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ESO, por Cristian Fernández Riquelme
1.º Bachillerato
Las películas de terror no crean asesinos… Simplemente los vuelve más creativos. (Scream)
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Es jueves, 30 de octubre de 1975. Otro maldito Halloween lleno de niños, y de no tan niños, que salen a buscar unas cuantas golosinas, a quedar con los amigos o simplemente a algún lado hasta ponerse perdidos de alcohol. Realmente odio esta festividad, pero a partir de lo que ocurrió ese día la odio aún más.
Llegué a mi pequeño chalé a las afueras de la ciudad de Aberdeen, en California. Fue un duro día de trabajo, terminamos de diseñar uno de los edificios nuevos del señor Michael Gerald, y esas cuatro horas de vuelta a casa me dejaron muerto.
Aparqué mi coche dentro de mi garaje, entré a casa y lo único de lo que tenía ganas era de una pequeña copa con mi mujer para terminar aquel día tan largo, pero recordé que ella se encontraba en Nevada en una de sus excavaciones.
Ya que me encontraba solo, decidí tomar una ducha y relajarme un rato en el salón de casa. Mientras me duchaba escuché el timbre, pero lo ignoré de primeras. El timbre siguió sonando y sonando, y lo único que quería es que ese asqueroso sonido cesase de una maldita vez. Terminé de ducharme, salí del baño y volví a escuchar de nuevo ese maldito timbre. ¡Voy! contesté con un tono enfadado.
Cuando llegué a la puerta y ya casi parecía que el timbre se había fundido de tanto presionarlo, abrí para ver quién se hallaba fuera.
Un grupo de niños con unos vestidos de piratas habían estado fuera de casa tocando todo el rato el maldito timbre. ¡Desgraciados! Con el día que llevo solo me faltaba esto pensé.
Los niños pedían golosinas por la festividad, cosa a la que respondí dándoles una piruleta a cada uno, y cerrándoles la puerta en la cara.
Ya era hora de un poquito de paz. Me acosté en el sofá, encendí la televisión y puse el canal de noticias.
Para mi sorpresa, una de las noticias que daban era la siguiente:
Queridos vecinos de los alrededores de Aberdeen, cuatro niños con trajes pirata han sido encontrados degollados a las afueras de la ciudad. Les rogamos que cierren sus casas bien y que no dejen ir a sus hijos muy lejos de donde se encuentran.
Fue una noticia que al principio asimilé bastante bien, pero tras unas cuantas noticias más me di cuenta de algo: los cuatro niños del noticiero eran los mismos niños a los que les había dado las piruletas, y tenían los mismos disfraces puestos. Un pequeño escalofrío recorrió mi cuerpo, y comencé a ponerme un poco nervioso.
En ese mismo instante, volvió a sonar el timbre de la casa, esta vez no era constante, sino con cortas pausas.
Miré a la puerta con algo de desprecio, terror y asco.
¿Serán algunos otros niños que querrán golosinas? pensé.
Me acerqué a la puerta, sin que el timbre dejase de sonar. Justo cuando abrí, me encontré con la sorpresa de que solo había un niño, con una sábana en la cabeza,con dos pequeños agujeros en los ojos y con una carta en la mano.
El niño me miraba fijamente, sin separar su mirada de mí, cosa que me dejó algo más nervioso de lo que ya estaba. Le ofrecí unas cuantas golosinas, pero el chico no reaccionaba de ninguna manera. Lo único que hizo fue extender su mano, en la que sostenía aquella carta. Cogí la carta y el pequeño dio media vuelta y se fue, sin golosinas y sin dirigir ni una sola palabra.
Cerré la puerta de un portazo, debido al miedo que tenía en ese momento, y me dispuse a abrir la carta que el chico me había entregado. El único contenido de la carta era una palabra y una pequeña firma en color rojo.
Argggg, decía la carta.
No le di mucha importancia, ya que quería que aquella noche acabase de una vez por todas. Encendí mi portátil y comencé a buscar la noticia de los cuatro chicos, para indagar un poco más sobre las muertes. Nada más encontrarla, me dio un poco de sed, por lo que decidí ir a la cocina a por un pequeño vaso de agua.
Entré y lo primero que encontré fue una figura humana, con aspecto infantil, abriendo el cajón de los cuchillos de cocina. Observé la escena sin realizar ningún tipo de ruido, petrificado por el miedo. El niño, vestido de pirata, cogió unode los mejores cuchillos que había en el cajón, lo sacó y se lo enseñó al gran ventanal que había enfrente de la cocina.
En un acto de valor y curiosidad, giré el cuello hacia el ventanal, donde encontré una figura de dos metros de alto, rodeada por tres figuras infantiles, las cuales miraban a su compañero desde el exterior.
El pequeño que se encontraba dentro no se percató de mí, y salió por la puerta de atrás, con su cuchillo en la mano, y se dirigió a reunirse con sus otros compañeros.
Minutos después, el timbre de la puerta volvió a sonar, muy leve, sin repeticiones, una sola vez.
Sabía lo que podía haber detrás de aquel trozo de madera, que separaba a lo que quiera que fuese aquello de mí, por lo que fui hasta la cocina para intentar observar quién había detrás de la puerta.
En efecto, eran ellos, los chicos y eso.
Eso giró su cuello bruscamente, dirigiendo su mirada hacia mí totalmente. Ladeó su cuello hacia un lado y sonrió de la manera más espantosa que te puedas llegar a imaginar nunca.
Me quedé congelado, sin saber qué hacer, y eso tomó la iniciativa. Se acercó al ventanal, obligando a los niños a quedarse justo delante de la puerta. Una vez completamente pegado al ventanal, sin haberme quitado el ojo de encima, comenzó a golpear la cristalera con su cabeza, rompiéndolos con seis o siete golpes.
Se me paró el corazón, no sabía qué hacer. Sin embargo, eso lo tenía todo bajo control.
Se acercó atravesando la barrera de cristales rotos, quedándose a uno o dos metros de mí. Era una figura pálida, sin glóbulos oculares, indescriptible.
Abrió su boca, o lo que quiera que fuera aquello, y me susurró:
Alguien te está esperando fuera, será mejor que abras, no vaya a ser que se vaya.
Tras esto, eso salió por el ventanal destrozado de vuelta hacia la puerta, me dirigió otra de sus escalofriantes sonrisas y frunció el ceño, enfadado. Me hizo un gesto como para que me apresurase a abrir la puerta, cosa que hice de inmediato.
Abrí la puerta, y los niños se hallaban allí, junto con la gran figura que se ubicaba detrás de ellos y que me seguía sonriendo.
Los niños comenzaron a hacerme preguntas, hasta llegar a la pregunta final:
¿Te gusta Halloween? chillaron con tono entusiasmado los pequeños.
¿Qué pregunta era esa? Si habían estado preguntando sobre muertesycosassimilares.Antesderesponder,miréa eso,elcual me observaba con una mirada escalofriante. Volví a mirar a los pequeños, y les respondí con un rotundo no, con el cual se quedaron bastante descontentos. Los niños se miraron entre ellos y, casi rompiendo a llorar, se dieron la vuelta y comenzaron a caminar hacia el bosque, mientras que eso se quedaba observándome fijamente, sin desplazarse ni un milímetro.
Tras un infinito silencio, en lo que parecía ser un duelo de miradas, se giró en la misma dirección que los niños, dirigiéndose hacia el bosque junto con ellos.
A la mañana siguiente, eso parecía haber vuelto, esta vez solo, ya que me dejó una carta en la que ponía: “Mis pequeños estaban sedientos por matar a alguien, es una pena que respondieras que no, lo hubiésemos pasado muy bien todos juntos degollándote”.
Esta vez no había firma en la parte de abajo, pero sí unas letras en rojo que decían lo siguiente: “Nos volveremos a ver, grumetillo”.
EL DESTRIPADOR, por Natalia Nieto Teruel
3.º ESO
Era una madrugada como cualquier otra cuando me desperté al recibir un aviso urgente en mi teléfono. Decía que habían encontrado un cadáver destripado como los anteriores nueve y me necesitaban en la escena del crimen.
Si habíanencontrado otrocuerposignificaba una víctima más en la lista del Destripador. Había una cosa clara, y era que esa persona es un asesino en serie que mata por placer.
De camino a la escena del crimen me puse a pensar en el tiempo que llevaba actuando, exactamente dos meses. Dejaba un cadáver cada semana. Su rutina era siempre igual: las secuestraba, las torturaba y luego las destripaba, y los restos del cuerpo losdejabaenlugarespúblicosparaquelagentelasvieraycausar terror en la ciudad.
Nunca se encontraban pistas relacionadas con sus víctimas, lo único que se sabía es que todos los anteriores cuerpos eran mujeres y ninguna se parecía.
Al llegar, la escena del crimen era un restaurante italiano llamado Principesses.
Algo muy curioso y que me llamó la atención fue que el restaurante estaba cerrado, pero en la parte de atrás se encontraban las luces encendidas. Allí se reunían todos los policías, rodeando la escena del crimen. Había algo que no comprendía: si las anteriores nueve víctimas habían sido encontradas en lugares públicos, ¿por qué esta se encontraba en un lugar totalmente cerrado y privado?
Al entrar por la puerta de atrás encontré la escena del crimen. La última víctima se encontraba en el mismo estado que las anteriores.
La sala estaba poco iluminada, todo parecía estar ordenado y en su sitio y en medio se hallaba el cuerpo o, mejor dicho, lo que quedaba deél. Me acerqué a ver el cadáver número diez del Destripador, como lo habíamos apodado por la forma en que dejaba los cuerpos. Era una mujer de mediana edad, aunque era difícil saberlo por el estado del cadáver.
¿Qué tenemos? pregunté al forense.
Detective Stone, te presentó a Emma Wilson, la víctima número diez del Destripador.
¿Tiene alguna relación con las anteriores víctimas?
Me temo que no, la única relación que hemos encontrado es que son mujeres.
Nada de esto tiene sentido. ¿Por qué elegiría a estas mujeres en especial?
Él me miró con pesar.
¿Sabes?, estoy empezando a pensar que el Destripador mata al azar.
Me negué a creer eso.
No, tiene que haber algo que las una a todas, pero ¿qué será?
Sarah, ven a ver esto me dijo mi compañero.
Cuando me acerqué vi a un adolescente esposado, su cuerpo estaba lleno de moratones. ¿Quién era él y qué hacía allí?
¿Quién es, detective Smith?
Este chico nos ha llamado avisando que había un cadáver en este restaurante.
Así que ha sido él, y dígame: ¿qué hacía usted en el restaurante cerrado a estas horas?
Juro que no he hecho nada, solo quería algo de dinero para comer, pero cuando he entrado, ella ya estaba aquí, yo os juro que soy inocente.
Eso lo decidiremos nosotros. Agentes, por favor, llévenselo.
Mientras los agentes se llevaban al chico, mi compañero se dirigió hacia mí sin ninguna expresión en el rostro. Déjame adivinar, no ha servido de ayuda me dijo Smith. No, pero si encuentras algo más, avísame.
A lo largo de una semana no encontramos ninguna pista y sabíamos lo que pasaría al día siguiente. Aparecería un nuevo cadáver, como era ya costumbre.
Cuando cerré con llave la puerta de mi casa, noté un ruido extraño detrás de mí, lo cual me parecía absolutamente raro, ya que vivía sola. Encendí todas las luces y, cuando me giré, no vi nada.
Colgando el abrigo en el perchero me percaté de una presencia extraña, como si alguien estuviera observando. Me giré y lo vi allí, al lado de mi ventana, con una sonrisa maniaca.
¡Tú! exclamé, sorprendida.
Cuando intenté coger la pistola, sentí un trapo en mi boca y todo se volvió negro.
Continuará…
Y SI NO HUBIERA PASADO, por Lucía García Conesa
1.º
Bachillerato
Nuevo año, nuevos propósitos, suspiré de nuevo. Cogí el teléfono y marqué el número que me indicaba la pantalla. Una chica me atendió al otro lado de la línea.
No pensaba nunca tener que pisar este lugar, abrí la puerta y el olor a sudor invadió mis fosas nasales, giré mi cabeza hacía la derecha y vi el pequeño mostrador, allí estaba la chica con la que había hablado por teléfono, me dirigí hacía ella, la saludé, me devolvió el saludo y seguidamente me dio una tarjeta para poder pasar al gym. Me aproximaba hacía las escaleras cuando vi bajar a un grupo de chicas delgadas, con abdomen plano y unas piernas de infarto; cuando me apunté, lo primero que pensé fue en los beneficios que esto tendría en mi salud, pero luego me puse a pensar y me comí la cabeza pensando en estar delgada y en cumplir los estereotipos de belleza que posiblemente se establecieron alrededor del siglo XVI. Al llegar a la planta de arriba observé a mi alrededor todas las máquinas que había, no tenía ni idea de lo que tenía que hacer, en ese momento mi experiencia se basaba en las chicas de YouTube. Me dirigí hacía las mancuernas y cogí un par, hasta que alguien se tropezó conmigo e hizo caer una de ellas sobre mi pie derecho. El chico siguió su camino sin ni si quiera disculparse o preguntarme cómo estaba.
Me estaba empezando a adaptar a esto del gimnasio, llevaba aproximadamente seis meses y la verdad es que estaba empezando a tener más autoestima y, sobre todo, a sentirme mejor conmigo misma. Estaba tan metida en mi mundo que ni me di cuenta de que un chico de tez blanca con garabatos por toda su piel, pelo azabache y un cuerpo de muerte, me había quitado la máquina para hacer bíceps. Era muy educada, a pesar de no haber recibido una educación en condiciones, ya que mis padres no estuvieron muy presentes en mi infancia y adolescencia debido a su trabajo, así que me acerqué amablemente a él y le dije que estaba utilizando la máquina, giró su cabeza hacía mí y seguidamente siguió con su ejercicio, ni se inmutó. Me dio tanta rabia que, sin pensarlo, le quité su peso de la máquina y coloqué el mío. Él se levantó rápidamente y puso el suyo, y así estuvimos durante aproximadamente cinco minutos en una guerra de a ver quiénsequedabaconeldichosoaparato.Ibaaempezarahacerlo cuando mi paz fue interrumpida por el megáfono, el cual anunció el cierre del gimnasio, y maldije a aquel niñato.
Lassemanaspasabanymisencontronazosconeltatuadoiban cada vez a peor, parecía que lo hacía a posta. Esta vez me quitó las pesas que había dejado en el suelo mientras descansaba, me enfurecí, bajé a los vestuarios y cogí mis pertenencias, pasé la tarjeta y me fui a la parada del autobús. Me empecé a asustar cuando noté la presencia de alguien detrás de mí, giré sobre mí misma para afrontar lo que sea que hubiese detrás, pero, por sorpresa, me encontré con unas perlas blancas sonriéndome, lo desafié con mi mirada y, seguidamente, escuché una carcajada de su parte, miré al pelinegro de forma revirada y noté una disculpadesuparte,laacepté,medespedíysubíalautobús,aunque más que eso parecía una lata de sardinas.
El curso iba acabando, y con ello se acercaba el comienzo de las vacaciones, nada más pensaba en la playa, los amigos, los festivales, el pelinegro... Comencé a toser como loca ante ese pensamiento, hasta que noté la dulce voz de mi amiga: Abril, ¿te encuentras bien?
Sí, sí no me había dado cuenta de que el profesor había interrumpido la clase por mí, notaba mis mejillas enrojecidas como un tomate.
El ultimó timbre del curso sonó, cogí la mochila y me adentré en la avalancha de genteque se dirigía hacía la salida, la mayoría hablaba sobre sus planes y viajes, hasta que me choqué contra alguien, que empezó a chillarme y a interponerse en mi camino, y si el día no podía ir a peor, noté cómo el bus tomaba camino enfrente de mis ojos, llamé a mi madre y, aunque me cayó una buena bronca, finalmente vino en mi ayuda.
Estaba en el pueblo en el que solemos veranear mi familia y yo, un pueblecito de no muchos habitantes, ubicado en la costa de Valencia. Me encontraba bastante cabreada con mis padres, pues todo el dinero de mis ahorros se había ido en este mes de gimnasio y no podría aprovecharlo, ya que me tiraría aquí todo julio. Las fiestas del pueblo se iban acercando y con ello la llegada de turistas. En menos de una semana estaba con todos mis amigos, rodeando una hoguera cerca de las playas. Si no fuera por el calor que hacía por la noche, podríamos decir que estábamosenunadelastípicaspelículasestadounidenses.Todosedesmoronó cuando vi al tatuado besándose con una rubia alta y con curvas muy pronunciadas, noté como si todo se me viniera encima, y las lágrimas amenazaban con salirse, y si de algo me di cuenta aquel día fue de que estaba empezando a tener sentimientos por él.
Agosto se había presentado demasiado tranquilo, demasiado, diría yo. Por eso, para acabar con mi tranquilidad, el universo conspiró en mi contra, y seguidamente oí mi teléfono, lo cogí y noté una nueva notificación de mi cuenta de Instagram y ahí vi la notificación del pelinegro, preguntándome por qué no le había respondidodesdehacíaunmes.Exactamente,hacíajustounmes desde el incidente con la rubia. Decidí responderle al día siguiente, pues de los nervios me estaba quedando sin uña. Le comenté todo lo que me molestó, a lo que él me respondió con un “envíame tu ubicación”. Hice lo que me pidió, no me iba a mentir más a mí misma, pues tenía ganas de decirle lo que verdaderamente sentía. Mi barra de notificaciones me anunció un mensaje de él, en el que ponía “voy a por ti”. Ese fue su último mensaje, pues lo que no sabía es que en su camino, tristemente, iba a sufrir un accidente de tráfico del que no iba a sobrevivir.