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ESENCIA
En muchos aspectos, el flamenco no deja de ser paradójico y entender su complejidad implica un análisis tan laborioso que, al tener que abordar tantos puntos de vistas, nunca nos deja totalmente satisfechos. En la actualidad, se observa un fenómeno que pone de relieve una contradicción que nos debería llevar a una reflexión sobre la esencia de este arte. Y es que, por un lado, proliferan los festivales flamencos, no habiendo ciudad que se precie que no cuente con un festival con nombre propio. Pero por otro lado, son muchas las peñas flamencas que no encuentran relevo generacional, llegando, en el peor de los casos, a desaparecer. Sin ir más lejos, aquí en La Isla, cerró sus puertas la Tertulia Flamenca, la primera peña flamenca de San Fernando, y en ciudades tan importantes como Jerez, hay algunas peñas que están teniendo serios problemas para mantenerse abiertas por la falta de socios que la sustenten. Además, son muchos los cantaores que reconocen (sobre todo en privado) que les gustaría dedicarse exclusivamente al flamenco, pero no lo hacen porque el repertorio jondo no tiene público. Entonces, ¿cómo se puede agonizar y proliferar al mismo tiempo? Ante esta disyuntiva, quizás nos ayude volver nuestra mirada a la esencia, porque esta responde a la pregunta de qué es tal cosa y, en esencia, el flamenco no es sino una música compleja y excepcional compuesta de armonías, melodías y ritmos muy específicos que se conjugan en unos palos que, aunque abiertos a distintas interpretaciones y diferentes estéticas, están bien definidos.
En principio, tanto los festivales como las peñas comparten esencia, sin embargo, las propuestas escénicas varían considerablemente de un lugar a otro y, mientras que en los grandes eventos se cuelga el «no hay billetes», en las peñas cada vez entra menos gente. De alguna manera, habría que armonizar la tradición con la innovación y, para empezar, no estaría mal no alejarnos demasiado de nuestra fuente primigenia, para no perder el norte de lo que el flamenco en esencia es.
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Camarón de La isla es quizás el mejor ejemplo de buen hacer en esta cuestión. El cantaor isleño no tuvo complejo a la hora de incorporar a su cante expresiones procedentes de otras músicas y culturas, pero a la vez nunca renunció a su esencia, y así lo manifestaba en sus directos, donde, salvo en contadas ocasiones, le bastaba su voz y una guitarra para llenar el escenario y enloquecer a su público.
Cuidemos nuestra herencia y no reneguemos de nuestra esencia; es la mejor forma de que las nuevas generaciones reconozcan y aprecien el valor inconmensurable del Flamenco con mayúsculas.