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LA NUEVA INTEGRANTE, por Ana Adán García
1.º Bachillerato
Daniel era un chico de diecinueve años al que le encantaban los perros, y él quería uno, pero como vivía con sus padres y hermanos no le dejaban porque ya había uno en la casa, además de que al padre no le gustaban. Llevaba días enseñándole fotos a su madre y hermanos de unos huskies que vendían por 150 euros cada uno y, obviamente, pasó lo que todos esperaban. Una tarde cogió a su hermana Nayla de trece años y se fueron a la ciudad a por él, querían a una de las cachorras que vendían, tenía un ojo de cada color y era de las más grandes para que cuando fuera adulta tuviera un gran tamaño. La cogieron y cuando estaban en el coche decidieron llamar a su madre por videollamada.
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Hola, mamá le dijo Nayla a su madre. Hola, ¿dónde estáis? les preguntó su madre a Daniel y Nayla.
¡Mira! le dijo Nayla a su madre mientras le enseñaba al perro.
¡No lo vallas a comprar! ¿Dónde estáis? le preguntó su madre muy enfadada.
Estamos ya en el coche y vamos a casa le dijo Nayla a su madre con mucho entusiasmo.
¡Madre mía!, cuando la vea tu padre vais tú y la perra a la calle, con lo que tardamos en convencerlo para adoptar a Lufi le dijo su madre a Daniel un poco alterada.
Ya verás como no, si es superbonita. Adiós le dijo Daniel a su madre, y colgó.
La perra tenía dos meses y unos días y le tenía mucho miedo a la gente, sobre todo a los hombres, por lo que dedujeron que, seguramente, el hombre que se la vendió les pegaría a los cachorros. Cuando llegaron a su casa su madre les esperaba en el salón y al verla no se pudo resistir a cogerla y empezar a tratarla como un bebe. A Claudia, que era como se llamaba la madre de ellos, le encantaban los animales, ya que ella toda la vida había tenido en la casa de sus padres.
A los dos días vino el padre de trabajar, nadie le había dicho nada para que fuera una sorpresa, aunque no le fuese a gustar. Cuando la vio se quedó algo sorprendido y empezó a renegar diciendo que él no quería más perros, que la iba a mantener Daniel, que para eso la había comprado, y un largo etcétera.
Conforme pasaron los días, Cloe, el nombre que le pusieron a la perra, se fue adaptando, ya no les tenía tanto miedo y se llevaba muy bien con Lufi, el otro perro de la familia, aunque ella era más mala y le solía morder y no lo dejaba tranquilo. Él era un perro de diez años que ya estaba con dolores.
Con los meses, Daniel se desentendió de Cloe porque, al final, se quedó pequeña y él realmentequería unperrogrande para que cuando la paseara por la calle se le quedaran mirando. Se acabaron encargando de ella su madre y su hermana; por otro lado, Lufi fue engordando pero les dijeron los veterinarios que no se preocuparan, que no era grave, sino que tenía que ver con la castracióna la que lo habían sometido meses atrás. Pero al año siguiente le salió un extraño bulto en la nariz, lo llevaron al veterinario y confirmaron lo que más temían.
Tenía un cáncer que se le estaba extendiendo por toda la nariz y se dirigía hacia el cerebro. Después de setecientos euros en escáneres, resonancias, test de sangre, etc., les informaron de que no le quedaría más de cuatro semanas. Eso fue una noticia que dejó a la familia helada, ya que durante once años fue el bebe de la casa al que todos cuidaban y con el que habían crecido. Después de una semana y media empezó a empeorar y decidieron llevarlo a sacrificarlo. Todos se quedaron destrozados, incluso Cloe, que pasaba los días casi sin comer y acostada en la cama de Lufi.