November 2020

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barrio

P O ET R Y

P oES Í a

The Bradbury Building continued from previous page

“How many do you want?” “I’ll take one.” “Only One? Don’t you like candy? Most men do, at least that is what they tell me. Why not buy two or more?” “Ok, I’ll take two.” He opened one box and shared it with me as Linda watched. Mr. Kesselman and I talked and talked and by the time we got down to the first floor the candy was gone. He couldn’t believe it was all gone as he held the box upside down and shook it. ”You ate all my candy!” I put my hand over my mouth as if I was surprised! He had just stepped out of the elevator, when I slammed the door, grabbed the handle, and took the elevator up and then turned to my co-worker Linda, in a loud voice saying, “Now that’s how you sell candy!” I let out such a laugh, that it echoed throughout the building. Mr. Kesselman heard every word as he looked up shaking his fists at me. The offices in the Bradbury Building were rented to doctors, lawyers, architects, and printers. However, there was one renter who lived all alone in this building. He was an old man from Germany. His name was Voyer or something like that. He was Jewish and a well-known violinist in his country. He had left Germany during the Second World War. Here in America, he was a music teacher: giving private lessons in a quiet corner of the building on the 3rd floor, far from an audience. Many evenings while on break, I would hear him playing his violin. So sad and sweet was the sound to me. He must have missed his family and life back in the old country. I couldn’t even imagine his suffering. I had gotten to know most of these people at the Bradbury Building. And even now, I think back of those days at the Bradbury Building with such fond memories. El Bradbury

viene de la vuelta

do en la jaula: “Buenas noches, señor Kesselman ¡Qué guapo se ve hoy! y ¿qué es esa colonia que huele tan rico?” “¡A ver a ver, Fe! ¿Qué es lo que Sonya Fe quieres?” “Vendo éstos” agitando mis cajas de Las Cruces, NM dulces... “¿Cuántos quiere?” “Llevaré uno”. “¿Solo uno? ¿No le gustan los dulces? A la mayoría de los hombres le gustan —al menos eso es lo que me dicen. ¿Por qué no comprar dos o más?” “Ok, tomaré dos”. Abrió una caja y la compartió conmigo mientras Linda miraba. El Sr. Kesselman y yo platicamos y platicamos y. para cuando llegamos al primer piso, los dulces se habían acabado. Él no podía creer que ya había nada mientras sostenía la caja boca abajo y la agitaba. “¡Te comiste todos mis dulces!” Me tapé la boca con la mano ¡como si recién me hubiera dado cuenta! Apenas salió del ascensor, cerré la puerta, agarré la manija e hice subir el ascensor. Luego me volví hacia Linda y, en voz alta, le dije; “¡Así es como vendes dulces!” Solté una carcajada que hizo eco en todo el edificio... El Sr. Kesselman escuchó cada palabra mientras miraba hacia arriba agitando sus puños hacia mí... Las oficinas de el Bradbury se alquilaban a médicos, abogados, arquitectos e impresores. Sin embargo, había un inquilino que vivía solo en este edificio. Era un anciano de Alemania. Su nombre era Voyer... o algo así. Era judío y violinista muy conocido en su país. Dejó Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. Aquí en Estados Unidos, era profesor de música: daba lecciones privadas en un tranquilo rincón del edificio en el tercer piso, lejos de toda audiencia. Muchas noches mientras estaba tomando mi descanso le escuchaba tocar su violín. Tan triste y dulce era ese sonido para mí. Debe haber extrañado a su familia y su vida en su lejano país o algo así. No podía imaginar cuanto debe haber sufrido. Había llegado a conocer a la mayoría de la gente que vivía o trabajaba en el Bradbury. Y, aun ahora, recuerdo en esos días en el edificio Bradbury con tanta nostalgia. 24 Joaquín novemBER 2020

roland godoy Playa I Señor, quien pudiera morirse como tú, dolerse como te dueles tú, Solitario y mordaz entre las playas, reventando tus salados espíritus, En los iracundos poros de las piedras. Desnudo como tú, Lamiendo con tus torsos la arena de los riscos milenarios, Y que tu seno azul erosione, palpitante y con agua magistral, La arista insoportable del planeta. Señor, si tus ecos recorren mis palabras Como en las valvas se agita rabiosa la espuma cansada de los tiempos, quien pudiera morirse como tú, hacerse y deshacerse como tú, entre la arista insoportable del planeta.

Canto IX

Si pudiera observarte volver entre los pinos, Si pudiera mirarte sentada entre la hierba, ¿Serás hoy como las frutas en cosecha? Dame tus dedos las sed que entre mis manos confesaron, Y abramos, como ayer, Desde mi pecho, La caja de Pandora que tu elijas

Playa II

Que es este musgo que me sigue a cada playa, que se ensaña con las piedras y descansa en las algas, que se expande y se contrae temblando entre las aguas, que se dispersa y se repliega en la espuma, que se pronloga bajo al ala alta del cormorán reproduciendo su fuerza en la atmósfera salada que regala dirección a los retornos pausados de las velas, que es este musgo que mis palabras ansían, como perla, tallar, para tus ojos, para tus ojos, con tu agua magistral, ¿Será, viajera, quizá, mi corazón?


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