EN EL VALLE DE LAS TUNAS La tranquilidad y el sosiego de los pobladores del valle.
E
ntre cerros y montañas, bajo el cielo azul y a la sobra de los extensos bosques y matorrales, salta sigilosa una hermosa y productiva pestaña de tierra, bañada por un caudaloso rio y riachuelos de aguas traslúcidas y límpidas, sobre las cuales se despliega una rica diversidad de vida silvestre, que con su trinar y rugidos despiertan la mañana de un nuevo
amanecer eternamente.
Esplendida llanura, donde se levanta cual cúmulo de estrellas, un pequeño poblado laborioso, que como constelaciones celestes se confunden en la inmensidad del universo y sin pensar en los peligros que le acechan, viven aferrados a sus creencias y anhelos que hacen del vecindario una bella sinfonía de música y colores.
Cual dulce melodía eterna, su esplendor cubre el instinto malvado de ese animal salvaje, que se encuentra escondido y al acecho, sin que haya penetrado en la intimidad de su entorno, ese mundo lejano y ajeno a su existencia, aun todavía dormido pero atento en el inconsciente y listo para despertar sin piedad contra él y los suyos.
Pero las cosas eternas, el temor a Dios, la obediencia y el respeto por sus antepasados es para ellos el bálsamo de la tranquilidad y la prosperidad que conduce la vida de todos esos valientes y prósperos pobladores de ese pequeño rincón de la tierra, que con su habilidad de sembradores y cazadores mantienen la libertad de su existencia.
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