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La fundación del Movimiento de Izquierda Revolucionaria

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la fundación del movimiento de izquierda revolucionaria

Entre los años 1956 y 1959, las discrepancias dentro del Apra se fueron acentuando, hasta culminar en la IV Convención Nacional el 10 de octubre de 1959, realizada en Lima, sin la asistencia de Haya de la Torre.

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Durante ese periodo Luis de la Puente jugó un papel destacado dando la lucha ideológica contra la dirigencia partidaria. En ese proceso ganó cierta notoriedad dentro y fuera del Apra. En la IV Convención de la Puente intentó presentar una moción que los disidentes habían preparado —redactada básicamente entre él y Héctor Cordero— titulada «La realidad nacional y la línea política de la Convivencia», pero se lo impidieron. se trataba de una dura crítica a la posición del Apra en todos los terrenos:

No sólo hemos permitido [afirmaban] que permanezcan intocadas las estructuras agrarias, sino que estamos siendo cómplices de la oligarquía en sus usurpaciones, iniquidades y fortalecimiento. La oligarquía financiera está sirviéndose del poder político para acrecentar su poder económico, a base de todo tipo de maniobras; desvalorización monetaria, liberalidad y estrechez en el crédito sucesivamente, para precipitar la crisis de los pequeños y medianos comerciantes e industriales, y absorberlos, control del precio del dólar por los exportadores para mantenerlo dentro de índices favorables para su enriquecimiento, etc., etc. El PAP sirviendo de instrumento al servicio de los intereses de la oligarquía está defraudando las más caras esperanzas del pueblo del Perú (Cordero s/f: 92-94).

El documento atacaba también algunos de los tópicos retóricos más importantes de la propaganda aprista. Frente a la afirmación de que el Apra mantenía una actitud diferenciada con el MDP, y que no estaba en el gobierno, sostenían:

La diferenciación de la que se habla no existe. Lo que se advierte es por el contrario, identificación, que se presta para que algunos sectores hablen de incondicionalidad y otros de complicidad con los actos de gobierno [...] las actitudes partidarias ante los hechos trascendentales de la vida del país sólo demuestran mediatización, afán de silenciamiento, función de freno y alianza estrecha con el Gobierno.

¿La aceptación de cargos diplomáticos que implican representación directa del Presidente de la República puede ser índice de clara y definida independencia? La participación de apristas en la conformación de las Juntas de Notables encargadas por el Ministerio de Gobierno para regir las Municipalidades, dejando de lado la bandera de las Elecciones Municipales no consideramos que signifique clara y definida independencia (Cordero s/f: 95).

otro tema fundamental de enjuiciamiento era el de la supuesta independencia de la lista de «amigos» que el partido había llevado al Parlamento en las elecciones de 1956. El Apra ha sostenido siempre que no tuvo influencia sobre ellos, lo que lo exime de responsabilidad con relación a la política desarrollada por la convivencia, y que lo único que obtuvo de su apoyo a Prado fue la legalización del partido y la democracia. Los disidentes rechazaban esta versión de los hechos:

La Representación Parlamentaria Aprista o simpatizante actúa, salvo honrosas excepciones, en bloque con la representación pradista, en los asuntos fundamentales para el País, en los cuales era imperativo que se hiciese notar la tan predicada diferenciación. Y no se diga que los integrantes del Frente Parlamentario Independiente actúan por propia iniciativa; ellos siguen las directivas emanadas por el Comité Ejecutivo Nacional o por el c. secretario General del Partido, ingerencia que en muchos caso ha sido muy notoria y al mismo tiempo perjudicial para los intereses del pueblo como lo sucedido en el debate sobre el alza de los precios del petróleo (Cordero s/f: 95).

Los autores del texto sabían de qué estaban hablando: Carlos Malpica, uno de los firmantes de la moción, era diputado aprista en ejercicio, elegido por el Frente Parlamentario Independiente, la lista que el Apra había promovido en las elecciones de 1956.

La moción planteaba preguntas de fondo que anticipaban el derrotero político que seguiría el Apra en los años siguientes:

¿No es cierto que, una vez más, estamos postergando la solución de los grandes problemas nacionales a base de la promesa de 1962, quizá en torno a una nueva Convivencia?

¿Cuando lleguemos al 62, al paso que vamos, no tendremos que hablarle otra vez al Pueblo, de postergación y espera, para 1968? (Cordero s/f: 97).

El texto finalizaba con una apelación a la memoria de lo que el Apra había significado para muchos peruanos, en un tono emocional, admonitorio:

Detengámonos a meditar sobre nuestro destino histórico, la sangre derramada, los hogares destruidos, la trayectoria gloriosa, la fe de todo un pueblo, la mística, la doctrina de nuestro gran Partido y después contestemos: ¿será posible que cambiemos todo aquello por “un plato de lentejas”? (Cordero s/f: 98).

Walter Palacios estuvo entre los asistentes a la IV Convención y fue firmante de la moción que presentaron los disidentes. La situación debió ser preocupante para la vieja guardia. En la elección de delegados para la convención los jóvenes

habían empezado a mostrar una fuerza sorprendente. Luis olivera Balmaceda, militante juvenil, ganó la representación de uno de los sectores más importantes de Lima. Carlos Malpica silva santisteban le ganó la representación de los agrónomos a Manuel Heysen, del grupo de Haya. Para la representación de los abogados los viejos propusieron a Carlos Manuel Cox y este fue derrotado por Ezequiel Ramírez Novoa. Los viejos debieron sentir que se les escapaba el control del partido, por el descontento acumulado que se manifestaba. Walter Palacios asistió como delegado del comando universitario de Trujillo. Por la misma tendencia participaron también delegados del comité departamental de La Libertad y otros.

La moción del grupo fue presentada por unos veinticinco firmantes, que inmediatamente fueron sometidos a una presión muy intensa para que retiraran sus firmas. Hubo un grupo que lo hizo, que incluía a un delegado que había participado en la redacción de la moción y que afirmó que había «sido sorprendido». En un artículo que publicó en la revista Caretas, Héctor Cordero anotaba:

[La dirección del Apra] ha desarrollado una burocracia partidaria que al modo de los viejos cacicazgos políticos confía en la treta política para arribar a la conquista de posiciones de poder [...] En la IV Convención Aprista recientemente realizada se manejó hábilmente este argumento para ablandar y someter disconformidades superficiales. La espectativa de puestos parlamentarios en el 62 funcionó tan hábilmente como argumento igual que en los días del hilván político del 56. En esta oportunidad se hizo circular la voz entre las delegaciones provincianas cuya disconformidad era patente que posiblemente se obtendrían de 40 a 60 diputaciones en los tratos políticos que se zurcían. Como por arte de magia la actitud rebelde de muchos se ablandó, se mimetizó o desapareció (Caretas 1959).

En un primer debate, la comisión política, presidida Armando Villanueva, decidió expulsar a los firmantes. La reunión terminó en la madrugada y a lo largo del día se presionó a varios de ellos para que se desolidarizaran. Al reunirse el plenario, sin discutir, se aprobó el informe de la comisión política que proponía expulsar a ocho y someter a los demás a disciplina, con trámite de expulsión. Los sancionados no estaban presentes, pues se habían retirado cuando se rechazó someter la moción a la discusión.

Los disidentes habían estado discutiendo a lo largo del día si asistir a la convención. «No se lo esperaban, era como una provocación». Decidieron que de ser necesario se defenderían usando las mismas armas que habían aprendido en el Apra. Había prensa presente, así que el oficialismo se cuidó de mostrar una respuesta desmedida. Expulsar a ocho y someter a disciplina a una veintena

era una medida inteligente, para minimizar el daño que habría representado la expulsión de una treintena de militantes. Por otra parte, siempre era posible recuperar a una parte de los disidentes —sucedió, efectivamente— y quedaba la alternativa de dejar a otros en «congeladora», sin expulsarlos y con sus derechos partidarios suspendidos. Cuando Walter Palacios fue citado para ir a disciplina en Trujillo, envió una carta pública de renuncia y se incorporó oficialmente al Apra Rebelde. Enrique Amaya Quintana, otro de los fundadores del Apra Rebelde, no fue expulsado; ni hubo proceso, ni lo llamaron7 .

Manuel seoane estuvo entre quienes trataron de evitar la expulsión de los disidentes y en esto chocó con Luis Alberto sánchez, que desde 1955 —a raíz de la derrota de seoane y Barrios en Montevideo— insistió en su correspondencia con Haya en la necesidad de hacer una purga. A raíz de unas declaraciones de seoane, ofreciendo una rama de olivo a los rebeldes que se habían alejado del partido, sánchez reclamaba a Haya sanciones para su rival: «¿Hasta cuándo vamos a sembrar una unidad adventicia? ¿Por qué no se sanciona a quien “lamenta” que Hidalgo haya renunciado y lo diga por reportaje público, y diga que los “poetas”, es decir, Valcárcel, scorza, Jibaja, Hoke, C. Checa, Puga, tienen “pasaje de ida y vuelta en el partido”? […] el partido va zozobrando en fango. Lo grave es que de vez en cuando quienes necesitan censura, reciben estímulo y viceversa» (VRHT y LAs 1982: vol. 2, 238-239). Luis Felipe de las Casas fue un firme crítico de la expulsión:

Fue evidente la inconsecuencia de algunos de los dirigentes más calificados, con el carácter y espíritu democrático que predicábamos. No se trató de evitar esta desgarradura tan penosa sino por el contrario se optó por el camino más fácil: extirparla. El epilogo de estas discrepancias fue la suspensión inesperada de la Plenaria de la Convención y luego la obligada salida de la sala del grupo discrepante. Volvió a reanudarse la reunión y el grupo insistió en exponer sus críticas, franca y sinceramente. A pedido de un líder, de conocida tendencia oportunista y fluctuante, se aprobó la expulsión física del grupo disconforme de las filas del Partido (De las Casas 1981: 242-243).

La ruptura dio lugar a la formación del Apra Rebelde, con el cual de las Casas discrepaba políticamente, pero al que le expresa un profundo reconocimiento, por la consecuencia y limpieza ética de sus integrantes:

El error revolucionario de estos jóvenes, en la mayoría de los casos, fue equivocar la estrategia y el camino. Pero cualquiera que sea el juicio histórico,

7 Entrevista a Walter Palacios. Lima, 06 de marzo de 2008.

fue una actitud honrada y digna. Muchos de ellos pagaron más tarde con el sacrificio y la ofrenda de su vida, cuando sincera e ingenuamente tomaron el camino de la guerrilla y la insurrección armada […] tratando de imitar y/o siguiendo con entusiasmo el ejemplo de los primeros mártires apristas de la revolución de Trujillo en 1932, de Ayacucho, Huancavelica y el centro del país, en 1934, como de otros frentes del mundo, y en particular el de la atrayente leyenda cubana de la sierra Maestra y El Escambray (De las Casas 1981: 243)8 .

De las Casas discrepaba que con la expulsión de los disidentes «porque por ese camino o medio, el Partido se autocastraba y evitaba la formación de nuevos líderes que proyectasen nuestra acción y pensamiento revolucionario en el futuro. se había sentado un funesto precedente: quien discrepaba era expulsado, vale decir: comenzaba el reinado de la Santa Inquisición, con su intolerancia, sus intrigas y venganzas» (el énfasis es original del autor). otro caso, que para de las Casas era expresivo de la descomposición a la que llevó el viraje partidario, provocó el apartamiento de Rómulo Meneses, ex diputado por Puno, fundador del Apra y autor de varias obras. Meneses, en su condición de secretario nacional de Campesinado y Asuntos Indígenas, trató de publicar en La Tribuna —el periódico oficial del partido— un comunicado protestando por una masacre perpetrada en la hacienda Pomalca, que dejó el saldo de siete campesinos muertos y 33 heridos de bala, pero el diario no lo aceptó. Pomalca era propiedad de la familia de la Piedra, una de las más poderosas integrantes del grupo conocido como «los barones del azúcar y del algodón», el núcleo del poder oligárquico. A raíz de este hecho Meneses se alejó del CEN y del PAP, el 25 de enero de 1962 (De las Casas 1981: 244). Meses después Haya de la Torre ofrecería el apoyo del Apra a la Unión Nacional odriísta, de la que Julio de la Piedra era el líder principal, y entre 1963 y 1968 cogobernarían desde la irónicamente denominada Coalición del Pueblo. El golpe de Velasco Alvarado frustraría la renovación, que ya se venía preparando, de esa alianza, a la que se incorporaba el ala conservadora de Acción Popular, para el año 1969.

Luis Alberto sánchez reivindica haber intervenido resueltamente «para detener el torpe divisionismo que, a través de un grupo de estudiantes y jóvenes profesionales, sembraban aquellos a quienes expulsamos durante el exilio, sobre todo el antiguo grupo de Buenos Aires y de México. Fui, por eso, de los

8 De las Casas es muy duro en su juicio sobre Javier Valle Riestra, que se rectificó y retornó al Apra: «Entre ellos tampoco faltó el doble renegado de este grupo juvenil, que con conocido egocentrismo y ambición, abjuró de su posición revolucionaria y retornó a pedir perdón, rectificándose de sus “arrestos insurreccionales”, para postular a un cargo edilicio electivo donde pudiera satisfacer sus ambiciones de notoriedad» (De las Casas 1981: 243).

más decididos en solicitar la segregación de unos treinta militantes que, atraídos por los comunistas, se hallaban en plan subversivo» (LAs 1987: vol. 4, 52). sánchez estaba decidido a liquidar a los disidentes desde el encuentro de Montevideo de julio de 1954: «La intriga comunista aprovechando las circunstancias sentimentales favorables de la proscripción, había penetrado algo en Chile, mucho en Buenos Aires y La Plata y quizás en algunos casos aislados. Teníamos que extirpar y cauterizar el foco y cambiar y fomentar un nuevo tejido» (LAs 1987: vol. 3, 203). Abordó este tema en más de una oportunidad en su correspondencia con Haya. De la Puente y sus seguidores representaban una línea política que estaba en las antípodas de lo que sánchez pensaba que debía ser el Apra, y este solo esperaba la ocasión propicia para pedir su expulsión, la que se presentó finalmente en la IV Convención. siempre según sánchez, Ramiro Prialé se inclinó por la «clemencia», pero él se mantuvo firme. «La expulsión alcanzó a menos de veinte en Lima y a unos dieciséis en Trujillo, entre ellos, a Luis de la Puente Uceda, Alfonso Barrantes Lingán y seis más, casi todos afiliados después al castrismo y algunos más tarde miembros de las guerrillas en que —ya en 1965— encontraría la muerte de la Puente Uceda». sánchez se expresa mal, para variar, de Luis de la Puente:

Yo había oído hablar de este joven desde que llegué al Perú, a mediados de 1956. Me lo describieron como un intelectual vanidoso, muy trujillanista y pariente de Víctor Raúl (Víctor era cuñado de José Félix de la Puente; y éste era tío carnal de de la Puente Uceda). De la Puente se destacaba como un activo colaborador del grupo infiltrado que manejaban los apóstatas Héctor Cordero y Gustavo Valcárcel (LAs 1987: vol. 4, 52-53).

De la Puente había sido sometido ya, por lo menos dos veces, a disciplina y estaba otra vez «en disciplina» en ese momento, junto con otros militantes, por no aceptar la convivencia, «que fue, al decir de seoane, una decisión personal de Haya» (La Voz de Huancayo 1963). En la convención jugaron un papel destacado Carlos Malpica, Gonzalo Fernández Gasco y la delegación de Trujillo, en la que participaban segisfredo orbegozo, Enrique Amaya, Walter Palacios y otros. Ellos constituirían el núcleo fundador del grupo aprista rebelde.

La IV Convención —narra Héctor Cordero— fue un gran escándalo. La Dirección aprista hizo golpear a los discrepantes, amenazó a todo el mundo para evitar que se hiciera dentro de la Convención el pronunciamiento. Aquí jugó un rol importante Carlos Malpica porque él es el que rompe el silencio que se trataba de imponer dentro de la Convención. Cuando lo hace, lo hacen con una pistola pero él se defiende. El escándalo termina

con la expulsión de varios compañeros, lo que da origen al “Apra Rebelde” (Cristóbal 1985: 217).

Luis de la Puente fue expulsado del Apra junto a otros ocho dirigentes, a los cuales luego seguirían otros expulsados más. Carlos Malpica silva santisteban, explicando su salida del Apra en 1983, narró:

El origen de nuestra expulsión fue habernos opuesto a que continúe la política de “convivencia” con el pradismo y Beltrán [...] En esa reunión presentamos una moción sustentatoria de nuestra posición. Como no tenían argumentos para rebatirla, optaron por el camino aparentemente más fácil: la expulsión [...] Nos presentaron como enemigos de la democracia, a sueldo del comunismo internacional y de El Comercio a la vez, quienes nos habían encargado la misión de boicotear el acceso del Apra al poder [...] (La república 1983).

A su vez, Gonzalo Fernández Gasco, recordaría: «Al presentar la moción, se produjo una conmoción general dentro de la convención. Armando Villanueva fue el que asumió la actitud para la expulsión manifestando que habíamos insultado al “jefe”. Eso era totalmente falso. En la moción, que aún conservamos, no existe ningún insulto. Lo único que hay es una defensa de principios. Lamentablemente no fue leída, porque de aprobarse habría cambiado el curso de la historia del Partido y de nuestra patria» (La república 1983).

Aunque Héctor Cordero no participó en la convención debido a que ya había sido expulsado del Apra, coordinaba con el grupo. Producida la expulsión, en la tarde del 12 de octubre, Cordero hizo llegar la moción de ruptura a El Comercio, que la publicó al día siguiente. De esa manera aseguraron el compromiso de los discrepantes y organizaron el Comité Aprista de Defensa de los Principios Doctrinarios y de la Democracia Interna. Habían dos posiciones en discusión sobre qué hacer a continuación. Ezequiel Ramírez Novoa proponía formar inmediatamente un nuevo partido, mientras que de la Puente y Cordero estaban por que se siguiera manteniendo el nombre adoptado hasta agotar las posibilidades dentro del Apra. Ganó la posición de de la Puente, con la idea de aprovechar «todas las posibilidades a cosechar más gente». Plantearon a continuación sacar un periódico al que titularon Voz Aprista, que principalmente atacaba la política de la convivencia. Fue dirigido inicialmente por Ramírez Novoa (Cristóbal 1985: 217-218).

De la Puente controlaba algunas bases cuando rompió con el Apra, «como la de Chiclayo, Trujillo, Junín, algunas de Lima y otras que se encienden y vienen a trabajar con nosotros» (Cristóbal 1985: 217-218). Luis Alberto sánchez, en cambio, minimiza el impacto que tuvo la escisión aprista rebelde:

Muchos pensaron que, consecuencia de aquellas eliminaciones, el partido sufriría mermas y descalabros y que perderíamos el apoyo de “la juventud”. La hipótesis de tal segregación o pérdida fue el cargo más grave que se lanzó contra la política de “convivencia” con el gobierno de Prado, política encarnada por Prialé. Respaldé a Ramiro en su actitud […] En verdad, pese a los funestos presagios, el partido salió robustecido de la prueba. Las podas suelen fortalecer a los troncos cuando éstos tienen raíces bien plantadas. Este es el caso del Apra. Cada nueva manifestación popular, a partir de la del 22 de febrero de 1958 —nuestro tradicional Día de la Fraternidad— demostraría que el aporte juvenil iba en crescendo, y que sólo un grupo vanidoso de “niños bien” y snobs, era el que se entretenía en criticar, morder, roer y “falar falar, falar” (Cristóbal 1987: vol. 4, 53).

Es imposible diferenciar el impacto que tuvo la escisión separándola del que tuvo el viraje general del partido del cual esta fue una de las expresiones. El hecho es que las elecciones de 1962 demostraron que el Apra había dejado de ser el partido mayoritario del país. Por otra parte, la base social de los expulsados no era de «niños bien», como decía sánchez9, sino más bien de jóvenes procedentes de la clase media trabajadora, profesionales, estudiantes y de campesinos, después. Los hechos demostrarían que no se limitaban a «falar, falar».

El comité realizaba actos políticos, pero alguna gente desconfiaba de la participación de Cordero, por considerarlo comunista. Este se hizo su espacio a través del trabajo de prensa, haciéndose cargo de la coordinación general del periódico. Cuando Ramírez Novoa se retiró, Cordero asumió la dirección. El Apra no se quedó cruzado de brazos, sino lanzó una campaña de desprestigio contra los expulsados, centrando sus mayores ataques en su líder principal: «desató toda una campaña contra de la Puente acusándolo de latifundista. Fue terrible la campaña. Lucho rebatió siempre todos los cargos que Haya, Villanueva, Towsend, le hacían. Rebatió tanto por las infamias como por el aspecto político favorable que nos hacía» (Cristóbal 1985: 218).

En su I Asamblea Nacional definieron su identidad política: «El Apra Rebelde tiene como objetivo la liberación nacional del imperialismo y la quiebra de la estructura semifeudal y el dominio oligárquico que actualmente imperan en el país, en beneficio y con la intervención de las clases explotadas, por los medios que sean viables, consecuentes con su línea revolucionaria». No consideraban que esto los dejara de las tradiciones del aprismo, sino más bien que los acercaba a su verdadera tradición insurgente: «el Movimiento Aprista Rebelde

9 sin proponérselo, sánchez, al descalificar con ese apelativo a de la Puente, descalifica también a su tío, Haya de la Torre.

es un movimiento de recuperación del sentido revolucionario del Aprismo» (Voz Aprista 1960).

El Apra inicialmente intentó recuperar a algunos disidentes a través de promesas de ventajas, como becas y viajes, si retornaban al partido. Después comenzaron las amenazas y finalmente la violencia, ejecutada por los disciplinarios apristas. Esto era particularmente crítico en La Libertad, donde estaba el núcleo más importante del aprismo rebelde, precisamente en la cuna de Haya de la Torre y del partido. Los viejos apristas, especialmente los militantes que venían de la revolución de 1932, eran hayistas fanáticos, acostumbrados a la acción directa y al uso de la violencia contra los opositores y se prestaban a perpetrar continuamente agresiones contra los «traidores». Por su parte, los disidentes, que provenían del Apra, sabían a lo que se enfrentaban. De la Puente gustaba usar la frase de Martí, «he estado en las entrañas del monstruo y lo conozco», para prevenir acerca de lo que debían esperar. De allí que cuando decidieron romper con el Apra estuvieran preparados para contestar en el terreno de la violencia.

La agresividad —explica Palacios— es mayor entre gente que ha pertenecido a una misma organización y después ha roto. Los apristas trataban a los rebeldes de «traidores», «tránsfugas», «miroquesadistas»10. Inicialmente trataban de convencerlos: «Mira Walter, para que te metes, tú eres joven, tienes un futuro, puedes viajar a Costa Rica o a Miami». Varios de los que firmaron terminaron retornando al Apra. Después vinieron las amenazas a los recalcitrantes: «no te metas o te va a ir mal». La situación era difícil para ellos, porque tradicionalmente Trujillo era, y es, cuna y baluarte del Apra. Los apristas rebeldes no tenían problemas con la juventud, incluso con los obreros consecuentes, pero sí con los viejos. Jorge Idiáquez, el secretario personal de Haya, tenía a sus hermanos en Trujillo. Los apristas de la vieja guardia de 1932, «eran hayistas a muerte, movían gente, medios y recursos. Gente como Cassinelli, que era aprista, llevaba en su carro a los búfalos». De la Puente les había advertido desde el principio, «si nosotros entramos ya sabemos cómo es». Los ataques los respondían con denuncias contra el Apra conviviente. En la Universidad de Trujillo le ganaron las elecciones al partido de Haya como apristas rebeldes, yendo como Vanguardia Estudiantil Revolucionaria (VER), en alianza con la juventud comunista e inicialmente hasta con Acción Popular. «Estábamos preparados, era gente decidida». Hasta la ruptura habían sido los engreídos del partido, la juventud universitaria, los que iban al campo.

10 Esto porque los Miró Quesada informaban sobre ellos, desde El Comercio, como una manera de golpear al Apra.

Palacios estima que, de la gente que estuvo al inicio, un 80% fue convencida para regresar al Apra. Después, algunos de los que participaron en el Apra Rebelde y en los primeros momentos del MIR se fueron. «Mucha gente pensó que se podía medrar con el Apra Rebelde, luego se dieron cuenta que no. otros honestamente comenzaron y luego se alejaron porque no estuvieron de acuerdo». En la dirección del MIR apenas había unos cinco militantes que venían del grupo original: Luis de la Puente Uceda, Gonzalo Fernández Gasco, Helio Portocarrero, Enrique Amaya y Palacios.

Durante el primer tiempo los apristas «les daban con todo; a mí me dieron varias veces». En Trujillo emitían el programa «Voz Aprista Rebelde» desde Radio Libertad. Inicialmente lo hacían en vivo, pero tuvieron que empezar a hacerlo en diferido, usando una grabadora italiana Gelosso, debido al hostigamiento de los «búfalos»11 .

La violencia se desplegaba también en Lima, en los frentes gremiales y en el movimiento estudiantil. Pero los apristas constataban que los disidentes eran gente decidida y eso atemperaba en cierta medida las agresiones. La hegemonía aprista se resquebrajaba. En 1959 fue elegido presidente de la Federación de Estudiantes del Perú (FEP) un democristiano y en octubre 1962 lo sucedió Walter Palacios, para entonces ya miembro del MIR. Palacios había arrebatado al Apra meses antes la dirección de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Trujillo; algo que pocos años antes sencillamente se hubiera considerado inconcebible. Entre los «búfalos» más famosos de la época recuerda a Chaney y Dogomar. Conducía las acciones, aunque no actuaba, Alberto Valencia, quien risueñamente era conocido como «Alberto Violencia»12 .

Un hecho muestra claramente que aún entonces los apristas rebeldes no habían roto ideológicamente con el Apra: decidieron publicar, por iniciativa de de la Puente, El antimperialismo y el Apra, el texto doctrinario más importante de Haya de la Torre, que, como se ha señalado, no había vuelto a reeditarse desde su aparición en 1936 por decisión de su autor13. Lo editaron a mimeógrafo, completo, pues entonces lo consideraban un referente ideológico importante; una crítica a la inconsecuencia de la dirección con relación a los principios originarios, una herramienta para demostrar que las tesis revolucionarias del Apra habían sido abandonadas. De hecho, en los «Acuerdos de la I Asamblea Nacional del Apra Rebelde», al definir los lineamientos programáticos del grupo pusieron en los considerandos: «los principios teóricos que informan el espíritu

11 Entrevista a Walter Palacios. Lima, 6 de marzo de 2008. 12 Idem. 13 «No comprendíamos por qué era así —señala Walter Palacios— era inconcebible que el Apra se opusiera a la circulación del libro fundador del aprismo».

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