Pablo Melicchio
EL ARTE NOS PUEDE SALVAR
Melicchio, Pablo El arte nos puede salvar – 1° ed. – Buenos Aires, Letra Viva, 2017. 141 pp.; 23 x 16 cm. ISBN 978-950-649-745-3 1. Psicoanálisis. I. Título CDD 150.195
© 2017, Letra Viva, Librería y Editorial Av. Coronel Díaz 1837, Buenos Aires, Argentina letraviva@imagoagenda.com / www.imagoagenda.com © 2017, Pablo Melicchio pablomelicchio@gmail.com Primera edición: Agosto de 2017 Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723 Impreso en la Argentina - Printed in Argentina Dirección editorial: Leandro Salgado Editor: Nicolás Cerruti [nicolascerruti@gmail.com] Ilustración de tapa: Matías De Brasi [matiasdebrasi@gmail.com] Foto solapa: Marcela Rodríguez [rodriguez_marcela@hotmail.com] Queda prohibida, bajo las sanciones que marcan las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra bajo cualquier método de impresión incluidos la reprografía, la fotocopia y el tratamiento digital, sin previa autorización escrita del titular del copyright.
“… en el mismo acto de expresarse reside un poder curativo, una capacidad de reparar los desgarros del corazón”. Kenzaburo Oé
“La divinidad mayor sentenció: Que los hombres perduren. Así, por obra de un haiku, la especie humana se salvó”. Jorge Luis Borges
Dedicado a todos los artistas que iluminaron mi existencia y la de tantos hombres, en especial a mi padre, Luis Jorge Melicchio, porque a partir de ĂŠl comencĂŠ a experimentar que el arte nos puede salvar.
Indice
LADO A: Reflexiones El poder de la palabra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13 La palabra todo lo-cura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19 Los niños y los artistas son como dioses . . . . . . . . . . . . . . 25 Los libros, la lectura y la escritura: sus efectos terapéuticos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29 Duelo, palabras y memoria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35 Arte desde el dolor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
LADO B: Práctica Acerca de una experiencia de lectura con hombres en situación de calle . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51 Bibliografía general . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139
Lado A REFLEXIONES
El poder de la palabra “Esperando que un mundo sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta el lugar en que se forma el silencio. Luego comprobará que no porque se muestre furioso existe el mar, ni tampoco el mundo. Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa”. Alejandra Pizarnik
I No elegimos nacer, tampoco el tiempo ni el lugar en el que nacemos. Llegamos a la vida con una carga genética que determinará un cuerpo, que podremos cuidar y mejorar, pero que también nos confrontará con algunas imposibilidades: su inevitable decadencia y la muerte. Y nos toca una familia, con una historia, posiblemente una religión, una ideología política y otras banderas. Y nos cuidarán o no. Iremos creciendo en un contexto favorable o en un medio que ponga obstáculos a nuestro desarrollo. “Si hubiera podido prever tus sufrimientos interiores, no te habría traído al mundo”1, cuenta Cioran que le dijo su madre al verlo tan perturbado. Para reflexionar luego que somos efecto del azar, del deseo y de la voluntad de los otros. El resto depende de nosotros. El primer eslabón de nuestra personalidad es la combinación entre los factores hereditarios y el contexto socio familiar en el que nacemos. Lo más sustancial sucede al principio, y no participamos voluntariamente. No elegimos, nos eligen. El sujeto, dice Jacques Lacan, se constituye en el campo del Otro. Lo que vamos siendo acontece en un terreno que no nos pertenece, pero del que tendremos que apro1. Cioran, E.M., Conversaciones, Barcelona, Tusquets, 1997, p. 141.
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piarnos y sacar provecho para poder pertenecer. En general, antes de ser concebidos, nos nombran, nos imaginan. Los padres proyectan sus deseos, también sus frustraciones, lo que ellos quieren, quisieron y no pudieron, o no se animaron. Y en ese campo, en el que ingresamos al nacer, están las palabras. Palabras que debemos aprender para ser admitidos en la comarca de los humanos. Repetir palabras, y gestos, es el inicio, génesis del humano ser. La cultura es reproducir lo instituido. La socialización es aprender y compartir códigos, como los códigos de barra, para ser reconocidos, para ser uno más entre los otros y no quedar por fuera. La similitud –signo social de la normalidad– es la marca que indica que la cultura nos atravesó. La vida siempre es una opción. No elegimos nacer, pero sí podemos elegir vivir, sostener la vida que un día nos dieron. Tampoco elegimos el cuerpo que nos tocó, pero sí podemos elegir cómo llevarlo, si cuidarlo o no. Al nacer, y en los primeros años, dependemos de un otro para poder sobrevivir. Mientras va sucediendo este nacer y crecer, estamos inmersos en un mundo de palabras. II Al nacer nos arrojan al río de las palabras. Tenemos que aprender a nadar con la corriente, entre los prójimos. Nadar a contracorriente es que nadie nos entienda. Es el Joyce de Finnegans Wake, situación límite, donde el lenguaje queda literalmente destrozado, llevado al punto de lo inentendible, donde el lector es desalojado, y por lo tanto ya no es un semejante. Si Joyce estaba loco o no, es uno de los grandes enigmas del psicoanálisis. Leyéndolo, creo que podemos decir que se salvó, en y a partir de la escritura. Se salvó Joyce donde su hija Lucía se hundió, y así lo entendió Jung también. Hay sujetos que ingresan en el arte y en ese hacer se sujetan al mundo; otros, sólo exhiben, en el arte como en la vida, su locura. Ciertas locuras tienen ese resultado, el sujeto queda por fuera del lenguaje, del discurso social, haga lo que haga. Tal vez el arte los aquiete, calme ansiedades, silencie voces, estructure delirios. Pero aún así, en ciertos casos graves, ni 14
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las manifestaciones artísticas alcanzan para que el sujeto logre hacer lazo con los otros. Cuando al loco se le sale la cadena y entonces las palabras ya no tienen esa coherencia, necesaria y pretendida, para ser parte del colectivo social, es literalmente desalojado. El que no sabe o no puede comunicarse, queda por fuera. Suele decirse que es “un diálogo entre locos” cuando no se produce como resultado una comunicación, que no es lo mismo que la comunicación fallida propia de la neurosis, de la “normalidad” cotidiana. Comunicarnos es ir por el mismo río, aunque nademos con estilos diferentes. Si bien las palabras nos preceden, son herencia también, el uso que les demos hará la diferencia. Hay palabras dichas y silenciadas. Hay palabras bienintencionadas, que alojan y que acarician. Y hay palabras que dañan, que destrozan, que denigran. En mi novela Las voces de abajo, el personaje central, Chiche, siente que es discapacitado, y que su discapacidad se va incrementando, como consecuencia de la percepción de ciertos bichos que siente dentro de su cabeza y que se alimentan de sus ideas, que le comen los pensamientos. Lo que el personaje no sabe, al menos en un principio, es que esos bichos no son reales, o en todo caso son reales para él porque esa es su realidad psíquica. Son bichos que primero fueron simbólicos, efecto de la palabra del padre, de la significación paterna, que luego se hicieron reales para Chiche. Lo enunciado suele tener esos efectos. Creer es crear, y más para un niño, ya que las palabras de los padres son constituyentes de esa personalidad que empieza a estructurarse. Palabras que, dichas por ese Otro significativo, van cobrando una dimensión determinante. Ese es el poder de las palabras. Lacan, en el Seminario 23, El sinthome, dice: “Se trata más bien de saber por qué un hombre normal, llamado normal, no percibe que la palabra es un parásito, que la palabra es un revestimiento, que la palabra es la forma de cáncer que aqueja al ser humano”2. La palabra es un parásito, y eso es lo que experimentará Chiche durante la novela. Pero Chiche no es más que una metáfora de otros, seres reales que, por efecto de las palabras, son como personajes de ficción represen2. Lacan, Jacques, El seminario: Libro 23: El sinthome, Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 93.
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tando lo que hicieron de ellos y no lo que desearon ser. Mujeres y hombres que no eligieron, que quedaron tomados por lo que los Otros (padres, maestros, sociedad) hicieron de ellos y que sintieron eso como un destino inevitable. Sujetos moldeados que viven sin saber que son actores de reparto. El sistema crea así sujetos sujetados, seres que andan por la vida como autómatas, con mapas ajenos por tierras que nunca serán propias. Las palabras nos constituyen. “Creemos que decimos lo que queremos, pero es lo que han querido los otros, más específicamente nuestra familia, que nos habla. Este nos debe entenderse como un complemento directo. Somos hablados y, debido a esto, hacemos de las casualidades que nos empujan algo tramado”3, dice Lacan. Entonces, mucho de lo que decimos y hacemos no es más que la reproducción, por copia, por imitación, de lo que nos han impuesto. Ese es el poder de la palabra que, con o sin intención, dirigida por los otros, puede causar estragos en cada sujeto. Porque no hay mayor ruina que ser lo que los otros han querido de nosotros, que es lo mismo que no ser. La palabra es una corteza, es lo que está en la superficie del ser, es la presentación, es lo que define que seamos animales humanos, animales pensantes inmersos en la cultura. Pensamos en palabras y en palabras decimos lo que pensamos. La palabra es cuerpo propio y, a la vez, es lo ajeno. Las palabras dichas, o calladas, tienen efecto en los otros y en uno mismo. Pienso-Existo. Y ese pensar, ese uso de las palabras, genera efectos. Disponemos de millones de palabras. La cuestión es el uso que les demos a las mismas, el modo de decir. Cómo administraremos esa herencia simbólica. Hay palabras que pueden sanar, o al menos generar cierto alivio. Pero también están las palabras que dañan. Pensamos con palabras y nos manifestamos a través de ellas. Somos sujetos en y de la palabra. Esclavos de lo que decimos y dueños de lo que callamos, sentencia el saber popular. Aunque esa frase es discutible, tiene cierta razón de ser ya que lo dicho, dicho está, no tiene retorno al silencio. Pero discutible, porque lo bien dicho no esclaviza sino que libera. Y aquello que no se dice (con palabras), aconseja una máxima psicoa3. Ibíd., p. 160.
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nalítica, se actúa. Y entonces no somos dueños de ese silencio sino que ese no decir nos puede esclavizar también. El uso de las palabras abre caminos o los cierra. Debemos practicar el arte del bien decir, y del bien callar. Cuándo y cómo hablar. Cuándo y por qué callar.
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La palabra todo lo-cura “No hay cura: simplemente hay más camino. O no hay nada: la abolición del camino. Y el camino es dolor. La curación sería no sufrir. La curación sería no camino. Sólo no curarse mantiene abierto el camino”. Roberto Juarroz
I Escribir desde la experiencia. Escribir desde la neurosis. Escribir desde la locura. Escribir desde donde se pueda, para crear caminos. No creo en una literatura despejada, diáfana, en la que no se perciban las marcas del hombre que, entre otros roles, es escritor. Del mismo modo ubico al lector. Su lectura tampoco es cristalina, objetiva. Lo escrito es letra viva, río que se unifica con ese mar revuelto de significantes que habita en su mente. Cuando en un taller literario o grupo terapéutico leo un cuento, una poesía, con lo que suelo encontrarme, en el espacio de reflexión posterior a la lectura, es con lo que desencadenó esa lectura para ese oyente singular. He optado, algunas veces, por ciertos textos con la firme intención de que surjan determinados temas que me interesaban abordar; de más está decir que la mayoría de las veces fallé. Nadie puede saber qué se desencadena cuando se estimula a un oyente, a un lector. Las palabras, dichas o leías, suelen desatar lo inesperado. Para que el psicoanálisis sea lo que es en la actualidad, sus fundadores pasaron por la práctica de la sugestión, el hipnotismo y la coer19
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ción asociativa, sin que los resultados fueran los esperados. Hasta que Anna O, la célebre paciente del Dr. Breuer, bautizó al método psicoanalítico como talking cure, cura por la palabra. Y de ahí en adelante Freud, escuchando a sus pacientes, entendió que la palabra liberada desde la propuesta: hable de lo que quiera, resultaba ser el camino de acceso al inconsciente y por lo tanto a la sanación. Hay palabras que sanan y palabras que enloquecen. En mi novela Quinifreud, al narrador le hago decir algo que verdaderamente experimenté y aprendí como psicólogo: “Era fundamental la estrategia, qué decir, qué callar. Un movimiento en falso, y zas, su locura podría estallar. Rafael nunca olvidó la tarde en la que hacía la recorrida junto a otros colegas por las salas del Hospital Neuropsiquiátrico Borda y un psicólogo inexperto y atrevido le dijo a una psicótica, que en ese mismo instante le refería estar conectada con la voz de la Virgen de Luján, que esa voz no existía, que sólo era un invento de su imaginación. Entonces la mujer empezó a gritar, a desgarrarse la ropa y salió corriendo para perderse por el pasillo de la locura total. Ese día aprendió que no se ayuda a un psicótico destituyendo su delirio sino ingresando en él”4. Enloquece lo que destituye. Enloquece no poder armar un discurso, aunque sea un discurso delirante. Enloquecen las palabras sueltas, no encadenadas, sin una lógica, aunque sea la lógica de la locura. Cuando al sujeto etiquetado como “loco” se lo aloja, se le da palabra, se lo escucha y se lo incluye en un dispositivo en el cual su voz es tenida en cuenta e ingresa en una producción creativa y social, ese saber llamado delirante encuentra canales de comunicación, asidero, y por lo tanto el resultado es terapéutico. El Frente de Artistas del Borda, dispositivo que se sostiene desde principios de la década del 80 en el neuropsiquiátrico Borda, es una prueba más, y contundente, del valor del arte como intento para derribar paredes y procurar caminos de desmanicomialización. Experiencia que se inició dentro del nosocomio y que luego, con pacientes autorizados, o dados de alta pero sin familias que los acompañen, llevaron el arte fuera de los muros. Hay palabras que calman y otras que enloquecen. El yo es una ficción, siempre. Cuando te preguntan quién sos, la respuesta que 4. Melicchio, Pablo, Quinifreud, Buenos Aires, Moglia ediciones, 2016, pp. 43-44.
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damos es una construcción, muchas veces delirante. ¿Somos lo que decimos ser? ¿Quién soy? ¿Existe mayor aventura que esa? Somos esa mezcla que parte de lo hereditario y de lo aprendido en el seno de una familia y un momento social, y que continúa hasta la muerte con lo que vamos pudiendo ser mientras vamos viviendo. Ante un mundo caótico, de palabras donadas, de palabras sueltas, de silencios y de gritos, la personalidad es el discurso que podemos construir para hablarnos a nosotros mismo, nombrarnos y comunicarnos con los otros. II El 1 de diciembre de 1970 muere el poeta Jacobo Fijman en el neuropsiquiátrico Borda. Cuando unos años antes el escritor Vicente Zito Lema lo visita para entrevistarlo, y entonces le pregunta si se siente enfermo mental, Fijman responde: “No. Rotundamente. No. En primer lugar porque tengo intelecto agente y paciente. Y mis obras prueban que no sólo soy hombre de razón, sino de razón de gracia. A pesar de este sitio, que como se dará cuenta, no es el más adecuado para trabajar, he continuado en mi tarea, escribir poesía…”5. El poeta que escribe y que en ese escribir hace algo con su diagnóstico, etiqueta de loco. ¿Estaba loco Fijman? ¿Es su escritura un modo de articular su locura? ¿Qué hubiese sido de Jacobo sin su tarea de poeta? Hacer arte, como se pueda, a pesar del contexto, para no quedar atrapado en el discurso único del chaleco químico, o en la tensa locura de delirios y alucinaciones. Locura sin poesía quizá no sea más que otra de las formas del discurso del Otro donde el sujeto queda alienado y fuera del campo social. El poeta, como cada artista, loco o no, intenta establecer lazo con el mundo, hacer algo con el padecimiento que todo ser tiene sólo por ser. Hay palabras que sosiegan al hombre y otras que lo empujan hacia la locura. Jacobo Fijman y Artaud, por nombrar a dos poetas inmensos, pero hay muchos más, conocidos y anónimos, encontraron en el arte, 5. Fijman, Jacobo, Obra poética 2, Buenos Aires, Editorial Leviatán, 1999, p. 78.
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en la escritura, una forma de hacer algo con el dolor, con las perturbaciones mentales, con los agujeros del existir. Enloquece lo que no encuentra asidero, marco, contención. El arte es una forma de encauzar. Cada viernes en el que abría la sesión en el Parador Retiro, donde dictaba el taller literario reflexivo destinado a hombres en situación de calle, la circulación de libros y de palabras iba creando un clima singular. Entonces la lectura, y la consiguiente reflexión, permitía ir desarmando ese lugar alienante de ser marginal, loquito o mendigo, para pasar a ser un sujeto con deseos y anhelos propios. El trabajo parece sencillo, armar un grupo, que haya un coordinador, leer un cuento, abrir el diálogo y ver qué sucede con eso que se leyó. Pero no es para nada simple. Hay que estar a la altura de lo que sucede. Nadie se abre porque sí. Una lectura, en apariencia “inocente”, puede ser el disparador para que el lector-oyente logre conectarse con su mundo interno y desde allí reconocerse, enfrentar fantasmas, dolencias y, en el mejor de los casos, elaborar conflictos. Pero tiene que haber un contexto de contención, una escucha atenta, un espacio donde lo más significativo sea el encuentro entre humanidades, con respeto, siendo consciente de que nadie está ajeno al dolor. Existe la cura por la palabra, y la palabra que genera locura. Como psicoanalista y como escritor encuentro un tremendo goce, y una profunda responsabilidad y respeto, en el uso de las palabras, las pronunciadas, las escritas, y en el valor de los buenos silencios. Creo en el poder de las palabras y en el arte de las palabras como terapéutica, para uno mismo y, desde allí, para los otros. Freud escribió que sólo los niños y los poetas (los artistas) podían transformar, con sus creaciones, el mundo que los neuróticos padecían. Entonces, ante el padecimiento, una buena medicina es conectarse con la creación artística o morir en el intento, dejando que la locura nos horade hasta deshabitarnos como sujetos. La creación artística es otro modo de ver y de vernos en el mundo, de pensarnos. Cuando disfrutamos de un buen concierto, libro o pintura, nos adentramos en otro mundo y regresamos al de siempre con algo nuevo, con lo que nos aportó el encuentro con el fenómeno artístico. Como escribió Coetzee: “... la narración funciona arrullando al lector 22
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o al oyente hasta que alcanza un estado onírico en que el tiempo y el espacio del mundo real se desvanecen y son reemplazados por el tiempo y el espacio de la ficción”6. Entonces, a través del arte, podemos establecer un mundo que adviene sobre el otro donde el tiempo real puede disiparse, aunque sólo sea por un instante, para que ingresemos en esa otra dimensión espacial y temporal que permite la creación artística. Pero siempre para regresar al mundo cotidiano, con lo adquirido, con lo aprendido, con esa nueva forma de ver y vernos en la vida.
6. Coetzee, J. M., Elizabeth Costello, Buenos Aires, Sudamericana, 2013, p. 22.
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Los niños y los artistas son como dioses “Quién resistirá cuando el arte ataque”. Luis Alberto Spinetta
I Los niños no se suicidan porque aún no han adquirido, en palabras de Unamuno, el sentimiento trágico de la vida; ese sentimiento tiene su punto de partida en la adolescencia. Los niños viven, simplemente. Toman la vida que les dieron y aún no se hacen preguntas acerca del vivir. Cuando juegan, “no hacen de cuenta”, sino que son ese personaje, están ahí donde imaginan estar. Lo que sucede está sucediendo en vivo y en directo; la muñeca es su hija, el soldadito es un soldado, la piedra es una bomba, es la maestra, es un superhéroe. Hasta que se acaba el juego, generalmente cuando se entromete un niño “avivado” que adquirió componentes del ser adulto, o porque las palabras y presencias ajenas van dictaminando que ya es tiempo de “ser grande”. Ese ser grande implica, parece, que ya no se puede seguir jugando. Es la intervención adulta la que acota el despliegue lúdico, intrusión que pone excesos de criterios de realidad, limitando así la fantasía creadora del niño. Los niños toman esos criterios de realidad y van dejando el juego a un costado. Y de esta manera se va aplanando la capacidad lúdica a lo largo de la seria vida adulta. A + criterio de realidad – capacidad de juego = reducción de la creatividad
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El niño que va creciendo incorpora lo establecido, reproduce el programa, para aprender y formar parte del campo social. El inicio de la vida está signado por la repetición; repitiendo palabras y actos, del mismo modo que puede hacerlo un mono o un loro, simplemente para incorporar y ser incorporado en el mundo de y con los otros. El mundo es un lugar que ya existía antes de que naciéramos. Entonces, al menos de movida, no es nuestro y hay que conquistarlo. Y primero hay que conquistar a los que decidieron traernos, y, desde allí, la conquista del entorno. Es inmensa la felicidad de los padres cuando el bebé emite las primeras palabras entendibles, y mucho mejor si esa palabra es mamá o papá. Pero allí también radica la posibilidad de caer en la trampa de ser humano, cuando en el psiquismo queda asociada la palabra con el agrado al Otro. Cuando agrado soy aceptado. Repito + Incorporo = Soy Reconocido = EXISTO
Si hay que repetir para incorporar, para ser parte, para ser reconocido, para que me entiendan y entender, para caer simpático y ser querido, y aceptado ¿qué sucede cuando nos diferenciamos? Si soy parte en la medida en que copio y repito, ¿qué sucede cuando soy original? Y no hablo de la originalidad de Joyce en Finnegans Wake, sino de lo original cotidiano, donde el sujeto toma distancia de mandatos familiares y sociales y va armando un discurso, y por lo tanto un hacer y un ser en la línea de su propio deseo, sin quedar fuera del campo social. Aprendo para prender entre los otros. Es por este motivo que los humanos se parecen tanto entre sí. Pertenecer tiene sus beneficios, dicen las propagandas. Porque así funciona el sistema. De este modo la especie, y desde luego sus políticas, modas, capitalismo, imponen usos y costumbres. Somos mercancías de una estructura que nos clasifica, que nos marca, que impone palabras, y así nos cosifica. Cuando la gaseosa, el celular, tal marca de automóvil, o determinada ropa se instalan, es por imposición e imitación. Somos presas fáciles, queremos lo que tiene el otro, aunque sea una porquería. Queremos lo que tiene el otro, así se define e instala el deseo humano. Y allí está el veneno para que la creatividad siga adelgazando hasta no ser más que un par 26
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de ideas locas que tenemos en mente, como frágil castillito de naipes que pronto se derrumbará con el vientecito de la realidad. Un día Francisco, mi hijo mayor, que por entonces tendría unos 9 años, salió de la hamaca, abandonando a sus hermanos menores, se sentó a mi lado y me dijo: “me parece que ya estoy grande para la plaza”. Recuerdo que tragué saliva, sentí una tremenda angustia de algo que sabía que iba a suceder pero no cuándo. Sí, estaba comenzando a dejar de ser un niño. Cuando aparecen reflexiones de esa índole, es el momento “filosófico”, del replanteo del hacer para repensar el ser. Desde ahora y para siempre mi hijo comenzaba a hamacarse en el columpio de su mente. Le respondí que sí, que ciertamente estaba más grande, pero que eso no impedía que pudiera continuar jugando. No hamacarse o no jugar con los soldaditos no significaba que ya no podría jugar. Es más: el juego, transformado, puede estar –debería estar– en todos los ciclos de la vida. Freud se pregunta en “El creador literario y el fantaseo”, texto de 1908, “¿No deberíamos buscar ya en el niño las primeras huellas del quehacer poético? (…) todo niño que juega se comporta como un poeta, pues se crea un mundo propio…”7. Para reflexionar luego que: “Lo opuesto al juego no es la seriedad, sino… la realidad efectiva”8. El adulto abandona el juego infantil, y el placer que sacaba en el jugar lo deja en su vida interior, en el fantaseo. “Construye castillos en el aire, crea lo que se llama sueños diurnos”9. Los neuróticos, es decir la mayoría de los mortales, arman fantasías que les son útiles transitoriamente, para luego ser formas del fracaso, de la frustración, de lo que un día se pensó, se soñó, se quiso, pero que no se realizó. Lo pendiente puede tener efectos positivos durante un tiempo, como gasolina para el deseo, pero con el tiempo tiende a volverse nocivo, tóxico. Si es como escribió Freud, que sólo los niños y los poetas (y de algún modo todos los artistas) tienen la capacidad para transformar el mundo, señala un problema mayor. El mundo es el resultado de un armado 7. Freud, Sigmund, “El creador literario y el fantaseo”, Obras completas, volumen IX, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1996, p. 127. 8. Ibíd. 9. Ibíd., p. 128.
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impuesto donde lo creativo no es estimulado, permitido, simplemente porque la creatividad es la posibilidad de la revolución. Si soy creativo, puedo modificar el mundo que me vendieron y que tuve que comprar para formar parte de él. Las revoluciones –las ideas opuestas– ponen en duda el sistema imperante; ergo: no se va a estimular el potencial creativo del ser humano, todo lo contrario, se lo adelgazará para que no abra las puertas que no deben abrirse. Sólo se permite, como al principio de la vida, repetir las lecciones impuestas. Quieren que seamos, desde que nacemos hasta la tumba, seres en serie, en serio; excesivamente serios. II El niño, con el juego y desde el juego, construye un mundo nuevo dentro del otro, el impuesto. El mundo impuesto queda al servicio del inventado por él. Los objetos que toma, sean juguetes u otros materiales destinados por los adultos para un uso determinado, los transforma y les da otro destino. Esos objetos los incorpora para armar su juego, siendo esa su realidad misma y concreta en ese presente. El juego es un instante precioso donde lo que estaba en la mente se proyecta en el mundo externo, dominándolo. Del mismo modo, el escritor es como un niño, mientras escribe, juega, es el personaje que va describiendo y que transita por el mundo que va creando. El éxtasis, la huida transitoria, el ensimismamiento del niño y del artista, es un modo posible de salir y salvarse de la rutina impuesta. Frente a un mundo ya creado, y por momentos monótono, rutinario, el arte es recreación, es reinventar. Si bien la rutina es necesaria, puede instalarse como una encerrona, zona de confort, circuito, círculo vicioso, donde la subjetividad quede atascada. Parafraseando a Borges en su cuento “De la salvación por las obras”, digo que los dioses tendrían más de mil motivos para aniquilar a esta raza de humanos que ha creado tantas guerras, picanas, dinero sucio, divisiones, hambre y más; pero que también hizo y hace música, poesía, esculturas, fotografías y cuadros. El hombre y sus contradicciones. En tiempos tan complejos, el arte nos puede salvar.
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Los libros, la lectura y la escritura: sus efectos terapéuticos “Cuando hemos terminado de leer El proceso no somos la misma persona que antes (y seguramente tampoco Kafka después de escribirlo)”. Ernesto Sabato
I Elegir el libro justo, en el momento justo, puede ser de gran ayuda. Como lector me voy conociendo en lo que leo y subrayo, y me reconozco en lo que releo. En lo subrayado está el que fui, la memoria que atesora el libro. Las marcas que tienen mis libros son el diálogo que establecí con ellos en el pasado. Una palabra o una frase marcada por mí, es el signo de un estado en el ayer, de una sensación de ese entonces que, cuando releo, me recuerda, me resitúa. Los libros tienen, como los hombres, memoria. Libro marcado: libro leído. No me vengan con la conservación inmaculada, intacta de los libros. Las hojas dobladas, los objetos olvidados entre las páginas, las manchas de café o de vino, las escrituras en tinta o en lápiz en los márgenes, los subrayados, las migas, todas estas son las señales de la vida del libro, las arrugas del vivir; es, en definitiva, el diálogo entre el lector y el escritor. ¿Por qué escribo y leo ficciones? Porque es un modo de soportar lo acuciante de la realidad, es mi huida transitoria, como otros lo tienen en el consumo material o en las drogas. Como psicólogo he recomendado libros puntuales a pacientes que estaban atravesando determinadas experiencias personales. El libro, 29
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entonces, puede continuar la tarea sostenida en el consultorio y luego ser material para próximas sesiones, del mismo modo que relatar un cuento, una moraleja, o un chiste para descomprimir. La palabra, sea pronunciada o escrita, causa efectos. La biblioterapia es una forma posible de intervención, es una medicina. Es la consecuencia terapéutica del leer, del escuchar una lectura y compartir ideas, de reflexionar. La experiencia en el Parador Retiro me enseñó que la lectura oral y compartida, en apariencia ingenua, permite y facilita la conexión con el mundo interior. Y es esta conexión una posibilidad de regresar a lo cotidiano con lo reprimido, con lo olvidado –no sin efectos– y comenzar a sanar lo no elaborado. A través del estímulo con los libros y con las palabras, se puede arribar a la memoria, recordar, repensar lo vivido, y desde allí restituir una subjetividad dañada. En la experiencia con los hombres en situación de calle pude constatar que muchas veces se animaban a hablar de sus vidas, y de sus experiencias, luego de escuchar un cuento, un poema, o una frase. Las palabras, una vez pronunciadas o leídas, cobran vida y se ensamblan al bagaje personal. Si escribo en un pizarrón: “El amor es…”, el lector leerá esa frase, en apariencia incompleta, y, por cadena asociativa, la llevará a su mundo interno para regresar con una idea y completar el concepto. Si sufre de amor, quizá continúe la frase con un significante negativo; pero si está profundamente enamorado, el resultado será distinto. Completamos y continuamos las obras con nuestra experiencia de vida, con nuestras posibilidades. Por eso en la pintura Sumi-e, los artistas orientales dejan espacios en blanco intencionales, para que el observador complete el cuadro. Una obra profunda es un espejo donde podemos reflejarnos y se refleja parte de nuestro mundo. Luego de una buena charla o de una buena lectura, no somos los mismos.
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II Si bien un libro puede entretener, también puede ser un punto de partida para abrir a la reflexión. Viktor Frankl en La psicoterapia al alcance de todos, dice: “Así, por ejemplo, en las crisis existenciales –de las que nadie queda libre– el libro suele tener efectos prodigiosos”10. Recomendar un libro es un acto que tiene consecuencias en el otro. Nunca se sabe a ciencia cierta qué consecuencias traerá, qué efectos causará en ese lector esa lectura. Pero lo importante es la intención, el propósito. No es lo mismo recomendar un libro porque a uno le hizo efecto, le interesó, lo dejó pensando, que detenerse a pensar qué libro puede ser interesante para ese sujeto puntual, dado el momento por el que está transitando. Algunas veces, a algunos amigos, familiares o pacientes, les regalé, presté o recomendé un libro, previamente leído por mí, suponiendo que iba a tener un efecto positivo. En general lo tuvo. Desde luego que no sólo sucedió aquello que yo supuse que iba a suceder, sino que un poco más, o un poco menos. La misma película vista por diez espectadores abre diez significados diferentes, porque si bien el mensaje es el mismo, el receptor recorta lo que puede, lo une a lo que sabe, y desde allí arma su registro del film. A la salida de un cine suelen haber comentarios comunes, de la trama, de un momento preciso de la película, pero lo más interesante es aquello que a cada uno le significó una palabra, un personaje, un silencio, una imagen, o una escena puntual. Lo que cada espectador se lleva de la película tiene relación directa con su propia vida y con el momento por el que está transitando. Ahí se juega el diálogo singular con el arte; porque ese es el milagro del fenómeno artístico, el efecto que causa en cada uno. III Tennessee Williams se preguntó, y respondió: “¿Por qué escribo? Porque encuentro la vida poco satisfactoria”. Fernando Pessoa también entendía que el mundo no bastaba y que por eso, o para eso, estaba 10. Frankl, Viktor, La psicoterapia al alcance de todos, Barcelona, Herder, 1886, p. 180.
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Pablo Melicchio
el arte como respuesta, aunque sea, como todo lo que hacemos en la vida, una copia imperfecta de una forma perfecta, ideal, soñada. Frente a la concreta realidad, a la “cosa es así”, el artista, como el niño, hace una reconversión del mundo. Los poetas, los novelistas, juegan con las palabras. Muchas veces toman un suceso de la vida que los movilizó y lo convierten en parte de una trama; toman una palabra y la reubican entre otras para generar un sentido nuevo, diferente. Alberto, el “canillita poeta”, como lo bauticé en su momento, era un integrante del taller literario reflexivo que coordiné en el Parador Retiro. Un hombre en situación de calle que durante el día colaboraba en un puesto de diarios de la avenida Corrientes. Y en una grabación, que luego compartí en una red social, nos dice: “… la literatura ayuda para pensar y salir de los problemas… La literatura es una forma de vida entre la fantasía y la realidad…”11. Alberto, como otros integrantes, en el espacio y tiempo en el que trascurría el taller, en la escucha de un cuento o de un poema, y en el instante posterior donde se compartían las sensaciones que causaba lo leído, iba desgarrando la etiqueta de “hombre de la calle” para pasar a ser un sujeto con deseos. La lectura y la escritura son estímulos que crean condiciones para que el hombre despierte sensaciones y vivencias adormecidas. Una lectura y una escucha atenta es campo propicio para la reflexión. La lectura oral y compartida es un modo de apertura, un dispositivo que invita a hablar de lo que causa lo leído; y lo que causa lo leído no es más ni menos que el encuentro con uno mismo, lo que a cada uno le significó esa lectura. Lo escuchado o leído puede calar hondo y regresar con el barro de lo vivido para armar un sentido nuevo o rearmar lo dañado. Isabel Allende escribe en El oficio de contar que la escritura es para ella un “intento desesperado de preservar la memoria”12. Luego agrega que a lo largo de su vida le tocó muchas veces estar cerca de un cataclismo político o geológico, pero que su mayor escapada fue la de un aula en la que la dejaron encerrada junto a una veintena 11. www.youtube.com/watch?v=xxkOfKj3UMY&t=20s 12. Allende, Isabel, Los amantes del Guggenheim: El oficio de contar, Buenos Aires, Sudamericana, 2013, p. 30.
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El arte nos puede salvar
de niños con problemas de aprendizaje. Que cuando ya no daba más ante el descontrol de los “salvajes”, entró una mujer, que era personal de limpieza, y que al ver el alboroto pronunció las palabras mágicas: “Había una vez…”. Y entonces: “Los monstruos se sentaron en absoluto silencio cuando ella comenzó a contarles un cuento…”13. Siempre que aparezca una palabra firme pero a la vez amorosa, calmará a los niños y adolescente que en el ruido no hacen más que denunciar aburrimiento, falta de proyecto, ausencia de adultos que los registren. Los niños y adolescentes suelen ser etiquetados con el diagnóstico de déficit atencional cuando en realidad son los adultos los que no los atienden. ¿Por qué prestar atención a quien no te la devolverá? “Había una vez…” conecta con una historia que en principio es ajena pero que luego puede ser propia; abre el juego, y es eso lo que se necesita, jugar, jugarse. El arte es un fenómeno intermediario, o, como diría Donald Winnicott, es un objeto transicional, que nos habla de la vida como tal, y a la vez nos remite a otra cosa, que va más allá y que por lo tanto nos invita a iniciar una búsqueda. La vida de un personaje se puede parecer a la nuestra, lo que hace o no, lo que dice o calla. Lo que sucede en una novela puede remitirnos a nuestra vida, puede darnos letra para revisar, para hacer una introspección, para animarnos a dar un salto. Si como Tennessee Williams, uno encuentra la vida poco satisfactoria, o como Fernando Pessoa, estamos ante un mundo que no basta, el arte vivido o practicado abre la posibilidad de la búsqueda de nuevos sentidos.
13. Ibíd., p. 36.
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