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Prefacio

PrefaCio

Un texto femenino no puede ser más que subversivo: si se escribe, es trastornando, volcánica, la antigua costra inmobiliaria. En incesante desplazamiento. Es necesario que la mujer se escriba porque es la invención de una escritura nueva, insurrecta lo que, cuando llegue el momento de su liberación, le permitirá llevar a cabo las rupturas y las transformaciones indispensables en su historia.

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Hélène Cixous

Escribir es un acto subversivo, es violentar la realidad y crear una imagen nueva del mundo. La escritura hecha por mujeres es una lanza contra las verdades absolutas y las imposiciones de la historia, es también una herramienta que construye una visión crítica alejada de las perspectivas dominantes. En este sentido, Mujeres mexicanas en la escritura es una lectura y una refexión sobre la obra de catorce autoras mexicanas que han desarrollado una escritura constante y vigorosa. Todas las escritoras tratadas en este volumen gozan de un lugar privilegiado en la historia de la literatura mexicana y, si alguna vez no fue así, su escritura aguda y pertinaz supo abrirse paso entre los escrúpulos y el dogma, para ser leída, estudiada y celebrada.

Los textos que integran este libro responden a diversas interrogantes críticas y su disposición se guía por los años de publicación de las obras estudiadas, con la idea de que el lector pueda seguir en su diacronía los movimientos, las continuidades, rupturas y transformaciones dibujados por las propuestas de escritura pertenecientes a mujeres de distintas generaciones que pueblan la vida de las letras mexicanas desde los albores del siglo xx

hasta la actualidad. Hablar de un sentido de representatividad de las escritoras mexicanas que signan este camino sería decir demasiado, ya que las omisiones son inevitables y siempre cuestionables. Bajo este entendido, si de representatividad se puede hablar, es de la que subyace en las rejillas posibles para fltrar las fguras que habitan este libro, en las que se teje la relación que el crítico decide establecer con el texto literario.

Aunque el eje del libro es el de la obra que nace de la pluma de escritoras, con el signo del género, éste funciona en su acepción más ordinaria, como carácter común que permite delimitar un grupo dentro de un conjunto, en este caso una tradición literaria. No hemos pretendido que este denominador funcionara como sesgo, es decir, para propiciar su refexión como nota en sí, sino como pauta para la posibilidad de un encuentro. Y así fue. El libro encontró su viabilidad en el reconocimiento del cruce de un diálogo entre académicos de distintos espacios que, desde perspectivas diversas, coinciden en su interés por el estudio de la obra de las escritoras mexicanas.

De ahí que Mujeres mexicanas en la escritura se perfle como una suerte de mosaico de las posibilidades de relación que las autoras mexicanas han establecido con la palabra literaria, pero también es un mosaico de las posibilidades de su lectura, pautadas por las búsquedas que imponen los propios textos y el ambiente literario de cada época. De este modo conviven entre las páginas de este libro perspectivas múltiples, como múltiple y amplio es el espectro literario.

Inaugura la primera sección del libro, “Primeras voces críticas”, el trabajo de Tatiana Suárez Turriza, quien retoma a la modernista Laura Méndez de Cuenca, fgura esencial para la revisión de la historia de la literatura escrita por mujeres en México. Suárez Turriza identifca, a partir del análisis del libro de cuentos Simplezas (1910), las cualidades en la pluma de Méndez de Cuenca que permiten reconocerla como una “escritora de umbral”, por la incorporación de recursos formales y temáticos que marcan la transición de la vida de este género entre la tradición decimonónica y su transformación en el siglo xx. Carmen Álvarez Lobato, por su parte, ahonda en el perfl de una de las escritoras consagradas en la tradición literaria mexicana, Rosario Cas-

tellanos, con el análisis de “Tablero de damas” (1952), una de las piezas teatrales de la escritora menos estudiadas. Álvarez Lobato muestra el despliegue del humor en el discurso dramático de Castellanos, sostenido en la deformación caricaturesca de fguras emblemáticas del ambiente literario femenino de su época. La pieza es fltrada por el análisis del funcionamiento de los recursos de la ironía que dirigen el ejercicio crítico de la sátira, condición que justifca el que haya sido objeto en su momento de una polémica, que la sumió después en un “discreto silenciamiento”.

El trabajo de Margo Echenberg, dedicado a Elena Garro, propone la relectura de una de las constantes más apuntadas en la obra de esta escritora: el tiempo. Las representaciones que de éste se encuentran en la obra garriana (memorias múltiples, tiempos sincrónicos y circulares) son analizadas en este capítulo en una muestra de su producción narrativa y dramática, para revelarlas como cronotopos alternativos al discurso progresista de la modernidad. Así, la obra de Garro es instalada por Echenberg en el marco de la refexión sobre la modernidad que signó a la intelectualidad mexicana en la primera mitad del siglo xx. Josefna Vicens se suma a este inventario con la novela que le posicionó en el escenario literario en 1958. El libro vacío es analizado por Claudia L. Gutiérrez Piña con el tratamiento de la función que la negación tiene en la novela. Esta lectura confrma el lugar que ocupa el texto de Vicens como un parteaguas en la implicación del gesto autorrefexivo en la narrativa mexicana, al que mucho deberán las generaciones de escritores posteriores. Por ello, la fgura de Vicens funciona también como el eje de transición para la segunda sección del libro: “Transformaciones y rupturas”.

El paso a la década de 1960 es, en la literatura mexicana del siglo xx, sumamente signifcativo. El ambiente político, social y cultural de la segunda mitad del siglo contribuyó a un crecimiento exponencial de la industria editorial. Después de la creación del Fondo de Cultura Económica (1934) surgieron en la década de 1960 Era y Joaquín Mortiz, dos de las casas editoriales más importante de esta época. A esto se suma la consolidación de instituciones culturales que promovieron la profesionalización del escritor: la creación del

Centro Mexicano de Escritores (1951), la Coordinación de Difusión Cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México (1947) y la fundación de La Casa del Lago (1959), por mencionar algunas. Estos espacios defnen, en gran medida, la dinámica de la esfera literaria mexicana de las siguientes décadas.

Julieta Campos, Amparo Dávila, Guadalupe Dueñas e Inés Arredondo, las cuatro escritoras que tienen continuidad en este libro, son partícipes de esta transición. Compartieron los espacios culturales referidos1 y ocupan un importante lugar para reconocer la transformación que se gestó en los intereses de la literatura mexicana en esta época, la cual se revela tanto en el tratamiento de sus temas como en los principios de composición que dan aliento a sus obras.

En esta última línea se encuentra Muerte por agua (1965), primera novela de Julieta Campos, en la cual Elsa López Arriaga reconoce una escritura que tensa la relación entre la unidad y el fragmento como sostén de una ambivalencia que se alimenta de los vacíos, el silencio y la dispersión. En esta dinámica, López Arriaga advierte los rasgos determinantes de la producción literaria total de Campos, que, en el caso de Muerte por agua, se concretan en la construcción de un “imaginario acuático”, donde las formas se diluyen en su variedad.

Se suma a este recorrido Amparo Dávila, escritora que en los últimos años ha sido recuperada por la crítica y los lectores, vinculándola insistentemente con la tradición de lo fantástico y la literatura de horror. Jazmín G. Tapia Vázquez retoma precisamente esta vertiente para problematizarla, no para proponerla en términos de una infuencia, sino para señalar la afnidad que estas tradiciones guardan con la búsqueda estética personal de la escritora zacatecana que se alienta en la búsqueda de lo inexplicable como sustrato de una realidad familiar y cotidiana. “Óscar”, cuento que forma parte de Árboles petrifcados (1977), es el eje de análisis de esta propuesta.

1 Todas ellas fueron becarias en el Centro Mexicano de Escritores: Dueñas y Arredondo en 1961; Dávila y Campos en 1966. Joaquín Mortiz y el Fondo de Cultura Económica fueron el sello editorial de sus obras, y, con excepción de Dueñas, todas recibieron el premio Xavier Villaurrutia (Campos en 1974, Dávila en 1977 y Arredondo en 1979).

La fgura de Guadalupe Dueñas es recuperada por Gabriela Trejo Valencia para mostrar el tratamiento erótico-tanático que confere la escritora en dos de sus relatos: “Al roce de la sombra” (1958) y “Pasos en la escalera” (1976). En ellos, Trejo reconoce la implicación de una dialéctica entre el erotismo, como una refexión tanática, y la muerte, como un instinto erótico.

Inés Ferrero Cándenas, por su parte, abona al estudio de la obra de Inés Arredondo en el tratamiento de lo que denomina el “artifcio perverso” como articulador de la propuesta estética de la escritora. Toma como objeto de análisis “Apunte gótico”, perteneciente a uno de sus títulos más emblemáticos: Río subterráneo (1979). Con el término “artifcio perverso” Ferrero defne la función productora de sentido en los textos de Arredondo, donde los ámbitos de lo imaginario, lo semiótico y lo simbólico se conjugan por virtud de los resquicios ocultos de la palabra.

Martha Celis Mendoza y Jesús Erbey Mendoza Negrete suman a este mosaico la fgura de Isabel Fraire, quien contribuyó a las letras mexicanas desde una doble dirección, en su labor como poeta y traductora. Los autores hacen hincapié en la necesidad de recuperar las contribuciones del poetatraductor en tanto “renovador” indirecto de las literaturas nacionales. La fgura de Fraire permite reconocer este puente, en un movimiento doble que muestra las huellas que imprime en su propia obra la traducción que realizó para la antología Seis poetas de lengua inglesa (1976). Las décadas posteriores, apuntando al fn de siglo, enmarcan lo que ha sido denominado por algunos como un “boom femenino”, leído a contraluz de la masifcación de la industria cultural y editorial que no fue exclusiva para la escritura hecha por mujeres. Por ello, consideramos mucho más pertinente pensar la proliferación de las publicaciones de las escritoras mexicanas en este periodo en términos del proceso de continuidad y consolidación de la presencia de las mujeres como sujetos sociales en la literatura,la cual se fraguó a lo largo del siglo xx, cuya representatividad se puede distinguir en las autoras de las que tratan las primeras dos secciones del libro.

En este contexto se encuentran las escritoras que conforman la tercera y última sección del libro “Apropiaciones”. Angelina Muñiz-Huberman es

retomada por Patricia Vega Villavicencio con una propuesta de lectura que fltra dos de sus textos, “Yocasta confesa” y “La ofrenda más grata”, ambos pertenecientes a Huerto cerrado, huerto sellado (1985), desde una mirada que conjuga la reescritura del mito planteada por la autora mexicana en consonancia con la refexión ensayística que vierte en El siglo del desencanto (2002).

Julia Érika Negrete Sandoval repara en la singular práctica autobiográfca que Bárbara Jacobs imprime en Las hojas muertas (1987), novela que ha tenido un tratamiento en la crítica literaria desde la mixtura de registros biográfcos. Negrete Sandoval, por su parte, propone leerlo desde el concepto de “autofcción”, como modalidad que permite un tratamiento más agudo en el que se implican los presupuestos de los géneros, al considerar la presencia simultánea y ambigua de dos pactos de lectura: uno autobiográfco y otro novelesco. La implicación de una estética que se dirime entre la historia y la fcción es el nudo que articula la propuesta de Brianda Domecq en su novela La insólita historia de la Santa de Cabora (1990), analizada por Ruby Araiza Ocaño desde su implicación en la tendencia de la “novela documental”, la cual se sostiene en un arduo trabajo de investigación que realiza la escritora para reescribir la historia de un personaje marginal en el discurso historiográfco mexicano.

La transición al siglo xxi está representada en el libro con el texto que Elba Sánchez Rolón dedica a Cristina Rivera Garza, una de las autoras con mayor presencia en las esferas literarias y críticas contemporáneas. Sánchez Rolón refexiona acerca del tratamiento de la corporalidad que transita en la obra de la escritora, como un espacio “doliente e incómodo” que despierta el cuestionamiento y promueve, por lo tanto, el ejercicio crítico del sujeto literario y, como derivado, del lector. Este recorrido involucra los textos Nadie me verá llorar (1999), Lo anterior (2004), La muerte me da (en pleno sexo) (2007) y Dolerse: textos desde un país herido (2011).

Cierra este recorrido la aportación de Jacqueline Guzmán Magaña a propósito de Guadalupe Nettel, como representante de una de las generaciones jóvenes de las letras mexicanas en la actualidad. Guzmán Magaña retoma la primera novela de la escritora, El huésped (2006), donde advierte la

articulación de motivos que se convertirán en defnitorios de la estética de la autora, en este caso la implicación del doble y la preeminencia del sentido de la vista, los cuales se encaminan a la defnición de un nuevo valor de belleza que se desplaza en la narrativa de Nettel hacia lo anómalo.

En todas las contribuciones puede advertirse cómo los trazos, tanto de las escritoras como de sus críticos, dibujan líneas de distinta amplitud y en varias direcciones; sin embargo, entre todos confguran una perspectiva de conjunto que bien puede guiar los pasos del lector en el camino construido por las mujeres mexicanas a lo largo de un siglo en su andar de la mano con la escritura, en una relación que conjuga también las trasformaciones de la historia.

Claudia L. Gutiérrez Piña Carmen Álvarez Lobato

PriMeras voCes CrítiCas

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