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Diálogos de Remate. En el campo de Tandil del banquero
Vaquillonas a contramano
Fin de semana en Tandil, en “La Tarasca”, el campo del banquero Pedro Labanca cercano a tan linda ciudad. El programa no podía ser más completo: llegada por la mañana, recorrida del campo por la tarde, a la caída del sol una picada tandilera previa de la definición de la Superliga, partidos en el microcine del banquero y unos matambritos a la parrilla a la medianoche. Cuando el matrimonio Positivo arribó junto con los Galindez poco antes del mediodía, se dieron cuenta al ingresar al casco que eran los últimos en llegar. Pedro y Stephanie se encontraban conversando en el parque de la casa –ubicada en lo alto de un cerro–, con Bartolomé y Pilar de la Ubre, mientras Pésimo Bajón discutía con su mujer Dolores vaya a saber uno qué. El otro invitado era Luigi Provolone que disfrutaba del paisaje un poco más alejado. –Buenas –saludó alegremente Bárbara al acercarse al grupo. –Qué raro verlo a Luigi tan tranquilo –dijo Máximo mientras se acercaba para abrazarlo. –Es que si no te tranquilizas acá, no te tranquiliza nada –reflexionó el industrial sin dejar de mirar los distintos colores de los cerros. –Bueno, vení que vamos a hablar del mercado de leche… así retornas a la normalidad –le propuso el dueño de casa tomándole de un brazo. De esta manera Pedro invitó a todos a sentarse en el quincho a esperar un asado cuyos aromas invadían el lugar. El día era espléndido aunque algo ventoso, típico de esta zona serrana. –Lo único que les voy a decir es que no me vengan a llorar conque están mal. Lo que están pagando por las vaquillonas es señal de que tienen plata y de que el negocio no es malo –se atajó Luigi. El Gordo lo miró fijo. –No es malo para algunos –disparó. Luigi lo miró entre sorprendido y resignado, habituado a las quejas de sus remitentes. –Bueno querido… aprendan de ésos. Si ésos pueden, preguntate por qué los otros no, y no se quejen después si se les viene la concentración –retrucó el industrial quesero. El Gordo no pareció ofenderse por el comentario de Luigi y prosiguió. –Yo lo tengo muy claro. No tengo la plata para hacer las inversiones que hacen falta y que apuntan a que las vacas estén confortables. Hasta que no haya créditos a tasas y plazos razonables, tampoco lo puedo hacer con el banco… Pedro se cruzó de brazos y meneando la cabeza lo interrumpió al Gordo. Mm… Difícil que el chancho chifle –susurró por lo bajo el banquero–. Lamentablemente va a pasar bastante tiempo hasta que lleguen los plazos y las tasas que vos pretendés.
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–Bueno, entonces estoy al horno –farfulló el Gordo encogiéndose de hombros. –Y bueno, hace como Alderete… Luigi estaba ácido. –Eso te voy a decir yo, cuando se sigan cerrando tambos y tengas que salir a buscar leche como loco –señaló el Gordo apuntándole con el dedo. Su rostro que se iba poniendo más rojo que lo habitual, desnudaba su enojo. El industrial pareció no conmoverse ni darse por aludido. –Hace cuarenta años que escucho la misma “cantinela” y la leche siempre está. Lo que hay menos lamentablemente son productores tamberos. Y aclaremos que no es un tema de precio: la mayor concentración se dio en la década del noventa coincidiendo con la mejor época del negocio. Se hizo un silencio en el quincho mientras daban cuenta de los quesos y salames tandileros que ninguno quería perderse. –Creo que lo que dice Luigi es la cruda realidad. Hace muchos años que tenemos una brecha de productividad importante que favorece la concentración. Pero ahora se agrega, una brecha tecnológica entre los que le encontraron el agujero al mate para financiar el confort de las vacas y los que no –reflexionó Bartolo–. El panorama no es el mejor. El industrial no estaba del todo convencido sobre el tema financiero. –No sé viejo, no me cambies de tema, están pagando cien “lucas” por las vaquillonas como si nada, señal de que tienen plata –insistió Luigi volviendo a encausar la charla para donde él quería. –O de que hay expectativa de que el precio suba porque no va a haber leche –insistió el Gordo sonriendo. –¡Ja! Yo no te pido que leas el diario pero al menos prendé la radio –le reprochó Luigi. Ahora era el quesero que se empezaba
“¡Y EN EL SEGUNDO A LOS BOTES!” “… LAS VACAS LLEGAN AL OTOÑO MUCHO MEJOR QUE EL AÑO PASADO, TENEMOS BUENAS RESERVAS, UN PRECIO QUE NO ES MALO EN TÉRMINOS RELATIVOS Y QUE HASTA JUNIO O JULIO NO CREO QUE SE “CONTAMINE” CON EL PRECIO INTERNACIONAL SI LAS COSAS SIGUEN COMPLICADAS… VAMOS A UN BUEN PRIMER SEMESTRE”.
Máximo Positivo
Pésimo Bajón
a poner colorado y a subírsele “la tanada” –Se están desplomando todos los mercados. El petróleo que tanto dicen ustedes que es una referencia para la leche está en el precio más bajo desde 1991, plena Guerra del Golfo. ¿Oíste hablar del Coronavirus? –preguntó totalmente sacado. Frente al tema que tiró Luigi todas las miradas giraron hacia Pedro. –No me miren… tiene razón. El banquero fue lapidario y los dejó a todos aturdidos. –Si era una epidemia que se circunscribía a China había expectativas de que en el segundo trimestre todo volviera a la normalidad. Pero ahora, al transformarse en pandemia, la incertidumbre es mucho mayor y es lógico que los mercados reaccionen como lo hicieron. El Gordo lo miraba sin entender. –Pero es una gripe… no sé por qué tanto lío... El banquero tomó aire para darle una explicación a su alcance. –Porque es muy contagiosa y obliga a tomar medidas que paralizan la economía. Imaginate una ciudad como Milan donde todo el mundo se queda en su casa. Pensá esta situación, por ejemplo: mañana juegan el Inter y el Milan. Imaginate la plata que se mueve en ese estadio alrededor de ese partido. Traslados, comida, merchandising… lo que se te ocurra. Bueno, juegan sin gente. Pensá en restaurantes y bares cerrados… Es horrible y nadie sabe cómo sigue. Eso para los mercados es letal, lo único que importa es invertir en lo seguro, por eso la gente se refugia en bonos del Tesoro de Estados Unidos. –Pero la tasa es ridícula –opinó Dolores. El banquero asintió con la cabeza. –Hay bonos en Europa con tasa inclusive negativa por lo que hay que pagar para tenerlos –graficó Pedro. Ahora el que no entendía nada era Bartolomé. –¿Cómo es una tasa negativa? –preguntó el gremialista. –Es como una caja de seguridad. Si vos querés tener tu plata segura, entonces compra esos bonos y paga para conservarlos –le explicó Pedro tratando de aclarar el tema. Pero no alcanzó. Todos seguían pensativos. –Mm… algo en la economía tiene que estar muy mal para que las tasas sean negativas –murmuró Pésimo hablando por primera vez en la reunión de los amigos. –Y sí, exceso de liquidez en todo el mundo –continuaba Pedro.
–¿Pero me estás cargando? El Gordo dejó la cerveza con un golpe en la mesa. –Hace cinco minutos me dijiste que en la Argentina no va a haber crédito por mucho tiempo y ahora me decís que sobra plata en el mundo… –Por eso… estaba hablando del mundo, no de la Argentina… La ironía de Pedro coincidió con la llegada de los chorizos tandilenses y el almuerzo pasó a temas más agradables que el virus. Después de un rato de descanso, el grupo salió al campo. Las pasturas recién implantadas estaban naciendo igual que los verdeos –Creo que vamos a tener un buen invierno –comentó Pedro cuando pararon en un potrero a ver un verdeo. –En general el año viene así, las vacas llegan al otoño mucho mejor que el año pasado, tenemos buenas reservas, un precio que no es malo en términos relativos y que hasta junio o julio no creo que se “contamine” con el precio internacional si eventualmente las cosas siguen complicadas… vamos a un buen primer semestre –vaticinó Máximo terminante. –¡Y en el segundo a los botes! Pésimo no podía ser menos. Como nadie lo quería escuchar se apuraron a subir a la camioneta y volvieron. Después cada uno a su cuarto y después encuentro en el microcine para ver los partidos, los resultados, las quejas, los festejos, sin grandes cargadas y después a comer matambrito. Mientras comían Máximo exultante por el resultado de su equipo, agarró su teléfono y Bárbara lo retó. –No mandes mensajes mientras cenamos… a tus amigos cargalos después. –No estoy chateando –aclaró el optimista–. Estoy buscando una canción en Spotify. –¿Cuál? –preguntó Pedro, todavía de muy mal humor por el partido que supuestamente le habían robado a River. –Una de Alejandro Lerner, la que dice: “Hoy las cosas vuelven a estar en su lugar”. ¿La ubicás? –preguntó sonriente. Pedro no habló más en toda la noche.
José R. Quintana