Batallas mágicas y legales
con la finalidad de reforzar su posición a la cabeza del repartimiento de Ananguanca. O, el caso de don Juan Picho, gobernador interino de Luringuanca, quien solicitó la ayuda de más de un hechicero, de la adivinación y de la brujería para asegurar su permanencia como gobernador de los luringuancas. ¿Era esta actitud de retorno al pasado y de apego a estas estrategias alternativas común a otros curacas del valle del Mantaro durante la segunda mitad del siglo XVII? Sin duda no se debe generalizar. No obstante, investigaciones posteriores pueden responder a esta pregunta en sentido afirmativo. Después de todo, durante la frustrada rebelión de 1666-1667, quedó en evidencia la polarización de los señores étnicos de los Andes centrales a partir de su grado de aculturación y de la cercanía que exhibieran respecto de los usos propios de la República de Españoles. En dicho proceso se insertaba la pugna por el curacazgo de Atunjauja, que protagonizaron don Salvador y don Juan Cusichaqui en la década de 1660. En las líneas siguientes demostraré cómo los bandos enfrentados en el alzamiento de 1666 prefiguraron las características de las facciones que se enfrentarían en la causa de hechicerías de 1689, tema principal de este capítulo. 4. Los hechiceros contra los tribunales del Rey Las divergencias entre dos formas de sustentar la autoridad étnica, analizadas en la sección anterior, prefiguraron el enfrentamiento entre las dos ramas familiares de los Cusichaqui, así como el surgimiento de las acusaciones de hechicería de la década de 1690. La decisión radical de don Salvador Cusichaqui de hacerse del poder mediante el alzamiento de 1666, luego de que el corregidor beneficiara a su rival político, demuestra una vez más que las medidas extremas —el asesinato, el envenenamiento, los ataques mágicos o las revueltas dirigidas a restaurar el mundo del Inca— eran mecanismos habituales en la lucha política. Las estrategias de don Salvador eran tan radicales como los ataques mágicos que fomentarían sus descendientes algunos años después, cuando en 1689 se vieron confrontados con una situación análoga: el alejamiento del gobierno de Atunjauja. Durante el siglo XVII, estas estrategias alternativas coexistieron en el valle del Mantaro con prácticas más convencionales. Una de estas prácticas era el recurso a la justicia virreinal para obtener el reconocimiento de los derechos de un determinado individuo a ejercer el gobierno. Otra, la apelación al brazo eclesiástico con el fin de castigar a curacas y hechiceros rebeldes. Así, la historia que en la década de 1660 enfrentó a don Salvador con su primo don Juan se recrearía en la generación siguiente. Auspiciado por la justicia virreinal, el vástago de don Juan —don Lorenzo Cusichaqui—, detentó el gobierno y cacicazgo de Atunjauja, en desmedro de las pretensiones del hijo de don Salvador —don Cristóbal Ticsi Cusichaqui—, como vimos al resumir los acontecimientos de la denuncia de hechicerías de 1689. En esta nueva coyuntura, la rama familiar de los Ticsi Cusichaqui, protagonista de la frustrada 253