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Carta desde detrás de la rejilla del terror
U
na vez más me acerco hasta ti con el corazón encogido, al igual que creo debes tenerlo tú que amas la libertad, la cultura, y eres consciente del lugar que a día de hoy deben ocupar las mujeres en nuestra sociedad. Y te digo que tengo el corazón encogido porque a pocas horas de avión, hoy un país ha retrocedido en todos los términos que te detallaba antes y ha retrocedido hasta la más oscura de la época que podamos imaginar. Hasta la más profunda de las cavernas donde han enterrado estos tres pilares de lo que a día de hoy consideramos la sociedad moderna actual. Las mujeres y las niñas son las más amenazadas por el nuevo régimen talibán. Es prácticamente imposible abarcar punto por punto el maltrato y los abusos a los que los integristas las someten. Me es difícil imaginar el terror en esos ojos que se intuyen detrás de un Burka, ese miedo a cruzarse con un desconocido que te denuncie por llevar las uñas pintadas, o haber escuchado música, o por el simple hecho de haber enseñado un tobillo, haberte asomado al balcón, o llevar tacones. Sí querido lector, me es imposible imaginar el terror en esos ojos que miran a todos lados desde detrás de esa tela y que recorren con temor cada rincón de la calle que deben cruzar, que lloran en silencio por tener que callar, esos labios cerrados a los que impiden cantar, o esas manos enguantadas a las que ahora prohíben pintar, escribir. O a esa mente encerrada por los que dicen querer liberarla, a la que desde ahora se negará poder crear, estudiar, relacionarse, o simplemente, pensar. Lloro por esa mujer encerrada en gris y negro La Declaración de México de la UNESCO de 1982 nos recordaba que; Sólo la cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A su través discernimos los valores y efectuamos opciones. Por medio de ella el ser humano se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones y crea obras que lo trasciendan. Y es verdad. Sólo el hombre culto es libre, porque esa
libertad es lo que le permite discernir entre los distintos valores en cuestión para poder optar así, con exacto conocimiento de causa, por aquél que mejor se ajuste a sus peculiaridades. Por contra, la incultura carece en absoluto de ese espíritu reflexivo sobre la propia individualidad a que alude la citada Declaración. Y nosotros, los que vivimos en un mundo de creación, de letras, de colores, amamos la cultura, la libertad y tenemos el mayor respeto por la vida humana y en especial por la de las mujeres, nosotros, que intentamos que la igualdad sea algo tangible, en la casa y en la calle, en la vida y en el trabajo, somos conscientes de que a día de hoy nuestro planeta vuelve a dar un paso atrás, que volvemos a retroceder en el espacio tiempo hasta el mayor oscurantismo cultural, ético y social que podamos recordar. Y tú me preguntarás, ¿Qué podemos hacer?, la única arma que se me antoja está en nuestras manos es la de no callarnos, la de seguir exigiendo, la de ser la voz de las que no tienen voz, la de llenar de color cada rincón que ellos pinten de negro. Nuestra fuerza es la de no cerrar nuestro corazón, nuestras mentes, nuestras manos y nuestra boca. Demostrar que realmente somos esa sociedad libre, con cultura, con libertad, que esta sociedad que ellos quieren aniquilar, es mucho mejor que la suya.
Miguel ADROVER CALDENTEY