HORECA DIGITAL JULIO

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El ascensor social El ascensor social es una forma gráfica de referirse a la movilidad vertical, el cambio de una clase social a otra.

En los inicios de los años 50, mi padre, todavía niño, picaba piedra para la construcción de la carretera que llegaba a su pueblo. Ayudaba así a su padre, a la economía familiar y a combatir las necesidades que reinaban en su casa y en aquella España de estraperlo, estrechez, represión y hambre. Fue uno de sus trabajos ocasionales. El otro era el de fabricar carbón vegetal, lo que implicaba pasar noches enteras en el campo, cuidando la carbonera. Años más tarde inmigró desde su pequeño pueblo del Campo de Daroca hasta Zaragoza, donde encontró trabajo en la industria. Encarna en sí mismo el resumen de su generación. De la modestia económica a una franca mejora de sus condiciones de vida. Del tasajo de carne al pollo asado. Del día de fiesta para pasear por Independencia a las vacaciones en Peñiscola.

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Yo, por mi parte, tuve mi primer trabajo con 14 años y simultaneé trabajo y estudios durante toda mi vida estudiantil desde aquel momento. En mi periplo por la hostelería he vivido lo más luminoso y he entrevisto lo más tenebroso de esta profesión. He estado en restaurantes donde me han tratado como un hijo. He comprobado como la meritocracia era el único principio que establecía el

lugar en el que te encontrabas dentro del organigrama de la empresa. Pero también he estado en empresas que me han dado como espacio para dormir, el sótano de un edificio y que me han indicado que la ducha para ducharme era la de la playa.

ecuación del estudio primero y del trabajo duro después. Tenían razón. Mi generación; la generación x, es la última en la que se cumple que la educación post-obligatoria es ampliamente remuneradora desde el punto de vista económico para el trabajador.

También recuerdo perfectamente mi primer sueldo en Madrid, en 1988. Era el equivalente en pesetas a mil euros. Es decir: hace 34 años, el último ayudante de cocina de aquella brigada, venido de provincias, tenía un primer sueldo que ahora es un salario aspiracional. Cuando un día, armándome de valor, subí a las oficinas para pedir un aumento, el encargado de personal accedió, no a subirme la nómina, sino a elevar en dos puntos mi porcentaje en el monto general de propinas. Eso significaba en aquel momento, en aquel restaurante, añadir más de 150 euros a la remuneración efectiva. Cuando años más tarde empecé mi carrera como profesor, tuve, durante mucho tiempo, una gran cantidad de alumnos/as que, haciendo extras durante los fines de semana, completaban sin problema el equivalente a un sueldo entero.

Hoy por hoy, se puede afirmar (porque así lo indican los datos) que el ascensor social se ha parado. El trabajo ha sido durante muchos años la forma para poder estar en la sociedad de manera normalizada; la puerta a tener derechos. El problema es que ese empleo que nos protegía social y económicamente, ha dejado de tener esa capacidad. Estar empleado debería bastar para pagar una vivienda, comer y cubrir necesidades básicas, pero la realidad es otra. Según los datos de Eurostat, España es uno de los países de la Unión Europea que más trabajadores pobres genera, tan solo por detrás de Rumanía. Y si reflexiono sobre esto, en esta publicación, es para preguntarme y preguntar al lector: ¿cómo diablos se hacía para que una empresa tuviera esa capacidad de remunerar generosamente a sus trabajadores y de generar beneficios para sus dueños? Y dos, ¿por qué sigue siendo tan difícil y tan extenuante la iniciativa emprendedora en España?

Mis padres, como todos los de aquella época, nunca dudaron de que la incógnita de la calidad de vida se despejaba mediante la


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