El escenario
cómo hay que desterrar de la historia regional del valle la imagen predominante de calma y estabilidad en la posesión, por herencia paterna directa y entre tres familias de indios nobles, de los tres respectivos curacazgos principales del valle. Es preciso asumir más bien una perspectiva en la que concibamos los pleitos sucesorios y por la conservación del poder entre los caciques de Jauja como muy frecuentes —quizá constantes— durante los siglos XVI y XVII. Tomada en su conjunto, esta constatación contribuye también a quebrar de forma definitiva la imagen de quietud que se ha proyectado sobre los caciques andinos del siglo XVII, casi siempre contrastados desfavorablemente con sus pares del siglo XVIII, protagonistas de más de una gran rebelión. El análisis de la documentación nos remite a una realidad muy convulsionada en la que las rebeliones y los enfrentamientos políticos podían darse en los repartimientos de indios, y entre los indios y sus autoridades, y no necesaria o exclusivamente contra el orden colonial como un todo. Lo que sigue es, pues, el marco regional en el cual se desarrollaron las acusaciones entre curacas de fines del siglo XVII. 1. El escenario de las acusaciones En los Andes peruanos de los siglos XVI y XVII, la provincia o corregimiento de Jauja era paso obligado para casi cualquier viajero que se desplazara por la red de caminos que unía los principales centros del virreinato. Tras el temprano y frustrado establecimiento de la ciudad capital en Jauja en 1534, no se fundaría ciudad española en la provincia durante el resto del periodo colonial. El espacio del valle del Mantaro nunca perdería, sin embargo, su marcado carácter de lugar de tránsito y de escenario de un intenso intercambio cultural. De norte a sur, dos elementos marcaban la geografía de la provincia: el camino de origen inca que conectaba Cajamarca con Cuzco, por un lado y, por otro, el río Mantaro. Por el camino real, un viajero podía desplazarse hacia el norte, usando la margen izquierda del río, a través de la ruta que lo llevaría a los vecinos repartimientos de Tarma y Chinchaycocha y a la ciudad de Huánuco (Espinoza Soriano 2001[1994]: 57). Orientándose hacia el sur, y usando la margen derecha, el viajero debería recorrer unas 36 leguas hasta la ciudad de Huamanga, con la opción de virar hacia la derecha para dirigirse al mineral de Huancavelica. Ese camino continuaba hacia las importantes Cuzco y Potosí, «y [hacia] toda la tierra de arriba». Por el oeste, la famosa cordillera nevada de Pariacaca separaba al valle del vecino Huarochirí y de una más lejana Ciudad de los Reyes. Un poco más al sur, y también «a mano derecha», se asentaban los indios yauyos y laraos. Por el este, los Andes trazaban una divisoria entre el valle y la montaña. A su paso
Véase, por ejemplo, Castro Vásquez 1992 y Peñaloza Jarrín 1995. Para los hechos en torno a la fundación de Jauja, véase el trabajo de Porras Barrenechea 1949.
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