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ENTIRAS, por Ainhoa Guijarro Fernández
Es lunes, y es mi primer día en otro instituto. Desde hace cinco años, cuando mi padre falleció, hemos ido moviéndonos de un sitio a otro, sin una estabilidad de más de tres meses, ya estoy acostumbrada, tengo amigos pasajeros y, claro, amores no me da tiempo ni a visualizar, por eso mi único trabajo en este mundo es cuidar de mamá y de Mara, mi hermana pequeña.
Aquí estoy, sentada en la cama escuchando la alarma sonar, pensando que por arte de magia alguien la va a apagar, pero no es el caso. Termino de vestirme y bajo a desayunar. Noah es la primera enrecibirme,tirándome al suelo. Albajar, mamá noestá haciendo el desayuno como todas las mañanas, y Mara sigue durmiendo, me resulta extraño pero al ir a la nevera a por leche, veo una nota que pone: “Buenos días, Emma, estoy haciendo un recado y no volveré hasta mediodía, haz el desayuno, levanta a Mara e iros al cole, te dejo las llaves del coche en la entrada, besos” .
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Pues qué bien empezamos el primer día, me toca hacer el desayuno y, lo peor de todo, levantar a Mara: levantarla a ella es como despertar a un ogro de su cueva.
Quedaban cinco minutos para que la campana del instituto sonara y a Mara ya la había dejado en su clase. Era nueva, lo cual conllevaba perderme en las doscientas clases que había. El timbre ya había sonado y yo estaba perdida buscando mi clase. Cuando por fin la encontré, un chico entraba detrás de mí y no se le veía nada preocupado ni perdido. Entré a clase, me presentaron y, mientras me presentaba, me fijé en el chico de antes de la puerta, estaba sentado en última fila, llevaba un pendiente brillante y miraba hacia abajo como si no le interesase lo que estaba diciendo. Cuando terminé mi presentación, vi que había un sitio desocupado al lado de él, me senté, me miro y volvió a pasar del mundo.
Era última hora y tocaba gimnasia, vi cómo el chico cogía sus cosas y se iba del instituto, le seguí y a medio camino se giró y vio que iba tras él. Al final me cogió y me susurro al oído: “Como sigas persiguiéndome, el que va a perseguirte aquí soy yo, y no te gustará mucho”. Con las misma me di la vuelta y me quedé pensado que a dónde iba, por qué me había dicho eso…
Era hora de comer y mamá nos estaba preparando la comida, la veía rara desde hace unos días, pero entonces me resultó más extraño, le pregunté y cambió de tema. Al terminar de comer, me subí a estar en mi habitación, se hizo medianoche y escuché a dos chicos discutir en la calle. Me asomé a la ventana que daba a la calle y vi a aquel chico de esa mañana, estaba discutiendo con un hombre mayor, y supuse que sería su padre.
A la mañana siguiente volvió a ocurrir lo mismo: mamá no estaba en casa y el chico llegó a tercera hora. Así toda la semana, hasta que le volví a preguntar a mamá y empezó a decirme que teníamos que volver a mudarnos, y yo sin más respuestas ni preguntas me volví a mi habitación. A los veinte minutos empecé a sospechar, porque no se escuchaba nade de ruido, y bajé: me encontré a mamá tirada en el suelo, muerta, y a Mara atada a una silla. Empecé a gritar y a llorar como loca, estaba confundida, no sabía qué hacer y, de repente, un hombre mayor y un chico entraron por la puerta. Era el chico de mi clase y su supuesto padre: resultaba que mis padres eran adoptivos, vivían del trá- fico, por eso falleció mi padre, y ahora mi madre. Nos mudábamos para ocultarnos, para que no nos encontraran, y ahora estamos solas Mara y yo.