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Gabriela Trejo Valencia

GuadaluPe dueñas a la luz de eros y tánatos

Gabriela Trejo Valencia Universidad de Guanajuato

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Hacer una revisión de la obra de Guadalupe Dueñas (Jalisco, 19202002) se traduce en una labor ardua, en parte por lo mucho que puede decirse, en parte por lo poco que se ha dicho. La producción de la escritora jalisciense es más compleja que todas las defniciones posibles y, por tanto, un análisis simplifcado de la totalidad de su obra corre el riesgo de ser grosero. Asumiendo lo anterior, no pretendo ser determinista sino focalizar un único tópico, el objetivo es confgurar una lectura capaz de subrayar la presencia del erotismo dentro de la muerte o de la muerte dentro del erotismo. Para ello especifcaré cómo Dueñas pone al desnudo el mecanismo de la transgresión en personajes que hallan el deleite en el rompimiento del borde, de ahí que sus relatos conformen una literatura en la que los principales culpables del incumplimiento al marco convencional —Eros y Tánatos— funcionan dialécticamente. Tres libros de cuentos, una novela que permaneció inédita hasta 20171 y un singular texto de semblanzas literarias conforman una obra de

1 Recientemente, el Fondo de Cultura Económica editó las Obras completas de la escritora, donde se recupera su obra publicada, así como textos inéditos, entre los que se encuentran

la que apenas unas cuantas voces críticas han hecho eco; no obstante, esta desatención es hasta cierto punto positiva, pues lejos de abarcar una poética, imponer una lectura o delimitar sus alcances, su estudio es susceptible de un diálogo abierto. De acuerdo con ello, toda propuesta de análisis en torno a la literatura de Guadalupe Dueñas es provisional, así entiendo también la desplegada en estas páginas para benefcio de discusiones futuras.

Guadalupe Dueñas nació en Guadalajara en el seno de una apasionada familia católica. Estudiante en un colegio de monjas, trabó un sólido vínculo con la vocación religiosa a lo largo de su primera infancia; la vocación no fue encontrada, pero la fe fue adquirida de a poco, a fuerza de apurar respuestas. Pronto halló en la literatura un nicho que si bien no le dio todas las soluciones esperadas sí le permitió profundizar en aspectos que le eran signifcativos y que, más tarde, quedarían plasmados en sus cuentos: la condición humana, lo femenino, las relaciones familiares, la muerte y lo sobrenatural. A través de la literatura hizo más preguntas, enunció inconformidades y atrevimientos varios. Los menos, la culpa y el pecado. Los más, dudar de la salvación y el cielo prometido.

Aunque su obra no es precisamente una invitación a la vida devota, su religiosidad es material indiscutible dentro y fuera de los textos. En su formación como escritora aparecen la poeta católica Emma Godoy y Ábside,

2 brazo de un grupo humanista que postulaba una ortodoxia rampante. En cuanto al contenido de su obra, es clara la existencia de personajes religiosos, rituales o prédicas, “la vida cotidiana está pautada por algún evento o práctica litúrgica: la misa, el velorio, el entierro, la comunión, la extremaunción;

la novela Memorias de una espera, composiciones poéticas y algunos textos pertenecientes a sus cuadernos de escritura (Guadalupe Dueñas, Obras completas, selec. y pról. Patricia Rosas Lopátegui, intr. Beatriz Espejo, Fondo de Cultura Económica, México, 2017). 2 Su vinculación con el grupo redituó cuando, bajo la tutela de Gabriel Méndez Plancarte, Ábside publicó Las ratas y otros cuentos (1954), cuatro años antes de que el Fondo de Cultura Económica sacara a la luz la primera colección de Dueñas: Tiene la noche un árbol.

rezos y Ave Marías permean los relatos”.3 Aunque indudable, la religión resulta severamente enjuiciada en sus relatos, en ellos no se pondera el camino hacia la gracia y más bien se le ubica en fatales vicisitudes; de esto se sigue que el cuestionamiento al interdicto sea axial. En ocasiones es tan enérgica la crítica al dogma religioso y cultural que los tabúes de la muerte y la expresión erótica resuenan con fuerza.

Una vez puntualizado esto es preciso acentuar la solidez lingüística y temática de su narrativa, la cual dio muestras de una paulatina agudeza, al tiempo que sus relatos se hicieron cada vez más breves. Pero por encima de una marcada economía de lenguaje parece privilegiarse el silencio como la respuesta defnitiva. La extensión de éste abarcará tanto contenido como continente y Dueñas terminará incluso con el retiro de la vida social para no volver a publicar. Todo parece indicar que a Dueñas dejó de bastarle el refnamiento del lenguaje y las intuiciones poéticas, pero no optó por un silencio que le hiciera ceder ante el discurso, más bien comprendió que alejándose de su materialidad encontraría lo que buscaba; al fnal quizá entendería que no tenía por qué someterse al dictado de las palabras para expresar la realidad transgredida. Para una genuina transgresión debía optar por una auténtica contemplación de la realidad y, como toda contemplación, la suya también sería solitaria y silenciosa.

su obra antes del silenCio

Pero antes del silencio abonaría en tramas por demás perversas. Conviene no olvidar en lo sucesivo que la narrativa de Guadalupe Dueñas es un terreno de arenas movedizas propicio para predicar un albañal: niños con curiosidad insana, carcamales, lisiados, parricidas, hijos incestuosos, padres arrepentidos

3 Graciela Monges, “El desamparo y la orfandad en Tiene la noche un árbol, de Guadalupe Dueñas”, en Nora Pasternac, Ana Rosa Domenella y Luz Elena Gutiérrez de Velasco (comps.), Escribir la infancia. Narradoras mexicanas contemporáneas, El Colegio de México, México, 1996, p. 209.

y mujeres trastornadas conforman un inventario de motivos siniestros dignos del repertorio freudiano.4 Haciendo gala de una riqueza narrativa, Dueñas salpica esos mismos pasajes aciagos con una línea burlona, capaz de fltrar muchas de sus historias. Resulta signifcativo que en su obra y en su vida personal el humor funcionara como un mecanismo de seguridad ante sus constantes preocupaciones: “las cuestiones sociales me preocupan, pero me sobrepasan, me dejan en cero, y no tengo pan para tantos ni melanina sufciente para cambiarles el color a todos los que más valía que fuesen azules”.5

Dueñas fue la mayor de catorce hermanos a quienes vio crecer y casarse; todos, menos ella y su hermano menor, Manuel, por quien siempre externó un especial cariño. Algunas voces han querido ver en el apasionamiento por Manuel un refejo de maternidad no consumada. A este respecto, en una charla con el público en 1966 la propia autora confesaría (mediada por la ironía) de qué manera su situación la limitaba artísticamente:

Debo reiterar que no me he casado, ni conozco las delicias de la maternidad. Esto es una limitación, así lo dicen, además es cierto, pero ayuda, porque según esta moda del psicoanálisis se adquieren inmejorables, casi perfectos complejos que la apartan a una de la sana razón, y claro, en lugar de cuidar criaturas vengo a Bellas Artes a dar conferencias.6

4 Para obtener una visión general de la crítica al respecto pueden consultarse: Leonardo Martínez Carrizales, “El horror, la fatiga y el silencio. Los cuentos de Guadalupe Dueñas”, La jornada semanal, 1993, núm. 201, pp. 16-20; Mario González Suárez, “La materialidad de la conciencia”, en Paisajes del limbo. Una antología de la narrativa mexicana del siglo xx, 2ª ed., Tusquets, México, 2009, pp. 155-157; y Beatriz Espejo, “Guadalupe Dueñas, una fantasiosa que escribía cuentos basados en la realidad”, en Seis niñas ahogadas en una gota de agua, Universidad Autónoma de Nuevo León / Documentación y Estudios de Mujeres, México, 2009, pp. 35-54. 5 Guadalupe Dueñas, “Guadalupe Dueñas”, en Antonio Acevedo Escobedo (comp.), Los narradores ante el público. Segunda Serie, Ficticia / Instituto Nacional de Bellas Artes-Universidad Autónoma de Nuevo León, México, 2012 [1ª ed., 1966], p. 66. 6 Ibid., p. 63.

Este mismo humor mordaz permea en sus libros a diferentes grados.7 Tiene la noche un árbol lo hace patente en relatos como “La historia de Mariquita”, “Los piojos”, “Prueba de inteligencia”, “Conversación de Navidad”, “Zapatos para toda la vida”, “Topos uranus” y “Al revés”. Para 1976, el sentido del humor es difuminado en No moriré del todo, pero aún es perceptible en “Yo vendí mi nombre”, “Ensayo sobre el agradecimiento” o el propio “No moriré del todo”. En sus primeros libros encuentra en el discurso carnavalesco de la vida al revés un escape para la naturaleza cruenta de sus relatos, incluso propicia una risa incrédula y liberadora que deriva del hecho de no sobrepasar los límites protectores de lo terrible permisible. Ahora bien, no es que las temáticas de los relatos mencionados no sean perturbadoras, lo que incide en su carácter irrisorio es el tono de humor negro que, aunque matizado por factores individuales, determina un efecto de sentido humorístico ante hechos que suscitarían horror fuera del júbilo de la festa de locos.

Otro tipo de condición carnavalesca se percibe en los dos relatos que conforman el corpus de este trabajo:8 “Al roce de la sombra” (1958) y “Pasos en la escalera” (1976). Estos cuentos no representan exactamente un mundo al revés pero connotan la farsa grotesca implícita en este sistema cómico-popular en donde la risa liberada se convierte en mueca de horror, sobre todo si se piensa que los personajes no se ponen una máscara para aparentar, se la quitan para revelar su naturaleza: la búsqueda de liberación por encima de la vida y de la muerte.

7 Esta línea prácticamente desaparece de los relatos pertenecientes a su último libro, Antes del silencio (1991), colección en donde el humor no resultará una forma de matizar los infortunios de la realidad, pues éstos, de tan vastos, se vuelven irrevocables. 8 La selección responde a un criterio de extensión, un tratamiento más profundo permitiría incluir cuentos de entre un muy extenso corpus, verbigracia, “La tía Carlota”, “El moribundo”, “Extraña visita”, “Los huérfanos”, “El vuelo”, “A destiempo”, “El amigo”, “Undécimo piso” o “Antes del silencio”.

eros es tánatos

Las formas de confguración erótico-tanáticas son ilimitadas, por eso una inmensa mayoría de ámbitos del pensamiento han encontrado en este supuesto antagonismo un terreno propicio para la refexión. La efcacia simbólica de los conceptos ha sido material de análisis literario en innumerables ocasiones, y si bien es verdad no son pocos los autores que han apelado a tal fuerza mitopoiética, también es cierto que, quizá como nadie, Guadalupe Dueñas se complace en jugar con la ambivalencia y traslape de conceptos mientras sugiere al erotismo como refexión tanática y a la muerte como signifcación convertida en instinto erótico.

El verbo complacer no es gratuito, sobre todo porque a pesar de las prohibiciones intrínsecas —a Dios, la moral, la familia o la ideología convencional— sus personajes suelen colmar sus deseos. Una afrmación de este calado revela que en el constante resquebrajamiento de los límites hay un carácter perverso en personajes que sólo así obtienen satisfacción; y ya que los preceptos morales conservan tan bien los tabúes, no hay placer más exacerbado que el de su violación, de ahí que Dueñas insinúe por igual la fascinación ante el erotismo y ante la muerte. Tal como en el origen del mito griego Psique y Eros se hallan más allá del límite,9 los infractores personajes de Dueñas también muestran que vulnerar la contención es siempre condición sustantiva en la relación erótico-tanática.

Sin embargo, hay que ser claros, Tánatos es leitmotiv en la literatura de Dueñas, pero resulta audaz hablar de erotismo en la obra de una autora católica con evidente formación religiosa y facultad censora.10 Dueñas

9 A través de la inmortalización de Psique, el amor se vuelve muerte y la muerte es hecha amor. El mito implica otra clase de límite traspasado porque incluso etimológicamente la palabra psique (ψυχή) vulnera los límites semánticos en el momento en que modifca su signifcado original por un mecanismo de extensión semántica, por ello, de referir al soplo o aliento vital termina connotando el último hálito antes de morir. 10 Algunos de sus trabajos dependían en buena medida de la moralidad de su tiempo y la consecuente reprobación de material polémico. A este respecto debe destacarse su trabajo

llegó a declarar: “hombres no he visto y mujeres no me importan [...] Soy una escritora que no cuenta relaciones sexuales y no por timorata, sino por buen gusto. Es difícil superar a Salomón, a Sherezada, la de ‘Las mil y una noches’, a Boccaccio, al Aretino, a Sade y a mi amigo Sainz, el de Gazapo”.11 No obstante, debe entenderse que Eros en general, y para Dueñas en particular, está lejos de ser un acto meramente sexual. A diferencia del erotismo pleno de otros autores de Medio Siglo, Dueñas lo reviste para expresarlo apenas.

Esta clase de erotismo sobrio coincide con la idea de que “el erotismo se defne por el secreto”,12 por eso se disimula en imágenes y motivos que develan a la muerte como el paso defnitivo de Eros. En buena parte de su narrativa los personajes alcanzan el auténtico goce erótico a través de la muerte propia o ajena. El primero de los cuentos a analizar atestigua precisamente cómo el erotismo y la muerte se aproximan hasta confundirse.

“al roCe de la soMbra”

El cuento está enmarcado por una atmósfera lúgubre y personajes inquietantes, dos hermanas ancianas y su huésped, por lo que de entrada contraviene los matices burlones de otros textos de Tiene la noche un árbol. El relato expresa la deletérea situación de Raquel, una joven maestra que llega a pedir alojamiento a la majestuosa casa de las De Moncada.

en la Ofcina Cinematográfca de la Secretaría de Gobernación, donde, entre otras cosas, se preservaba el decoro del contenido a través del puritanismo. 11 Dueñas, “Guadalupe Dueñas”, p. 66. 12 Georges Bataille, El erotismo, 4ª ed., trad. Antoni Vicens, Tusquets, México, 2011 [1ª ed. en francés, 1957], p. 258.

A medio camino entre el oropel y la aparatosa realidad, imponentes, Monina y La Nena de Moncada se alzan como celebridades en San Martín, ese lugar que “huele a establo, a garambullos y a leche agria”.13 Alardeando de su pasado de gloria y fausto, propician que los pobladores salgan a pasear todos los domingos con el único objetivo de verlas al menos durante unos segundos: “su orgulloso aislamiento les parece un lujo. Tenerlas de vecinas, envanece. Salen rara vez y ataviadas como emperatrices caminan por subterráneos de silencio” (p. 45), como en procesión religiosa.

Raquel es retraída y llega sintiéndose culpable por la pobreza de sus ropas y la insignifcancia de su persona; no obstante, luego de un periodo de estabilidad termina por acostumbrarse a la excéntrica vida de las ancianas, al terciopelo y los gobelinos, pero la situación da un giro radical cuando atestigua una festa orgiástica entre sus anftrionas:

Le dolía haber sorprendido a las ancianas, peor que desnudas, en el secreto de sus almas [...] La Nena bailaba sosteniéndose en el hombro de imaginario compañero, y Monina, en su asiento, reía por encima de la música, por encima del monólogo dominante. No eran el volumen, ni la estridencia, ni la tenacidad, lo perverso, sino lo viscoso de marchitas tentaciones, de ausencias cómplices (p. 52).

Si, como advierte Paz, “en los rituales eróticos el placer es un fn en sí mismo”,14 entonces las ancianas encarnan esa pura búsqueda de placer sensual. A partir de un acto avieso que pervierte las funciones sexuales desde el sentido moral y religioso, este erotismo simboliza toda ruptura y, con ello, Dueñas cuestiona el mecanismo de contención aludiendo que no siempre

13 Guadalupe Dueñas, “Al roce de la sombra”, en Tiene la noche un árbol, Fondo de Cultura Económica, México, 1958, p. 44. Todas las citas del cuento pertenecen a esta edición. En lo que sigue, anoto sólo el número de página al fnalizar la cita. 14 Octavio Paz, La llama doble. Amor y erotismo, Seix Barral, México, 2000, p. 11.

funciona para frenar el más intenso apetito vital. Es así como evidencia los valores del catolicismo y a quienes los resquebrajan, pero lejos de acusarlos los encomia pues únicamente ellos se complacen.15

Los curiosos juegos sexuales entre Monina y La Nena develan uno de los más poderosos tabúes: el incesto. Lo que no se puede decir no se puede narrar, de ahí que Dueñas confgure un relato en donde la perversión es transfgurada en imágenes que matizan la situación para no revelar el acto atroz, sino su potencia. Como un guiño para patentizar que este Eros —aunque desexualizado— debe mantenerse oculto o apenas dicho, Dueñas sustituye lo directamente sexual por una retahíla de disfraces lingüísticos donde sólo queda la palabra reticente y el silencio. Con especial esmero va confgurando un erotismo que no hace falta limpiar de la suciedad del incesto porque se trata de un acto fuera de lo mundano, esa misma excentricidad pone a las hermanas en un estado prístino de inconciencia más cercano a una pureza elemental que al mundo convenido que conocemos, donde el incesto es inconcebible.

Dicha infracción de naturaleza tan primitiva escapa del marco de la angustia del pecado y la condena, por lo que, libres de la carga convencional, las viejas se asemejan a personajes mitológicos, quienes sin reparar en excesos hacen y deshacen según su deseo.16 Por supuesto, las De Moncada no son diosas, pero al decidir sobre la vida y la muerte se confguran como tales, y es que las hermanas han sacrifcado a un número indeterminado de personas, esas “ausencias cómplices” que conocieron de su secreto so pena

15 Dueñas termina por privilegiar la infracción al focalizar a los infractores de los más sólidos interdictos. Para mayores referencias, consúltese el artículo “Antes del silencio (1991): el catecismo personal de Guadalupe Dueñas”, en Maricruz Castro Ricalde y Marie-Agnes Palaisi-Robert (coords.), Narradoras mexicanas y argentinas siglos xx-xxi. Antología crítica, Éditions Mare et Martin, París, 2011, pp. 29-46. 16 Basta pensar en los juegos eróticos de los dioses de la tradición grecolatina, pero también podría rastrearse este mismo apetito sexual en mitologías indígenas, asiáticas o nórdicas en donde el trato carnal de los dioses casi siempre eludía todo tipo de contención, para muestra, las relaciones incestuosas, el bestialismo o las metamorfosis previas a la cópula.

de muerte. En medio de un ritual son alimentados, drogados, acicalados con parsimonia y fnalmente arrojados al pozo, atrio vigilado por la fgura de San José, el santo del silencio y guardián de las vírgenes. Las ancianas sacrifcan a las personas no sólo porque al matarlas estén salvaguardando su secreto, de ser así, el crimen sería para ellas una cuestión urgente, apresurada y apenas soportable. Caso contrario, Monina y La Nena hacen gala de toda una preparación llena de suntuosidades y modales, razón por la cual concibo que en ese acto de desobediencia máxima también encuentran una suerte de placer sensual; será entonces cuando en defnitiva Eros y Tánatos se confundan hasta no saber dónde empieza uno y termina el otro. Así, en afnidad con la visión sadiana que afrma una ampliación de la voluptuosidad en tanto más insostenible es el crimen, para las perturbadas ancianas, Tánatos no es sólo el fn de la vida sino lo que da sentido a Eros.

Como en “Al roce de la sombra” nada en la concepción del erotismo es exterior a Tánatos, puede entenderse que a los ojos de las De Moncada Eros haga de la muerte otra manera de alcanzar placer, el placer que es la muerte. De modo que si Tánatos es cómplice de Eros cuando de llegar al paroxismo se trata, entonces su doble faz reaparece en Tánatos: la pulsiónrepulsión en el encanto de la destrucción. En defnitiva, en Dueñas el nexo erótico-tanático plantea la posibilidad de hallar en la transgresión de la prohibición el deleite absoluto, incluso si la contravención llega hasta el límite mismo del ser o a un nivel execrable, como en el siguiente cuento.

“Pasos en la esCalera”

La historia da cuenta de un suceso abominable no tanto por el hecho como por el contexto. Muy pronto se conocen las circunstancias. En medio de la noche una mujer sale de su recámara para descubrir que sus extrañas lucubraciones no son un mal sueño; entre el desconcierto y la incredulidad

se cerciora de que la calma incómoda sólo es el marco de un acto criminal: “cuando volvió el rostro y se detuvo en el primer descanso de la escalera, un sudor la recorrió y el miedo detuvo su grito. Allí, sobre la alfombra que trepaba como roja lengua, estaban las señales inequívocas del misterio, del paso de algo o de alguien que se hubiese deslizado hacia la alcoba de su marido”.17 A diferencia de otros cuentos, Dueñas revela muy rápido la existencia de un cadáver, como si quisiera adelantar que lo que importa en la narración no está en la víctima sino en el victimario.

El relato narra acerca de un matrimonio fallido que no termina hasta que la muerte los separa, sino mucho antes, cuando una inusual presencia trastornó su vida marital; al menos así se entiende desde el momento en que Dueñas plantea habitaciones separadas para los esposos. El motivo se revela pronto: un extraño interés transformado en obsesión por las salamandras: “Decidió abandonarla para consagrase por entero a la investigación de los seres que acaparaban su monomanía, su delirio y su empecinamiento” (p. 32). Y así como empieza dedicando su trabajo y su tiempo a esos espíritus fálicos del fuego, hará lo mismo con su vida y placer sensual:

¡Ninfas constantes pasmadas en una eternidad lúbrica! [...] con refnamiento vesánico, se proveía de plumas o fabricaba pinceles con pestañas de seda. Y hubo veces en que llegó a sorprenderle, perdido ya en el desenfreno de sus sentidos, lijándose las yemas de los dedos, hasta adelgazar su piel y con transparencia de gasa, intensifcar la sensibilidad que al relámpago de su membrana casi sangrante, llegaba al éxtasis (p. 34).

La trama presenta un erotismo capaz de cuestionar la vida interior al ser más que un primitivo acto genital. Dicho de otro modo, hay un

17 Guadalupe Dueñas, “Pasos en la escalera”, en No moriré del todo, Joaquín Mortiz, México, 1976, p. 31. Todas las citas al cuento pertenecen a esta edición. En lo que sigue, anoto sólo el número de página al fnalizar la cita.

erotismo sublimado que exacerba el placer sensual en los cinco sentidos, abriendo paso a la locura de quienes se hallan fuera de toda regla con tal de obtener la fruición añorada: “Describirlas lo extasiaba. Para ella, en cambio, aparecían como algo repulsivo y maldito, no tanto porque hubiesen fungido como rivales, sino porque era intolerable que tuvieran cuerpo señaladamente femenino, en donde los senos núbiles, dibujaban su contorno obsceno” (p. 33).

Si bien, ante todo, en “Pasos en la escalera” el erotismo conlleva la disolución de las formas constitutivas de la vida social y regular, conviene deshacer un equívoco. A pesar del planteamiento del lúbrico placer que encuentra un hombre al contacto con las insólitas criaturas, en ningún momento hay una pretensión de bestializarlo, para eso Dueñas se vale de una voz narrativa distante y distanciada. Distante porque narra desde una tercera persona; distanciada porque lejos de juzgar, ofrece una visión que de tan ecuánime resulta fría. La imparcialidad es acompasada por lo sucinto del relato, lo cual exige una lectura atenta para determinar que nada es anodino en el discurso. Experta en el arte de decir poco insinuándolo todo, Dueñas confrma que tal grado de perversión sólo puede expresarse cuando se pone en segundo grado, esto es, cuando se cubre con símbolos y referencias implícitas; una de ellas, la mención a las cantáridas. Se trata de un insecto de peculiar color verde brillante que desde la época romana era utilizado, entre otras cosas, como veneno y vigorizante sexual, apenas un poco bastaba para estimular o para matar. Sea una utilidad u otra, lo cierto es que el marido termina muriendo, quizá envenenado, tal vez asesinado o muerto por su propia negligencia. No obstante, lo dispuesto en el relato advierte de una extraña visita en la clandestinidad de la noche: “ahí estaba él, fjo en su convulsión postrera, con los ojos perdidos de espanto. Una humedad reciente, de la que aún se percibía la brillantez y el olor a pantano, señalaban la presencia de aquel algo incomprensible” (p. 31. Las cursivas son mías).

Si lo mató el abuso de la cantárida o un ser cuasimitológico no importa, la esposa tiene su teoría y el narrador la expone sin juicios previos, ella cree

que una salamanquesa18 es la asesina. Esta perspectiva, con evidentes tintes fantásticos, trae a colación las legendarias historias de amantes que sacrifcan a la pareja, en una clara muestra de la importancia de la expresión eróticatanática en la cultura popular. Las presencias de una amante animal y una víctima en el acto sexual provocan que en el cuento el deseo sexual se empareje con el deseo de muerte. Esto sin duda rememora el simbolismo de la mantis religiosa que decapita al macho antes de acoplarse con él para terminar devorándolo: “Son incontables los espectros femeninos que devoran a sus amantes [...] atraen a los hombres jóvenes mediante sus caricias, para luego alimentarse con su carne [...] Lamen con voluptuosidad a quienes quieren devorar”.19 Reformulando el mito, Dueñas lo hace aún más abominable.

Con lo dicho hasta aquí, en los cuentos de Dueñas la expresión de Eros nunca es extraña a Tánatos, de hecho, puede enunciarse que no sólo no se rechazan, sino que se muestran incluyentes, resolviéndose en una forma superior que insinúa por igual la fascinación por el erotismo y la muerte. Como si de seguir la conceptualización de Bataille se tratara, en este relato la muerte despierta a la conciencia vital de modo que el erotismo puede defnirse como “la aprobación de la vida hasta en la muerte”.20

En la cuentística de Dueñas existe una voluptuosidad tan emparentada con la ruina que termina por develarse el instinto erótico puesto al servicio de Tánatos. En el relato antes mencionado, y en especial en éste, Dueñas insinúa que para aquéllos que quieren más de la vida no bastará con la brevedad del orgasmo; entonces prolongar el placer ya no será tarea de Eros sino de Tánatos. Si “la muerte está presente en el erotismo y en él se

18 “Alteración de salamandra, a la que el vulgo atribuía poderes maléfcos, por infuencia del nombre de la Universidad de Salamanca, que, según la creencia popular, era sede principal de actividades nigrománticas” (Diccionario de la lengua española, 23ª ed., Madrid, Espasa, 2014, s. v. “salamanquesa”). 19 Roger Caillois, El mito y el hombre, trad. Jorge Ferreiro, Fondo de Cultura Económica, México, 1988 [1ª ed. en francés, 1938], pp. 67-68. 20 Bataille, El erotismo, p. 15.

libera la exuberancia de la vida”,21 entonces con Eros trasmutado en muerte ya no ocurrirá ese odioso letargo después del éxtasis, en búsqueda de esa experiencia, el esposo parece haber muerto justo en el espasmo orgásmico, prolongándolo más allá de la vida.

Y aunque como pudo vislumbrarse en estas páginas la galería de atrocidades es innegable, no puede dejarse de lado el tratamiento de Dueñas acerca del placer y el paroxismo, primero encarnado en la atracción prohibida del incesto, después coronado con estas criaturas de placer. Ya sea como destrucción de la vida o impulso creador a la manera del élan vital bergsoniano, lo cierto es que Eros es la otra cara de Tánatos; al menos así lo enfatiza Dueñas cuando manifesta en Eros una aspiración a reproducir la muerte.22

ConClusiones PreliMinares

Nunca un apartado tan cierto como éste, donde todo lo que queda por decir sobrepasa lo dicho. La exposición ha mostrado apenas visos de un agudo y poderoso tratamiento erótico-tanático en la obra de Guadalupe Dueñas, por tanto, no conlleva una lectura defnitiva. Las pretensiones del texto eran más modestas. Intenté, como apuntaba desde las primeras líneas, focalizar la muerte como sombra del erotismo. Es necesaria una refexión más concienzuda que precise sus formas de articulación y, de paso, explicite la manera como el discurso apenas evocador y el potencial sugeridor de sus imágenes problematizan la prohibición socio-religiosa que supone en Eros y Tánatos un mal que debe ocultarse.

21 Georges Bataille, La felicidad, el erotismo y la literatura. Ensayos 1944-1961, trad. Silvio Mattoni, Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2004 [1ª ed. en francés, 1988], p. 381. 22 Por eso la presencia en sus historias de una muerte literal: oblación, suicidio, asesinato; y metafórica: a través del silencio.

Más allá de eso, es urgente puntualizar cómo el lenguaje alusivo de sus relatos apunta a algo más grande, a una poética que termina por desdeñar la palabra escrita para exponer imponderables, quizá porque frente a la brutalidad de los hechos narrados y la difcultad de hablar de ello, es preferible anteponer la delicadeza del lenguaje y la palabra reticente. En esencia, Dueñas parece decir que si la carne ha sido lacerada, al menos no lo serán las palabras.

A partir de ver sinergia donde otros advierten oposición, la vinculación establecida abre brecha en el estudio de una autora a quien la crítica ha conferido una aparente “deserotización”. Que el erotismo sea sutil no lo niega, de hecho, la mera insinuación es el verdadero foco. No en vano su prosa a veces lacónica está plagada de símbolos que articulan una poderosa materia generadora de sentido, pues donde faltan certezas sobran evocaciones. Su discurso resulta tan depurado precisamente porque desconfía de la palabra para contener a Eros y conjurar a Tánatos; como el lenguaje no alcanza al erotismo y a la muerte no la median las palabras, sus relatos contienen acaso un grito, quizá un gemido, a veces un clamor. De acuerdo con ello, en el lastre de la felix culpa Dueñas halla en el silencio la solución aporética de alguien para quien todo está dicho.

Sabedora de que sin mediaciones simbólicas la muerte y el erotismo destruyen el efecto estético, consciente de que la voluptuosidad —carnal y macabra— vista de una forma rotunda corre el riesgo de transformarse en algo burdo, Dueñas se vale de elaborados métodos retóricos y líricos que reconfguran la expresión atroz para no sólo no destruir el efecto estético, también magnifcarlo.

Según la jerarquía de instancias de sus relatos parece reelaborar a Eros y a Tánatos hasta despojarlos de atavismos y mostrarlos en su más elemental rostro: el de ser vigoroso espasmo fuera de los límites de la vida. Con la escritora jalisciense, Eros y Tánatos regresan a lo primario, al cumplimiento del goce personal por encima de “las buenas costumbres” que solamente encubren la innata capacidad de (auto)destrucción del ser humano. Si esto es así, Guadalupe Dueñas subraya una paradójica propuesta estética capaz de acusar un absoluto: el de la terrible felicidad de la aniquilación.

biblioGrafía

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