2 minute read
David de Arahal. Nacido para el diapasón.
■ Antonio Canales | Se acercaba aquella fría navidad de hace una década y yo había ido a dar un cursillo al pueblo de Morón de la Frontera, en la escuela de mi comadre Carmen Lozano. Al llegar, vi a David sentado en la silla de enea que ocupan los guitarristas que suelen acompañarme en las clases. Desde el primer momento, supe que aquel duende estaba hecho para el sacrificio de ese instrumento tan difícil como mágico que es la guitarra flamenca. Me pidió, con esa amabilidad y educación que derrama este gran hombre, si podía acompañarme.
Yo acepté, como es natural, y él me dijo que no me prometía nada. Aún era demasiado pequeño para saber que su promesa para con el instrumento ya estaba firmada desde que nació; venía impreso en las greñas de su abuela Matilde. La única forma y escuela para un concertista de la guitarra flamenca, como es David de Arahal, empieza en las madrazas de la vida cotidiana, en los colmaos y tabancos, en la casa familiar, en las escuelas de flamenco. Es una carrera oral y ordinaria ausente de pentagramas y códigos. Son muchos sacrificios para llegar después a enfrentar nuevos retos, metas y estudios en escuelas para guitarristas profesionales. Su corazón es un Mar verde, así se titula su ópera prima, que me ha servido de inspiración en mi último montaje La guitarra canta, donde David es el máximo protagonista.
Advertisement
Hablar de este genio del siglo XXI es deshacerme en elogios, todos los que diga siempre se quedarían cortos. Su toque se apoya en los cimientos primigenios del arte negro y oscuro de todo un pueblo y grita con la contundencia y soberbia que hace temblar los planetas del universo. Estamos ante un huracán de dulzura, ritmo y creación flamenca. Y lo más importante: posee un corazón que no le cabe en el pecho.
Todo esto y mucho más, es David de Arahal.