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La derrota de 1948 y los conflictos internos en el Apra
que se vio obligado a asilarse porque el mayor Villanueva planeaba asesinarlo (Villanueva 1973a: 177)2 .
Acogido como refugiado político en la embajada colombiana, Haya quedó convertido virtualmente en prisionero durante los cinco años siguientes, ya que el gobierno de odría se negó a otorgarle el salvoconducto de salida, alegando que era reo de delitos comunes. Los apristas que describen este momento hablan de «un baldazo de agua fría», para describir el impacto que tuvo en ellos la noticia del asilo de Haya de la Torre: «sentí que todo mi mundo se desplomaba [escribe Luis Alberto sánchez]. ¿sería posible? […] Entristecido, pensando que nos había llegado el minuto de la liquidación, me dirigí a Guatemala para iniciar una nueva vida» (LAs 1987: 130).
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la derrota de 1948 y los conflictos internos en el apra
Mientras tanto, Armando Villanueva del Campo fue capturado por los agentes de odría y fue puesto en prisión. Los apristas en el exilio protagonizaban amargos enfrentamientos, exacerbados por las mutuas recriminaciones sobre las responsabilidades en la derrota. Reinaba un enorme desconcierto y en los hechos no existía una dirección nacional con la suficiente legitimidad para asumir la conducción del partido.
En general, los testimonios apristas aluden a los conflictos partidarios solo oblicuamente. Luis Alberto sánchez es uno de los pocos que habla de disputas y se refiere en distintas oportunidades a Manuel seoane como la cabeza de la posición radical contra la cual él se enfrentaba, pero insiste siempre en que a ambos los unía una gran amistad.
Manuel seoane promovió la realización de los «congresos postales» entre los exiliados apristas. Estos constituyeron un espacio donde se ventilaron fuertes debates3. Para sánchez, fueron ocasión «para poner en evidencia los gérmenes de descontento, error y quizá incipiente felonía en ciertos casos, felonía que se incubaba a raíz del 3 de octubre» (LAs 1982: 172). su balance sobre las tendencias más importantes que se esbozaban en estos debates es bastante preciso:
2 La historia de los dirigentes apristas amenazados por complots contra sus vidas no es privativa de Haya. Como se ha visto, también seoane y sánchez afirmaron en distintos momentos que existían planes para asesinarlos (Villanueva 1973a: 98-99). 3 «Consideré [afirma seoane en una carta dirigida a Haya] que el primer deber era procurar la coordinación del trabajo y del pensamiento de todos los cc. para evitar la dispersión anárquica, dar salida lícita a sus quejas dentro de los cauces partidarios, y aglutinar la vasta y heterogénea multitud de desterrados, en plena diáspora maldiciente y pesimista. De aquí nació la idea del primer Congreso Postal que sirvió para alcanzar estos fines y constituir un organismo central que sirviera de freno a las desviaciones, y de autoridad para los impacientes» (Cossío del Pomar 1969: 311).
Estábamos divididos en dos grandes sectores: los que creían que el 3 de octubre había sido la gran oportunidad de colocar al partido en el gobierno del Perú, y que, por consiguiente, el frenamiento de aquella acción resultó no solo inoperante sino dañino; y los que sostenían que aquella traición había interrumpido nuestra marcha normal, arrojándonos a la “época de las catacumbas”, sin haber hecho “mérito alguno” para ello, al menos en lo tocante al partido. Yo participaba de la última opinión, sin descartar que, producido el golpe del 3 de octubre (y así lo acordamos con Víctor Raúl ese mismo día), no quedaba otra solución que apoyarlo; que discutiríamos después sus frutos, y que urgía vencer al enemigo común: la reacción derecho-comunista (LAs 1982: 172-173).
orestes Romero Toledo, entonces un joven militante en el exilio, ha dejado un testimonio del ambiente en que se desarrollaban esos debates. Los exiliados que radicaban en Buenos Aires formaron el Comité de Apristas Desterrados (CAD), que funcionaba en la casa de Enrique Cornejo Koster, un viejo militante aprista que vivía en la Argentina desde 1926. Eventualmente se reunían también en la casa de Juan seoane, el hermano del «Cachorro» Manuel seoane. Los jóvenes estaban muy inclinados a debatir los problemas del partido:
Queríamos saber cuáles habían sido nuestros aciertos y cuáles nuestros errores. De todo ello […] se conformaron dos bandos en ese organismo en el destierro.
Unos que patrocinábamos la idea de una revisión doctrinaria para un replanteamiento de nuestra actividad política futura, y otros que estáticamente sostenían el criterio de dejar las cosas como estaban para, al retorno, esclarecerlos en un Congreso. Esto, pues, formó dos sectores o “alas” en el Comité. En torno a estas ideas presentamos nuestra ponencias al II Congreso Postal de Desterrados […] Como era de esperar todas nuestras ponencias fueron rechazadas y desde Guatemala se emitió un fallo curioso que remataba de la siguiente manera: ‘se rechaza por rebasar el temario’. Frente a esto qué hacer […] optamos por defender nuestras ideas dentro del Partido y, para ello, decidimos fundamentar las mociones presentadas y explicar públicamente nuestra posición. Así, encargamos a Héctor Cordero la redacción de un documento que expusiera con claridad nuestras ideas. De aquí nació el documento que en forma de folleto recorrió gran parte de América con las firmas de (Laureano) Carnero Checa, Cárdenas, Cordero y yo y que Héctor puso por título: “El Apra y la Revolución, tesis para un replanteamiento doctrinario”. Él es pues el padre de ese documento (Héctor Cordero s/f.: 44-45).
El AprA y la revolución (1952) tendría una gran influencia sobre los apristas descontentos a lo largo de toda la década de los cincuenta.
En su Testimonio personal, en el volumen correspondiente a los años del ochenio odriísta, sánchez señala que uno de los objetivos fundamentales de los múltiples viajes que entonces realizó a través de América Latina fue enfrentar las maniobras de quienes pretendían que se eligiera un nuevo dirigente que asumiera la conducción del partido. Para sánchez —que, como hemos visto en su correspondencia personal, era un acre crítico del personalismo de Haya de la Torre y exigía una democratización del Apra— en esas circunstancias cualquier iniciativa encaminada a constituir una dirección era una traición contra Haya y su rol de «conductor natural» del Apra. según él, en el fondo querían suplantarlo con el pretexto de liberarlo: «la jefatura del partido es una jerarquía sui generis, inherente a su fundador, por ser él el creador de la doctrina y su principal instrumento y por haber realizado lo que ha realizado. Nadie podría aspirar a ella. La jerarquía ordinaria más alta, la de secretario general, esa sí, es electiva» (LAs 1987: 170). Más allá de la indudable lealtad de sánchez a Haya, lo cierto es que su posición, conservadora y abierta a los arreglos con los Estados Unidos, era impopular dentro del partido. Una dirección con una orientación radical lo hubiera dejado políticamente aislado, por lo cual no estaba interesado en que el Apra tomara ese rumbo.
La otra fuente fundamental de los conflictos entre los líderes apristas fue la posición frente al presidente argentino Juan Domingo Perón. Para un grupo de apristas que estaban instalados en santiago y Buenos Aires, y cuyo líder más destacado era Manuel seoane, la manera de conseguir que Haya de la Torre recuperara la libertad era hacer una revolución contra el gobierno de odría, bajo la conducción de un general amigo del partido. En la otra orilla, Luis Alberto sánchez rechazaba cualquier acuerdo con Perón, según dice en su texto, porque este era un dictador. sin embargo, en su testimonio, entre líneas, se insinúa otro motivo más de fondo: a sánchez se le hacía intolerable la pretensión de Perón de constituirse en el líder del antiimperialismo latinoamericano, papel que él consideraba estaba reservado para Haya de la Torre. Esto es muy llamativo, si se considera hasta qué punto Haya había abandonado cualquier pretensión de enfrentarse con los Estados Unidos. El viraje programático que realizó el máximo líder del Apra —desde las posiciones antiimperialistas de los años treinta, al «interamericanismo democrático sin imperio» de los años cuarenta y al alineamiento incondicional con los Estados Unidos en los cincuenta— solo se haría completamente evidente cuando quedó en libertad.
En cambio, Armando Villanueva del Campo evita sistemáticamente el tema de las disidencias partidarias. A lo largo de las quinientas páginas de su texto no
existe ninguna tensión interna que constituya al Apra en una organización viva, agónica; se diría que todos los apristas, tanto los exiliados como quienes habían quedado dentro del país, pensaban al unísono. El caso extremo de esta negación es reducir el conflicto entre Haya de la Torre y Manuel seoane, que culminó en Montevideo en julio 1954, donde se habían reunido los líderes mayores del Apra para encarar las diferencias que desgarraban al partido —cuya gravedad analizaremos más adelante—, a un banal problema personal, fruto de un malentendido sobre cuestiones de etiqueta:
Ya en la noche, en un restaurante de Montevideo nos reuníamos Espinoza Recavarren, Lucho Barrios, Lucho Rodríguez y yo por algo muy serio. Espinoza Recavarren explicó: “Manolo se regresa mañana”. ¿Cuál era el tema? Manolo se acababa de casar y pasó todo el día sin que Víctor Raúl se acercara a saludarlo […]
El problema era serio. Esa misma noche, Rodríguez Vildósola habló con Fernández Artucio, del Partido Colorado, personaje de mucho prestigio quien lo tranquilizó: “Deje esto en mis manos. Yo voy a servir de mediador entre ambos”. Manolo y Haya eran masones. Y con Fernández Artucio intervino la logia uruguaya, pues él también era masón. La logia usó su lenguaje, su estilo y sus principios. Y se concertó una reunión para la tarde del día siguiente […] Haya, con su estilo característico, le dijo: “Bueno, y ahora, Manolo, antes de darte un abrazo... ¿cuál es el motivo del me voy?” Haya decía de Manolo, con cariño pero criticándolo, que su engreimiento consistía en decir “me voy”. —He venido con mi esposa y por un elemental acto de cortesía has debido llamarnos —dijo Manolo. —Elemental habría sido que me comunicaras haberte casado, porque yo no sé hasta el momento si te has casado ni con quien porque nunca me lo has participado —contestó Víctor Raúl. Eso fue todo […] En la noche hubo una comida, que Haya ofreció en honor de Manolo y su señora […] Esto fue en 1954 (V del C 2004: 478).
Los hechos fueron definitivamente de otra naturaleza. Luis Barrios, que viajó desde santiago de Chile a Montevideo junto con seoane para defender sus tesis críticas contra Haya, afirma que cuando este llegó a Uruguay tenía ya su carta de renuncia al Apra notarializada y había previsto entregarla a las agencias noticiosas. Barrios, que tenía también su renuncia lista, afirma que él convenció a seoane de no presentarla, salvando así la unidad del partido (Chanduví 1988: 543).
Aunque algunos estudiosos de la historia del Apra han desestimado que tales renuncias existieran, Luis Alberto sánchez las confirma en una carta enviada a
Haya el 7 de enero de 1955, en la que alude al pago «de los telefonemas con Montevideo, causados por las renuncias notariales de los señores seoane y Barrios, y la verbal, pero en comité del señor Iza» (VRHT y LAs 1982: vol. 2, 186)4. Por su parte, el poeta Alberto Hidalgo sostuvo que seoane, por «temor a ser asesinado», depositó su carta en una escribanía de santiago, pero luego de la reunión de Montevideo retrocedió. «Haya y la masa aprista no conocían nada de su texto. La carta que me envió seoane de su puño y letra está depositada en una Notaría de Lima, lista para ser usada como prueba de acusación de falso testimonio si es que seoane se atreve a negarla»5 .
La versión de Luis Alberto sánchez da luces sobre el ambiente político que se vivía entre los exiliados. En realidad, a lo largo de los primeros años de la década del cincuenta existieron fuertes disputas políticas que involucraban problemas tan graves como los relativos a la democracia partidaria, la naturaleza de la doctrina aprista —en particular en relación al problema del capitalismo, el imperialismo y la revolución— y la fidelidad a los principios fundacionales del Apra. sánchez identifica como la cabeza visible de la posición radical a Manuel seoane, quien llegó a firmar, junto con Luis Barrios, una carta de dieciocho páginas que contenía serios cuestionamientos a la forma en las que Haya conducía el partido.
Armando Villanueva del Campo, luego de estar en prisión, fue excarcelado y deportado a Panamá el 28 de diciembre de 1951. Decidió seguir rumbo a México, pero al pasar por Guatemala, donde comenzaba la presidencia de Jacobo Arbenz, encontró a dos grupos apristas amargamente enfrentados por un balance sobre las responsabilidades del fracaso de la insurrección del 3 de octubre de 1948 y tuvo que quedarse para oficiar de árbitro. siguió hacia México siete meses después y allí se enteró de la ruptura entre Perón y odría. El general argentino había proveído generosamente de trigo al Perú en plena guerra de Corea, pero cuando necesitó petróleo para levantar la cosecha de 1952, odría le negó el combustible por presión de los norteamericanos, quienes habían entablado un embargo contra la Argentina peronista. Perón estaba indignado y los apristas decidieron aprovechar la situación. Villanueva del Campo fue convocado a Buenos Aires y partió hacia allí, realizando un rodeo por toda América Latina, puesto que no podía pasar por el Perú.
4 Iza es otro miembro del Apra, Isaac Espinoza Recabarren. En una carta posterior, sánchez expresa a Haya su indignación debido a que los miembros de la dirección aprista le solicitaran públicamente a Espinoza Recabarren que retirara su renuncia al partido (VRHT y LAs 1982: vol. 2, 193). 5 Entrevista a Alberto Hidalgo, en Unidad, semanario del Partido Comunista Peruano, Lima, s/f. (citada en Cristóbal 1985: 250).