La política en la historiografía puertorriqueña del siglo XIX: entre integristas y separatistas: la biografía laudatoria y el fenómeno Alejandro Tapia y Rivera (Segunda parte)
Cruce de prácticas artísticas- 74
Por: Mario R. Cancel Sepúlveda
La lectura de la obra de fray Agustín Iñigo Abbad y Lasierra fue el laboratorio ideal para la invención de una tradición historiográfica puertorriqueña. El proceso que comenzó con la reimpresión de la obra por el secretario de la gobernación Pedro Tomás de Córdova en 1831, maduró con Alejandro Tapia y Rivera y José Julián Acosta y Calbo en 1854 y 1866 respectivamente. Esa fue la base intelectual de la reflexión sobre el pensamiento historiográfico y la modernidad según la conocemos. El hecho de que las formas de apropiarla y reinvertirla en la discursividad política fuese diversa acorde con la situación del siglo XIX en el cual se leía, ratifica su riqueza. La conferencia “Una relación de la historia con la literatura” dictada por Manuel Elzaburu Vizcarrondo en el Ateneo en 1888 tenía; sin embargo, una tesitura particular. La primera se expresaba en el lenguaje teórico invertido. En alguna medida de 1788 a 1888 se transitó de una “historia regional” meditada desde la perspectiva española o peninsular al calor de racionalismo, a una “historia regional” pensada desde la perspectiva criolla o insular en el marco de un pos-
10 de agosto de 2018
romanticismo maculado de nostalgias neoclásicas. El trasfondo filosófico de los extremos no representaba un problema insalvable: los dos traducían formas europeas de ver el mundo que subsumían el fenómeno puertorriqueño en la hispanidad y afirmaba la validez del integrismo. La imagen de que Puerto Rico era España y así debía seguir siendo estaba clara. La contradicción que en el siglo XIX y desde una perspectiva separatista esa afirmación implicaba, se atenuó en el siglo XX tras los eventos del 1898. La nueva situación abrió paso a otros entuertos análogos en el marco de la posible convivencia entre la puertorriqueñidad y la americanidad según la proyectaron los invasores desde entonces. De un modo u otro, la puertorriqueñidad siempre ha tenido que confrontarse con el “otro” al cual ansía equipararse sin poder conseguir esa meta. La experiencia creativa de los historiógrafos puertorriqueños del siglo XIX insistía en la necesidad de sumisión a lo español. Todo indica que el acatamiento se apropiaba como algo natural o inevitable y, en consecuencia, válido en sí mismo. El concepto “criollo” encerraba una trampa semántica. Derivado del con-