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El precio de la derrota

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bibliografía

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Haya ama al partido por sobre todas las cosas, ama la obra de su vida. Este cariño, como todos, trae implícito el temor de perder el objeto amado y este miedo crea el complejo del avaro. Había logrado constituir un magnífico partido, lleno de mística y de fe; pero, desde el punto de vista revolucionario, crear el instrumento no es sino recorrer la mitad del camino; hay que emplearlo y saberlo emplear. El partido no es el fin sino el medio para alcanzar las promesas hechas al pueblo. sin embargo, así como el avaro, a fuerza de acumular monedas llega a considerarlas como la finalidad suprema de su existencia, así Haya a fuerza de aglutinar gente alrededor de una idea llega a olvidar ésta y considerar al partido como el fin mismo de sus desvelos y no como un mero instrumento revolucionario.

Haya, como buen amante, no quería perder el objeto de su amor; no quería emplear al partido por miedo a perderlo. ¡Para eso bastaba el ejército y para eso tenía un General! Pero el pueblo no lo entendió así. ¡El pueblo deseaba empeñarse y hacer la revolución para la que se le había educado durante 15 años! Haya no lo quiso comprender (Villanueva 1973a: 97-98).

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La ruptura entre Bustamante y Rivero y el Apra, y la consiguiente ilegalización del partido, crearon las condiciones para que el 29 de octubre el general Manuel Apolinario odría, hasta entonces ministro de Gobierno del régimen, diera un golpe desde Arequipa, derrocando al presidente e inaugurando un régimen represivo cuya primera víctima fue el Apra. La desmoralización del partido, debido a los golpes recibidos, se agravó, ya que, a diferencia de las oportunidades anteriores en las cuales Haya de la Torre permaneció en el país dirigiendo el partido desde la clandestinidad, esta vez optó por asilarse en la embajada de Colombia, el 3 de enero de 1949. El gobierno de odría se negó a darle el salvoconducto para abandonar el país, alegando que no era un líder político, sino un delincuente común. su caso daría lugar a un sonado juicio en la Corte Internacional de Justicia de La Haya. El «compañero jefe» permaneció cautivo durante cinco años en dicha embajada, hasta 1954.

el precio de la derrota

Con Haya cautivo y luego de que sánchez recorriera varios países latinoamericanos, para instalarse finalmente en Puerto Rico, se restableció la correspondencia entre los dos. El 3 de agosto de 1949 sánchez envió una carta a Haya desde Guatemala, en la que le formulaba reproches contra la táctica insurreccional que este había promovido. «Tú sabes que yo estaba en absoluto desacuerdo con la

política de revolución; que cien veces dije no creer en el general aquél; que me esforcé porque llegáramos a las elecciones de Marzo, pues creía y creo que nos favorecería hasta la ilegalidad por tal causa» (VRHT y LAs 1982: vol. 1, 452). sánchez se refiere al general José del Carmen Marín, que se había comprometido a dar un golpe institucional con el apoyo del Apra.

Todos los testimonios concuerdan en que sánchez —lo mismo que seoane— se opuso permanentemente a los preparativos insurreccionales que Haya promovía, así que su crítica estaba respaldada por una práctica política abierta y conocida. sánchez no ignoraba los afanes insurreccionales de Haya. Este hecho hace inteligible el siguiente párrafo de su carta: «Francamente, si el 3 de octubre no te encuentro y compruebo tu desazón, quizás hubiera tornado el portante herido de que a un dirigente se le tuviera alejado de todo, en peligro de ser copado en su cama, etc.» (VRHT y LAs 1982: vol. 1, 452).

La escisión que el Apra había vivido antes del desastre del 3 de octubre, entre quienes estaban por la estrategia insurreccional y aquellos que, como sánchez, apostaban por la vía electoral, había provocado fuertes heridas en el tejido partidario: un ambiente enrarecido, cargado de sospechas y suspicacias, atravesado por enfrentamientos soterrados, en que unos acusaban a los otros de actuar motivados por la ambición, y estos a aquellos de haberse aburguesado, acomodándose al goce de las ventajas que les brindaba el poder, disfrutando de cargos ministeriales, una embajada, o una curul en el Parlamento. Con su habitual crudeza, sánchez expresaba su opinión al respecto:

Creo que se ha abusado de las camarillas y que de ello se han valido los menos aptos para resaltar. Te aseguro que mi posible tibieza no viene de la pelea con los adversarios ni con sus sanciones en las cuales olímpicamente me defeco, sino de la aprensión de que los propios lo muerdan a uno como se hizo costumbre a partir de 1947. Nadie atacaba más al aprista que el aprista, sobre todo el juvenil, atiborrado de la pueril demagogia de algunos angurrientos y mal cerebrados (VRHT y LAs 1982: vol. 1, 452; el énfasis es mío).

Como en oportunidades anteriores, sánchez anunciaba su renuncia al partido para cuando este remontara la desgracia que le había sobrevenido, proclamando cuál sería su línea desde su renovada condición de exiliado: «Por mi parte te aseguro que estoy dispuesto a eliminarme del programa tan pronto recobremos la legalidad. Pelear de frente, sí, pero guardarse la espalda del supuesto hermano, no. Esa es mi posición, esta vez, sí, al borde de los 49, indeclinable. En el entretanto, pelear. Predicar unidad y practicarla, evitando toda ocasión de camarillas y grupillos maldicientes como el que se ha formado somewhere and sometime. Aquí las cosas no son como parecen» (VRHT y LAs

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