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EL DOMADOR DE CUENTOS, por Ximena López Navarro
1.º Bachillerato
Aquella mañana había salido de la escuela una hora antes, diciéndole a mi abuela que estaba sintiéndome mal por el resfriadoquehabíacogidolanocheanteriorynecesitabadescansar. Pues bien, la razón no era el malestar, sino que unos abusones de mi colegio habían vuelto a encerrarme en el baño de la planta alta al grito de “perdedor fracasado”. Bueno, tampoco se podía esperar mucho de mí, un simple niño de apenas doce años que a duras penas sabía atarse los cordones de los zapatos, no iba a ser ni mucho menos el típico niño de las películas que, justo cuando sus abusones fueran a darle una buena, él iría a sacar toda su valentía y coraje y plantarles cara. Todo eso solo pasaba en los libros de fantasía, donde todo acababa con finales felices y nada grave podría ocurrir. A veces, por las noches, cuando pienso antes de dormir, recuerdo las cosas que me decía mamá para que no tuviera pesadillas: que los monstruos que habitaban en mi habitación, por muy terroríficos que fueran,también tenían miedo,yque por eso actuaban así, atemorizando a niños inocentes para saciar ese vacío interno que tenían. Supongo que tenía razón, y que ahora, en mi cruda realidad, esos monstruos que aterraban eran cuatro de mis compañeros de clase.
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Mamá se fue cuando tenía tan solo siete años, por culpa de un cáncer que atacaba las defensas benignas de su cuerpo, haciendo que cada vez dejara de comer, reír, hablar e incluso de ser ella misma. Hace un año hubiera roto a llorar solo de hablar del tema, pero lo cierto es que poco a poco voy a afrontando mejor mi realidad. Y bueno, papá…, no conocí nunca a papá, porque, según la abuela, nos abandonó cuando tenía dos años, y poca memoria y recuerdos tengo yo de aquel entonces.
Toda aquella semana había estado con la excusa de sentirme mal para no ir a clases, y, aunque me sabía mal mentirle a la abuela, no tenía los ánimos en buen estado que digamos para, aparte de estar cinco horas sentado en una silla, tener que soportar insultos y agresiones constantes de parte de mis compañeros. Una de las mañanas de aquella semana en las cuales mi abuela había salido a comprar, decidí dar un paseo por las calles del pueblo. Cuando llegué a la calle más concurrida de todas, observé que en el callejón de al lado, corto y sin luz, había una estrecha y larga puerta que conducía a lo que parecía una especie de librería. Decidí entrar por mera curiosidad y, cuando ya estaba dentro, sentí que no había nada más en el mundo: una luz cálida proveniente de unas lámparas de piedra situadas en cada esquina del techo invadía toda la sala y creaba un ambiente realmente mágico. Las paredes estaban cubiertas por decenas de estanterías a rebosar de libros y había cojines en el suelo para poder leer.
Todo era tan bonito y sereno que me olvidé por completo de que estaba yo solo y de que, desde que entré por aquella puerta, no había visto a ningún dueño ni encargado de aquel lugar. No le di mayor importancia, así que me puse a investigar a través de los huecos de las estanterías buscando algún libro que me pareciera interesante. Al poco tiempo de estar buscando me di cuenta de que, en realidad, aquel sitio estaba repleto únicamentedenovelasantiguasylibrosqueparanadameinteresaban, no había ni un solo cuento.
De pronto, en una de las esquinas del suelo, vi cómo por debajo de una de las estanterías se asomaba un libro que parecía ser bastante antiguo, pero enseguida pude apreciar que se trataba de un cuento.
En la portada pude leer El domador de cuentos. Estaba únicamente cubierto por terciopelo rojo y, en la parte de atrás, la siguiente palabra: “Léeme”.
Al segundo de abrirlo, pude escuchar cómo unos pasos se dirigían hacia donde yo estaba y una fuerte brisa cerró la puerta de golpe. Del susto llegué a pegar un brinco del suelo, y de pronto vi aparecer por el mostrador a un hombre alto y robusto, con un bigote trenzado hacia arriba y unas cejas muy pobladas. Parecía haber sido sacado de algún circo, ya que llevaba unas botas negras que le alcanzaban hasta las rodillas, un traje de rayas rojo y blanco de pantalón y chaqueta, con unos botones dorados atados hasta el cuello y una chistera enorme colocada en su cabeza.
Me quedé paralizado durante al menos diez segundos, a lo que aquel misterioso hombre me contestó:
No tengas miedo, joven, solo he venido a contarte una historia, ya que has abierto el mágico libro del domador de cuentos.
Su voz sonaba como si hubiera salido de un cuento, una voz grave pero como de esas que escuchas cuando ves un documental de naturaleza que te hacen quedar dormido y relajado.
¿Quién se supone que eres tú? La abuela siempre me dice que no hable con gente que no conozco, así que…
Te repito me interrumpió con una sonrisa amable que no debes temer nada, solo he venido a contarte una historia.
¿Sabes? Todos los niños que abren este libro lo hacen porque lo necesitan. ¿No serás tú uno de ellos, Simón?
¿Necesitar el qué? Yo solo he pasado por aquí y…, por cierto, ¿cómo sabes mi nombre? le dije, indeciso, sin saber qué más añadir a la conversación por culpa de los nervios.
Todos losniños que vienenaquí,como tú,tienen miedo, pero es normal tenerlo, todos lo hemos tenido alguna vez… Por ejemplo, yo cuando era un niño temía que los monstruos de debajo de mi cama se colaran en mis sueños, pero luego descubrí que, con solo cerrar los ojos, todos desaparecen, porque no eran reales. Nada era real.
No sabía qué responder y, sin darme cuenta, de un momento a otro, aquel misterioso hombre de circo comenzó a contarme una historia:
Verás, hace mucho tiempo, en un lugar muy lejano, un hombre montó un circo junto a su hermano, y con el tiempo, su circo se volvió tan famoso que todos los días estaba lleno de niños expectantes para ver a los payasos hacer reír, a los imponentes acróbatas subirse a cuerdas flojas y dar volteretas y a los hombres superelásticos, que, según dicen, eran capaces de estirar su piel hasta límites inimaginables. Pero lo que más causaba sensación eran, sin duda alguna, los valientes domadores de leones.
Un día, uno de los hermanos falleció, y el otro, sometido por la pena y la tristeza, decidió cerrar su maravilloso circo para siempre. Toda la ciudad estaba enternecida y a la vez deprimida por el suceso ocurrido.
Pasados unos cuantos meses del acontecimiento, el circo volvió a abrir. Toda la ciudad estaba eufórica por esta noticia, pero algo había cambiado. En los carteles que anunciaban la reapertura se podía leer: “Pasen y vean, contemplen, al único e inigualable domador de cuentos”.
Al contrario que en sus otros espectáculos, ya no había domadores de fieras, sino, en su lugar, el mismo que hacía de cuentacuentos, y pronto se convirtió en el nombrado y conocido “domador de cuentos”, así lo llamaban en toda la ciudad, y por fin consiguió volver a encontrar aquella felicidad que había perdido tras la muerte de su querido hermano. Cuando terminó de hablar aquel señor, me sentí sobrecogido por el cuento, pero aún no lo llegaba a comprender: ¿Qué tenía que ver toda aquella historia conmigo?¿A qué venía todo?
De pronto, él se adelantó a mis pensamientos y dijo:
¿Aún no comprendes, verdad? Verás. Muchas veces no vamos a comprender por qué ocurren ciertas cosas en la vida. Como a este hombre le pasaba, no llegaba a entender por qué era todo tan injusto, ya que le habían arrebatado a su hermano y dejó que la tristeza lo inundara. Más tarde aprendió nuevas salidas para hacer feliz a la gente y evadirse de sus problemas, y curiosamente esa vía de escape era contar cuentos a niños. Suena ridículo, lo sé, pero a veces no podemos llegar a ver lo que de verdad nos hace felices o alguna alternativa a nuestro vacío porque tenemos miedo. Sí, miedo. Es horrible tener miedo, pero es más común de lo que piensas, y esos monstruos de los que te he hablado antes pueden ser los que se alimenten de ese miedo. Simón, tú sabes perfectamente qué monstruos hay en tu vida.
» No siempre podemos estar opacados por la tristeza, necesitamos aprender que la vida no es todo de color rosa y que en este terrible mundo lo que prima es el dolor, la angustia, la agonía. Somos seres creados para sentir, que padecemos y al siguiente minuto reímos, que lloramos y al instante nos secamos las lágrimas y pensamos “todo saldrá bien”.
» No dejes que el monstruo del miedo se alimente de tu terror, crea cosas nuevas para evadirte y sé feliz a pesar de que todo lo que te rodee sea negro.
De un momento a otro noté cómo un par de lágrimas descontroladas se deslizaban por mi mejilla, y ahí comprendí todo: no sabía ni qué era el lugar donde estaba, ni quién era aquel extraño personaje salido de un cuento, ni por qué me había quedado escuchando, lo único que sabía era que todo aquello que había salido por su boca era totalmente cierto y necesitaba escucharlo.
Lo de mamá, lo de los abusones, lo de papá, todo. Todo era injusto, todo era un desastre y yo me había pasado años reprochándome a mí mismo, preguntándome por qué esto me ocurría a mí y no a alguien más, pero descubrí que la pregunta no era “¿Por qué me está ocurriendo esto?” sino “¿Que puedo aprender de esto?
De un momento a otro, había perdido completamente de vista a aquel señor y, para mi sorpresa, el libro ya no estaba donde yo lo había dejado, en el suelo.
Al instante, una voz interrumpió, como si proviniera del eco de aquella habitación:
Me llena el corazón haberte ayudado, Simón, ya no podré quedarme por mucho tiempo más, pues me esperan unos cuantos cuentos que domar en aquel lejano lugar que te dije. Recuérdame como aquel hombre vestido de circo, que se hacía llamar “el domador de cuentos.
ESO
Estamos en 2300, después del apocalipsis. Han pasado diez años desde que comenzó todo. Con suerte nos quedan reservas de comida, medicina y otras necesidades. El mundo se ha convertido en un lugar muy tóxico.
Todo comenzó cuando yo tenía doce años. Vivía en una bonita casa en la costa, blanca, grande, y un día mis padres me llevaron en coche a un centro que era como un internado. Yo no sabía por qué iban tan apurados. Mis padres antes de irse me dijeron: “Sé valiente, Alaia, es una cualidad muy importante que no muchos tienen”. Se fueron, yo pensaba que me habían abandonado, pero dos años más tarde descubrí que habían muerto luchando contra esos monstruos que el gobierno había creado. Zombis.
Cuando entré a la habitación que me tocaba, había una niña rubia, de ojos azules y alta para tener doce años. Cassandra Wheeler. Una chica bastante introvertida, pero al conocerla se volvió en todo lo contrario, pero solo conmigo. Yo soy todo lo contrario a ella. Baja, con ojos y pelo castaño.
Los zombis nunca llegaron a entrar al internado, era el edificio más protegido de toda la ciudad en cuanto a remedios, aunque ya son escasos, pero como todo ha acabado, todo está mejorando.
Acabamos con todos los seres hace dos semanas. En tiempo, fui a ver mi casa, había sangre seca por el suelo y por las escaleras. También estaba llena de plantas que habían florecido, sobre todo hierbas, musgo y algunos rosales que plantaba papá.
En el internado tengo más amigos aparte de Cass: Maya, Tyler, Nora y Jack.
Me acaba de sonar el despertador, al bajar a desayunar, la directora no estaba. Siempre nos da un discurso, no sé cómo tiene tanta imaginación de un día para otro.
¿Dónde está la señora Brown? pregunté al sentarme a desayunar al lado de Cass.
Ni idea, a lo mejor habrá tenido una reunión importante contestó sin preocupaciones. Yo sí me quedé preocupada.
Ese día inspeccionamos más partes de la ciudad. Más de lo mismo. Todo lleno de musgo, hierbajos y muchas plantas. Cuando volvimos al internado, lo sentí un poco vacío.
Cass, siento que todo está más vacío, como que está desapareciendo gente le dije preocupada al salir del baño después de ducharme. Ella estaba leyendo un libro, como de costumbre.
Alaia, no te rayes, a lo mejor sientes eso porque han estado desapareciendo cientos de personas.
Decidí restarle importancia y darle la razón, total, solo iba a conseguir crearme más paranoias en la cabeza. A la mañana siguiente, Cass no estaba,supuse que ya había bajadoa desayunar. Me senté al lado de Jack.
¿Has visto a Cass? le pregunté.
¿Quién es Cass?
¿Cómo que quién es Cass?
Te lo estoy preguntando muy en serio, Alaia.
Puesesnuestraamiga,desdequenosconocemosaquí,alta, rubia, ojos azules, ¿me estás vacilando?
Claro que no, no haría ese tipo de bromas.
Más te vale.
Esta semana se ha pasado muy larga y muy aburrida, revisando medicamentos, comida y otras cosas para llevarlas al laboratorio y que se produzcan más. Iba preguntando a compañeros si sabían quién era Cassandra. Ninguno lo sabía.
El estrés me consumió y esa mañana no desayuné. Fui a la habitación y me tumbé en su cama. La echo de menos. Sentí un bulto en la espalda, debajo de las sábanas de la cama de Cass. Al abrirlo, vi que era un mapa con un sitio marcado.
Por la noche, me escapé del internado por la ventana y me dirigí al sitio. Se trataba de una casa abandonada que daba mucho mal rollo. Al entrar, algo me arrastró, me quedé sin respiración, perdí la consciencia.
Me levanté en la cama, algo mareada, sudando. Miré al lado, cogí el móvil. Son las 18:47 del martes 21 de febrero de 2023. Me acabo de despertar de la siesta, vaya sueño más raro.
Me levanté de la cama y vi la foto que tenía con Cass antes de ella morir. Ojalá pudiera contarle que he soñado con ella.