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Camarón y los herrerosgitanos Ricardo de Castro

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TRES LIBROS TRES

TRES LIBROS TRES

Niño, déjame que baile. Cuando vengan los gitanos Te encontrarán sobre el yunque Con los ojillos cerrados

Federico García Lorca cantes de fragua | En este patio, reside todavía el espíritu de esas noches de cante y baile. Nos quedan las imágenes del mano a mano por bulerías entre Camarón y su madre, acompañados por su guitarrista en los primeros tiempos, Paco Cepero. Con el pelo recogido, la piel curtida de su cara gitana y vestida de luto todavía por la muerte de su marido, Juana se arranca cantando el estigma de los marginados: «Por la mancha que llevo en la frente murmura la gente que yo soy pecadora...». Camarón marca el compás con los nudillos sobre la mesa y mira con respeto a su madre, que le da paso: «Santitos del día, que me quitaran a mí los cordeles, que las manitas a mí me dolían». Aún más dolor antiguo por las persecuciones al pueblo gitano a lo largo de la historia. Quién sabe si recordando el terrible cautiverio de gitanos de toda Andalucía a mediados del siglo XVIII, de los que muchos acabaron en La Isla de León para la construcción de los muelles y diques del Arsenal de La Carraca2.

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La antigua fragua de los Monje se encuentra en un pequeño inmueble de la calle Amargura, en el barrio de la Plaza de Toros de la Isla. Calles que antaño desembocaban hacia los esteros y los caños: fango, sal, almajo y salicornia. Una silla azul de enea junto a la puerta, enmarcada en pintura verde, parece que aguarda el descanso del herrero, quizás para echarse un pitillo y tomar un poco de aire de salina.

El forjador primero fue Juan Luis Monje1, un gitano herrero de Conil gran aficionado al flamenco, que sacó adelante a sus ocho hijos con el duro trabajo del carbón al rojo vivo, el humo y el hierro golpeado. El que hacía siete fue su vástago más célebre: José, con el tiempo conocido como Camarón de La Isla. Desde muy pequeño, Joselito emprendía por los senderos de barro el camino hasta la fragua desde el barrio de Las Callejuelas, donde vivía con su familia en un humilde patio de vecinos. Allí ayudaba a su padre y a sus hermanos mayores dándole al fuelle para avivar la lumbre y seguramente trasegando con el carbón y la escoria.

Nada más franquear la puerta de la calle se accede a la fragua, en cuyo centro recibe el yunque situado sobre un cepo de madera. En sus paredes, ahora encaladas, se despliega un auténtico muestrario etnológico del oficio de herrero: machos o martillos para golpear el hierro, martillos de bola para redondear, tenazas, punteros, escuadra, tajadera, limas, tijeras, atizador… y el mandil de cuero tan necesario para protegerse de las esquirlas calientes. Y también los productos de la forja, los famosos clavos y alcayatas gitanas, además de herramientas, rejas, antiguas llaves, herraduras, cencerros, pestillos, cerrojos, bisagras, garabatos...

Aquí el metal se calentaba en el fogón, donde gracias al fuelle cobraba vida el carbón encendido. Con la ayuda de unas tenazas y sobre el gran yunque, el herrero trabajaba el metal al rojo vivo, dándole una nueva forma.

El resto de la modesta vivienda, la componen dos pequeñas habitaciones, ahora con una muestra de recuerdos del cantaor (sus guitarras, su ropa, trofeos, fotos de familia…) y una pequeña cocina, todo alrededor de un patio.

Este humilde espacio rezuma flamenco por sus paredes. No solo por el eco antiguo de las seguiriyas que cantaba el padre en un momento de descanso o por las sombras desvaídas de los ilustres visitantes, lo más granado de los cantes de Cádiz: Aurelio Sellés, La Perla, Beni de Cádiz, Pericón, el Chato de La Isla y hasta Macandé; sino también por la presencia gigante de la madre, Juana Cruz, gitana de La Isla que tenía la llave de la fuente de los cantes antiguos de donde bebió Camarón.

Es abril del año 1973 y estas imágenes icónicas se recogen en Rito y geografía del cante, la serie canónica de Velázquez-Gaztelu, dando fe de un momento único, íntimo y auténtico. Camarón tiene 22 años y ya ha grabado cuatro discos con Paco de Lucía como guitarrista. El último de estos, Canastera (1972), en un claro homenaje a su madre.

En su segundo álbum, conocido como Cada vez que nos miramos, grabado y publicado en 1970, cantaba Camarón los famosos fandangos en los que recuerda a sus padres en este lugar: «En La Isla yo nací, me crie al pie de una fragua, mi madre se llama Juana y mi padre era Luis y hacía alcayatitas gitanas». El letrista de estos fandangos es Fosforito, el cantaor cordobés Antonio Fernández Díaz. Y estas célebres alcayatas penden todavía de estos muros.

Curiosamente, el mismo año de 1973, en el disco conocido como Caminito de Totana, José graba el único martinete de su carrera: Las doce acaban de dar. En el fondo se escucha un martillo sobre un yunque que marca el compás de una seguiriya. Esta antigua letra, posiblemente sugerida por Antonio Sánchez, padre de Paco de Lucía y productor de los discos de esa época, recuerda de nuevo el dolor del pueblo gitano.

Finalmente, en 1986, el álbum Te lo dice Camarón recoge la bulería Otra galaxia, que se abre con unos versos de recuerdo de su niñez en la forja, en los que José comparte autoría con el letrista Antonio Humanes y el cantaor y compositor gaditano Alfonso Fernández (Alfonso de Gaspar). «Soy fragüero. Yunque, clavo y alcayata… Cuando los niños en la escuela estudiaban pa el mañana, mi niñez era la fragua: yunque, clavo y alcayata...».

Desde luego este es uno de los lugares donde se forjó el mito del flamenco contemporáneo.

Los dueños del fuego

El conocimiento hermético del gremio de los herreros se emparenta en cierta manera con la masonería antigua de los constructores, compartiendo con esta algunos de sus útiles simbólicos como el mazo, el cincel, la escuadra, el compás e incluso el mandil. Un gremio donde también hay maestros, compañeros y aprendices. De hecho, el personaje referente de la masonería, Hiram, el arquitecto del mítico Templo de Salomón en Jerusalén, era conocido como «el fundidor», forjador de todos los instrumentos de bronce y de hierro.

Los secretos de la forja y del trabajo del metal dieron a algunas familias gitanas con el tiempo una respetabilidad y un estatus especial. Un conocimiento singular que se transmitía de padres a hijos en los linajes de los gitanos herreros, de los que se dice que ya estaban en el sitio de Granada fabricando herraduras y balas con las tropas de los Reyes Católicos, casi recién entrados en la península en el siglo XV. Al principio, estos forjadores nómadas se acompañaban solamente de sus herramientas, un pequeño yunque y una hornacina, hasta que, obligados a una residencia fija, se ubican en los márgenes de las ciudades y pueblos, en Triana (Sevilla), en las cuevas del Sacromonte (Granada), cerca de los ríos o el mar… y a menudo, juntándose con otros excluidos: morenos, moriscos, judeoconversos… Parte de este mestizaje y de esta alquimia también está en el fla-

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