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A principios del siglo veinte, era usual que los artistas latinoamericanos viajaran a Europa para tomar contacto con los movimientos de vanguardia, desarrollando luego propuestas relacionadas con el Expresionismo, el Cubismo y el Futurismo, y participando activamente de los circuitos de exposiciones y debates. Durante los años veinte, muchos de ellos, al regresar a sus países de origen, liderarían distintas batallas contra el arte clásico.
Constructivismo, Torres G
E
l Neocriollo de Xul Solar (Buenos Aires), la Antropofagia de Tarsila do Amaral (San Pablo), así como el Vibracionismo y el Universalismo Constructivo de Rafael Barradas y Joaquín Torres García (Montevideo), son sólo algunos destacados ejemplos de aquellas vanguardias regionales latinoamericanas. Torres García conoció a Mondrian en París en 1929 y nunca dejaría de reconocer el impacto visual de su obra y la calidad intelectual del holandés. En ese año ambos participaron en tres exposiciones clave, la última organizada por el propio Torres García, que había presentado la vanguardia parisina en una serie de notas publicadas en el periódico La Veu de Catalunya, y entre las que se encuentra una dedicada a Mondrian. Torres García fue quien hizo conocer la obra de Mondrian y Van Doesburg en España. A pesar del mutuo respeto que se profesaron, las diferencias teóricas y la vorágine de cambios que se suscitaban en aquel entonces en Europa hicieron que Piet Mondrian y Joaquín Torres García tomaran caminos diferentes. La década del treinta llevaría al uruguayo a recalar en Montevideo y al holandés, temeroso del nazismo, a trasladarse primero a Londres y luego a Nueva York. La potencia pictórica de Mondrian radica en su capacidad para transformar la perfección geométrica más absoluta en validez estética, lo que reflejaría su idea utópica de la sociedad moderna. A su vez, Torres García planteó una paradoja al intentar encontrar el modo de crear un arte que fuese correlato de la concepción de un nuevo hombre: el hombre constructivo y universal.
Esta propuesta retomaba ciertos preceptos del pensamiento metafísico y del Constructivismo. El artista uruguayo entendía al arte como un puente entre el hombre y la naturaleza. Para Torres García el arte no debía copiar a la naturaleza, pero tampoco debía negarla. Los pictogramas que pueblan sus pinturas recrean el mundo: el pez (la naturaleza), el triángulo (la razón), el corazón (los afectos), el hombre y la mujer. A través de símbolos y recursos formales simples como líneas horizontales y verticales y figuras geométricas básicas, el emblemático artista uruguayo creó un lenguaje plástico de alcance universal, conjugando símbolos de todas las épocas y tradiciones: clásica, mediterránea, del Oriente Medio y precolombina. Uno de los aspectos fundamentales en la producción de este creador es el rescate, desde un planteo netamente moderno, de la raíz de las manifestaciones precolombinas, con su permanencia y geometría, como eslabón esencial en la conformación de la civilización occidental, lo que emparenta su corriente artística con el Primitivismo. El Universalismo Constructivo consiste en, según afirmaría el maestro, tratar de expresar mediante el arte la comunión del hombre con el orden cósmico. Torres García defi-