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El Apra Rebelde
la Hora de las armas
el apra rebelde
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Después de la derrota de la insurrección del 3 de octubre de 1948, quienes cuestionaban la actitud de la dirección del Apra comenzaron a reunirse por su propia cuenta para investigar el fracaso y terminaron atribuyéndolo a la «traición» de la dirección. Eduardo Malqui, un dirigente popular con una gran ejecutoria dentro del aprismo, narra que su deseo de evaluar el porqué de la derrota chocó con el silencio del aparato partidario. Pronto sobrevino el desencanto (Cristóbal 1985: 109).
Malqui dice que la gran tragedia que afrontaban quienes estaban definitivamente desilusionados del Apra era que no tenían a dónde ir. La juventud disconforme deseaba incorporarse a una organización revolucionaria, pero las únicas alternativas que encontraban eran los comunistas y los trotskistas. Del aprismo salían «vacunados» contra el comunismo y la línea zigzagueante del Partido Comunista, especialmente durante el período de Prado, no lo hacía atractivo como alternativa. Además, como dice Malqui, «el PC era muy estratégico, muy teórico, nunca daba una salida concreta a los problemas, a la realidad». Cuadros acostumbrados a una práctica de activismo febril y sin tradición de debate partidario no se sentían afines al estilo de los comunistas. Esto llevó a un significativo contingente de ex apristas hacia el trotskismo, donde destacó especialmente Ismael Frías por sus aptitudes oratorias. Frías no entusiasmaba a Malqui «por su tendencia en ser el primero en aparecer en la foto» (Cristóbal 1985: 111-112).
En 1956 la dirección del Apra dio una amnistía limitada y algunos militantes que habían renunciado durante los años anteriores, como Guillermo Carnero Hoke, Julio Galarreta, Rogger Mercado, Héctor Cordero y Eduardo Malqui, se
reincorporaron al partido. su intención era formar un «ala radical» en el Apra. Cordero en especial consideraba que no debía romperse orgánicamente sino pelear desde dentro del Apra hasta donde fuera posible. Con un grupo más o menos numeroso de descontentos intentaron ganar delegaciones o cargos para tratar de reorientar al partido. A pesar de la oposición de los «oficialistas», que le enrostraban haber atacado a Haya, Malqui fue elegido para la III Convención de julio de 1956, que se realizó en Lima. Allí se autorizó a la dirección para que negociara la convivencia con Prado. A pesar de intentos de boicotearlo, Malqui asistió a la reunión, pero era poco lo que los izquierdistas podían hacer ante una correlación aplastantemente adversa: «En realidad el “ala izquierda” era una ínfima minoría; creo que llegamos a 3 ó 4 compañeros delegados. Imagínate, en una reunión donde hay más de 500 delegados [...] No se puede hacer nada por nuestra parte. Eran 500 carneros ¡Claro que una cosa es contarlo y otra vivirlo! ¡500 chi cheñó!1». La audición de un discurso de Haya, grabado en un disco, casi llevó al llanto a los asistentes. No se dejó hablar a los disidentes. «Todo el desarrollo de la Convención me convenció que nada se puede hacer mientras Armandito Villanueva, Ramirito Prialé, sigan mangoneando al Partido. Todos los compañeros de base seguían sirviendo de carneros, no decían nada» (Cristóbal 1985: 147-148).
Para entonces, la dirección del Apra no aceptaba ni que se mencionara la palabra «antiimperialismo», como se vio cuando se suscitó un áspero enfrentamiento entre la mesa de debates y miembros de la juventud aprista: «La JAP plantea que el Apra sostenga su posición antimperialista primigenia. ¡si hubieras visto lo que ocasionó esto! Armando Villanueva se pone de pie violentamente y se opone. Dice: Para qué vamos a decir “antimperialista”, si basta con decir “aprista”, porque el Apra lo llena todo» (Cristóbal 1985: 148). Ya en la II Convención del Apra, en 1942, se había cambiado el primer punto del programa, del «antiimperialismo» original al «interamericanismo democrático sin imperio», lo que fue ratificado en el Ideario y Programa del III Congreso del Partido, en 1943. Los jóvenes de la JAP de 1956 no estaban contra la dirección; simplemente, como estudiantes, gustaban de una cierta radicalidad. Pero la palabra antiimperialismo «“le olía a “rojo” a la Dirección» (Cristóbal 1985: 148-149)2 . El desencanto que los integrantes del «ala izquierda» sentían es descrito muy
1 «¡sí señor!». Expresión tomada de la tradición de Ricardo Palma «El obispo Chi cheñó». 2 «El PAP propicia como sistema de relaciones equilibrado o justo entre los Estados que integran el Nuevo Mundo el Interamericanismo Democrático sin Imperio, principio que responde al mantenimiento de las soberanías interdependientes y a la cooperación económica y financiera en el campo de la asistencia técnica, sin supeditaciones ni hegemonías», precisaba la dirección aprista (La Tribuna 1957).
expresivamente por Carnero Hoke: «el Apra no resiste —ahora lo veo claro— un análisis riguroso, menos filosófico. su “Espacio-tiempo histórico” tiene cosas interesantes [...] para una conversación de viejitas cansadas» (Cristóbal 1985: 113-114). Poco tiempo después los disidentes fueron expulsados del Apra.
El «ala izquierda» aprista fue efímera, según Héctor Cordero, por la ausencia de una definición teórica homogénea. Cordero, así como Ricardo Napurí —otro izquierdista que jugaría un rol en la fundación del MIR—, había tenido una relación ideológica importante con silvio Frondizi en Buenos Aires. Dos elementos fundamentales que extrajo de esta relación fueron la convicción de la esterilidad de la burguesía como fuerza progresista de vocación democrática e industrialista, y la de que el peronismo no debía verse como una «desviación» o «epidemia» sino como «una maciza realidad histórica de efectos irreversibles, como “un intento fallido de revolución nacional-burguesa” a ser rescatado y reorientado desde la izquierda. De lo que se infería, la inutilidad de romper con el Apra, debiéndose agotar a su interior, más bien, todas las posibilidades de lucha» (Rénique 2004).
La tendencia sacó un periódico llamado El Volcán, donde Cordero colaboraba, según narra, sin hacer proselitismo porque quería llegar al congreso del partido, para participar en la discusión. El Volcán levantaba demandas para democratizar al Apra: que se dotara de estatutos al partido, elecciones democráticas para todos los cargos, respeto del voto secreto, representación equitativa de las tres clases explotadas —proletarios, campesinos, clases medias— en todas las directivas de comité, una enérgica campaña para que asistieran al III Congreso Nacional del PAP todas las corrientes discrepantes, amplia amnistía, cambio total del comité ejecutivo y la iniciación del debate ideológico a fin de preparar las distintas ponencias ante el congreso próximo a realizarse. Terminaban recordando que el próximo congreso debía ser esencialmente ideológico y político (El Volcán 1956). Como era de esperar, no fueron oídos.
Una anécdota muestra la precariedad ideológica del «ala izquierda». Cuando la dirección aprista apoyaba a Hernando de Lavalle y atacaba a Prado, el «ala izquierda» planteó un apoyo a las posiciones primigenias del partido, lo cual a Cordero le parecía incorrecto pues no era hacer «política concreta». sin embargo, repentinamente la dirección del Apra dio un viraje, abandonó a Lavalle para pasar a apoyar a Prado. Entonces, Carnero Hoke y Rogger Mercado —el editor de El Volcán— terminaron apoyando a Lavalle, lo que llevó a la ruptura política con Cordero. Carnero Hoke justificaba su apoyo a Lavalle asegurando que lograron convencerlo de que en su programa pidiera a todos los partidos su estatuto: «porque eso era cuadrar al Apra, limitar la prepotencia de Haya y el CEN. Mientras nuestro apoyo a Lavalle era por esto, por el lado de los “oficialistas” el apoyo a
Prado era solamente por curules: 60% en diputados y 30% en senadores. En este viraje del “oficialismo” ya no pudimos continuar, por eso los denunciamos públicamente. Entonces nos expulsan». Carnero Hoke reconoce que quienes renunciaron al Apra no lograron formar, con la excepción de de la Puente, un grupo político sólido. Explica sus limitaciones atribuyéndolas a que eran gente de clase media: «No significábamos pues un desafío para desorganizar al Apra. No teníamos ni fuerza sindical ni fuerza campesina y menos fuerza o base económica». sus últimas esperanzas se terminaron cuando Manuel seoane, con quien había participado en la organización del intento insurreccional de 1954, retornó al Perú y se alineó incondicionalmente con la derecha del partido: «Cuando llega seoane, teníamos esperanzas en él, pero no dice nada» (Cristóbal 1985: 151-152).
Walter Palacios, quien participó en la creación del Apra Rebelde y luego formó parte del MIR, es de Piura y proviene de una familia aprista. Recuerda que los «poetas del pueblo» —entre los que estaba Guillermo Carnero Hoke— visitaban Piura. se hizo aprista en el colegio, pero militó orgánicamente recién cuando se fue a Trujillo, en 1955. Antes estuvo en Lima, estudiando un año en la Escuela de Arte Dramático, pero después decidió viajar a Trujillo para estudiar medicina. Recuerda que las declaraciones de Haya a la revista Life, a su salida de la embajada de Colombia, diciendo que el capitalismo ofrecía la solución para nuestros problemas, causaron desconcierto entre la militancia: «Ya indicaba hacia dónde se dirigía el Apra»3 .
En 1955 se vivía una distensión política pero los apristas aún estaban en la clandestinidad. Luis de la Puente, preso en el Panóptico por el intento de invasión al país desde la frontera del norte, puesto en libertad hacia diciembre de 1955 y de inmediato viajó a Trujillo, por tierra. Allí conoció a Palacios. Junto con otros apristas le organizaron una recepción, aunque estaban en una huelga en la facultad de medicina. De la Puente ya era un dirigente conocido, apresado y deportado, por cuya liberación se habían realizado campañas. En su bienvenida estuvieron estudiantes y trabajadores, sobre todo de Laredo.
Cuando de la Puente fue apresado estudiaba tercero de Derecho y a su retorno volvió a matricularse en la universidad. Egresó hacia 1959. Reintegrado a la universidad, reinició su militancia, canalizando el descontento de las bases contra el viraje que la dirección estaba operando hacia una oposición organizada, dentro del partido. Cuando comenzaron, hacia 1956, sostiene Palacios, no se les habría ocurrido que las cosas iban a derivar en una expulsión y en la creación del Apra Rebelde. Para ellos, el partido era el partido y había que defender la unidad, «pero era tan evidente el oportunismo y la traición de una dirigencia y
3 Entrevista a Walter Palacios. Lima, 6 de marzo de 2008.
se evidencia más cuando el Apra asume el cogobierno, porque fue un cogobierno». En esas circunstancias los militantes norteños se encontraron con que para la dirección cualquier movimiento de apoyo a sectores campesinos u obreros era «poner en peligro» la legalidad que habían conseguido.
Palacios rechaza que Luis de la Puente fuera «un producto típico de la tradición “defensista” del partido», como sostiene José Luis Rénique (2004). De la Puente provenía de una familia terrateniente y era un destacado líder estudiantil —fue presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Trujillo—, públicamente reconocido. Tenía un proyecto revolucionario y era un hombre con mucho carácter, pero estaba lejos de ser un «búfalo» violentista4 . Tampoco esta caracterización hace justicia a Gonzalo Fernández Gasco, aunque este provocara más suspicacias porque era más «ortodoxamente aprista», con las deformaciones apristas, como el sectarismo que le llevaban, por ejemplo, a rechazar discutir con la gente de izquierda.
No todos creían que se pudiera producir cambios en el Apra. Aunque consideraba que era necesario agotar el trabajo dentro, Héctor Cordero ya no se sentía ideológicamente aprista desde el exilio de Buenos Aires. Fue expulsado del Apra el 26 de abril de 1956. Como respuesta, envió una carta a Ramiro Prialé, en su condición de secretario general del CEN. En ella, rechazaba las violaciones legales que se habían cometido para expulsarlo y cuestionaba la forma cómo se estaba procesando la disidencia interna:
¿Es que existe algún temor a la discusión franca y abierta de distintas tesis en el Congreso? ¿Es que se quiere un Congreso sumiso, chato, sin sentido crítico ni creador? […] ¿Con qué derecho, pues, se puede elevar la voz en defensa de la democracia, del Estado de Derecho, si en el seno del Partido, por lo que muestra esta resolución, no funciona ningún derecho, ni siquiera el primario respecto a quienes soportaron con entereza y lealtad sin reservas, las consecuencias de su adhesión a un ideario? (Cristóbal 1985: 242-245).
Cordero no ocultaba su posición revolucionaria; desafiaba a los dirigentes al debate: «He sostenido que el Partido debe ser un instrumento de liberación propio de las clases explotadas del Perú y no de grupos o camarillas. He sostenido que el Apra debe ser el instrumento de la revolución social y, aún más, socialista, en el Perú por ser justo, justamente, lo que reclaman los hombres sobre cuyo esfuerzo se ha construido el Partido y las propias bases populares. Y esta demanda no se cierra con una expulsión. En verdad, recién se abre» (Cristóbal 1985: 242-245).
4 Entrevista a Walter Palacios. Lima, 6 de marzo de 2008.
La expulsión de Carnero Hoke del Apra se basó en la acusación de «divisionismo» y fue decidida en su ausencia, sin darle la oportunidad de defenderse. Como respuesta, Carnero retó a duelo a Armando Villanueva pero este contestó que no era él quien le había acusado sino el Comando Aprista en pleno5 .
Yo quería que el Apra retomara sus olvidadas y viejas banderas antimperialistas, antifeudales y antioligárquicas; que en la dirección figurase la misma composición básica de la concepción del Apra, es decir, la del frente de clases: obreros, campesinos y clases medias y que la dirección no fuese solamente de clases medias, como era en ese momento y que fue lo que llevó al Apra, a las traiciones. otras discrepancias eran respecto a la democracia funcional del Partido, que tampoco se respetaba. No se querían discutir documentos presentados por mí, seoane y Cordero. No se elegían democráticamente a los representantes de la base, sino Haya los señalaba a dedo. otra discrepancia era respecto a los Estatutos que no se aplicaban, solamente el Reglamento de Disciplina que alentaba Villanueva del Campo, especialmente durante la III Convención del Partido (Cristóbal 1985: 4).
Para Cordero la experiencia del «ala izquierda» fue útil porque permitió reunir algunos militantes que estaban en desacuerdo con la política general del Apra, especialmente con la convivencia, e impulsar reuniones de crítica al apoyo incondicional que la dirección daba al régimen de Manuel Prado (Cristóbal 1985: 149-150).
Hubo un grupo de disidentes que creía que ya era imposible devolver al Apra a sus antiguas posiciones radicales y decidió romper definitivamente. Formaron la Acción social de Izquierda, un pequeño grupo, y llegaron a un acuerdo con los trotskistas para sacar un periódico, desde el que atacaban a la dirección aprista por «claudicante» y «conviviente» con la oligarquía. No tuvieron éxito y desaparecieron poco después, según narra Arquímedes Torres (Cristóbal 1985: 149).
Ezequiel Ramírez Novoa es otro aprista que en 1956 rechazaba la alianza con Prado y pensaba que el Apra debía aliarse con Belaunde. Cuando Prialé les anunció que ya estaba decidido el apoyo a Prado, Ramírez Novoa le respondió: «“Mire, don Ramiro […] si no apoyamos a Belaunde va a nacer un Partido que
5 Para Carnero Hoke fue especialmente doloroso que lo acusara Villanueva del Campo por todo lo que habían vivido juntos como militantes: «En el caso mío le tocó a Villanueva acusarme de “divisionista” y “traidor”. Todo esto a pesar que con Armando hemos padecido cosas duras, hechos de sangre, de acción, hechos en que ambos sabíamos que o moríamos o salía bien la cosa [...] Pero todo era por los sueños y esperanzas políticas que pensábamos algún día llegarían. sueños y esperanzas y decisiones que no creía terminarían así. Lo reconozco: él pensaba mejor que yo, pero yo actuaba mejor que él, creo que esto también él lo reconoce. sin embargo, Armando fue el que tuvo que acusarme» (Cristóbal 1985: 142).
nos va a disputar las masas”. Prialé me dijo, “te equivocas, muchacho”. Y se fue» (Cristóbal 1985: 134-135). Ramírez Novoa estuvo entre los apristas que se fueron del Apra rechazando la convivencia. Cuando se formó el Apra Rebelde se incorporó a la nueva organización y llegó a ser director del periódico partidario, Apra rebelde. Renunció cuando constató que sus compañeros «se van convirtiendo en marxistas» (Cristóbal 1985: 145). En adelante, se mantuvo como independiente, dedicado a la cuestión del petróleo, llegando en 1968, a raíz del escándalo de la pérdida de la página 11 del contrato suscrito entre el gobierno de Belaunde y la IPC, a pedir al presidente del Comando Conjunto, Juan Velasco Alvarado, que diera un golpe militar, pocas semanas antes de que este lo hiciera (Cristóbal 1985: 145).
Para Héctor Cordero la dificultad para resolver los problemas nacionales partía de que la sociedad peruana nunca llegó a ser plenamente capitalista o burguesa: «siempre tuvo rezagos semifeudales y una oligarquía aplastante que dominaba la vida de la nación». Esto impedía que existiera el pluralismo que era la condición para el desarrollo de una democracia liberal: «los enfrentamientos [en el Perú] son siempre frontales: dominados y dominantes, lo que permite también el desarrollo del Apra como Frente Único de clases». A su vez, esto le había permitido al Apra dominar fácilmente la escena, pero las cosas habían comenzado a cambiar a partir de los años cincuenta, aunque lentamente. Había un desarrollo burgués de sectores sociales bastante consistentes: Acción Popular, la Democracia Cristiana, etcétera, «lo que significa que en el Perú se va produciendo una definición más clara desde el punto de vista de los intereses sociales, al margen que sean reconocidos concientemente o no [...] entre la propia burguesía, a la cual pertenece ahora el Apra, hay otros representantes, otras expresiones políticas que representan distintos aspectos de ese mosaico social y que es muchísimo más claro que en el año 30, donde existía, por un lado, la oligarquía, y por el otro, los sectores populares» (Cristóbal 1985: 96-97)
Héctor Cordero jugó un papel ideológico importante en la gestación del Apra Rebelde. Era hijo de un oficial de la guardia civil aprista, y comenzó sus estudios universitarios hacia 1941 en Arequipa, con la intención de hacerse abogado. Entre los comunistas y los apristas optó por estos últimos porque, aunque no encontraba diferencias teóricas y políticas significativas entre ambas organizaciones, le atraía que «el Apra sabía ser mucho más práctica, más activista». Realizó una intensa militancia y terminó en prisión por intentar poner una bomba. Fue llevado a El Frontón pero no llegaron a sentenciarlo; permaneció tres meses en prisión, perdió el trabajo que tenía en la Zona Judicial y tuvo que dejar la universidad. Aparte de elogiar la solidaridad de los apristas en la prisión, señala la ausencia de debate doctrinario como un rasgo distintivo del Apra que conoció.
Cordero trabajaba en La Tribuna cuando se produjo la revolución de octubre de 1948. Fue tomado preso y deportado a la Argentina. Tuvo un rol papel importante en la reorganización de los Comités de Desterrados y desde allí intentó de impulsar un proceso de revisión autocrítica de los errores que habían llevado al Apra a la derrota. su desarrollo ideológico lo llevó a cuestionar la línea seguida por el aprismo y a reivindicar el marxismo originario de Haya de la Torre. Pero eso significaba criticar aspectos medulares de la identidad partidaria de los años cincuenta:
Hasta hoy el Frente Único —decíamos— ha marchado, pero nosotros creemos que ese Frente debe ser dirigido por el proletariado en alianza con el campesinado. Es decir, cambiábamos la figura; no rompemos, pero invertimos los valores sociales que deben hegemonizar en el FU, porque Haya no lo decía, pero su práctica era que el FU debía ser dirigido por las clases medias [...] no rompíamos con el Apra, no era nuestra intención romper con el Partido, sino agotar todas las posibilidades de lucha dentro del Apra. Esto ocurría en Argentina por el año 49 (Cristóbal 1985: 119).
La formación marxista que Cordero traía fue enriquecida en Buenos Aires por el contacto con los marxistas argentinos y en especial con el trotskista silvio Frondizi. A Frondizi le interesaba mucho la relación con los apristas debido a la gran experiencia política que estos traían; muy adelantada con relación a la Argentina y posiblemente una de las más ricas de América Latina, de allí que sus relaciones fueran igualitarias. A su vez, las movilizaciones populares desarrolladas en Argentina bajo el gobierno de Perón fueron un elemento fundamental para que Cordero optara por el marxismo (Cristóbal 1985: 122). La llegada de Armando Villanueva y otros apristas identificados con la línea «oficialista» a Buenos Aires, hacia 1952, provocó una lucha ideológica que llevó a Cordero a publicar trabajos como El Apra y la revolución (Tesis para un planteamiento revolucionario) y Aprismo, espacio-tiempo histórico» publicado después con el título de Crítica marxista del Apra.
El Comité de Desterrados de Argentina, a pesar de ser crítico, defendía a Haya: «La lucha en el Comité se manifestaba de la siguiente forma: dentro del Apra todo, fuera del Apra nada. Nosotros los antioficialistas lo veíamos así: el Apra es una fuerza política revolucionaria que no hay que desperdiciarla, porque hasta ese momento toda la insurgencia populista está pasando por el Apra, todavía considerábamos eso, por lo que nos preguntábamos: Qué hacer. ¿Tomar el poder contra el Apra?» (Cristóbal 1985: 122). La creciente distancia entre sus posiciones y las oficiales llevaron a que Villanueva del Campo, secretario general del Comité de Desterrados Apristas, le pidiera que renunciara. Cordero rechazó su pretensión y le advirtió que para deshacerse de él tendrían que expulsarlo.
Con la llegada de Villanueva a Buenos Aires la derecha del Apra fue tomando el control de la organización partidaria. Cordero fue sometido a disciplina y aislado. «El Comité de Desterrados dice que debería ser expulsado en un Congreso; ellos, entonces, no me expulsan pero sí me excluyen. De igual manera son puestos en disciplina Carnero Hoke, Tello, pero para ellos no piden la expulsión. El Apra juega pues a dividir para neutralizar nuestras posiciones. De esta forma somos, algunos, excluidos».
Cuando se pidió voluntarios para la invasión al Perú organizada por seoane y Villanueva del Campo, con el apoyo de Perón, Cordero se presentó, pero —como ya se ha visto— la aventura no llegó a ninguna parte. su situación empeoró con la rendición de seoane ante Haya en Montevideo. Decidió retornar clandestinamente al Perú a inicios de 1956 y contó con la ayuda del Comité de Desterrados en Bolivia para cruzar la frontera. «En Lima me entrevisto con Prialé, me pide que mitigue mi posición, que concilie, porque así podré seguir siendo aprista, pero cuando voy a un Comité a tratar de participar viene una decisión del secretariado de Disciplina de no dejarme participar aduciendo que estoy en disciplina. se presenta una situación ambigua: sigo siendo aprista o estoy en el Apra pero en la práctica no lo soy ni me dejan serlo» (Cristóbal 1985: 124). Tomó entonces contacto con Luis de la Puente Uceda, quien estaba profundamente crítico con la dirección, luego de estar en prisión como resultado de la frustrada invasión al Perú desde Ecuador.
En mayo de 1957 Cordero fue expulsado del Apra, y al formarse el Comité Aprista Rebelde por la Defensa de los Principios Doctrinarios y de la Democracia Interna, los apoyó en el trabajo de articular a los grupos disidentes del norte y del centro; «yo juego en todo esto un papel de orientador teórico e ideológico. Pido mi incorporación al Apra Rebelde por el año 60» (Cristóbal 1985: 126127). Cordero era uno de los cuadros que mejor nivel teórico tenía en el Apra Rebelde, era abiertamente marxista y su papel como ideólogo fue muy importante en la formación del MIR.
Luis de la Puente Uceda había retomado su militancia en la Universidad de Trujillo y desplegaba un intenso trabajo organizativo, que se expresaría en la articulación de una oposición a la línea de la dirección que buscaba espacios para hacerse oír y provocar cambios en la línea del partido.
El encuentro entre Héctor Cordero y Luís de la Puente Uceda, en 1957, jugó un papel muy importante en la gestación del MIR. Aunque hasta entonces no se conocían personalmente, tenían referencias el uno del otro desde el destierro, como destacados militantes radicales en el exilio, uno en Buenos Aires y el otro en México. De la Puente había leído, además, los trabajos teóricos de Cordero. Un día que viajó a Lima los presentó Guillermo Carnero Hoke. De inmediato
descubrieron que tenían un objetivo común que los hermanaba, la voluntad de hacer la revolución:
Lucho [narra Héctor Cordero] me dio una extraordinaria impresión. Primero, porque era un hombre claro, con ideas muy definidas con respecto a una serie de cosas; y segundo, por su enorme decisión para afrontarlas. Puedo decir sin temor a equivocarme, percibí desde el primer instante un hombre con el cual se podía ir lejos. Tenía toda la imagen de la fuerza espiritual, la voluntad y además un cierto aire de entereza y austeridad que presagiaba a un verdadero dirigente. En nuestra conversación coincidimos en una cantidad de cosas desde el comienzo. Él en ese entonces no era marxista, pero sabía cuál era mi posición ideológica, la cual la aceptaba con todas sus consecuencias. Me decía que le interesaba plantearse el problema de la Revolución Peruana. Es decir, el proceso real y concreto de realizar una revolución. Las discrepancias [decía], partiendo de una vocación revolucionaria auténtica se podían ir liquidando, superando en el curso de la acción. Con esto quiero significar que para mí Lucho era fundamentalmente un hombre de acción. Ya lo había demostrado cuando penetró al Perú por los años 53-54. Después con las guerrillas. A partir de ese primer conocimiento nuestra relación fue cada vez más estrecha. Cada vez que venía a Lima me pasaba la voz. Y así conversábamos sobre lo que nos interesaba: la revolución en el Perú (Cristóbal 1985: 153-154).
Para la evolución del hombre de acción hacia el marxismo la proximidad con el ideólogo fue fundamental. Durante los años siguientes Cordero se hizo cargo de la elaboración de varios de los documentos fundacionales del MIR.
Un primer gran paso en la gestación del grupo contestatario fue un evento de carácter regional, donde los disidentes pudieron realizar una demostración de fuerza. La Convención Departamental del Apra de La Libertad se realizó en Trujillo en febrero de 1957 y constituyó un éxito para la línea radical que encabezaba Luis de la Puente Uceda en el norte. El grupo desconoció la orden dictada desde Lima por la secretaría de organización para impedir que se llevara a cabo la convención; puso a la discusión «los aciertos y los desaciertos» de Haya; planteó la exigencia de que el congreso del Apra «plantee la impostergable necesidad de realizar en el Perú una reforma agraria consecuente con los postulados revolucionarios»; consiguió nombrar una dirección regional independiente, descentralista y «sin culto a la personalidad»; y finalmente se negó a ratificar el acuerdo del Plenario Nacional de Lima que lanzó la candidatura de Haya de la Torre a la presidencia de la República del Perú para 1962 (Cristóbal 1985: 155-156)6 .
6 originalmente publicado en la revista 1957, nº 5, Lima, 20 de febrero de 1957.