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de la Santa de Cabora, de Brianda Domecq Ruby Araiza Ocaño

la narrativa doCuMental en la inSólita hiStoria de la Santa de cabora, de brianda doMeCq

Ruby Araiza Ocaño Universidad Veracruzana

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Y en Cabora está la gracia y en Tomóchic está el poder, ¡qué gobierno tan ingrato que no sabe comprender!

Corrido revoluCionario

Uno de los caminos estéticos que tomó la novela mexicana en la segunda mitad del siglo xx fue el de la recuperación de contextos y personajes históricos que, aunque habitaban la memoria colectiva, habían sido ajenos al discurso de la historia ofcial. El auge de la nueva novela histórica tendió puentes no sólo para que la novelística sobre héroes trascendentales atestara los huecos históricos —como es el caso de El seductor de la patria (1999) de Enrique Serna, quien rescata y humaniza la fgura de Antonio López de Santa Ana—, sino que también dio cabida a la narración de la historia desde la perspectiva de los marginados —a esta vertiente corresponde, por ejemplo,

Nadie me verá llorar (1999) de Cristina Rivera Garza, quien retoma el Porfriato y parte de la Revolución Mexicana por medio del personaje de Matilda, una prostituta loca, y Joaquín, un fotógrafo—. Es desde esta posición estética que prostitutas, locos, santones, entre otros marginados sociales, se convierten en personajes que aunque no son protagonistas de los asuntos bélicos o políticos, por medio de sus fguras proyectan los errores de un Estado fallido. La reconstrucción de estos personajes, cuyas raíces se tejen en el fondo de un referente histórico, se sostiene en la investigación previa que de ellos hacen los escritores, de esta manera se cuestiona la historia ofcial brindando otra versión de los sucesos históricos referidos como contexto de los argumentos novelescos.

Se trata, pues, de una estrategia discursiva en la que el autor reconstruye, a partir de la documentación factual, una visión atribuible a personajes provenientes de sectores marginales. En este sentido, no se puede pasar por alto que se trata de la construcción de imágenes de la marginalidad, desde el punto de vista del escritor letrado.

Esta tendencia realista documental es una de las líneas de la novela mexicana que cobra signifcativa importancia, pues propone una novelística que fccionaliza los hechos históricos no desde la perspectiva de sus protagonistas, sino desde la reconfguración de los sucesos vistos desde sus antípodas marginales.

El denominado “realismo documental” responde a una poética que proviene de una nueva modulación del concepto de realismo —aceptando como antecedente al decimonónico—, que reconsidera las principales funciones del concepto de fcción, lo cual supone cambios en las distintas categorías de realidad, de lo fcticio y de lo verosímil. Su rasgo esencial es que incluye la “documentación”, constituida por el conjunto de documentos encontrados por el autor-investigador y el proceso artístico interpretativo de estos materiales.1 De esta perspectiva, surge la “narrativa documental”, es decir,

1 En su conjunto, el realismo documental dialoga con otras tendencias como la literatura de no-fcción, el nuevo periodismo, la novela testimonial, entre otras. Lars Ole Sauerberg estudia categóricamente el “realismo documental” haciendo referencia al realismo tradicional como su antecedente: “the greater part of ‘serious’/‘artistic’/’literary’ fction employs this pre-modern-

aquélla cuya naturaleza se puede defnir por la imbricación entre el discurso narrativo-novelesco con discursos documentales complementarios como la historiografía, el periodismo, el reportaje, la entrevista, entre otros. Al respecto, Julio Rodríguez-Luis, al mencionar la distinción que se hace entre la narración literaria e histórica, aclara que:

los elementos que comparten la historia y la novela son ya un lugar común de la crítica literaria. Ahora bien, aunque ambas expongan ciertos hechos con la misma herramienta, el discurso narrativo, persiguen propósitos muy diferentes: en el caso de la novela, hacer ingresar al lector en un mundo inventado, separándolo temporalmente del que es familiar, el de su propia experiencia; en el de la historia, ilustrar a ese lector sobre los procesos históricos mediante la narración, basada en documentos fdedignos, de los hechos que los componen más su interpretación.2

Desde estas consideraciones, para el novelista documental el discurso de la historia es un recurso primordial, pues su principal motivación es la representación de un suceso de la realidad, pero, según acota el mismo Rodríguez-Luis, “ya no se inclina a interpretar la historia que cuenta como acto exterior a la narración misma”.3 De ahí que este género esté basado en otros procesos de representación: reinterpreta la realidad dando otro signifcado a la información adquirida, cuestiona lo ya dicho o lo que no se dijo, y adquiere un valor social más sugestivo.

ist narrative mode, which assumes that there is an extra-literary reality which may be verbally communicated, and that it is possible and indeed valid to create self-sustaining fctional universes existing on the basis of analogy with experiential reality” (Lars Ole Sauerberg, Fact into fction. Documentary Realism in the Contemporary Novel, St. Martin’s Press, Nueva York, 1991, p. 1). 2 Julio Rodríguez-Luis, El enfoque documental en la narrativa hispanoamericana. Estudio taxonómico, Fondo de Cultura Económica, México, 1997, p. 14. 3 Ibid., pp. 14-15.

Por otra parte, pensar la “novela documental” en el marco de la tradición literaria mexicana implica considerar el lugar que ocupa en su desarrollo. De acuerdo con Rita Plancarte, la novela mexicana ha tomado dos caminos principales, uno esteticista que busca su fnalidad en sí misma y otro que se aboca a las representaciones de las realidades circundantes y retoma problemas socioculturales:

Las líneas de desarrollo de la novela mexicana [...] adquieren unidad en la medida en que las obras que las conforman comparten similares modos de inserción en el contexto cultural en que se ubican, pues una se asienta en la intención de incidir en la realidad circundante y otra supone la producción literaria como fnalidad en sí misma. Propósitos que se mantienen vigentes, en un sentido amplio, a lo largo de la historia de la novela mexicana. La progresión histórica demuestra no sólo la permanencia de ambas intenciones sino la confictiva relación que emprenden desde los albores de la narrativa mexicana, en la medida en que buscan convertirse en las tendencias dominantes en la novelística. Este conficto trata de resolverse de diferentes formas y se puede observar la necesidad de hacer converger ambas posiciones para generar una expresión novelesca interesada tanto en la representación del entorno inmediato, como en la exploración, reelaboración y renovación de las formas de representación.4

En tal sentido, me interesa retomar la línea de convergencia mencionada por Plancarte, donde la búsqueda de representación de una realidad inmediata coincide con la exploración de las formas con que ésta es reelaborada. Éste es el caso de la novela de la escritora mexicana Brianda Domecq La insólita historia de la Santa de Cabora (1990), a la que dedico el presente análisis, con la fnalidad de destacar cuáles son los elementos estilísticos propios de la narrativa documental —entendida como una de las tendencias que indagan

4 María Rita Plancarte Martínez, La modernización de la novela mexicana en los años sesenta: el arribo de Babel, Pliegos, Madrid, 2010, pp. 194-195.

la renovación en los modos de representación de la novela—, con los cuales se busca el reconocimiento de un personaje histórico marginado y olvidado.

Por medio del personaje de Teresa Urrea, la novela reconstruye y cuestiona el discurso historiográfco sobre el Porfriato y la Revolución mexicana. Echando mano de información de diversa índole, recuperada durante diecisiete años, Domecq narra los treinta y tres años de la vida de Teresa Urrea, la Santa de Cabora. La historia de este personaje histórico, que mucho tiene que ver con el inicio de la Revolución mexicana, se convirtió en un mito por sus curaciones5 y por la supuesta infuencia que tuvo en los grupos revolucionarios del norte de México. La insólita historia de la Santa de Cabora (1990) está ambientada en los últimos años del Porfriato y la Revolución mexicana y da cuenta de la vida de Teresa, quien “nació en Ocorini, Sinaloa, en 1873, hija de la sirvienta Cayetana Chávez y de su patrón, Tomás Urrea. Fue bautizada con el nombre de Niña García Nona María Rebeca Chávez, y tomó el apellido de su padre en 1888 o 1889, varios años después de mudarse al rancho de éste, Cabora, en el estado de Sonora”.6

La novela se divide en tres partes, les antecede el “Introito”, donde se menciona la ascensión de Teresa al Paraíso. En la primera parte se en-

5 Teresa Urrea forma parte de fenómenos culturales como el Niño Fidencio que han perdurado en el imaginario colectivo hasta nuestros días. Un ejemplo claro de que se mantiene hasta la actualidad cierta expectativa de las curaciones de la Santa de Cabora es la publicación del libro Teresa Urrea la Santa de Cabora. 100 años después (Innovación Editorial Lagares, México, 2008). Los autores, Elizabeth Hernández Aguirre y Armando de la Cruz López, aseguran haber escuchado a Teresa Urrea y narran la historia: “La alegría que tenemos en nuestro corazón por haber sido elegidos por Teresita no la pagamos con nada, así que con lo que podamos ayudar a ese lugar mágico, lo haremos con mucho gusto. En diciembre volvimos a Sonora. Quisimos pasar la Navidad cerca de ella. También regresamos para dar un aviso a la ciudadanía sonorense de que Teresa Urrea había regresado a su tierra. Esto lo hicimos por medio de un periódico local, así que mucha gente ya debe estar enterada que: aquel hermoso ser de luz, que sólo sabe dar paz, está de vuelta en Sonora, cien años después” (p. 230). 6 Gabriella de Beer, Escritoras mexicanas contemporáneas: cinco voces, Fondo de Cultura Económica, México, 1999, p. 142.

trelazan dos narraciones, por un lado, la de una investigadora —que podría considerarse una fccionalización de la autora— que va buscando la historia de Teresa Urrea en un presente actual, y, por otro, la de la niñez de la Santa contada a través de un narrador tradicional en el pasado histórico representado.7 Entre las partes primera y segunda hay un apartado titulado “La caída”, que refere a la unión mística que hay entre la investigadora y Teresa cuando las dos sufren, en sus respectivas temporalidades, una caída: Teresa cae de un caballo, la investigadora en un pequeño precipicio. Las partes segunda y tercera relatan cronológicamente la vida de Teresa hasta su muerte.

La protagonista de la novela de Domecq, más allá de ser sólo un personaje histórico, cuestiona las distintas posturas paralelas en la historiografía, según advirtió la autora en un trabajo previo a la publicación de la novela:

Los estudios de Teresita toman tres posturas. La mayor parte aboga por su absoluta inocencia (Holden, Putnam, Rodríguez, etc.); para ellos Teresa fue una víctima inocente de la feroz tiranía, una mártir perseguida que no supo otra cosa que curar enfermos y predicar el amor y la bondad. Luego, hay quien opina exactamente lo opuesto. Mario Gill afrma que Teresa no sólo tomó la ofensiva, sino que fue la organizadora de la lucha desde El Paso, Texas. Valadés dice que ni chía ni horchata: Teresa estuvo ahí sólo como un excitante, un símbolo; no fue ni inspiradora ni conspiradora.8

Esta pluralidad de visiones es la que teje el ritmo con que se realiza la investigación de la escritora.

7 Para un mayor conocimiento sobre la estructura de la novela y los narradores véase el estudio de Gloria Prado, “Entre la historia, la magia y la santería, Teresa, la Santa de Cabora”, en Ana Rosa Domenella (coord.), Territorio de Leonas. Cartografía de narradoras mexicanas en los noventa, Universidad Autónoma Metropolitana / Casa Juan Pablos, México, 2004, pp. 163-172. 8 Brianda Domecq, “Teresa Urrea, la Santa de Cabora”, Memoria del VII Simposio de Historia y Antropología, Universidad de Sonora, Hermosillo, 1982, p. 215.

Entonces, ahí estaba el reto, de organizar y mirar críticamente aquella abigarrada colección de material, a ver si poniéndolo en orden y buscándole algún hilo lógico, daba con lo que me estaba molestando a mí y posiblemente a Teresa. ¡Fácil! pensé, olvidándome de lo que se puede acumular en siete años, y puse manos a la obra. Organicé, releí, subrayé, planteé preguntas y paulatinamente aquello que me incomodaba se fue formulando: ¿por qué fue tan perseguida Teresa? ¿cuál fue su responsabilidad política? ¿estuvo alguna [vez] involucrada en todo aquel tejemaneje de las conspiraciones? o ¿simplemente había sido una víctima de las circunstancias?9

La caracterización de Teresa Urrea dentro de la novela problematiza estas ambigüedades, a la vez que se aboca a personalizar y humanizar al personaje. En este orden de ideas, la narración cuestiona, desde la perspectiva de la investigadora y del narrador, los alcances de la historiografía.

la fiCCionalizaCión del Personaje-investiGador

Tomochic (1893)10 de Heriberto Frías integra un capítulo sobre la Santa de Cabora, donde se relatan las consecuencias del reconocimiento de Teresa Urrea como una santa. En la novela de Brianda Domecq los motivos de la representación histórica son otros. Antes de publicar su novela, como puede advertirse en las citas previas, Domecq investigaba sobre Teresa Urrea en los archivos históricos y en la tradición oral, por lo cual fue invitada, en 1982,

9 Id. 10 Anoto el año de primera publicación en el diario El demócrata. En marzo y abril de 1893 el diario publicó, sin frma, “¡Tomochic! Episodios de campaña. Relación escrita por un testigo presencial”. La primera edición en libro, aún sin nombre de autor, fue publicada en 1894 (Imprenta de Jesús T. Recio, Río Grande, Texas). El texto con frma de Frías aparece en 1899 (Maucci, Barcelona), el cual es reeditado en México en 1906 (Valadés y Compañía, Mazatlán) con estudio de José Ferrel.

al VII Simposio de Historia y Antropología en la Universidad de Sonora en Hermosillo. El producto de esta investigación fue publicado en las memorias del congreso, no como un documento de objetividad histórica, sino como una especie de testimonio donde habla de su experiencia como investigadora:

pero yo tengo la excusa de no ser gente seria, sino novelista en busca de un personaje y no tengo que validar históricamente los años de mi vida que tiro corriendo tras la pista de una loca que puso de cabeza las cosas por ahí cuando inaugurábamos siglo. En ello andaba cuando llegué a Hermosillo en abril de este año y fui tan amablemente invitada a presentar mi material en este simposio. Muy halagada, dije que vendría sólo para escuchar; yo no era historiadora; mi material no aspiraba a la estructura sólida de un documento histórico, apenas era base para el despegue de la imaginación; había pasado más tiempo con las leyendas que con los datos, con las invenciones que con los hechos, con lo increíble que con lo comprobable. Teresa no era, para mí, una persona que había vivido a principio de siglo, sino un personaje que, con suerte apenas estaba por nacer al fnal de este.11

Así, al transpolar la información adquirida en la investigación a una construcción artística, Brianda Domecq reconfgura la historia de la Santa de Cabora a manera de “narrativa documental” y presenta una fcción biográfca de Teresa Urrea, en la cual narra cronológicamente, desde su nacimiento hasta su exilio, en Estados Unidos de América, los momentos importantes de la vida de la protagonista.

El texto relata, intercalando otros géneros discursivos —pertenecientes a los documentos consultados en la investigación—, la historia completa de Teresa Urrea, ajustada al contexto histórico del cambio de siglo y a las revueltas prerrevolucionarias. Fragmentos de periódicos, cartas, telegramas y documentos ofciales complementan la estructura narrativa.

11 Ibid., p. 214.

Julio Rodríguez-Luis propone una taxonomía de la narrativa documental en la que se enmarca el texto de Domecq. El autor defne cuatro categorías, guiadas por la perspectiva que ocupa el “autor/mediador” para organizar la información documental recabada.12 La novela de Domecq responde a dos de sus categorías: aquella donde “la textualización de los materiales emplea procedimientos novelísticos que contribuyen a aumentar su dramatismo”13 y la que lleva a su estructura textual “documentos de varias clases que obtuvo el autor y requieren la voz de un narrador omnisciente”.14

Sin embargo, la estrategia estilística empleada por Brianda Domecq va más allá de la creación de un narrador omnisciente o de la habilidad artística para ordenar el material adquirido durante la investigación: construye un personaje fcticio, una investigadora sin nombre ni identidad que, aunque se podría asociar con la misma escritora, constituye una voz autónoma en el texto novelesco, que entabla una relación íntima con el personaje histórico, quien en sueños le pide que la rescate del olvido.

12 La perspectiva propuesta por Rodríguez-Luis es justifcada en sus palabras: “Me propongo desarrollar una clasifcación de la narrativa documental basada en el papel en ella del organizador o mediador. La relación de éste con la historia que narra va desde un mínimo de manipulación de los materiales —para ordenarlos y hacerlos asequibles al lector— a la intervención constante e incluso explícita en el texto. Puesto que lo que caracteriza a esta narrativa es que relata sucesos verídicos en lugar de inventados, su defnición debería rechazar la noción de novela; sin embargo, dado que incluye en todos los casos un autor/mediador que organiza el discurso de su ‘informante’ o, en algunos casos, el suyo propio, el arte narrativo (y por extensión la novela, como el discurso que trata de biografías y de acciones sucesivas) cumple un papel fundamental en la narrativa documental, papel que será mayor o menor de acuerdo con los recursos novelísticos que emplee el narrador” (op. cit., p. 27). 13 Ibid., p. 47. Este tipo de narrativa documental, abunda Rodríguez-Luis, “incluye los textos en los que la mediación del autor resulta a primera vista mucho más extensa, lo cual suelen confrmar las explicaciones que da en su introducción o en otros textos que tratan de su obra” (p. 46). 14 Ibid., p. 75.

En el primer capítulo de la novela,15 intercalado con la niñez de Teresa, está el relato que da inicio a la narración. Una investigadora decide ir a Navojoa después de años de exploración para culminar su investigación sobre Teresa Urrea. El motivo de su búsqueda viene de un sueño recurrente: “Teresa no sólo la había escogido sino que también la había guiado durante todos estos años en la tarea de desenterrar del olvido los pormenores de su paso insólito y contradictorio por la vida y ahora la llamaba a Cabora por medio del sueño repetido”.16

Una serie de casualidades son las que llevan a la investigadora a buscar tal historia y el tejido narrativo se construye entre el seguir de sus pasos, la información adquirida y la creación de un narrador omnisciente como mediador de esta información.

El epígrafe que inaugura la novela, atribuido a Borges, revela lo que podría entenderse como una propuesta para juzgar e interpretar el texto: “el agnóstico es un individuo que no cree en la certidumbre del conocimiento, pero que puede jugar con las posibilidades, puede tejer hipótesis que sean encantadoras o terribles” (p. 5). Esta frase parece estar vinculada con ciertas características de la investigadora, mujer escéptica, con dudas, miedos y confusiones. Estos rasgos son evidentes desde un principio, la búsqueda se convierte en un conficto existencial que podría no tener fn ni resultado concreto.

Así, la investigadora, un personaje con poca fe, funciona como elemento catalizador entre lo factual y lo fccional: la estructura estética de la

15 Nuala Finnegan argumenta sobre la diversidad de discursos que constituyen la primera parte de la novela: “Part I of the novel which, in addition to establishing the rather enigmatic and alluring relationship between the narrator/researcher and her subject (Teresa), also presents a cacophony of dissenting voices with regard to the interpretation of her powers. In this section, all utterances —journalistic, historical, fctional— are discredited and all truth assertions challenged” (“Reading Ambivalence: Order, Progress and Female Transgression in La insólita historia de la Santa de Cabora by Briand Domecq”, Revista canadiense de estudios hispánicos, 2005, núm. 2, p. 423). 16 Brianda Domecq, La insólita historia de la Santa de Cabora, Planeta, México, 1990, p. 9. Todas las citas que se hagan de la novela corresponden a esta edición, y a partir de esta cita anotaré el número de página entre paréntesis.

novela busca dar legitimidad al hecho histórico, echando mano de recursos propios de la “narrativa documental”, por medio de este personaje del que no se sabe casi nada y que solamente aparece en la primera parte. Por ello, podría ser interpretado como el eje que moviliza la postura historiográfca respecto de la vida de Teresa para resarcir los huecos de la historia: “The researcher hopes to restore Teresa de Cabora into the national memory, giving her a place of prominence alongside already well-documented fgures”.17 Este personaje-investigador propio de la tradición literaria hispanoamericana —recuérdese, por mencionar algunos ejemplos, La isla de la Pasión (1989) de Laura Restrepo o Santa Evita (1996) de Tomás Eloy Martínez— establece el diálogo entre lo fccional y lo factual que ayuda a concretar la estética fundamental de la novela. Por el lado de lo factual, recupera el discurso historiográfco sobre Teresa. Por otro lado, lo fccional confere a la novela la cualidad de un objeto cultural artístico que busca dialogar con registros discursivos institucionalizados con la fnalidad de cuestionarlos.

relativizar la HistorioGrafía

La presencia de Porfrio Díaz en la novela es imprescindible y, por lo tanto, la confguración del personaje de Teresa está siempre ligada a los acontecimientos y procesos político-sociales del periodo: “The historical fgure and the fctional character Teresa Urrea ventures into forbidden political territory and takes on a leadership role, thereby transcending the paradigm of women’s domestic passivity during Porfrio Díaz rule”.18

17 Elisabeth Guerrero, “Highlighting Women in History: Rosa Beltrán’s La corte de los ilusos and Brianda Domecq’s La insólita historia de la Santa de Cabora”, Confronting History and Modernity in Mexican Narrative, Palgrave Macmillan, Nueva York, 2005, p. 73. 18 Id.

En la vida de Teresa se destacan distintas etapas representativas. Su niñez, por ejemplo, está relatada en la primera parte de la novela, siempre inocente, irracional, ignorante de su propia vida y de su destino. Había nacido en Sinaloa, “recordaría aquel largo polvoriento viaje que la llevó desde el Rancho de Santa Ana, cerca de Ocorini, Sinaloa, hasta la ranchería de Aquihuiquinchi en Sonora” (p. 13). La niña Teresa es soñadora y sus características —místicas y mágicas— siempre están señalando hacia su destino. La curiosidad que tiene Teresa en su niñez es una caracterización determinante del personaje para entender las acciones del futuro. Nuala Finnegan señala sobre Teresa:

While initially presented as hysterical and irrational, she is later transformed into a subversive and dangerous presence and yet is also a character who cherishes her position among the Sonoran elite, who preaches a doctrine of peace and who pursues her dreams with determined ambition, basing many of her aspirations on the knowledge she has gleaned from national newspaper about Porfrio Díaz.19

Teresa niña es curiosa, hiperactiva y obediente. En su infancia, es Rosaura —una anciana sabia— quien le enseña a escribir y leer. Así Teresa, desde que se entera de quién es su padre, porque había nacido como hija ilegítima, toma la decisión de aprender; sabe que en Cabora hay una gran biblioteca y por lo tanto imagina que su padre es culto: “Teresa puso tal empeño que pronto puedo leer, con voz pausada, las amarillentas notas de los periódicos” (p. 62). De esta manera, Teresa niña se entera de la existencia de Porfrio Díaz desde una mirada crítica a la ideología del periodo de dictadura:

— ¿Quién es Don Porfrio Díaz? —Preguntó por fn Teresa. — Es uno que entra y sale del poder como de su casa. Dizque que fue car-

19 Art. cit., p. 415.

pintero, que fue general, que mandó matar gente en Veracruz, que viene a salvar la patria, que va a volver a ser presidente, que no sirve para nada, que es insustituible. Ya ves cómo hablan de tantas cosas y nosotros, ni nos enteramos: que si éste sublevó, que si al otro lo destituyeron, que si uno dio el golpe y el otro lo recibió... (p. 64)

Me parece pertinente mencionar los elementos característicos del personaje de Teresa Urrea en su niñez, ya sea que se le ceda la voz o no. Véase, por ejemplo, cómo el narrador, mediador de la información, en la cita anterior cede la voz a los personajes para polemizar las noticias vagas. La enumeración descriptiva que hace doña Rosaura de Díaz corresponde a diversos registros discursivos propios de los rumores de la época sobre el dictador, los cuales sirven para informar a la niña curiosa que es Teresa determinando la motivación que tiene cuando ya es adulta y santa para infuir a los revolucionarios inconformes. Sea que Teresa haya sido o no infuencia de las primeras revueltas de la Revolución —si se tienen en cuenta las distintas interpretaciones historiográfcas de su vida20—, su condición de curandera es de gran importancia para la trama: de ahí derivan pequeños relatos que, intercalados con la totalidad de la estructura narrativa, conforman un mundo fccional coherente. Precisamente por estas pequeñas historias, Teresa se da a conocer entre yaquis, mayos y rebeldes; incluso el mismo Porfrio Díaz se entera de su existencia. Díaz había planeado el progreso para México y aunque su política

20 Brianda Domecq cuestiona las fuentes historiográfcas sobre Teresa Urrea en el texto anteriormente citado: “Cuando dudé hace rato de si la fgura de Teresa pertenecía a la historia o al folklor, era ésta la pregunta que sentía detrás. Si en verdad Teresa no fue más que una víctima inocente que jamás estuvo involucrada ni comprometida con la política, entonces su estudio corresponde al folklor, a la psicología, a la sociología... pero no a la historia. Pero si respondemos al contrario y existe algún momento en que Teresa haya asumido una responsabilidad política en la intrincada situación histórica que le tocó vivir, entonces tiene derecho a su cachito de historia, a ver su nombre en la lista de conspiraciones contra la tiranía, a poner su ladrillo en el camino de los precursores de la Revolución” (“Teresa Urrea, la Santa de Cabora”, p. 215).

carecía de democracia, fueron muchos los cambios que logró. Pero dentro de esta historia, Teresa es una representante de las inconformidades que surgieron por esta política del progreso. Porfrio Díaz funge como villano, un dictador que no puede permitirle que siembre ideas de paz o libertad en el pueblo. Enrique Lamadrid, en su estudio sobre el corrido de “Tomóchic”, explica la situación del pueblo frente a las ideas de Teresa y menciona el proyecto de modernidad del Porfriato para delimitar la situación que se vivía en ese momento:

When railroads, mining, timber interests, and land speculators started dividing up the vast Sierra Tarahumara as the spoils of political patronage and modernization, the lives of indigenous people and the communal, honorbound world of the mestizo Serranos began to fall apart. Confict between opposing modes of production in the frontier areas of northern Mexico led to many forms of resistance, from millennial socio-religious movements like “Teresismo”, the popular devotion to Teresa Urrea, la Santa de Cabora, to open armed struggle, both of which converge in the tragedy of Tomóchic.21

En la novela se representa todo este proceso, sea en la primera parte, donde aleatoriamente aparecen fragmentos de cartas a Díaz o párrafos de noticias periodísticas. Un ejemplo es la escena donde la investigadora, al llegar a Navojoa, decide dar un paseo por la ciudad y entra a una iglesia. La narración, cuya dirección parece apuntar a la descripción del edifcio, se entrelaza con otro registro discursivo: fragmentos de una carta dirigida a Porfrio Díaz informando sobre la situación de las revueltas revolucionarias y la relación de éstas con Teresa:

21 Enrique Lamadrid, “‘El corrido de Tomóchic’: Honor, Grace, Gender, and Power in the First Ballad of the Mexican Revolution”, Journal of the Southwest, 1999, núm. 4, p. 443.

La nave de la iglesia era espaciosa y fresca, de altas paredes lisas pintadas de blanco; la bóveda cerraba el espacio sin distinción. Dos mujeres enrebozadas rezaban el rosario. Señor Presidente: Parece que la fatalidad me persigue… Los últimos rayos del sol poniente entraban por una ventana de cristal cortado desplegando luces de abigarrados colores sobre los rústicos bancos de mandera. Estuve a cargo de las fuerzas derrotadas por los tomochitecos y de las tropas que se retiraron de Navojoa antes del reciente ataque de indios mayos... El altar estaba en sombras. Por lo tanto, es mi deber informarle que desde hace casi dos años recomendé al señor Gobernador de este estado que tomara medidas enérgicas contra la farsa de la llamada Santa… Sólo el susurro de las Aves Marías rompía el silencio (p. 72. Las cursivas son del original).

Véase cómo en el pensamiento de la investigadora se entrelaza una carta dirigida al presidente Porfrio Díaz, como si fueran las palabras de un reporte militar. El discurso no corresponde al primer nivel de la narración, sino al del documento consultado en algún archivo. En otra escena anterior se puede ver a la investigadora confundida, pues no sabe si soñó o leyó la información que se le viene a la mente y que en el texto se distingue con cursivas:

La vibración del motor la adormecía y su mente volvió a llenarse de palabrasimágenes, imágenes-sonidos como si fueran recuerdos o sueños de recuerdos o recuerdos de recuerdos o recuerdos de sueños de su propia vida, como si ella no fuera más que un registro de frases leídas, en desorden, sin sentido... Corrían los últimos días de 1889... ¿de dónde venía eso? ¿De un periódico, un libro? Le fallaba la memoria (pp. 43-44)

La búsqueda de los documentos sobre Teresa Urrea, donde conviven diversos puntos de vista, versiones sobre su historia, confunden a la investigadora. Por este motivo se embarca en un viaje a ciegas, para tratar de obtener un panorama más preciso sobre la vida de la Santa. Así, cada acción que este personaje lleva a cabo mientras está en Navojoa (la primera parte de la novela) entrelaza sus pensamientos, sus teorías y frustraciones sobre la Santa de Cabora, con las imágenes de los documentos que va encontrando en su indagación.

“Los teresitas” —como son llamados en la novela— decidieron emprender las primeras revueltas prerrevolucionarias, es decir, fue el “teresismo”—como lo llama Lamadrid— lo que inquietó a Díaz. De ahí que la revuelta de Tomóchic terminara en una catástrofe. En la novela hay referencia a tal levantamiento de armas más de dos veces: primero con la mención al libro de Heriberto Frías,22 y después, cuando la investigadora recuerda información clave sobre Teresa, piensa en diversas fuentes documentales: “La rebelión de Tomóchic tuvo su cuna en Cabora... Vuelve a arrancar el auto; en sus oídos queda el susurro del viento sobre la mies silvestre. Como ve usted, señor Presidente, los ‘teresitas’ están haciendo de las suyas con la intención de desprestigiar su venerable gobierno...” (p. 112. Las cursivas son del original).

Los pensamientos de la investigadora, en los que se intercala la información de sus fuentes documentales, diferenciados tipográfcamente con las cursivas, entretejen los datos recabados con sus momentos de confusión o frustración. Esta caracterización del personaje en la novela es importante porque termina por fgurar la naturaleza misma del archivo: “Le era difícil ordenar sus pensamientos, encontrarle el hilo a tanto dato disperso, saber a fn de cuentas para qué lo hacía... Otra vez la pregunta ¿Para qué? No sabía. ¿Qué tenía que ver esa mujer con su vida? Estaba poseída ¿Por qué durante los últimos quince años había ido perdiéndose a sí misma para convertirse en el archivo de una vida ajena? ¡Qué extraña obsesión!” (p. 28). Obsérvese cómo la frase “convertirse en el archivo de una vida” confere a éste, en tanto depositario documental, el mismo carácter desordenado de “datos dispersos”.

En este sentido, La insólita historia de la Santa de Cabora trata de debatir la secuencia “lógica” del discurso de la historia y mostrar el principio espe-

22 Lorraine Kelly afrma sobre el diálogo intertextual entre el texto de Brianda y el de Frías: “La insólita historia de la Santa de Cabora openly questions the ofcial narration of the history of the region at the turn of the century, including Frías’s narration of events, and is devoted primarily to the story of he often forgotten woman, Teresa Urrea” (“Women writing in contemporary Mexico: the case of Brianda Domecq”, Journal of Iberian and Latin American Studies, 2008, núms. 2-3, p. 105).

culativo e interpretativo que participa del discurso historiográfco. Desde los ojos de la investigadora, Teresa es un personaje representado como víctima de los procesos socio-históricos del inicio de la Revolución. Por su parte, el narrador omnisciente, siempre detrás de sus pensamientos, caracteriza también al personaje exaltando sus virtudes: es una mártir y justiciera. La representación de su vida siempre está sujeta a los comentarios y descripciones que revelan la ideologización desde la que se fltra el relato.

Al revisitar la historia de la santa, Domecq revela sus puntos de interés, uno de ellos, renovar la historia, dando constancia de la ambigüedad que en ella se teje con la muestra de las especulaciones que se han hecho de este personaje. Elisabeth Guerrero hace un recuento de este tipo de características de la novela y menciona su importancia social e historiográfca:

Domecq’s novel has told an undertold story, centering women to change the landscape of history and making absences visible through the development of characters such as Huila. Domecq’s tale of Teresa of Cabora has identifed and contradicted strategic information in the conficting accounts of Teresa’s life. La insólita historia has worked to overcome binary thinking by showing agency and embracing complexity and ambiguity through an imperfect yet inspiring hero. Finally, the novel has crossed borders, making the tale of the desert healer more accessible to the public and thereby reviving Teresa de Cabora as a vital fgure in the history of Mexico and Mexico-U.S. border. It is thus that La insólita historia de la Santa de Cabora ofers a healing contribution to Mexican letters.23

Así, la novela de Brianda Domecq indaga entre lo que se ha dicho y no sobre la vida de Teresa Urrea. En este sentido, las referencias históricas que hay en la novela son valiosas porque promueven la discusión y el cuestio-

23 “Stirring up the Dust: The Healing History of a Curandera in La insólita historia de la Santa de Cabora”, Rocky Mountain Review of Language and Literature, 2002, núm. 2, p. 56.

namiento. La investigación extratextual —la realizada por la escritora— es también una búsqueda que enriquece al discurso histórico, ya que contiene información signifcativa: sucesos y hechos de los que no se tenía noticia, momentos en que se le da la voz tanto a Teresa Urrea, como a personajes involucrados y fccionalizados que han sido importantes dentro de la narrativa de la Revolución, por ejemplo. Así la propuesta de la novela radica en reivindicar, humanizar al personaje y cuestionar el discurso historiográfco, desde el planteamiento de un mundo fccional coherente. El texto plantea una conexión con la estética realista para dejar otra versión de la historia, en tanto que reconstruye la imagen del personaje histórico a partir de dos ejes fundamentales: lo que asienta la documentación, por un lado, constituida desde el canon del realismo; y por otro, la interpretación que hace la investigadora que deconstruye esa historia y provee al personaje tanto de dimensiones humanas como de características místicas.

Al revisitar artísticamente la historia, y si se toma en cuenta que hay un cuestionamiento del discurso histórico, más la puesta en escena de otros discursos como la voz de los marginados, Domecq presenta a Teresa Urrea como un personaje emancipado, según señala Guerrero:

Domecq’s novel [...] not only crosses disciplinary boundaries between history and literature; it also escapes nihilistic paradigms of postmodernism. Going beyond the now common practice of denying historiography by deconstructing what is already written, Domecq’s novel aims to create what was missing from the historical record. Her work implies that history and story can jointly have potential efect on the world. The project of works such as Domecq’s is to promote cultural healing through the creative renewal of lost history.24

Lo externo, que tiene que ver con lo real, está vinculado a los comentarios del narrador y a las distintas interpretaciones que se han hecho de la

24 Id.

historia, de este modo, “Domecq juxtaposes conficting news accounts to demonstrate the contrasting interpretations of Teresa Urrea’s life and work”.25

Víctor Bravo aclara lo problemático de la necesidad de lo real dentro del ejercicio literario: “La expresión literaria ha mantenido, desde siempre, una compleja relación de fdelidad y/o traición con lo real: o se subordina a lo real para ser su más prestigiosa propagandista, o rompe amarras y muestra sus fulgurantes capacidades de crear propios universos: la identidad y la diferencia han acompañado a la literatura en su amistad y en su enemistad con lo real”.26 En el caso de esta novela, esta relación de identidad-diferencia de la literatura respecto de lo real se verifca, porque la fusión del pasado y del presente, la aglomeración de los distintos registros discursivos y las explicaciones del narrador sobre el proceso de la búsqueda de la historia conforman un universo en el que los límites de lo factual se desdibujan:

Los documentos, los rastros, las menciones, los datos y las mentiras, el mito y la verdad que se habían escrito se fueron apilando en su escritorio, en desorden: testimonios hallados en carpetas polvosas dentro de archivos oscuros y silenciosos; fotografías que salían de cajones olvidados; susurrantes telegramas que iban y venían en algún tiempo pasado y que hoy yacían callados; artículos en periódicos amarillentos, ensayos en revistas desaparecidas; entrevistas a personas vivas que arrojaban recuerdos de los recuerdos de otros... Todo, hasta el último recoveco que desembocó nuevamente en el sueño de Cabora y en la terrible posibilidad de que Cabora no fuera más que un sueño (p. 12).

Finalmente, se puede afrmar que el realismo literario, por la trascendencia de su signifcado y porque sigue vigente dentro de la narrativa, es una

25 Guerrero, “Highlighting Women in History...”, p. 73. 26 Víctor Bravo, Figuraciones del poder y la ironía, Monte Ávila Editores Latinoamericana, Caracas, 1996, p. 12.

constante creativa de los escritores contemporáneos: no se ha dejado de hacer novela realista bajo la forma del “realismo documental”, el cual responde a las problemáticas sociales e ideológicas, en este caso referentes a la urgencia de rescatar personajes y clases que no habían sido representados en la narrativa tradicional, para así proponer una visión que expanda los límites del mundo referido e incluya a quienes no han tenido voz en el concierto de la letras mexicanas, al igual que lo hizo el realismo tradicional en su momento.

Contravenir el discurso histórico institucionalizado mediante la movilización de personajes conocidos pero casi olvidados, la manipulación de documentos ofciales y la combinación de éstos con otros géneros discursivos, así como la fccionalización de los mismos sitúan al texto de Domecq dentro del grupo de novelas que buscan una respuesta social: indagan en lo real y lo verdadero, desde el ojo contemporáneo —y de la investigación detrás del texto—, para ejercer poder sobre la realidad.

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