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La ilusión y el fracaso de la política ferrocarrilera

EL VIAJERO AUStRÍACO CHARLES WIENER, QUIEN RECORRIÓ EL PERú ENtRE 1875 Y 1877, QUEDÓ IMPRESIONADO POR EL ENORME ESFUERZO DESPLEGADO EN LA CONStRUCCIÓN DE LOS FERROCARRILES PERUANOS, Y EN EL CASI NULO BENEFICIO QUE EStOS PRODUCÍAN. GUIADOS POR MÓVILES POLÍtICOS ANtES QUE ECONÓMICOS, LOS FERROCARRILES NO LLEGARÍAN A CUMPLIR SU MISIÓN. AQUÍ, FRAGMENtOS DEL RELAtO DE SU VIAJE.

“Los peruanos se han dado muy bien cuenta de la inmensa importancia que ofrecerían rutas que uniesen los afluentes navegables del Amazonas, el Marañón, el Huallaga o el Ucayali, a las ciudades de la costa; han efectuado enormes esfuerzos para realizar esta obra que se imponía por lógica y por interés; pero parece que su fuerza de voluntad no ha sido tan robusta como la constitución física del peruano autóctono; no han mantenido suficiente aliento para llevar a cabo tal empresa; no han sentido que la civilización no es más que una larga paciencia; comenzaron la obra en diez puntos diferentes, y ninguno de los trazos ha sido concluido (…)

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Todos estos recuerdos venían a mi espíritu al recorrer la línea de La Oroya, y me dije que el nombre mismo de esta gran obra contiene la crítica de un trabajo que ha quedado estéril. La vía parte del Callao, atraviesa Lima, se dirige casi en línea recta a la cordillera y la franquea a más de 15 mil pies ingleses de altura; pero allí se han detenido los constructores, perdido el aliento por su inmenso esfuerzo, y desde entonces parecen haberse dormido sobre la victoria más soberbia conseguida sobre el mundo físico más rebelde, sobre las dificultades más colosales reunidas allí como por placer. Este ferrocarril, que bordea francos abruptos, que salva por una treintena de puentes abismos insondables, que atraviesa mediante unos cuarenta túneles los esquistos pizarrosos, las doloritas y cuarzos de la cordillera, tiene como término un villorrio, La Oroya, situado lejos de todo centro de civilización, de toda vía navegable, de todo gran camino de tránsito, y el silbato de la locomotora entrando a la estación no es el grito de triunfo del progreso que llega, sino el grito de angustia de la civilización que se siente extraviada, perdida en el desierto. Y, sin embargo, el fin del trazo estaba muy claramente definido. A una veintena de leguas al este, se hallaban los valles de Tarma y de Jauja, a los que se iba a dar vida; a una treintena de leguas al norte, estaba el Cerro de Pasco con sus inmensas riquezas mineras que iba a unir con la costa; a unas cien leguas al este, después de atravesar la segunda cordillera y las vastas llanuras del Sacramento, iba a alcanzar el Purús, gigantesco afluente del Amazonas, y realizar un proyecto capital para el porvenir del Perú, que, por desgracia, continúa todavía en estado de esbozo y sin solución definitiva”.

En: Charles Wiener, Perú y Bolivia, relato de viaje (1880), Lima: Instituto Francés de Estudios Andinos / Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1993, pp. 485486.

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