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Las prácticas electorales
LOS PROCESOS ELECtORALES DURANtE LAS PRIMERAS DéCADAS REPUbLICANAS PONÍAN DE MANIFIEStO LA PRESENCIA DEL APARAtO EStAtAL Y, AL MISMO tIEMPO, MOStRAbAN SUS LÍMItES. jORGE bASADRE SE REFIERE A EStE HECHO EN EL SIGUIENtE FRAGMENtO.
“Hasta 1896 el proceso del sufragio comenzaba por la formación del registro, entregada, por lo general, a las autoridades edilicias y, en pocos casos, a las autoridades políticas o a juntas compuestas de funcionarios municipales, políticos y judiciales de la localidad: el alcalde, el juez, el gobernador. Estas juntas estuvieron constantemente dominadas por las pasiones y los intereses locales, regionales o capitalinos. Hubo ocasiones en que no cumplieron su misión legal por que obedecieron a exigencias enviadas de Lima, falsificaron las listas de ciudadanos para ayudar a su bando en ellas mediante la inclusión de individuos muertos e incapaces, y eliminaron a personas que tenían expedito su derecho. No hubo supervigilancia sobre el registro cívico a cargo de las autoridades locales.
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En lo que atañe a la génesis de las mesas receptoras de sufragio, el régimen seguido fue, en muchísimas oportunidades, inaplicable. Dentro de un concepto idealista acerca de la situación del país, se creyó acertado establecer un sistema eminentemente democrático. De acuerdo con estas ideas, los ciudadanos con derecho a votar, luego de oír –según lo señalan las primeras leyes electorales– una misa del Espíritu Santo, elegían a los miembros de cada una de dichas mesas. Así, reunidos en la plaza pública, sufragaban en favor de los integrantes de lo que se llamaba ‘la mesa permanente’. Venían a efectuarse pues, dos elecciones. Una era preliminar, en relación con la mesa. Constituida esta y ante ella se votaba por los electores que en cada distrito formaban un Colegio Electoral. Estos ciudadanos, en una instancia posterior, reunidos en la capital de la provincia, debían escoger entre los candidatos a las senadurías, a las diputaciones y a la presidencia de la República. Tan importantes actos degeneraron en muchísimas ocasiones en auténticos combates. Desde la víspera se reunían en locales ad hoc los clubes eleccionarios, formados por gente asalariada o inconsciente, con la finalidad de asaltar las mesas al día siguiente temprano; porque todo el empeño consistía en arrojar a los adversarios de la plaza pública.
Una vez obtenida esta conquista, era fácil manipular el resultado que daban las ánforas. La elección estaba terminada de hecho. Verdaderas batallas campales decidieron así por la fuerza, y muchas veces con el auxilio de las autoridades, el resultado del sufragio. La costumbre de que se reunieran los clubes electorales en locales adecuados próximos a la plaza pública y el asalto a los instrumentos del voto eran llamados ‘el encierro y la toma de mesas’. Capturadas ellas muchas veces por asalto, los ciudadanos sufragaban por medio del voto público. Naturalmente, los protagonistas de tales escenas tenían a su disposición el registro cívico y solían impedir el acceso de los adeptos del partido contrario. Solo concurrían a votar en esas ocasiones –o se suponía que habían concurrido los del bando triunfante”.
En: Jorge Basadre, Elecciones y Centralismo en el Perú. Apuntes para un esquema histórico, Lima: Centro de Investigación de la Universidad del Pacífico, 1980, pp. 2930.