y a la Compañía como hermanos jesuitas.

Referencia: Jesuitas Colombia, enero 2021, Pg. 20-22.

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