ARTE Y DEVOCIÓN
LA DEVOCIÓN A JESÚS NAZARENO, DE LA COFRADÍA DE JESÚS, EN REFERENCIAS DOCUMENTALES Vicente Montojo Montojo | Académico numerario de la Real Academia Alfonso X El Sabio
A
lo largo de todo el siglo XVII, como en los siguientes, fueron sucediéndose mandas testamentarias de personas que fueron mayordomos, cofrades o devotos, hombres y mujeres, que se refieren a Jesús Nazareno, titular de la cofradía de su nombre. Su secuencia es síntoma de la propia existencia de la cofradía, además de muestras de la devoción. Una tendencia como ésta se dio en verdad en otras muchas cofradías y ha servido también para localizar sus orígenes. En los testamentos de murcianos del siglo XVI se hizo casi siempre manifestación de devoción a la Preciosa Sangre de Jesucristo, pero la de Jesús Nazareno se extendió a partir de principios del XVII. La devoción a Jesús Nazareno se extendió en Murcia a través de su cofradía y por lo tanto de su titular, sus imágenes, sus cultos, sus procesiones, aunque no exclusivamente, y lo hizo pronto, según se ha podido descubrir a través de mandas testamentarias. Por ejemplo, en 1617 una hizo Luisa Valero, mujer de Juan Martínez de Robles: “Iten quiero que el día de mi entierro acompañen mi cuerpo las cofradías de Nuestra Señora del Rosario y Jesús Nazareno, donde soy cofradesa, y la cera
de San Vicente Ferrer, donde ansimesmo soy cofradesa” [Funes, 1227/368 790, 1617]; o también Francisca Alonso, viuda de Ginés Tamayo [Fulleda, 1225/229, 1629]. Una parte como la primera de esta manda la podríamos encontrar también en Cartagena, donde las cofradías de la Virgen del Rosario y de Jesús Nazareno tuvieron capillas en la misma iglesia, la del dominico Convento de San Isidoro, y una relación especial. La Cofradía de San Vicente Ferrer, dominico valenciano, tuvo en Murcia su sede en la Iglesia de Santa Eulalia. Pero en Murcia la devoción y cofradía de Jesús Nazareno se dio en la sede de la iglesia de la Virgen de la Arrixaca, del convento de agustinos calzados. Hubo asimismo testamentos de hombres, relacionados con la Cofradía de Jesús, como el del licenciado Fulgencio Sánchez Navarro, sacerdote, de 1642, o Guillén Navarro, de 1664, que se alternaron con los de mujeres, como Isabel Sáez, de 1663, o Leonarda López de León, de 1665 (Iniesta, 2007). No conocemos aún todas las declaraciones testamentarias del siglo XVII, que pudieron ser muchas. En el primer y segundo tercio del siglo XVII los testadores optaron por sepulturas en las capillas de la Virgen
20
de la Concepción, junto a la Iglesia de San Francisco, y de la Virgen del Rosario, junto a la de Santo Domingo, y en menor medida por otros sitios, y lo mismo en lo que se refiere a acompañamientos de cofradías en los entierros, pues la devoción de Jesús Nazareno fue transgresora, como ha dicho Miguel López-Guadalupe, en el sentido de que rompió con la tradición anterior exclusivamente disciplinante. La actividad de una cofradía fue siempre acompañada de este tipo de últimas voluntades lo que interesa hasta el punto de que la aparición de tal tipo de declaraciones o mandas permite datar el inicio de una cofradía, o por lo menos lo acompañó, como se ha comprobado otras veces. En la Cofradía de Jesús fueron aumentando en el último tercio del XVII, como manifiestan los testamentos de Martín López Peñarrubia, Marcos de Zamora Valero, presbítero, los dos de 1687, y Manuel de la Pedraja Castillo, escribano, de 1688, o María Profeta, de 1699 [1095/279] (Iniesta). Un paso más en la manifestación de la devoción fue la declaración o manda de ser enterrado en la sepultura o carnero de la cofradía, como en el caso de Catalina Tornel, viuda del mayordo-