Granuja 5
Revista de creación artística
GRANUJA REVISTA es una publicación intermitente de creación artística editada por jóvenes de sangre latinoamericana para su difusión y pronta degustación.
DIRECCIÓN EDITORIAL Andrés Gómez Gabriela Pérez Ramírez
PORTADA Y CONTRAPORTADA Isaac Navarro Cortez
CONTACTO granujarevista@gmail.com Granuja revista @granuja revista
Granuja 5 josé natsuhara caminen estampitas a mis manos de canción
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eduardo omar honey escandón dichos antonio arjona huelgas el monstruo de atrás de la casa
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ariel González todo cabe en mí
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carolina parra viene abril chile desde el pabellón psiquiátrico no está enfermo santiago puro sueño llorona la nueva moda linda citlalli callejas mondragón voces silenciadas ¿dónde están? la culpa de ¿quién?
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charles m cadáver piel de reptil silvia favaretto canto de la quemada deseo de no ver nada la voz obstinada alfred monroy aquí en honduras inocencia oración
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iván medina castro apertura prekova
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josé luis salgado elegía a enrique medina acrósticos juglarescos
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joel almeida garcía en la penumbra
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ale montero existir nostálgica retrospectiva melancólica retrospección
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orell ordóñez el malestar
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I N D I C E
Revista de creación artística
EDITORIAL Granuja celebra su quinto y último número de este caótico año 2020. Fue un año desfavorable para todos, y a pesar de eso pudimos mantenernos como plataforma de la creación artística realizada por autores y autoras de los países de habla hispana. Desde el bajío mexicano les mandamos todas las buenas vibras en estos momentos no sólo de incertidumbre económica-políticasocial sino también artística. El idioma nos une. Y a través de él y de la creación podremos permanecer de pie, desde cualquiera que sea nuestra trinchera.
¡Sigamos escupiendo, Granujas!
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JosÉ Natsuhara Caminen estampitas a mis manos de canción Era un cielo que se contenía a sí mismo en un vaso de cristal, una botella destapada en el cerebro de la yegua que relincha en el acto impenitente de la noche: es el ping pong
olímpico de la mesa fragmentada, donde la luz se hace una arena fina sobre la espalda ondeando en las estúpidas facciones del peñasco o el salto largo. Hay una alambrada
entre estas nubes que caminan entre la fachada de aventura y el plagio del suicidio, una serpiente que se enrosca en el corazón de las que vienen y se van del hotel en el que planto las veredas, las turistas. Caminen, caminen, estampitas y desgasten sus suelas de
chispa en mi sabor de moras en sus hamacas de pestañas. Me sorprenden en las mismas acequias, saltando de sus camas a la ingenua Guerra Santa de mí mismo, el partido con
el Bayern, el Milan enfrentando en la final al Barcelona, a la serpiente que driblea y es aliento podrido de dementia: ante esa Tierra yo sostenía esta cerveza y era arcángel, una lanza que atravesaba la espesura del tráfico y las multitudes agolpadas en la vida líquida de las pantallas; una ternura que vencía a las lenguas de un verano sin los nombres de
las artefactas inquilinas de mis dientes. Así es un hombre que escribe con un puño cerrado dentro de otro puño: Un cielo que se llena de pétalos filosos hasta cubrir los
cuerpos de blusas rotas que se ofrecen entre tajos y una dulce mano de canción.
(decían)
Que la sabiduría se alcanzaba al dormir en el espinazo de la eternidad (decían)
Que la perdición se ganaba al clausurar los ojos del cielo (decían)
Eduardo Omar Honey EscandÓn
Dichos Que la inmortalidad se lograba al beber el rocío de los astros
Que se ganaba tu mano si bromeaba con el dios definitivo (decían) de murmullos y envidias están llenas las conjeturas
de decires y pretensiones se traza al camino al tamiz de negaciones e imposibles se tejen los abismos de eso y más
decían
al borde de tu momento mientras yo arrojaba el ramo del olvido
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Revista de creación artística
Antonio Arjona Huelgas El monstruo de atrás de la casa Mi papá decía que hay un monstruo detrás de la casa. Es un monstruo grande, pero cambia de tamaño. A veces es cómo un árbol, en otras pequeño cómo un duende, y siempre, siempre, está enojado. Le gusta estar tranquilo, que nada lo moleste, aunque todo le molesta. Mi papá dice que el monstruo a veces se muere, a veces revive, y nos odia mucho a mi papá y a mí. También se odia a sí mismo, porque todos los monstruos se odian, odian al mundo, el mundo los odia.
Alguna vez, mientras mis papis peleaban, mi mamá mencionó que el monstruo fue hecho por el mundo
y por la gente, y por todas las cosas que están mal con el hombre. En momentos me preguntaba: ¿Ellos quieren al monstruo, o también lo odian? Nadie quiere al monstruo, no puede querer ni ser queridos, como todos los monstruos.
Cuando se hace grande es terrible y muy malo, y no se puede controlar; en esos momentos prefería salir de la casa, o esconderme en el bote de basura, pues en el armario y bajo la cama siempre me encontraba. Él conoce muy bien los lugares oscuros, dónde prefiere vivir. Me ha lastimado a mí, disfrazándose para que confíe en él. También ha engañado a mi mami, la ha lastimado. A veces, cuando el monstruo era pequeño, se metía en el oído de papá, lo molestaba y le decía que
hiciera cosas malas. A veces el monstruo se metía en mi papá, le obligaba a hacer cosas que no quería hacer. Me advirtieron que al monstruo le gustaba comer ojos, porque tienen un montón de lágrimas, y éstas le
gustaban. También le gustaba la piel y la carne, y los pies, y el cuerpo de las niñas grandes o pequeñas. Mi mami me advirtió que hay muchos monstruos, que debo cuidarme de ellos. Así, cuando el monstruo era grande como un árbol y nos miraba desde la ventana, mamá me dijo que huyera a casa de mis abuelos.
No pude regresar a mi casa. Mi abuelita me dijo que el monstruo se comió a mi mamá, y que mi papá
sacrificó su vida para vencer al monstruo. Creo que el monstruo se metió en él, y, para vencerlo, tuvo que morir. Lo malo es que ya no pudieron salvar a mi mami, ya se la había comido. Siempre pensé que se podía sacar a la gente de la panza de los monstruos. Hoy sé que no es así. Aún sigo triste.
Extraño a mi mamá, ya no quiero pensar en mi papá. Han pasado un par de años, veo las cosas de forma
distinta, y ya no me siento segura. Salí a la calle el otro día, y me encontré con otro monstruo.
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Ariel GonzÁlez Todo cabe en mí Estoy todo lo hueco
que en mi pecho puede ser todo lo que puedo caber y lo que de plano no me cabe el espacio que deja el tiempo perdido
y que no se llena con lo que hay por ganar estoy todo desapego decepción de no ver ni sentir que hago
cruzando vendavales en silencio
en busca de una basurita con qué disimular el quebranto que me escinde el ojo como navaja de rasurar y estoy también todo eso que duele
y que chorrea toda esa materia oscura que me tiene así
sin estar aquí Estoy todo lo vacío que extraño y aborrezco todo lo que quisiera tenerte enfrente para enojarme
sentir que pierdo el control
tener el calor de confundirme con otro hueco en tu pecho o en todo lo que quepo en este romperlo y llenarlo luego
con esta vacuidad ya resquebrajada
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Chile desde el pabellón psiquiátrico Carolina Parra
Chile desde el pabellón psiquiátrico: nos invitan a digerir conocimientos depositamos dinero
Viene Abril Cuando viene Abril y ese juego
de las pisadas en las hojas secas del otoño
pienso en un libro que me leí acostada en un árbol de la plaza Brasil
fue el mejor libro, pues no leí nada
a cambio de la palabra nuestros diplomas se cambian en el banco ya no generamos ideas
nuestro esquema mental
es una máquina tragamonedas.
Ahí encontré el conjuro de las palabras que sólo sirven para enmudecer unos 365 días más o menos
Puro sueño Ahí en el sueño
pues no significaban nada
tropezamos con piedras infames
donde pronto se instalaría la muerte
Ahí descubro los cadáveres
el peso del destino .que viene de visita eran las palabras más serviciales sólo hacerme escapar de la habitación
y espejos torcidos
con su juego de tambores
que contribuí a asesinar
salen a las iglesias
ahí voy gimiendo
Cuando viene Abril las ancianas a sollozar cinco mil años
de una muerte salvadora mientras tanto yo leo el mejor libro el que no dice nada
el que no tiene nombre .
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deambulamos por nosotros
en medio de olvidos y penitencias soy la bruja que encarcela
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Llorona Estoy llorona leyendo un libro de Ernesto Cardenal mi voz suena como libro de Autoayuda sentada en la punta de mi cama
buscando ideas erradas en mi cabeza pensando en que no todo
tiene la regalía de la primera cuna Ya tengo casi 29 años y no me muevo no produzco no parezco sufrir síndrome premenstrual pero todo parece ser como una canción cebolla.
No está enfermo Santiago No está enfermo Santiago sólo tiene cansancio
las noches parecen acercarlo a la fosa común
Hay días en que parece levantar su cuello gris y ya nada le importa
son inocentes los coitos en las escalinatas son puros todos los amantes
son buenos los libros húmedos de la biblioteca Nacional y los escolares devorando sopaipillas
La nueva moda Ahora la moda es sacarle provecho a la desdicha de las personas
todas las voces de la televisión a cualquier hora
no está enfermo Santiago sólo tiene cansancio
ya no es grave encontrar muros que dividan la ciudad
ni ríos eternamente innavegables No está enfermo Santiago sólo está dormido.
en cualquier momento tienen algo de histeria
de explotación monetaria a cambio de la desgracia ajena.
Todo parece un festival eterno y masticamos la comida
hipnotizados de tanto glamour ajeno queriendo ser como esas princesas y príncipes Anoréxicos de la tele.
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Linda Citlalli Callejas MondragÓn Voces silenciadas Un grito se escucha en lo oscuro. Nadie oye, nadie grita. La voz y el cuerpo putrefacto, desmembrando las costillas de justicia. Nadie ve, nadie clama. La silueta tatuada en la piedra. Su voz silenciada en el aire. Nadie oye: un grito enmudece a lo lejos. Una marea grita.
Las piedras expulsan sangre. La ciudad en des – hecho. Calles panteoneras; Resurgen ríos de cadáveres. La ciudad se cubre de voces silenciadas. La culpa de ¿quién? Te culpan por llevar la falda corta,
¿Dónde están? Con gritos de “¿Dónde están?” las voces se escuchan. Ríos negros corren por las calles citadinas: Evocan cuerpos, membranas desgarradas. ¿Dónde están? Las paredes buscan caras,
Limpian los cuerpos.
Ciudad, dime, ¿dónde buscar? Finge darme esperanza, mientras yace el cuerpo embolsado. La cera de mi cirio se desborda en mis dedos, Igual que las ganas de abrazarte de vuelta.
Hoyos profundos, tan hondos como las fosas, Tan taciturnos, tan térreos.
Huesos clamando su forma, Bocas amordazadas, que buscan penetrar los oídos.
Por tomar una copa. Te culpan por la hora de llegada, Por andar sola.
“Cupido es responsable”; se dice y se oye. El amor es culpable. ¿Matar es amor? Te culpan por enamorarte, Por entregarte y dejarte. “Él no es culpable”;
Ni tu agresor, ni el opresor. El juez te culpa,
Te señala y te apuñala.
Nadie es culpable,
Ni el violador, ni el mutilador. El Estado protege,
Lo encubre y lo deja libre. No es tu culpa, ni la hora ni el día, No fue tu cuerpo, ni tu ideología, Es violencia que se silencia.
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Charles M CadÁver Piel de reptil Tengo un poco de lagarto
escama seca que no puede calentarse al sol incandescente,
Silvia Favaretto
ni siquiera un poco,
el fuego del averno ya no me quema.
Soy sierpe que en su pecho rastra
Canto de la quemada
un corazón de roca
He tenido muchos amores –dijepero el más hermoso fue mi amor por los espejos. Alejandra Pizarnik
y en los pies cargando los grilletes, pero sigo soñando nubes
aunque la luz a mi Cadáver ya no incendia , y en mi bífida lengua,
como todo buen reptil salivo una diatriba infestada de moscas y alacranes
que escupirte al rostro me gustaría… Mi pensamiento es una camada de constelaciones imposibles, no hay redención retroactiva
porque he sido del fruto aborrecible un mercader impertinente. Tengo un poco de lagarto
He tenido muchos años volcados en esquinas sin nombre o de nombre innombrable.
He multiplicado minutos y razones para morir viviendo
hasta que encontré el reloj que es la otra cara del espejo en el que me miro sin reconocerme.
me arrastro como serpiente y una noche dormí
con el sabor amargo en los labios de todas las bestias
del ayer y de siempre....
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La voz obstinada
Deseo de no ver nada Pero a ti quiero mirarte hasta que tu rostro se aleje de mi miedo
explicar con palabras de este mundo que partió de mí un barco llevándome
Alejandra Pizarnik
Alejandra Pizarnik
Hoy no acepto
estar adentro de mí, quiero simplemente estar afuera de aquí, estar en otra.
Quiero habitar una mujer sin alma
ni pretensiones, quiero morar
en una piel vacía sin carnes sangrando. Hoy no acepto
este destino de infelicidad y hojas manchadas escrito en
los nudillos de mi mano que se mueven sin importancia alguna sobre un papel blanco.
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Pero a ti
quiero mirarte hasta los huesos, ayudarte a sobrellevar la carga de la carne,
a reanudar y desatar los ríos y sus cauces polvorientos a entender que donde los sueños se ahogan el agua también siente dolor. Soy
una niña hecha de pan y agua demasiado blanca
con demasiadas manchas. Hablo
porque tengo miedo de olvidar las palabras. Hablo tan sólo para no perder la voz y sé que tú
estarás esperándome en algún lugar que todavía desconozco, hombre de carne
que desatas los ríos y los mares.
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Aquí en Honduras Te escribo desde el vientre de esta madre
Alfred Monroy
lastimada con el filo de la cuchilla, la espada, la bayoneta y la bala. Aquí también se llora; aquí también se sueña con la libertad y la bonanza. En esta pieza tan chiquita del enorme rompecabezas americano, te recuerdo, con mayúscula tristura.
Aquí también “chisporrotean los yunques y surgen las bellezas del arte”. Aquí, también hay miseria, pandillas y políticos.
Las muchachas van a lavar al río, los niños juegan en las veredas:
“escondelero”, “canicas”, “pelota”. Las madres cantan y los abuelos aplauden las canciones que suenan en la emisora de la utopía. Aquí también se sonríe, aquí también se ama, aquí también se olvida. Oración Madre nuestra que estás en la tierra, no tengo paños para secar tus lágrimas;
La anciana La de canas sucias solloza, al borde de su cama. Seca sus ojos clandestinos, su mirada no le pertenece. Observa el parque Colón, los andenes le recuerdan las noches que el sopor llego a sus parpados. La anciana se arregla la blusa desteñida; oculta, como una diáfana muchacha sus pechos buscando libertad. Se acuesta encima de un fútil pensamiento, cobijada con una lágrima, gime.
Inocencia Papá me quiere y dice que soy su niña amada, me besa, me abraza y me habla cosas bonitas. Papá me quiere, me lo dice en la madrugada Me toca suavemente la piel con sus caricias.
Papá me dice que mamá también me quiere, me ruega, por favor, que no le diga nada,
que yo soy su tesoro y que a mí me prefiere,
llevándome obsequios hasta mi almohada. Papá dice que me ama, pero me duele
bendita eres, bastardo soy.
cuando toca duro mi piel con sus manos,
Padre que estás en mi ausencia,
y él me dice –silencio--, despacio, sin regaños.
a veces lloro y gimo un poco fuerte,
regidor latente de mis tormentos, no sabrás nunca que mamá se muere. Amén.
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IvÁn Medina Castro
Apertura Prekova
A Iva Prekova Cometo errores… ¡Luego existo!
Javier Tartacower
Durante una límpida mañana de primavera en perfecta armonía con los rojos rosales y las mariposas azuladas se llevó a cabo mi unión con la hermosa Iva Prekova en la iglesia ortodoxa de San Macario, el piadoso, en la zona aledaña a San Petersburgo. Transcurrido el primer mes de tan encantadas nupcias, súbitamente mi tierna mujer enfermó de un extraño mal, enfermedad a la que docenas de experimentados doctores de toda la faz de la tierra imposibilitados alzaban sus hombros sin saber de qué afección se trataba. Los días y sus sombras trascurrían sin que el llanto consolara semejante desdicha. Me mantuve sin dormir o comer por largas jornadas junto al cálido lecho de mi moribunda felicidad observando cómo su dulce hálito se iba consumiendo. Cortesanos preocupados por el estado taciturno que presentaba, me dieron a beber un fuerte láudano que hizo dormitar parte del cuerpo. Entre sueños, me pareció ver a un ser oscuro y tétrico. El cual, entre sus manos sostenía un utensilio de labranza que lentamente se aproximaba al tálamo de mi romance. Sobresaltado de inmediato supe de quién se traba aquel invitado indeseable. Me incorporé con cierta torpeza y me franqueé sin temor a su lado izquierdo. Durante la entrevista se resistió a responder pregunta alguna, su cara amarillenta y flaca ignoraba completamente mi presencia. Insistí con las interrogaciones, a lo que aquel ser encorvado quitándose la capucha respondió con un tono sarcástico: “-No me quites el tiempo importuno mortal, ¿no ves que hay alguien a quien tengo que llevar a mi reino?-
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Me hinqué y le dije ser una persona adinerada que podía darle toda riqueza si así lo deseaba, incluso le ofrecí mi vida a cambio de la de ella. Sin responder, solo se escuchaba junto a mis lamentos el balanceo de su filosa guadaña con su enorme hoja larga y curvilínea que esperaba ser usada para sajar el hilo de la vida de mi preciosa esposa. Sin poder hacer nada más, hincado le imploré con humildad su misericordia. El instrumento para segar interrumpió su péndulo repentinamente, y de la mano derecha, al abrirla, la peste sacó una hucha de oro en la cual vertió polvo grisáceo que no logré saber de qué se trataba. Solo inferí que ya todo estaba perdido. El exánime ente, sin soltar la pequeña caja metálica, a grandes pasos se dirigió a las puertas de salida de la casona. Dentro de su recorrido, la cadavérica tomó una postura vacilante, cesó sus ávidos pasos y fijó su
apagada mirada en el tablero ruso del siglo XIV que se posaba sobre la pequeña mesa hindú con sus delicadas unidades labradas en colmillos de morsa; listas para el combate, permanecían formadas con una alineación perfecta representado un bando al ejército cosaco y las negras a las hordas tártaras con sus trajes tradicionales. La muerte, sin dudarlo, con sus huesudas y puntiagudas manos alzó una figura sin ninguna dificultad como se pensaría. Mientras observaba los detalles resaltados del Zar con los brazos cruzados con su cota de mallas entrelazadas, escudo y espada preguntó sobre la propiedad del juego. Confuso, le respondí que era un regalo de bodas por parte de los abuelos de Prekova perpetuando una añeja tradición que consistía en dar el ajedrez a la niña mayor y primogénita de la familia a la hora de desposarse. La parca rio pausadamente y dijo que existía una forma de rescatar al ser amado de su poder. Aguardé en silencio estático sobre la incógnita de tal posibilidad. Aquel marchito ente parecía meditar en lo que me observaba detenidamente de pies a cabeza. Me impacienté y pregunté: -Bien, ¿de qué se trata? Ella sin interés respondió. -Tengamos un frívolo pasatiempo. Un duelo de ajedrez con consecuencias simples, si ganas te devolveré a tu adorada, pero si pierdes, a ti también te llevaré. Perplejo y asustado, acepté su propuesta pues mi vida ya estaba agonizante. -Pero hay algunas condiciones que debo decirte, -la pálida calavera replicó-, la confrontación se desarrollará en el panteón de San Basilio, el bienaventurado, sobre el féretro de mármol blanco que pertenece a la duquesa Romanovna Zajarin Yuriev, al punto de las doce, al sonar el campanario del día de mañana. Un solo juego, una sola noche, un solo lugar y un único triunfador. La parca posó sus ásperas falanges en mi hombro y me dijo con voz hueca que no fuera a olvidar por ningún motivo el tablero de ajedrez en bajo relieve con sus artísticas figurillas. No supe en qué momento mi contrincante desapareció de la habitación con la misma impavidez con la que había aparecido
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Al día. siguiente por la noche anduve por los apartados caminos que conducen al camposanto ciñendo con ambas manos el invaluable pasatiempo. Llegué al cementerio y a la cripta indicada; su base estaba tan límpida que se reflejaba la luz. Preparé el tablero encerado y coloqué de forma casi litúrgica cada una de las piezas. Inicié con las torres de coloridas incrustaciones, luego con los obispos de cuencas brillantes y así consecutivamente hasta terminar con los valiosos peones con lanzas, banderas y pendones. Al punto de las doce de la noche campanadas a lo lejos se escuchaban sonar, volteé a ver si localizaba su procedencia pero no puede adivinar, al volver mi cara al tablero, allí estaba ella, imponente, cubierto con su negro hábito y sosteniendo su inseparable guadaña.
Esperé a que ella diera las indicaciones, movió su cráneo y con un gesto lúgubre me cedió la apertura, lo cual internamente agradecí, ya que en mis épocas de bachiller había ganado el campeonato escolar con la utilización de las fichas blancas. Antes de iniciar la partida, de la tumba en donde estaba, salió un espectro que con su violín ejecutaría una apasionada danza macabra hasta el fin de la confrontación. Me concentré antes de iniciar la apertura; hice algunos cálculos y traté de recordar elementos que me produjeran alguna ventaja. Buscaba la mejor jugada y continuar con un plan razonable. Inicié una partida predominantemente agresiva. En el desenlace del enfrentamiento mis nervios me traicionaban. Sudaba como nunca antes, adiviné que mi anfitrión sabía lo que me pasaba pues de su boca se notaba una sonrisa fúnebre.
“-Apúrate humano, que el alba está por llegar-” -me recordó aquel espanto con su profunda y grave voz. En la tabla las fichas se encontraban distribuidas en la siguiente posición: Rb a4, Tn b2, Tn b8, Ab c6, Pb f 6, Cn g3, Pb g6, Rn g8, Tb h1, Cb h3 y Tb h4. Todo fue tan lento pues aprendido antes la prudencia previne jugadas demasiado deprisa. Así desembocó nuestro fatídico encuentro: el blanco mueve la Torre a h8, el Rey en jaque captura, el Caballo va de h3 a f6 con jaque, el Rey regresa a g8, segunda entrega de la Torre en h8, el Rey la toma de nuevo, con lo que el Peón mueve de g6 a g7 logrando dar jaque, el Rey una vez más regresa a g8, y ahora muevo el Alfil a d5 produciendo el anhelado jaque mate. Entre sueños escuchaba voces desafinadas e incomprensibles, hasta que después de un largo rato, mientras mi mente dispersaba la confusión, abrí pausadamente los pesados hasta lograr reconocer el cuarto. Miré hacia toda dirección temeroso hasta encontrarme con el bello tablero de ajedrez que se situaba a mi lado con sus treinta dos piezas regadas y junto al Rey blanco una minúscula arca de esplendoroso brillo que permanecía abierta. A través de la puerta de cedro continuaban mis sirvientes con sus gritos: “-¡Venga! ¡Venga pronto señor! La dama Iva se ha recuperado, ¡la dama está viva!”.
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JosÉ Luis Salgado Elegía A Enrique Medina Yo caminé con los zapatos
Conocí de aciertos y de horrores,
que ahora tu traes puestos.
de pecados intente virtudes.
que divide al vacío pozo negro
ni para qué pongo mi verdad delante.
Estuve de pie en el umbral
Y ahora estoy aquí. ¿Dónde?, no sé dónde
de la escalera que ciega
Ignoro si hice bien la tarea
Ahí, donde se deja la voluntad
pero lo intenté, lo intenté, ¡carajo!
a todo aquel que transita en ella.
o si terminé completo el trabajo,
a merced de la energía creadora,
Giré el timón en medio de la tormenta.
impotente te presentas.
Si abres los ojos con la llave en mano
estuve yo, tal cual tú ahora,
¿Encallé? ¿Salí ileso? No sé, pero lo intente.
Te dará llave para abrir la senda
podrás continuar con el intento.
que te corresponde o no,
dentro del puño abierto,
Se mencionará tu nombre.
terminaste tu real trabajo
de la mansión duradera según la causa.
Si no despiertas, pero una llave hay sabremos que, tras el intento,
¡Eh aquí lo importante!
en este mundo incierto.
ni evadir el tema.
Diario teje un vestido de niña,
No puedes mentir, ni huir,
Hospital general de Cancún.
Sólo cuenta tu historia verdadera,
Y al terminarlo, lo desteje.
Se te otorgó energía, vital aliento.
El día del parto
tu sentir, el ser latente.
Él, la ve y llora en silencio.
¿Qué traes dichoso a cambio?
Les entregaron un cadáver
Sin resistencia, sólo fluye.
La muerte llega cuando todavía
evadí el dolor, el sacrificio.
tiernamente la mojada espalda;
¿Dónde está invertido?
Di: gocé mucho del carnal placer,
La muerte y yo
no escribo mi epitafio, me acaricia
Me perdí encontrando oro
sabe que aún no término la tarea y se va.
embriagué mi ser hasta perderme,
de memoria. Ella nació junto conmigo, yo la aprecio,
en ambos lados del camino,
Me ha visitado antes y sabe que la conozco
escondí mi ser genuino.
es mi compañera de soledad y de alegría.
Quizá erré el camino.
Es muy sencillo explicar que esta relación
-Abre tu corazón, exclama-
Está atada a mi piel y yo a la suya. no es de producción; compañero,
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Acrósticos juglarescos Embriagante licor de flor en madrugada nosotros, la muerte y yo tenemos una relación dialéctica. Sin ella no habría mundo, ni guerras, ni alegrías, ni dolor; ni siquiera despedidas.
¿Para qué despedirnos si al cabo de media eternidad nos miramos de nuevo hasta el cansancio? ¿Cuál es la gracia de matarnos sin morir?
Ella es la vida de la vida, pero le llaman muerte
porque no la comprenden. Hoy vino a visitarme y me dio un beso, me ama y me comprende, me sabe todo. Una ocasión que estaba triste
y aburrida me dijo: esta vida apagada en este plano da nauseas engendrémosle un camino. ¡Nuestra luz siempre arderá!
Por eso, compañero, me apuro a hacer bien mi tarea, no sea que un día llegue, como llega, de repente, tome mi mano y diga: la eternidad es nuestra. Ven, cabalguemos sobre el tiempo. Porque ese día, compañero,
ese día no tendré excusa para negarme
alimenta a la abeja que me se besa y la mariposa que se posa, me baña de rocío con sus alas. Deme 500 pesos de pobreza,
280 de ignorancia, 995 de Netflix, 99 de chismitos,1 pantalla plana,
choncha y tres taquitos de surtida Centro mi atención al mosco que zumba en mis oídos, mientras miles de ellos me comen los pies sin darme cuenta Me da una Coca-Cola, La piedad de Miguel Ángel,
unas Sabritas, un disco de rock & roll, Las meninas de Velázquez y un plátano. Comer, trabajar, dormir ¿No crees que la vida de las hormigas es absurda? ¿qué sentido tiene?
Bueno, a comer porque hay mucha chamba
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Joel Almeida GarcÍa
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En la penumbra Quien haya probado la lluvia sabe lo delicioso que es cerrar los ojos, mirar hacia el cielo y abrir la boca para que las gotas frías golpeen la lengua. Es sumergirte en tu oscuridad. Concentrarse en solo sentir cómo la fuerza de la tormenta te cubre de una capa gélida invisible. Puedes levantar los brazos, simular una crucifixión pagana en medio de la nada y escuchar la
tormenta convertirse en un simple aguanieve. Hasta puedes sentir la libertad, no hay ataduras, eres imponente. Nada te puede detener. Haz tocado fondo y como dice el folclor: lo único que queda es subir. Subir y subir.
El sonido de la débil aguanieve es arrullador y atractivo. Sabes que es perfecto para que un
centenar de secretos abran sus ojos en la penumbra. Un centenar de ojos que guiñan al compás de los
latidos del corazón de cada humilde habitante de esta comunidad que duermen plácidos y confiados en su naturaleza infinita. Bajas los brazos y observas a tu alrededor. Tu visión es borrosa por la humedad que envuelve tu
rostro. No quieres usar las manos, eso quitaría la diversión de la imagen deforme que quieres dar a los ojos de un observador morboso. Como un niño descubriendo secretos de la naturaleza, observas el agua de la lluvia terminar en
la alcantarilla. Un hilo horrendo de basura es arrastrado junto con lo asqueroso que se encuentra a su paso; porque eso sí: comprendes que hay monstruosidades dentro de las alcantarillas. Eso lo sabemos. No te sientes perdido. Imposible. Sabes en dónde te encuentras. Descubres, después de todo, que uno
puede recordar la vida pasada. Descubres, después de todo, que uno guarda en la memoria los recuerdos del otro mundo. El mundo que te dio la espalda. El mundo que te abandonó.
Tratas de recordar si fue doloroso. Aguzas el oído. ¿Qué quieres oír? ¿Lamentos? ¿Tu nombre?,
¿acaso esperas escuchar «perdón, perdón, perdón, si te queríamos después de todo»? Pretextos. Has muerto. Lo sabes.
Pero, acaso, ¿no estabas en tu recámara?, ¿no estabas escribiendo una carta… cómo le llaman…
póstuma?, ¿no dejaste el lápiz sobre la hoja en la que le decías adiós a ese otro mundo despiadado, culpable de tus infortunas y derrotas? ¿Cómo llegaste a media calle? Ríes. Te das cuenta que haces preguntas tontas, inútiles cada una de ellas. Recuerdas que estás en el otro mundo y ahora deseas
explorar, pero sabes que tienes que estar a la expectativa. Mirar películas de terror durante tu infancia te prepararon para encontrar lo indefinible e
innombrable en el mundo del más allá. Caminas.
Tus piernas adquieren movimiento y dejas que ellas te guíen. Observas los hogares a tu
alrededor. Por un momento sientes coraje y envidia de la tranquilidad que tú nunca tuviste. Ves los autos aparcados. Recuerdas todas las horas extras de trabajo que hiciste, solo por querer un mísero ingreso por darte lujos que jamás tuviste.
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Revista de creación artística
Te detienes. Esa es la casa de la chica que te gusta. Corrección. Te gustaba. A tu memoria vienen esas imágenes de las veces que practicaste cómo declararle tu amor y, que por coincidencia, fueron las mismas
veces que tu puño golpeó los muros de tu habitación por sentirte idiota, cobarde y poco hombre. Escuchas pasos.
Tu sentido de alerta se activa. Solo escuchas el aguanieve caer y el sonido de los arroyos caer por las
alcantarillas. Recuerdas la película de Ghost en la que Sam, Patrick Swayze, observa cómo unas sombras se llevan las almas con deudas pendientes. ¿Serás un alma con deudas? De nuevo pasos.
No. Caes en cuenta que no son pasos. Pones más atención. Ahí está, de nuevo. Más que pasos
consideras un objeto que está pegando sobre el pavimento. «Tienes razón», dice una vocecilla. Giras en
dirección hacia la voz. El aguanieve ha adquirido fuerza y es de nuevo una tormenta. Ves una pequeña silueta, pero no distingues si es un niño o una niña u otra cosa.
«Tienes razón», dice de nuevo la sombra, «no soy nada de eso que piensas». La pequeña figura a lo lejos deja caer un balón, el cual regresa a su mano. Con cautela detalle te
percatas que la figura trae algún tipo de ropa para dormir. «Tienes razón. Son mis pijamas». Deja caer de nuevo el balón. Caminas hacia la figura. Quizá, piensas, debe tener respuestas a algunas de tus preguntas absurdas. «Algunas, sí», habla la vocecilla. Entre más te acercas, la figura se transforma en tan solo un borrón, una
masa amorfa en la penumbra de la noche. Tienes tanto que preguntar a aquella penumbra, bueno, así la has llamado, «gracias», dice la vocecilla, «pero la verdad es que no hay mucho que descubrir, ¿qué pensabas encontrar aquí?». Conversas con la penumbra sobre tu última acción, tus razones y motivos. Le preguntas si este lugar es una especie de cárcel, una zona fantasma, «¿cómo la de Superman?», dice la penumbra. En efecto, como esa zona fantasma que es una especie de limbo para las almas que han perdido el derecho de una vida eterna en el paraíso o en los fuegos fatuos del destierro. La penumbra, sin hablar, deja caer el balón y lo atrapa. Estás seguro que te observa. Te fijas en su rostro. No tiene. Solo percibes un par de cuencos oscuros en el rostro grisáceo sin forma.
El balón toca de nuevo el piso. Te desesperas. Deseas tus respuestas. Es inútil conversar con la
penumbra. «No, simplemente no usas el canal correcto». Impactado. Perplejo. Entiendes cómo funciona: en la vieja confiable de la mente. Estoy perdido. «Lo sé». No sé qué hacer.
«Nadie lo sabe, por lo menos no a la primera. Luego te acostumbras y todo se vuelve natural». Quién eres. «No importa, los nombres no importan después… del cambio».
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Granuja 5
¿Cómo es que ahora te veo más nítida? «Porque me ves, no lo que crees que ves». ¿Qué debo hacer?
«¿A dónde quieres ir?». ¿Tengo elección?
«Todos la tenemos». ¿Qué haces en este lugar?
«A veces somos el fruto de nuestras decisiones, pero a veces somos el fruto de las decisiones de otros». Lo siento.
«No debes, ahora sigue tu camino de regreso. Ve a casa». ¿Y después?
«Eso lo descubrirás. Todos lo hacemos». ¿Qué será de ti, penumbra?
«Yo ya estoy en casa, ahora es tu turno». ¿Por qué no vienes conmigo? Así no tendré miedo. «No tengas miedo. Será más fácil asimilarlo».
¿Algo que deba saber antes de volver a casa?. «No tengas miedo de lo que eres ahora».
Un relámpago iluminó el lugar. Cuando volvió la oscuridad la penumbra desapareció. Atónito, te
diriges a tu hogar. Arrastras tus pies. Te deslizas sobre el suelo. La lluvia ha dejado una fina capa que te hace sentir que flotas. Aquí todos flotamos, recuerdas la famosa frase del payaso Pennywise, de la novela
de Stephen King. Has llegado a tu hogar. La casa al final de la calle. La miras. Tan sola. Tan oscura. Parece deshabitada. Te preguntas si tu cuerpo sigue ahí sobre un charco de sangre. Decides entrar por la ventana. Piensas en el susto que le darías a tu familia si te viesen entrar por la puerta. Flotas.
Como un tenue vaho de bebé te diriges hacia la ventana de tu habitación (¿por qué empeñarse en
hablar en presente como si las cosas aún fueran tuyas?). Te acercas. Haces cueva con tus manos para ver en el interior. El lugar estaba oscuro. Una silueta entra de prisa. Te alejas de la ventana. La silueta cerró la puerta de tu habitación. Te acercas de nuevo para observar. Un relámpago ilumina el interior y aparecen tus pertenencias, intactas, tal como las recuerdas, tal como las dejaste. Piensas si habrá pasado
mucho tiempo desde tu… cambio de vida. La silueta reaparece. Trae algo en la mano. No distingues. Quedaste encandilado por el haz luminoso del relámpago. Tu habitación, un lugar sin electricidad, ahora brilla con el lumen que solo puede producir una pequeña vela.
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La silueta escribe. No. Eres tú. Tú eres la silueta. Te has reconocido. Cae otro relámpago. La silueta, tú, te sobresaltas. No ves lo que escribes sobre la hoja. No dejas de mover el lápiz. Un relámpago más. El
cielo se cierra ante una tormenta inesperada. Sigues escribiendo. Ya no sabes si estás afuera o adentro de tu habitación. Todo es confuso. Sigues escribiendo. El sonido de las gotas gruesas de agua desea abrir el techo.
La silueta, tú, miras hacia el techo por el sonido escandaloso de la tormenta queriendo entrar a tu habitación (¿o quizá, por ti?). Dejas de escribir. «No tengas miedo de lo que eres ahora», dijo la
penumbra. No tenemos miedo. Quizá es pánico. La silueta, tú, miras hacia la ventana. ¿Habrás sentido nuestra presencia?, es imposible porque somos invisibles para ellos. Sin embargo, la silueta, tú, giras tu
cabeza de izquierda a derecha. Parece que te has visto. Miras, con interés, hacia nuestra dirección. Hacia nosotros.
Nos observas con una mirada amplia. Ojos como platos sin parpadear que nos muestran lo lechoso de tu esclerótica. Tomas el lápiz y lo clavas en tu ojo derecho. El izquierdo permanece inmutado,
ajeno al suceso. No das señales de dolor. Nos das una sonrisa enorme. Abres tus fauces. Retiras el lápiz y tu ojo salta de la cuenca. Nos presentas la pequeña orbe que cuelga de una fina membrana haciendo
movimientos pendulares. «Yo ya estoy en casa, ahora es tu turno», dijo la penumbra. El ojo que te cuelga parpadea con un siniestro guiño.
Existir Grillete parpadeante y golpe de heridas congeladas
Ale Montero
por el fallecimiento de una nube y la flor acribillada por la madrugada, el tiempo amarrado al pavor. Susto ahogado en párrafo
junto al periodo inmolado al dormir la noche en agotado cuerpo, bajo esa epidermis habita un cementerio de párpados entre el cadavérico murmullo atado al oído.
La muerte palpita soterrada en minuto de espanto, chispea en las playas encubiertas de las manos,
en el mortecino perfume de mirada diseñada por el firmamento, y en los huesos torturados por el sadismo del oxígeno.
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Nostálgica retrospectiva Cuerpo diluido en canciones de oxígeno, rumor de sangre caída de la mirada del infante, horizonte torturado, difuminado por el olvido, me sostuve, desvencijado, de la memoria. Niño ciego abrasado por años tortuosos que volaron inescrutables,
esfumaron sus alas en mi semblante; no palpé arrullo de intervalo, se deslizó por mi lóbrega rendición hacia el eco de mi futuro. Tinieblas de incuria fogosa del abisal lamento, los muertos habitan la hélice del respiro
Melancólica introspección Ola… rota en astro (cristal aéreo)
del mar galáctico entre murmullos planetarios. Aerolitos caen sobre eclipse / reverberan cascada anímica / acostada sobre la tarde / tendida en hoja meciéndose acuática /
las manos del aire se vuelven universo… en el rumor de mi presencia / gotas que son mundo en mis labios… Derramo sangre de estrella sobre melancolía de órbita /
Rosa de arena vuelta magma caída de nube, de lengua evaporada /
hoja que respira dormida… sueña convertirse en otoño.
Ventana hecha de gotas (océano escondido bajo una almohada) / Una luz yace en el oxígeno… muerta.
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Orell OrdÓÑez
El malestar Los pensamientos discurrían a una magnitud sorprendente, cada recuerdo se estrellaba con otro y
formulaba delirios insoportables que aturdían a Jairo Hernández a tal punto de mover la comisura izquierda de sus labios de forma nerviosa. Era una manifestación de su hastío por todo lo que le causaba congoja y dolor. Como todas las noches navideñas, Jairo solía pasar sin visitas familiares ni de amistades, era un hombre solitario, amargado y perturbado por sus memorias. Estaba sentado en la silla mecedora que si
pudiera hablar diría que su amo es un ser con muchos tormentos que otro estaría muerto al sentir el peso
de su desgracia. Además de permanecer sentado, tenía la vista a la calle del barrio, y veía pasar a sus vecinos, algunos levantaban la mano, o pronunciaban su nombre para saludarlo. Jairo se sentía obligado a responder el saludo aun con el malestar. Mientras se mecía y continuaba
con el movimiento nervioso de sus comisuras, se ensimismaba cada vez que una imagen de su pasado lo asaltaba. No solo del pasado sino la combinación del presente y el posible futuro.
Aunque estaba en plena juventud, Jairo expedía odio contra todos, y odio consigo mismo.
Despreciaba cada acto en el que se vio involucrado para satisfacer a los demás o en su intento de pertenecer
a un grupo para buscar un bienestar superficial que lo conllevaban a mayor sufrimiento. En su adolescencia
buscó refugio en la música, tocaba la guitarra eléctrica en un grupo de punk, y se vestía con camisas negras
y pantalones apretados. También tenía teñido el pelo en verde, y sacudía su mohawk cuando el ritmo de la batería causaba éxtasis en el escenario.
Derrotado por sus pensamientos continuaba meciéndose cada vez más rápido para aliviar su estado
mental, movía los ojos, sacudía sus piernas y alternaba el movimiento de sus comisuras. Tomás, un vago y borracho del barrio se acercó a la puerta a saludarlo, Jairo estaba en su delirio, flotaba en una burbuja de furia, a tal punto que lanzó un escupitajo al rostro del hombre. Tomás se llevó la mano a la mejilla para
limpiarse el escupitajo y se retiró murmurando su desgracia. Jairo a ese punto no se había dado cuenta a los límites a los que había llegado, pensó que esa noche moriría de agotamiento mental aunque no sabía que
consecuencias en su salud causaba el alboroto de sus pensamientos. Supuso que convulsionaria y caería al suelo expulsando bilis. Por un momento vio todo el panorama de su desgracia, todo se debía a los castigos de su tío, a los
maltratos físicos y psicológicos, despreciaba tanto a su pariente que lo dio por muerto luego que consiguió trabajo y pudo sostener su economía de manera independiente. Además, los malos amores lo aturdían, y esos sentimientos los acosaban martillando sus sienes. Sumaba los bribones que lo molestaron en la
universidad por ser un muchacho extraño, lo golpeaban, se burlaban, y le decían que era un desgraciado que no valía nada.
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Esas cosas, esas precisas palabras reventaban en sus ojos como las explosiones de la pólvora china
para festejar los días navideños. Jairo sentía que su desprecio aumentaba, pero se detuvo por un momento, suspiró un poco de tranquilidad, y supuso que el malestar pasaría, como solía pasar cada vez que lo
asaltaban esos pensamientos. Después de recuperarse y despejar la mente, recordó que escupió a uno de sus vecinos, pensó que había cometido un error, y debía repararlo. Se levantó de la silla mecedora y fue a la cocina en busca de una botella de ron junto con dos vasos de vidrio. Esperó que Tomás pasara otra vez, y en efecto, media hora después, el vago se apareció y Jairo lo llamó. Abrió la puerta y le pidió disculpas por escupirlo. Tomás le dijo a su vecino que no había ningún problema. Jairo le extendió un vaso lleno de ron con hielo y los ojos del vago se alumbraron.
Jairo se sintió mejor, y los pensamientos de culpa, dolor y ponzoña desaparecieron, había alivio
después de todo. Tomás le habló de su esposa y de sus hijos, dijo que era una desgracia ser pobre, y que lo único que le ayudaba a relajarse era el trago. Jairo asintió con indiferencia, en realidad no le interesaba escuchar al vago, lo estaba utilizando para calmar sus penurias. Pensó que el vago se llevaba su parte al tomar con él quien no invitaba a nadie a su casa.
El vago se levantó y dijo que debía regresar a su casa para estar con su familia,
Jairo guardó el vaso, y se despidió de Tomás. Cerró la puerta, y escuchó el estallido de los cohetes en el cielo. Su mirada fija y perpleja ante las luces destellantes lo llevó a sumirse otra vez en su agonía. Pensó que era
más desgraciado que Tomás, aunque no se imaginaba lo que era aguantar hambre. Supuso que su delirio lo
llevaría otra vez a maldecir la vida y a todos los que apreciaban la felicidad. Los colores se reflejaban en su rostro, los vecinos estaban en la calle viendo los estallidos, reían y se daban abrazos, todo un espectáculo insólito que Jairo observaba cada año.
Jairo dejó de pensar, su mente se puso en blanco, veía al vacío, y sus comisuras volvieron a palpitar. Juró que algún día acabaría con su vida, y que todos se arrepentirían por haberle hecho tanto mal. Abatido en su desgracia, se fue a cambiar de ropa, tomó un poco más de ron y se acostó a descansar. Sus sienes
todavía pulsaban y la fuerte sensación de convulsionar estaba presente. Mientras veía los rostros de todos sus conocidos, pronunciaba sus nombres y sacaba el dedo mayor para maldecir sus vidas con mayores
desgracias que las que él sufría. Después de tanta desidia, se cansó y se acurrucó a la almohada. Dio su último respiro y se durmió pensando en que al día siguiente tomaría una taza caliente de café acompañada de algunas rosquillas somoteñas que había comprado en el supermercado.
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José Natsuhara (Perú) Director de la plataforma de Poesía y Humanidades Tríada Primate. Estudia Filosofía en la universidad Antonio Ruiz de Montoya. Estudia Psicología en la universidad Autónoma del Perú. Estudió Humanidades en la universidad Antonio Ruiz de Montoya, y tiene una especialidad técnica en Electrotecnia. Ha publicado los poemarios: “Oh! Dios cabeza de escopeta” (2015) y “La Guerrilla Elegante” (2019) Antonio Arjona Huelgas (México) Escritor e historiador, nacido en México. Autor del libro Historias al viento. También ha publicado diversos relatos en diferentes revistas y antologías, tanto con su nombre real como por su pseudónimo, entre las que destacan Revista Penumbria, El Narratorio. Antología Literaria Digital, y Revista Metahumano. Además escribe y administra el blog, Memorias andantes, dónde sube historias, mayormente. Eduardo Omar Honey Escandón (México) Ing en sistemas. Participante desde los 90s en talleres literarios tanto en México como Venezuela bajo la guía de diversos escritores. Publica en ocasiones en plaquettes e internet. Coordina talleres de introducción a la escritura. Orell Ordóñez (Nicaragua) Ha publicado los siguientes relatos “Miedo y asco en Granada” en la Revista Alastor Literario. “Alegato Final” en la Revista Supraversum. “Las moscas” en la Revista Demencia de Pandemonium Editorial. “La ducha” en la revista digital El gorrión ahorcado. “El acontecer de los días” en la antología Perturbaciones PM. “La fantasmagoría de los libros” en la Revista Perro negro de la calle. “Tierra mortecina” en la Unión “José Revueltas” Revista independiente N.7. Poemas (XIV, XVII, XIX) en la Revista Abril, y reseña “Puro cuento” de Ernesto Mejía Sánchez. Ariel González (México) Poeta de clóset, que ha procurado andar siempre a lado del camino, que guarda versiones caducas de sí mismx en forma de textos, y que decidió echar los títulos académico a los lepismas. Carolina Parra Riveros Quellón (Chile) Profesora de educación básica, con especialidad en Lenguaje. Diplomada en Literatura Infantil y Juvenil en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Trabaja como docente y monitora de teatro en centros educacionales. Linda Citlalli Callejas Mondragón (México) Mujer nacida en 1994 en la periferia (Ecatepec) de la Ciudad de México, Socióloga. Escribo sobre las problemáticas de las mujeres en la cotidianeidad, activista feminista descentralizada. Publicada en Fanzine AGUA SUBTERRANEA y la antología “Poetas, no musas”, colaboradora de la revista digital FemFutura. Joel Almeida García (México) Soy Licenciado en Comunicación, tengo el grado de Maestro en Pedagogía y con estudios de doctorado en Desarrollo Humano. Soy docente de tiempo completo en la Universidad de las Californias Internacional y como parte de mis actividades académicas me dedico a la investigación; escribir es mi pasatiempo.
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Alfred Monroy (El Salvador) Nació un 14 de agosto del año 1988 en la ciudad de Santa Ana, El salvador. Hijo de Mercedes Gladis Monroy. Es fundador y Director del Circulo de Artistas “Umbral de la inspiración” desde El 27 de agosto del 2011. Iván Medina Castro (México) Vivo en la CDMX. Actualmente estudio la Maestría en Estudios Literarios. Tengo publicados tres libros: En cualquier lugar fuera de este mundo (CONACULTA 2012), Más frío que la muerte (UAM 2016) y Lugares ajenos (BUAP 2020). José Luis Salgado (México Nace en Tláhuac, Ciudad de México. Entre sus publicaciones se encuentran los poemarios Fin de semana y otros poemas (2017) Recetario de aversiones nacionales (2019) y Lirica del quebranto (2020) para ATZ Ediciones. Ha colaborado en las revistas virtuales y físicas: Revolución, Teresa magazine, Retruécano, Engarce, Apolo. Desde hace años colabora, con lectura de poesía, en el programa “Desde el café” que dirige Jorge González Duran, transmitido por Radio Caribe en Cancún, Quintana roo. Silvia Favaretto (Italia) Graduada en Lengua y Literatura Extranjera por la Universidad Ca Foscari, 1997. Escritora, docente y traductora. Ha obtenido numerosos premios literarios a lo largo de 25 años, en poesía, narrativa y teatro, entre ellos Premio Literario Avis La torre (prosa) Venecia, 1995; Premio Inves (poesía) - Palermo, Valle Senio (cuento infantil) - Riolo Terme, 1998; Premio Il diritto e il Rovescio (teatro) - Bologna, 2003; Premio Ibiskos di A. Risolo (poesía) - Empoli, 2007; Premio Internazionale Scrittura attraverso le scienze (prosa) - Mestre, 2011; Premio Il Paese delle donne SEGNALAZIONE DI MERITO, 2019 y Premio Il presepe oggi del Centro Studi e Ricerche Bartolommeo Capasso di Sorrento (2020). Ha publicado los libros La carne del tiempo, Artificios, Colombia, 2002; 2da. edición en Argentina, 2004; Parole d’acqua - Palabras de agua, edición bilingüe, 2007; Entre la carne y las palabras, antología personal, Atemporia, México, 2008. Jardín Ardiente, Costa Rica, 2011. De 2014 son los libros Sacrobosco y La noche de los cuerpos (El Salvador, Proyecto Editorial La Chifurnia) dedicado a Alejandra Pizarnik. En los últimos años destaca el libro compartido con Silvia Longhoni Sil Vías Poéticas (La luna que, Argentina, 2015), el libro digital Desde la mirilla del ombligo (Ed. El Humo, México, 2015) y Quiero tanto a Julio (Poetazos, México, 2015) con prosas dedicadas a Cortázar. En 2018 publicó Minotaura (Ediciones Malpaso, Honduras), y en 2019 Este cuento no se ha acabado (Morgana ediciones, México) y La sirena feíta (Festival de los confines, Honduras). Además ha grabado Cds poéticos como Veneziaires Multiverso con Silvia Longhoni (Ed. Federico Meier, Argentina, 2004), Mudo destino del poeta con el grupo de música sicodélica mexicano 1973 (2008) y El sacrificio de la mar (MET, Venezia, 2006). Incluida en varias antologías y revistas literarias en Europa, Latinoamérica y Estados Unidos; ha participado en importantes festivales literarios como el Festival Internacional de Poesía de Medellín (2000) y la Feria del libro de Bogotá (2002) en Colombia; Festival de poesía de El Salvador (2003); Ha traducido los poemas de alrededor de 200 poetas hispanoamericanos y ha protagonizado cortometrajes y documentales poéticos. Desde 2014 es presidenta de la Asociación Cultural Progetto 7LUNE que difunde la cultura hispanoamericana contemporánea en Italia. Ale Montero (México) Lic. en Psicología que se dedica a la psicoterapia, narrativa y poesía. Publicó el poemario La Locura del Poeta. Ha publicado en la revista La Testadura, una literatura de paso, revista Zompantle, revista Almicidio, revista Tabaquería y en Cuadernos de taller, medio de difusión del taller literario Desierto, Mar y Letras.
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