Lunación
Cruce de prácticas artísticas- 98
Por: Yolanda Arroyo Pizarro
1. Estoy asignada a la pieza del Atrio Mensis y estas son las instrucciones que debo seguir al pie de la letra: limpiar todas las noches lo que queda fuera del círculo. Asear únicamente la sangre que se derrama más allá de la línea del dibujo. El dibujo es el círculo pintado en el suelo. Ha sido delineado con algún tipo de pintura adhesiva color roja. Un rojo que parece sangre, pero que no es la sangre que se embarra en el piso. La sangre regada sobre las losas todos los miércoles y viernes, durante la siempre abarrotada exhibición performera, es la que tengo que limpiar. El velador está al tanto de prevenir que no se contamine la muestra, que es como una puesta en escena que luego se vuelve obra de arte estática. Debe velar por quienes toman fotografías, que no pasen adentro del círculo, que no pisen con sus zapatos chuscos la inspiración de las mujeres creando arte, sentadas en el redondel sobre el suelo. El velador observará al público que asiste, pero a ninguno dirigirá la palabra. Estará cauteloso, solo eso. Dará instrucciones a los otros empleados con la mirada, o hará algún movimiento de cabeza y apuntará con el dedo. Yo estoy atenta a que él me dé la orden de iniciar el aseo tan pronto el público abandona la pieza. Limpio lo que queda fuera del círculo. Aseo únicamente la sangre que se desparrama más allá de la línea del dibujo.
10 de agosto de 2018
2. No estoy asignada a la sala del Atrio Hambrus. Benita es quien debe atenderla, pero igual ha capturado mi atención lo que en ella acontece. Paredes y piso blancos, inmaculados. Un collar como de perros, alterado para que pueda ser usado por un humano, yace en el suelo. El collar permanece al lado de varios papeles de periódicos, un envase con agua y otro envase con comida procesada. Una webcam instalada en el techo del salón, que es el más amplio del museo, comienza a transmitir imágenes en directo al sitio internet de algunos medios noticiosos. Durante la inauguración, llevan a una chica vestida como momia al centro y le colocan el collar de perros en el cuello. La chica se acuesta en el suelo, lánguida. De inmediato le son retirados los platos de agua y comida, que son colocados en una esquina. Los flashes de las cámaras no se hacen esperar. Un murmullo se extiende por todo el recinto y yo miro a Benita, la otra conserje, al otro lado de la habitación. Benita me mira a mí y se encoge de hombros. Los dos guardias de seguridad apostados afuera de la puerta del museo se encienden mutuamente unos cigarrillos. Hace luna llena. 3. Este es mi tercer mes de laburo en el museo. Antes de trabajar aquí fui conserje también, en una galería de arte en medio de la ciudad. Previo a ello fui ama de llaves por espacio de seis años del pintor Zulam