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EL INTENTO DE UNA VIDA MEJOR, por Sonia Cánovas López
1.º Bachillerato
En un pequeño pueblo al filo de las montañas vivía una humilde familia compuesta por Tomás, Susana y Manuel, padre, madre e hijo. Manuel estaba estudiando 4.º de la ESO en un instituto en el que no había bachillerato, Susana no trabajaba, ya que se dedicaba a hacer las tareas de hogar, y Tomás trabajaba durante todo el día en una serrería para mantener a su familia.
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Un día a Tomás se le dio la oportunidad de cambiar de trabajo y trasladarse a la gran ciudad junto con toda su familia, además le aumentaban el sueldo. El vio una oportunidad de que su hijo creciese en un entorno que le daría muchas más oportunidades queelpuebloenelfuturoy,conunpocodeañoranza,decidieron empezar un nuevo camino con la esperanza de mejorar su calidad de vida.
Pasaron unos meses y Tomás se incorporó a su nuevo trabajo, en el que era el encargado de una fábrica bastante conocida, él estaba muy feliz pero echaba de menos la tranquilidad del pueblo. Susana hizo nuevas amigas en la ciudad, mujeres que también eran amas de casa y con las que se entendía muy bien, pero, al igual que su marido, también añoraba el aire puro del pueblo, su silencio, el canto de los pájaros, cosas que en la ciudad nunca conseguiría tener. Su hijo Manuel también hizo nuevos amigos con los que congenió muy bien, él era el único de la familia que no echaba de menos el pueblo, ya que al ser el chico nuevo se hizo muy popular en el instituto, todos querían ser sus amigos, todas las chicas querían hablar con él y los maestros le ayudaban mucho para que se adaptase. Nunca se había sentido tan arropado; al fin y al cabo, en el pueblo eran veintidós niños en total.
Un día Manuel quedó con sus nuevos amigos para ir a cenar por el centro, no se conocía mucho la ciudad, así que optó por poner el navegador para llegar al bar. Cuando llevaba un rato andando y le faltaba muy poco para llegar, Manuel tropezó con una baldosa suelta, con la mala suerte de tirar el móvil a la carretera y que justo pasara un coche, aplastándolo. Cuando pudo cogerlo del suelo, el móvil estaba completamente roto.
Manuel tenía un problema muy grande encima: estaba solo en una ciudad desconocida sin móvil y sin saber hacia dónde ir para encontrarse con sus amigos. Empezó a caminar con la esperanza de encontrarse con alguien conocido, pero caminaba, caminaba y caminaba y no conocía a nadie. Llegó a una calle con muy mala pinta en la que un gato se le bufó, una gitana le dijo que le podía leer la mano y un vagabundo le amenazó por no haberle dado dinero, muy asustado consiguió salir de ese barrio casi corriendo, pero seguía sin saber dónde estaba. Intentó pedir ayuda a varias personas, pero dio la causalidad de que todos eran extranjeros que no entendían su idioma.
Después de dos horas andando y unas cuantas lágrimas, Manuel logró reconocer un parque que había cerca de su casa, se alegró muchísimo y empezó a correr hacia ella, cuando llegó abrazó a sus padres con mucha fuerza y les pidió casi llorando volver al pueblo. A los padres les chocaron mucho las lágrimas de su hijo pero, al fin y al cabo, ellos en el fondo también necesitaban volver.
Tomás pidió volver a su antiguo trabajo, donde lo recibieron de nuevo con los brazos abiertos (de cien habitantes del pueblo no había mucho donde escoger), Susana volvió a su tranquila vida y Manuel regresó a su antiguo instituto porque, como dice él, “más vale malo conocido, que bueno por conocer”.