Verano #4- 26 de julio de 2018

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Verano #4 26 de julio de 2018 Retratos e historias

Junta Editorial: Alexandra Pagán Vélez {Directora Sonia Cabanillas Martín Cruz Santos Hugo Viera Vargas Anto Gamunev María José Moreno Viqueira Junta Asesora: Mariveliz Cabán Montalvo {Presidenta Roxanna D. Domenech Sugelenia Cotto

Portada: Elizabeth Barreto Claudia González

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7 Vera: alfarería

ÍNDI E

Alexandra Pagán Vélez

9 Muestra de piezas

Heidi Anne Vera

39 Amamantar

Guárdese sus prejuicios sobre la lactancia Dalila Rodríguez Saavedra

41 Historiografía y política puertorriqueña

del siglo 19: entre integristas y separatistas. Tres imágenes de Agustín Iñigo Abbad y Lasierra (Primera parte) Mario R. Cancel Sepúlveda

57 Poemas: “Santurce abajo” y “Esponjas”

Tere Dávila


ÍNDI E

58 Retratos y lugares Joelly “Joa” Rodríguez

73 TÉ

Javier Febo Santiago

74 Temporalidad y espacialidad en El equipaje del viajero y Parque Prospecto

Carmen Zeta

79 Fernando Picó, el barrio de Caimito y su Mercado Agrícola, Haydée Colón

Rodney Lebrón Rivera

83 Trabajos recientes 4

Elizabeth Barreto 26 de julo de 2018


Foto de Máximo Colón

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y todo tipo de escrito que suponga un análisis o mirada crítica a la sociedad contemporánea que no exceda de las veinte (20) páginas. El manual de estilo puede ser APA o MLA (últimas ediciones). Toda persona que desee colaborar deberá enviar su artículo por correo electrónico, comprometiéndose a que dicho texto respeta las normas internacionales en materia de conflicto de intereses y normas éticas.

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Nos enfocamos en los siguientes temas: Política y sociedad: Los escritos de crítica sociopolítica presuponen colaboraciones de los diferentes saberes de las Ciencias Sociales, las cuales a través de principios o esquemas conceptuales o teóricos analizan y explican los fenómenos y estructuras sociales.

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editorescruce@suagm.edu.

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Vera: alfarería

Alexandra Pagán Vélez

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eidi Anne Vera es una alfarera mayagüezana que nos reta a contemplar el presente desde la extrañeza y vivir la belleza en nuestras prácticas cotidianas. “Se podría decir que lo que hago es una manifestación de la relación o del intercambio que existe entre la naturaleza, la belleza y el espacio presente donde se crea la vida. Toda creación afecta la vida porque es otro tipo de lenguaje. Mi trabajo propone formas únicas que afirman su valor en la diferencia,” plantea. Vera (así también se llama su línea de cerámica) fusiona la imaginación, lo espiritual y el gusto por lo gastronómico en piezas que se destacan por sus asas, texturas, formas y colores inusuales. Ella me comentó: “Quiero rescatar lo funcional, el tazón de café que uno usa todos los días, por ejemplo. Quiero que no se consideren únicamente como algo práctico. Uno tiene que hacer de lo cotidiano algo hermoso y lo que me interesa es crear piezas que sean pequeñas obras de arte para el uso de todos los días, que provoquen alguna sensación al tenerla en las manos. Piezas en que lo práctico y lo hermoso estén juntos”. Esta exploración la ha llevado a ofrecer talleres en los que los participantes adquieren destrezas de torno al tiempo que conocen las técnicas y visiones estéticas de la alfarería tradicional y contemporánea. Retratos e historias

“Quiero lograr un taller o escuela de cerámica para ofrecerles a las personas un espacio en el que puedan descubrir que hay formas valiosas de canalizar la angustia y la ansiedad que produce la vida. El acto de creación es lo que nos salva porque nos inventamos a nosotros mismos, nos inventamos la vida,” explica. Sus piezas ornamentales anuncian elocuenmente su presencia en el mundo, comunican agradecimiento y unión; son piezas escultóricas que invitan al tacto, que destacan los espacios con su colorido y cuestionamiento sobre la forma. Para Vera todo se sintetiza en una práctica que consiste en vivir el presente: “Esto es el elemento primordial en mi trabajo, cómo hacer que un objeto, sea funcional u ornamental, te conecte con este preciso momento, aquí y ahora, y te traiga al instante donde se hace la vida, el presente. No es por casualidad que presente sea también sinónimo de regalo. La vida es un regalo y toda creación afecta la vida, porque todo lo que existe vibra y esa vibración tiene efecto en todo lo que rodea.” La propuesta de Vera en cuanto a estas piezas es “hacer que un asa sea rica para el tacto, pero diferente, que la forma sea expresiva. El reto es primero con la forma, luego con el color, cómo salir del blanco, del crema, y hacer que la comida resalte.” 7


Vera apuesta a la estética en un discurso refrescante y seductor. Sus piezas nos revelan unas manos y unos ojos inquietos, humildes, honestos. Concluyó cálidamente puntualizando: “Mi relación con la belleza es incondicional, grande y abarcadora; quiero expandir mi trabajo y crear lámparas, espejos, todo lo que se me ocurra, que comunique luz, esperanza, juego, amor… Mi meta es servir a los demás a través del arte de hacerte presente. Quiero captar la belleza, el poder y la abundancia de todo lo que

está alrededor, poner sobre la mesa una alternativa contemporánea al arte como desahogo, crítica o planteamiento político. En fin, todo gira en torno a la búsqueda del sentido de la vida y en ese mundo más silencioso y táctil me inserto para plantear el final de esa búsqueda en el abrazo del presente, tal y como es.” Entrevista adaptada del artículo publicado en revista Emily 3ª. ed. (2016): 19- 22.

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Muestra de piezas

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Amamantar Guárdese sus prejuicios sobre la lactancia

Dalila Rodríguez Saavedra

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amina una mujer en la calle con un escote de pecho y muchos ojos la persiguen con disimulo. Bueno, disimulo y lascivia también. Camina una mujer en la calle mientras amamanta su bebé y todos los ojos la miran sin recato alguno. A decir verdad, hay casos en que las miradas son de tierna sorpresa. Otras de admiración y solidaridad, pero estas, lamentablemente, son las menos.

Detrás de este hecho han estado los intereses farmacéuticos, la complicidad médica y la despreocupación familiar. Para la década del 60, y durante un largo periodo, lactar era visto como una señal de pobreza. Invertir dinero en leche artificial, en cambio, fue símbolo del progreso en la economía doméstica en general. El padre proveedor compraba leche, la madre (trabajadora desde siempre) no tuvo tiempo para amamantar.

Amamantar nuestras criaturas es un acto de amor desprendido. Con o sin paño para taparse. Todas las madres pueden hacerlo si existe la voluntad y cuentan con una red de familiares o amistades en apoyo a la decisión. Sí, es ante todo una decisión personal. Por lo tanto, los juicios que se pasen sobre las que no deseen amamantar sobran. Como también están demás los comentarios peyorativos a quienes nos sacamos la teta (sí, si prefiere y su pudor le obliga, llámele pecho, seno) en cualquier lugar. No sea ignorante al respecto ni rabie por quienes no vacilamos ni un poquito en ofrecer contacto humano y una excelente alimentación.

La lactancia es tiempo invertido y mucha dedicación. Algunas personas lo comparan con “esclavitud” y cansancio extremo. Otras entendemos que sin el apoyo correcto puede parecer una ruta larga, pero por naturaleza solo al principio (y para algunas madres, no para todas) es complicado. Una vez estableces ese vínculo lo demás es gozadera y buen alimento. Observar a un bebé a los ojos mientras amamantas y ver sus manitos acariciando es poesía. Guárdese sus prejuicios porque somos cada vez más las que no esconderemos las tetas para alimentar a nuestros hijos.

Ha habido épocas en las cuales las madres han sido desinformadas a favor de una alimentación artificial. 38

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Historiografía y política puertorriqueña del siglo 19: entre integristas y separatistas. Tres imágenes de Agustín Iñigo Abbad y Lasierra (Primera parte)

Mario R. Cancel Sepúlveda

Introducción a un problema teórico

bocar en una discursividad nacionalista plena. Por el contrario, una muestra significativa de sus emisores manifestó una persistente resistencia a aquella tendencia y la interpretó como un adversario.

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a reflexión historiográfica formal o informal durante el siglo XIX puertorriqueño fue el producto de un conjunto limitado de intelectuales que, de un modo u otro, representaban los intereses en De un modo u otro, la discusión de la historiografía conflicto de ciertos sectores del arriba social distanpuertorriqueña en el siglo XIX se deslindó en dos tes de las clases populares y el abajo social. Las divergrandes campos que tenían como epicentro la relagencias interpretativas ción pasada y futura con dentro de aquel grupo la hispanidad. Esos camde creadores culturales pos fueron el integrista fueron numerosas. La lóy el separatista, y los gica de la interpretación numerosos matices que cultural, socioeconómidentro de cada término ca y política de aqueflorecieron a lo largo de llos chocaba de manera la centuria. La discursiconstante. La reputación vidad regionalista tuvo que les garantizaba la suficiente plasticidad posesión de una cultura para cimentar proyectos accesible solo a las elites políticos integristas, talos autorizó moralmente les como el asimilismo, a reclamar el respeto y La Hacienda Buenavista en Ponce, Puerto Rico. Fracisco Oller el especialismo y el aua hacer suyas numerosas tonomismo moderado o causas del abajo social, a la vez que conservaban una radical; y proyectos de ruptura, tales como el sepasaludable distancia de los sectores populares. Sobre ratismo independentista, anexionista y antillanista. la base de esas condiciones se fue consolidando una El asunto de las relaciones políticas con España fue discursividad regionalista muy heterogénea que caredeterminante en aquel proceso creativo. ció de los medios para transformarse en una posesión La evolución contradictoria de la discursividad regiocolectiva y en muchos casos fue incapaz de desemnalista deja al investigador ante varios problemas. El Retratos e historias

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con el proyecto de los estadounidenses y compraron su promesa de libertad y democracia. En otros casos, el ajuste discursivo se dirigió en otra dirección y el revisionismo tendió a suprimir muchas de las contradicciones que habían justificado el regionalismo y el nacionalismo emergente decimonónicos. De modo paralelo, este es un tercer caso que llama mi atención, se hicieron esfuerzos significativos por armonizar las aspiraciones del regionalismo y el nacionalismo emergente con el legítimo propósito de confirmar la existencia de una identidad nacional o una puertorriqueñidad plena a la altura de 1898. Uno de los recursos al que se apeló para alcanzar ese fin consistió en exaltar las afinidades y enaltecer las continuidades entre los animadores del regionalismo (asimilistas y autonomistas) y los animadores del nacionalismo emergente (separatistas independentistas y anexionistas). El efecto de ello fue la tendencia a restarle importancia y devaluar las discontinuidades y los roces entre aquellos sectores cuando se evaluaba la política del siglo XIX. Para conseguir ese fin se recurrió a la ocultación consciente o inconsciente de sus contradicciones. Los reclamos del presente, la necesidad de estimular un consenso entre los que se identifican como herederos de las referidas tradiciones durante el siglo XX y en los albores del siglo XXI, así lo ha justificado. Esta interpretación presume la existencia de un instinto de país o nación común a ambas vertientes. La dialéctica bidireccional entre el

Tropas estadounidenses en 1898

primero es la naturaleza de la relación entre ese sistema interpretativo y el nacionalismo emergente puertorriqueño en la ruta hacia el 1898. El segundo tiene que ver con la forma en que las referidas relaciones fueron apropiadas por la historiografía política durante la primera parte del siglo XX cuando se concretó un nacionalismo innovador reinventado al socaire de la relación con Estados Unidos desde la invasión. La meditación en torno a este tipo de asuntos ha estado punteada por las necesidades ideológicas concretas del presente desde el cual se dilucida el problema. De modo análogo, la relación pasada y presente con España fue crucial para la historiografía política puertorriqueña por lo menos hasta entrada la década de 1950. Lo cierto es que las tensiones entre regionalismo y nacionalismo emergente, visibles en la literatura historiográfica del siglo XIX, tomaron un nuevo cariz y se intensificaron después del 1898 por el hecho de que aquel evento (in)esperado, una penetración extranjera, forzó la reevaluación del pasado hispánico. En algunos casos, el ajuste discursivo implicó la reinvención del imaginario decimonónico que condujo a ajustar ciertas concepciones que ya se poseían a los prejuicios antiespañoles que trajeron consigo los invasores. Era una actitud comprensible en el caso de los miembros de las elites insulares que colaboraron 42

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pasado y el presente se manifiesta con diafanidad en ese proceso a la hora de articular un relato coherente válido para todos que no deja de ser débil. Hay un asunto que no se puede pasar por alto. Durante el siglo XIX, la fragilidad organizativa del separatismo independentista y anexionista y el nacionalismo emergente justificó la búsqueda de alianzas con los sectores más exigentes del asimilismo, el especialismo y el autonomismo moderado o radical a pesar de que se reconocía su condición de integristas. Las transiciones documentadas de activistas de estas tendencias hacia el separatismo independentista, anexionista y antillanista, siguen siendo pocas. La situación empeoró tras la curva del 1898 una vez consumada la invasión y anexión del territorio a Estados Unidos. Una parte significativa de los sectores que antes se habían definido como asimilistas, especialistas y autonomistas moderados y radicales, se expresaron en favor de los invasores. De igual manera, anulada la alianza entre separatistas independentistas y anexionistas, dos declarados enemigos de la hispanidad a la cual consideraban una tradición cultural irrisoria y a veces bárbara que había que superar, los viejos consensos perdieron eficacia. Los separatistas anexionistas terminaron por acomodarse a la nueva situación con la misma discursividad antiespañola del siglo XIX que coincidía con la de los estadounidenses. Para los que habían sido separatistas independentistas aquella discursividad antiespañola dejó de ser funcional: una identidad nacional madura articulada en el marco del progresismo filosófico del cual se alimentaban, debía forjarse como el resultado de una relación con la hispanidad la cual acabó metaforizándose en una deuda que, a fin de cuentas, era innegable. La revalorización de la hispanidad tras el 1898 era comprensible, pero ello no implica que no deba ser problematizada.

Ramón E. Betances

anexionista, fechada en París el 19 de julio de 1896 (Ojeda Reyes y Estrade, 2013), Ramón E. Betances Alacán incluye en una lista de “patriotas (que) pueden ser muy útiles” para el proyecto separatista al doctor José Barbosa y a Luis Sánchez Morales, futuros líderes del Partido Republicano Puertorriqueño (p. 380). Los dos eran republicanos y antiespañoles como los corresponsales por lo que el médico de Cabo Rojo no tenía ninguna razón para poner en duda su compromiso con la separación. La necesidad de inventar un locus amenus o punto de encuentro entre regionalistas y nacionalistas que fuese el nicho seguro para un discurso identitario común entre integristas, separatistas, regionalistas y nacionalistas emergentes, requería “mejorar el ayer” (Rüsen, 2003) o imaginar un pasado hispano distinto. Ese locus amenus no fructificó en ninguno de los lugares políticos de integración imaginados en las primeras décadas posinvasión: la Unión Puertorriqueña, el Partido Unión, el Partido Nacionalista, la Alianza Puertorriqueña, el Partido Liberal Puertorriqueño y el Partido Popular Democrático fracasaron en el intento. A pesar del naufragio de esa quimera, tal vez como expresión del lisiado paradigma liberal progresista y del sueño romántico de la libertad, se

Las paradojas que aquella situación producía están dispersas en numerosas fuentes poco o superficialmente consultadas. En una carta a Julio J. Henna, separatista Retratos e historias

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Las bases de la reflexión historiográfica sobre lo puertorriqueño como expresión de la insularidad han sido trazados hasta la Ilustración Española y la aplicación de la lógica administrativa reformista en el Puerto Rico de fines del siglo XVII. Desde cierto punto de vista, solo a partir de aquel momento la concepción de la “diferencia” pudo encaminarse hacia la configuración del borrador de una “identidad”. Todo comenzó con una red de textos y un conjunto particular de lecturas. El consenso de los investigadores es que aquel proceso puede interpretarse como un primer coqueteo con la modernidad en el único sentido que este concepto posee: el europeo-occidental. La ansiedad por insertar la historia insular en las corrientes de cambio europeo-occidentales, de las cuales el reino de España participaba marginalmente, son evidentes. En algún momento habrá que volver sobre la validez de ese este acenso, pero de momento servirá para apoyar esta reflexión.

Hacienda Aurora, Francisco Oller

ha insistido en apropiar a los asimilistas, especialistas, autonomistas moderados y radicales como nacionalistas emergentes o separatistas independentistas en proceso de formación que, por lo regular, nunca completaron la travesía. Nada, intelectualmente hablando, autoriza a apropiarlos de esa manera a menos de que se trate de un irracional acto de fe. La actualidad de este argumento se expresa en el tono compasivo y esperanzado que ciertos intérpretes que defienden la independencia muestran hacia los autonomistas y soberanistas a fines del siglo XX y principios del siglo XXI. El propósito de esta reflexión es volver sobre las relaciones políticas de aquellos sectores según se expresaron en la discursividad de cada uno sobre el otro. La evaluación de sus articulaciones interpretativas aclarará las discontinuidades, a veces insalvables, entre las diversas líneas teóricas. La meta es pensar el problema desde una sana distancia de la retórica romántica nacionalista y al margen de cualquier presunción progresista para, con ello, estimular la reevaluación de los estudios de la historia política del siglo XIX y XX en Puerto Rico desde una perspectiva alternativa.

No cabe duda de que la actitud de los reformistas ilustrados borbónicos justificó una mirada más cuidadosa de las posesiones olvidadas de un imperio gigante que avanzaba hacia su fin. Aquella experiencia sirvió de fundamento para la gestación de una suerte de “historia regional” que interpretó las colonias insulares de un modo distinto al que lo había hecho la escasa literatura historiográfica que la precedió. El tono de la discursividad, pese a las evidentes conco-

De la Ilustración a la Modernidad: unos antecedentes y un debate 44

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mitancias, difería del de las crónicas, las memorias, las relaciones, las cartas, las descripciones y los informes de los siglos XVI y XVII. Aquella literatura historiográfica, acoplada desde el poder y para beneficio del poder, fue el caldo de cultivo para lo que a mediados del siglo XIX comenzó a manifestarse como una historiografía regionalista o puertorriqueña.

como “blancos” de manera genérica, sugería un nuevo nivel de complejidad en las relaciones coloniales para el cual el espacio y la geografía eran determinantes. El uso de la metáfora de la “otra banda” para referirse al peninsular insinuaba un “allá” y un “acá” en donde la cuestión social y racial se diluía a la luz de los entresijos del poder.

Para algunos ha llegado a significar el fin de un camino y el comienzo de otro, a la manera de un eslabón entre el decir de los “textos de Indias” de la era del descubrimiento, conquista y colonización; y el decir de la “modernidad”. Cualquier interpretación organicista o progresista arribaría a la misma conclusión. Figurar una historia regional o puertorriqueña requería, dado que la razón era el instrumento con el cual debía ser cincelaba, atemperar el color local al entorno hispano-europeo, es decir, explicarlo como la expresión de una irradiación inevitable de aquel. De ese modo, el siglo XVIII ha sido visto como el linde simbólico u hoja de ruta entre una elusiva premodernidad hacia una igualmente elusiva modernidad puertorriqueña. Por ello la discursividad hispana sobre la ínsula ha sido tomada con candidez como válida a la hora de responder a la pregunta de la identidad. El “otro”, siempre en sus términos, informaba sobre el “yo” en sus términos y su palabra era tomada como buena.

Resulta obvio que 288 años de coloniaje español no habían pasado en vano. La extrañeza y la incertidumbre que caracterizaba la retórica de Gonzalo Fernández de Oviedo en su Historia general y natural de las Indias de 1535 (1970), al tratar en los libros 5to, 6to y 16to los hechos de San Juan Bautista y la vida de los naturales había desaparecido. En Abbad y Lasierra el asombro del cronista ha sido sustituido por la certidumbre que ofrecía la recurrencia al dato y la indiferencia del saber en el marco de una racionalidad respaldada por el poder.

La nueva complejidad reconocida de manera implícita por Abbad y Lasierra no solo confirmaba la diferencia entre el orbe insular y peninsular y sus respectivos habitantes, el criollo y el español; también serviría para documentar, bien o mal, la heterogeneidad social y cultural de territorios como San Juan Bautista de Puerto Rico. El lenguaje del fraile ratificaba que la naturaleza o singularidad del mundo criollo e insular, una versión distintiva Una obra redactada en 1782 de lo indiano o lo americano, por disposición del Conde de Agustín Iñigo Abbad y Lasierra requería un lenguaje preciso y Floridablanca y publicada en único para ser comprendido de Madrid en 1788 por el editor Antonio Valladares Somanera confiable. Comprender lo criollo demandaba tomayor ilustra bien esta afirmación. Me refiero al vomirarlo en sus propios términos hasta donde ello fuelumen de fray Agustín Iñigo Abbad y Lasierra, Historia se posible. Cuando el fraile enfrentó el concepto que geográfica, civil y natural de la isla de San Juan Bausugería que el español era de la “otra banda”, se recotista de Puerto Rico (1979), por su difusión durante el nocía como un “excluido” o como un “otro”. siglo XIX, XX y XXI. El hecho de que el fraile benedictino reconociera en el “Capítulo XXX. Carácter y difeSi bien esa afirmación aceptaba la “diferencia” de rentes castas de los habitantes de la Isla de San Juan manera consciente o inconsciente, de ningún modo Bautista de Puerto Rico” (181 ss) que los insulares, suponía una actitud celebratoria. La insistencia en indistinto del tono de piel u origen social, se identifila devaluación del criollo o el insular, y el cuidado al caban como “criollos”, y denominaban a los europeos documentar la natural inferioridad de su temperaRetratos e historias

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mento, una actitud propia del paradigma racionalista del determinismo geográfico, lo comprueban. Los habitantes eran indolentes, despreocupados, vagos y poco industriosos. La celebración del contraste y la transformación de la desigualdad en rasgo identitario loable fue responsabilidad de la historiografía regionalista que emanaría y respondería a aquella pregunta durante la primera mitad del siglo XIX.

central para justificar la separación en la dirección y al costo que fuese necesario. El monje tenía también argumentos culturales que explicaban la diferencia. La discrepancia entre los de la banda acá de los de la “otra banda” se expresaba en que la población local manifestaba “circunstancias características de los indios” (p. 185), es decir, nunca habían sido “españolizados” del todo. El lenguaje con el cual documentaba su postura rememoraba las descripciones de los cronistas de Indias. El indio al que apelaba ya no era el “buen salvaje” de los primeros textos colombinos, sino que estaba más cerca del “bárbaro agresivo” de la escritura de la conquista y la resistencia. El hecho

Todo indica que el fraile Abbad y Lasierra, si uso el lenguaje políticamente correcto del siglo XIX, era un religioso español integrista que no concebía la posibilidad de que aquellas colonias se separasen de la Corona. En ese sentido, no difería de las pocas voces que comentaron la situación de San Juan Bautista de Puerto Rico durante la segunda mitad del siglo XVIII. La tensión que percibía el escritor entre los de la banda de acá y los de la “otra banda”, metamorfoseada más tarde, acorde con el Epistolario histórico de Félix Tió Malaret publicado en 1939, en el signo de los “secos” o naturales y los “mojados” o inmigrantes (30) como opuestos, fue quizá el legado más significativo que dejó el religioso del siglo XVIII a la historiografía política del país, a pesar de que esa nunca fue su intención. La idea de que los puertorriqueños no eran iguales ni podían ser iguales a los españoles, afirmada por los segundos a lo largo de todo el siglo XIX, se convirtió en una consigna antiespañola en el escenario del 1850 en medio de la conflictividad que condujo a la Insurrección de Lares de 1868. Los teóricos y activistas separatistas aceptaban que no eran iguales a los españoles, pero afirmaban que no aspiraban a serlo. En el caso de Betances Alacán, según lo confirma Adriana María Arpini (2008-2009) ello justificaba incluso la “desespañolización” (189) del país. El biógrafo de Betances Alacán, Paul Estrade (2000) insistía en la desconfianza manifestada por aquel respecto a España, una actitud propia de aquella generación rebelde (4-5). La consigna de que España no podían dar lo que no tenía, libertad, fue crucial para la maduración de aquella ruptura. La distancia entre un asimilista, un especialista o un autonomista y un separatista nunca ha sido más evidente.

Alejandro Tapia y Rivera, Francisco Oller

de que la generación de intelectuales de 1850 volviera al indio para alimentar la identidad, así lo hizo Betances Alacán, Daniel de Rivera, Alejando Tapia y Rivera y Eugenio María de Hostos Bonilla, entre otros, demuestra cómo la desventaja que señala el “otro” era reformulada en virtud del “yo”. Todo parece indicar que para fines del siglo XVIII los puertorriqueños no eran muy españoles. La españolización de la ínsula se aceleró solo en el marco del crecimiento económico experimentado durante la primera mitad del siglo XIX (1815-1840), proceso que Fernando Picó (1984) describió como uno de blanqueamiento (137 ss.) en el cual la inmigración caucásica de diverso origen y con capital, jugó un papel central al costo de la profundización de la dependencia colonial y la sumisión cultural. La españolización, el crecimiento económico y el blanqueamiento promovieron el integrismo ideologizando la necesidad de que la relación de Puerto Rico con España no se rompiera a pesar de que en el resto del imperio iba

Con ello se ratificaba que la distinción que sobrecogió a Abbad y Lasierra en el texto de 1788, había dejado de ser un hecho folclórico o etnológico para convertirse en un asunto de alta política y un argumento 46

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camino a la disolución. Solo el reconocimiento del fracaso del modelo de crecimiento de 1815 minó aquella confianza.

Numerosos intérpretes han encontrado en la ambición totalizadora de su Historia…. el “antecedente inmediato” de una historiografía puertorriqueña (Anazagasty Rodríguez y Cancel, 2011, p. 19). La arquitectura del volumen es muy significativa. Los capítulos 1 al 19 contienen una “narración lineal”, entiéndase “evolución progresista”, del tránsito del pasado al presente de la isla, la década de 1780. Una vez arriba a ese lugar simbólico, la retórica del escritor da un giro, abandona la linealidad y el relato histórico queda como una caja de herramientas o un archivo al cual se recurrirá para fines explicativos o argumentativos. La retórica dominante en adelante será, en lo esencial, estructural. Por eso los capítulos 20 al 40 son una “descripción” del estado de situación de la posesión colonial y una especulación sobre su potencial futuro. Acorde con ese corte, los ritmos de la escritura cambian de forma dramática, pero mantienen un diálogo esclarecedor.

Para Betances Alacán, y en ocasiones para Hostos Bonilla, “desespañolizar” equivalía a “europeizar” o “modernizar” a Puerto Rico e implicaba el reconocimiento de que, bajo el pabellón hispano, esa meta era inalcanzable. Nada convenció a aquella generación de pensadores y activistas separatistas de los años 1860 y 1870 de que permanecer en manos de España y reproducir sus valores culturales facultaría el progreso hacia la libertad: el futuro estaba en otra parte y en la posibilidad de una ruptura y no de una avenencia con la hispanidad, como seguían afirmando los sectores integristas de todo tipo. Hacia las décadas de 1880 y 1890, en el contexto de la fundación del autonomismo moderado, otra forma del integrismo, la represión de los compontes y la reacción popular del boicott y el contracomponte, según lo ha documentado Germán Delgado Pasapera (1984) en su historia del separatismo en la segunda mitad del siglo XX, la cuestión de la “desespañolización” volvió a estar sobre el tapete. Esa pugna antinómica está en la base de los dos campos desde los cuales se ha formulado una historiografía política en el siglo 19: el integrismo y el separatismo respaldadas por una diversidad de filosofías y teorías que habrá que mirar con más calma un poco más adelante. La nota de la diferencia de Abbad y Lasierra, tuvo efectos de largo alcance.

A modo de contraste, basta pensar en las Noticias particulares de la Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico (1775) de Miyares González, escritor de formación militar y activo en el regimiento de La Habana en 1764 y en Puerto Rico en 1769 cuando escaló posiciones administrativas (p. xv). En su texto, los capí-

La personalidad historiográfica de Abbad y Lasierra No cabe duda de que Abbad y Lasierra estaba en mejor posición para reconocer la diferencia entre insulares y peninsulares que, por ejemplo, los militares Alejandro O’Reilly (1765) o Fernando Miyares González (1775). El tipo de aproximación del intelectual benedictino difiere de la de aquellos. Su interés no se reducía a la contabilización y la descripción minuciosa que estimulase la eficacia administrativa, sino que iba más allá. El componente “histórico”, es decir, la necesidad de auscultar la presencia del pasado en el presente para explicar los problemas que enfrentaba el autor, es mucho más imperiosa en Abbad y Lasierra que en sus dos contemporáneos. Su aportación no se limita al reconocimiento de la diferencia. Retratos e historias

Alejandro O’Reilly, Francisco José de Goya 47


tulos 1-9 son una “descripción” del estado de situación de la colonia, mientras el pasado histórico se reduce a “listas” de autoridades civiles y eclesiásticas que significaban la médula del poder. La concepción de lo “histórico” en Miyares González recuerda más la labor de un logógrafo y un genealogista que la de un historiador de la época del racionalismo. Aquella discursividad regionalista producida por voces autorizadas del Imperio español, fruto de reclamos administrativos y articulada en el contexto del reformismo ilustrado español, fue ajustada y utilizada de manera crítica como plataforma para la creación de una historiografía puertorriqueña a mediados del siglo XIX. Correspondió a una intelectualidad que oscilaba entre la tradición neoclásica y la romántica fijarle ese papel. Las razones para la elección ideológica de Abbad y Lasierra como guía fueron varias.

No se puede pasar por alto que la bibliografía conocida sobre el pasado insular a la altura de 1850 era mínima. Si imagino una lectura de este texto en aquel momento, el tono o sabor teórico del autor no dejaba de ser atractivo. Abbad y Lasierra hablaba un lenguaje que sugería los saberes que crecían alrededor de las ciencias sociales emergentes dieciochescas o, al menos, apelaba a ellos. El resultado era una versión de la “sociedad” explicada a la luz de la “naturaleza” en que la misma se desenvolvía. Su concepción de la “sociedad” como un “organismo” más que evolucionaba de lo simple a lo complejo, expresaba un asunto innovador que impactó a las disciplinas sociales hasta mediados del siglo XIX bajo el palio de la reflexión evolucionista y del positivismo clásico, expresiones más acabadas de la Teoría del Progreso dominante en el marco de la revolución liberal y la consolidación del orden capitalista moderno.

Por un lado, como ya se indicó, su obra representaba el único esfuerzo “totalizador” organizado por un autor cuyos pormenores apenas se conocían. En las palabras introductorias a la Biblioteca histórica de Puerto Rico (1854), Tapia y Rivera alude en la nota al calce número 1 y al final de esta a la obra del padre Abad de la Mota, una referencia casual de Benito Jerónimo de Feijoo para algunos temas en su Teatro crítico universal (1737) y una autoridad sobre la moda del siglo XVII francés, como autor de la historia del siglo XVIII puertorriqueño (p. 1 y 4). Una vez aclarada la identidad del autor, fue venerado adjudicándosele el papel de precursor de la disciplina en el país.

La lectura de Abbad y Lasierra en la década de 1850 no podía ser sino optimista, intelectualmente placentera y confiada. Se trataba de un libro atractivo y bien escrito de “un estilo fácil y sencillo” dice Acosta y Calbo en su “Prólogo” (Abbad y Lasierra, 2002, p 33), que rezumaba progresismo en un momento en el cual el orden de 1815 colapsaba. La formación europea de los lectores que lo rescataron del olvido los había preparado para apropiarlo de manera crítica: la fuerza motriz de su significación radicó en la lectura. Por eso a nadie

Por otro lado, el hecho de que la escritura del religioso incluyera una síntesis de la naturaleza, de la vida civil y cultural de la región, ofreciera un balance de la situación material y sugiriese pistas sobre el esperanzador futuro potencial de la colonia, parece haber sido determinante para el desarrollo de un culto. El reconocimiento pleno del carácter fundacional de esta obra en la figuración de un “acá” tolerable correspondió a Tapia y Rivera, a su comentarista de 1866, José Julián Acosta y Calbo, y a la pequeña promoción de intelectuales liberales de 1850 en la cual los integristas y los separatistas compartían numerosos puntos en común. La reproducción que hizo Pedro Tomás de Córdova de la obra de Abbad y Lasierra en el primer tomo de sus Memorias geográficas, históricas, económicas y estadísticas de la Isla de Puerto Rico (1831) adjudica la condición de pieza fundadora con un sentido distinto. 48

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debería sorprender que aquellos lectores excepcionales invirtieran tanto esfuerzo en convertir un discurso español que buscaba hacer el colonialismo más eficiente en el marco del reformismo ilustrado, en un reconocimiento tácito del contraste. Con ello transmutaron a la Historia… en un artefacto útil lo mismo para un discurso integrista que reclamara un tipo de relación distinta con la hispanidad; o para un discurso separatista que aspirara a la ruptura y descartara aquella relación como un proyecto acabado. Después de todo, cualquiera de las dos lecturas resultaba en

una afirmación de la europeidad y sus valores. El regionalismo que se inventaba sobra la base del reconocimiento de la diferencia por Abbad y Lasierra ofrecía argumentos suficientes para las dos vías, según se deriva de las concepciones políticas de aquellos que colaboraron con Tapia y Rivera en la organización de la “Sociedad Recolectora de Documentos Históricos” a los que agradece su colaboración a lo largo de la Biblioteca histórica de Puerto Rico. Desde la heterogeneidad, un discurso puertorriqueño sobre la puertorriqueñidad estaba en vías de desarrollarse.

La Ceiba de Ponce, Francisco Oller Retratos e historias

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Un primer asunto que no puede pasarse por alto es que en la literatura histórica insular del siglo XVIII que conocemos no hubo voces criollas o insulares. El mito de lo criollo como pieza de la genética de la nacionalidad ha sido eslabonado a través de ciertas figuras de la hispanidad que no se reconocían como diferentes en el sentido en que lo articulaba Abbad y Lasierra en su Historia… Los casos más visibles son tres. Primero, Juan Troche Ponce de León, acreditado como uno de los investigadores de la “Memoria de Joan de Melgarejo” en 1582 y que representa la continuidad de la familia del conquistador. Segundo, el Canónigo de la Catedral de la capital Diego de Torres Vargas, firmante en 1647 de una descripción de la colonia para una historia de las iglesias primitivas de Indias publicada por Gil González Dávila en 1649 y que representa la continuidad del catolicismo español. Y, tercero, el funesto e infame Alonso Ramírez, persona y personaje asumido como portorriqueño de origen judío por cuenta de una novela picaresca o de viajes de la pluma del mexicano Carlos Sigüenza y Góngora de 1690. Dos figuras que simbolizaban a las elites y otra que sugería al colono común que hoy se insertan en la genealogía de la invención de la identidad, no lo eran a la altura de 1850. Un segundo asunto que merecería una reflexión más profunda tiene que ver con el hecho de que Abbad y Lasierra representaba, como Torres Vargas, la voz autorizada del clero. El cristianismo ha cumplido un papel central en la articulación del nacionalismo esencialista alemán del siglo XVIII. La reflexión de Johan Gottfried von Herder (1744-1803) sobre la nación germana no deja lugar a dudas al respecto. Lo mismo puede afirmarse del nacionalismo político puertorriqueño cuyo emblema más visible, aunque no el único, es Pedro Albizu Campos (1891-1965). Sin embargo, llama la atención que una parte significativa de los investigadores e historiógrafos que se movieron alrededor de Tapia y Rivera no fuesen católicos, sino que más bien representaban valores y prácticas que el orden católico rechazaba y que el Syllabus Errorum del Papa Pío IX, emitido en 1864, castigaba con la excomunión, un tipo de exilio moral de la geografía simbólica del Pueblo de Dios o la Iglesia. Espiritismo, agnosticismo, libre pensamiento, masonería, anticlericalismo, secularismo fueron el caldo de cultivo de la reflexión historiográfica regionalista que desembocó en el integrismo o el separatismo.

En términos de la arquitectura del pensamiento y de los procesos de transformación de la memoria en historia, clericales y anticlericales no diferían mucho. La confianza en la Providencia o permisividad de Dios en la que se apoyaba la reflexión cristiana como poder organizador en los clericales, se trocó en confianza en la Naturaleza, la Razón y el Progreso, la santa trinidad de los de los anticlericales. Los dos campos partían de la premisa de un orden trascendental. Solo habían revisado las metáforas explicativas, pero ambos presumían un orden estable detrás de las cosas a fin de explicarlas. Lo que con toda probabilidad les atrajo de Abbad y Lasierra no fue su religiosidad, sino su conformidad tácita con aquellas metáforas a pesar de su condición de intelectual católico. La metamorfosis de su obra en un antecedente de la historiografía puertorriqueña fue crítica, cuidadosa, desigual y contradictoria. La apropiación de Abbad y Lasierra en la historiografía regionalista: tres lecturas Como se adelantó en otra parte de este escrito, cuando Tapia y Rivera escribió el proemio de la Biblioteca histórica de Puerto Rico fue muy cauteloso en su juicio sobre la Historia… de Abbad y Lasierra. El hecho de que todavía no estuviese claro quién era el autor de la obra fue determinante para ello. El manuscrito de la Historia… había estaba extraviado, por lo que, en el breve texto introductorio, se acredita a un tal Abad (de la Mota). Como parte de su ejercicio interpretativo Tapia y Rivera equiparó el trabajo del hipotético Abad (de la Mota) con un clásico que conocía muy bien y que había incluido en su colección: las partes referentes a Puerto Rico de la colección de crónicas de Fernández de Oviedo. Su comentario crítico a la obra de Abad (de la Mota) se circunscribió a un par de generalidades, informa que se trata de un texto “no exento de errores” (p. 4) e insiste en que su valía radicaba en que el autor había vivido “próximo a la época en que pasaron los sucesos” (p. 4). Los comentarios de Tapia y Rivera son tan genéricos como los que justificaría una lectura parcial de la fuente o una referencia de oídas. La proximidad a los hechos que se historian ha sido reconocida como uno de los valores distintivos de lo que en la cultura occidental se considera el momento fundacional de la historiografía como disciplina literaria y de pensamiento, la griega, desde la experiencia La promesa, Miguel Pou Becerra


escritural de Tucídides en particular. No olvidemos que la reflexión histórica se inventó entre los helenos como un comentario conspicuo respecto al presente, lo observado y lo que se podía atestiguar (Pagés, p. 112). La postura de Tapia y Rivera sintetizaba un aserto propio del neoclasicismo que valoraba el saber “alto” o “antiguo” como más verdadero que el “bajo” o “reciente”. Aplicado al autor de 1788, Abbad y Lasierra era una autoridad confiable solo para el siglo XVIII. Debemos ser cuidadosos con esta afirmación porque, para Tapia y Rivera, el siglo XVIII era todavía el pasado reciente de una modernidad que, desde su perspectiva, había comenzado apenas en 1815 coincidiendo con la aceleración de la “españolización” de la colonia tras la disolución del imperio continental.

confiaba en que el lector obtuviese “lecciones morales y enseñanzas económicas” de la lectura (p. 36). Para Acosta y Calbo, Abbad y Lasierra era el “historiador” de Puerto Rico. El cura español había sido reamoldado y puertorriqueñizado. Su interpretación no dejaba de ser inquisitiva. El comentarista lo catalogaba como poseedor de “un criterio generalmente adelantado y no muy común en un hombre de su estado y su época”. El que emite el juicio es un pensador secular: le sorprende que un religioso del siglo XVIII pueda tener una sensibilidad tan moderna. Acosta y Calbo, por último, colectiviza su lectura como antes lo había hecho Tapia y Rivera en el proemio de la Biblioteca… En su caso, agradeció a Julián E. Blanco Sosa, jurista, y a Calixto F. Romero Togores, médico, su asesoría en cuestiones de administración de justicia y en enfermedades endémicas respectivamente (p. 34). Ambos era activistas integristas vinculados del liberalismo reformista y antiseparatistas. La voluntad de fundar una tradición interpretativa, el grado de “fe histórica” que significa su labor, ubica la misma en una línea regresiva que tiene por antecedente inmediato la Biblioteca… de Tapia y Rivera, los “Historiadores Primitivos de Indias”, los “Historiadores, Viageros y Publicistas Modernos” (p. 35) y las “Memorias Históricas, Económicas y Estadísticas por D. Pedro T. de Córdova, y Documentos Estadísticos Oficiales” (p. 36). La genealogía señalada convertía a sus notas en una actualización válida en la medida en que las fuentes autoritarias que la legitimaban han sido puestas sobre la mesa. El registro de antecedentes ofrecía un bosquejo para lo que sería una historia de la historiografía puertorriqueña a la altura de 1860. La “Notas” de Acosta y Calvo completaban la Biblioteca… de Tapia y consolidaban la mirada de una generación.

Acosta y Calbo expresaba ante esta lectura un criterio más amplio y ambicioso hacia el 1866 cuando la anotó, comentó y amplió. Había tenido una relación más íntima con el texto y lo conocía mejor que ninguno de su época: gracias a la gestión del coleccionista Domingo Del Monte había tenido acceso al manuscrito y había descubierto la identidad del autor (Abbad y Lasierra, 2002, p. 34). Para Acosta y Calbo se trataba de una obra “única”, poco editada y comentada, cuyos ejemplares eran “escasos y raros”, útil para suplir la “justa curiosidad” de los interesados en “conocer la historia de Puerto Rico”, valiosa para el “mejor acierto” de los administradores de lo público, e imprescindible para el “estudio concreto de las cuestiones sociales y económicas” que requerían los estadistas nacionales (españoles) y extranjeros. Su edición anotada y ampliada, llenaría un “lamentable vacío” bibliográfico e intelectual (p. 33). El lector del prólogo de Acosta y Calbo se encuentra ante el rito de paso que garantizó la ubicación de la discursividad de la Historia… de Abbad y Lasierra un lugar de honor en la historiografía regional y que se instituyese como un elemento fundacional y modélico. A diferencia de Tapia y Rivera, Acosta y Calbo vería en la obra una “historia de Puerto-Rico” (p. 33); historia abierta o inconclusa que debía ser puesta al día al socaire de los progresos vividos la colonia. Sus objetivos con el texto estaban claros. Aseguraba haber hecho un trabajo imparcial al afirmar que había sido “parco en emitir juicios”; y escribía con la intención de que el lector pudiese “seguir cronológicamente” el pasado colonial. La ansiedad por el relato limpio y lineal es tan obvia como en Tapia y Rivera. Por último, Retratos e historias

Un contrapunto interesante a las conclusiones de Acosta y Calbo lo ofreció Manuel Elzaburu y Vizcarrondo. Se trata de una figura de otro momento en la evolución de la discursividad puertorriqueña y la reflexión sobre España en el siglo XIX. Las décadas de 1850 y 1860 y la de 1880 y 1898, como se sugirió en otra parte de este trabajo, presentan tensiones intelectuales distintas visibles en la historia política que cada una manufactura. La Insurrección de Lares de 1868, asunto que habrá que discutir en otra ocasión, fue crucial para aquel deslinde discursivo. Elzaburu Vizcarrondo se había formado en el Seminario Colegio de los Jesuitas, estudió Artes en Málaga (1865) y 51


y Lasierra y su Historia…en el olvidado centenario de su publicación.

se recibió de Derecho en Madrid (1873). Era un intelectual de ideas integristas que había militado en el ya desaparecido Partido Liberal Reformista, donde favoreció el asimilismo político y, con toda probabilidad avanzada la década de 1880, se transformó en lo que el estudioso Luis Hernández Aquino denomina “autonomista asimilista”, propuesta muy cercana al “autonomismo moderado” que desde 1886 y 1887 se impuso en el recién nacido Partido Autonomista Puertorriqueño (Elzaburu, 1971, p. 7). El carácter francamente integrista de aquella propuesta era notorio por lo que, para los autonomistas de aquel momento, insistir en que no tenían objetivos separatistas ocultos con el fin de asegurar el acceso al poder, se convirtió en una de sus prácticas más reiteradas.

Elzaburu Vizcarrondo pensaba que Puerto Rico era el “rincón (…) más genuinamente español del mundo americano” (p.224), a la vez que definía la aspiración moderna como una carrera cuya meta consistía en la consecución de “la elevada perfección de otros pueblos” (p.216) a pesar de que “se nos pueda decir que somos muy pequeños para la pretensión…”. Acorde con la idea de que la modernidad era un asunto por hacer, el “historiador moderno” también era un proyecto por construir a la altura de 1888. La historiografía puertorriqueña, argüía, carecía de lo que la generación que él representaba podía aportarle: la capacidad de superar el culto al dato positivo y adelantar la penetración psicológica, moral o cultural. Para suplir esa necesidad había que poner la literatura al servicio de la historiografía y recurrir a aquella como si se tratase de un archivo espiritual. Sus posturas expresaban visibles tangencias con las de Hostos Bonilla por cuenta de las afinidades krausopositivistas, y por el respeto a la figura de Giambattista Vico y a su con-

Elzaburu Vizcarrondo [en la imagen] manifestó preocupaciones culturales particulares que reflejaban sus aspiraciones de equiparación con España. Promovió la fundación de Ateneo en 1876 el cual llegó a presidir en dos ocasiones y, estimuló el establecimiento de una Universidad para San Juan, objetivo modernizador que ayudó a adelantar mediante la organización de una Institución de Enseñanza Superior o Universidad Libre vinculada a la de La Habana (p. 7, 10). Fue parte de la elite intelectual puertorriqueña dispuesta a colaborar en el entramado de la burocracia colonial y que confiaba en la buena de la España imaginada por el “Romanticismo Isabelino” que fructificó en las décadas de 1850 y 1860. En 1888, como parte de la conferencia “Una relación de la historia con la literatura” dictada el 20 de febrero en el Ateneo de la capital, el autor expuso su concepción de la historia de una manera precisa. El contexto en el cual lo hacía era más que apropiado. Ese día se leerían los fallos de un certamen convocado en 1885 con algún retraso. El laudo, el cual se había extraviado, estaba avalado por una autoridad confiable, el Ateneo de Madrid (p. 214). El significado político cultural del detalle no debe ser pasado por alto. El premio de poesía había correspondido a Salvador Brau Asencio y el de música a Braulio Dueño Colón (p. 215), dos íconos de la cultura criolla de siglo XIX. Todo demuestra que para la cultura criolla la voz intelectual de Madrid en estos menesteres, como la de La Habana en los estudios universitarios formales, era la regla. En este momento no me interesa tanto la compleja concepción de la historia que esbozó el ateneísta en su ponencia sino su opinión sobre Abbad 52

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cepción de la “Ciencia Nueva” compartido por ambos (Cancel, 2017). Una de las grandes carencias de la reflexión sobre la producción historiográfica puertorriqueña durante el siglo XIX ha sido el poco interés en indagar en torno al impacto que el inventor italiano de una “teología civil razonada” tuvo en un conjunto de influyentes pensadores puertorriqueños (Cancel, 2010).

atado al dato y no poseía la penetración psicológica, moral y cultural que tanto valoraba Elzaburu Vizcarrondo, su producto seguía desprovisto de los valores que el conferenciante identificaba con el espíritu moderno. El otro código oculto tenía que ver con el peso que imprimía a la reflexión el tiempo desde el cual se pensaba y se argumentaba. Para Elzaburu Vizcarrondo el siglo XVIII ya no era el “pasado reciente” que parecía percibir a Tapia y Rivera, sino un “pasado remoto” que se desvanecía. Los criterios historiográficos de Elzaburu y Vizcarrondo eran en extremo estrictos por su intención de llamar la atención sobre una suerte de etapas bien definidas que sus antecesores no estaban en situación de percibir. Comprendo que no vea el “historiador moderno” en Abbad y Lasierra, desde mi punto de vista no lo era. Pero extraña que no lo descubriera en Tapia y Rivera o Acosta y Calbo. De Brau Asencio no tengo mucho qué decir en este momento. En 1888 el intelectual de Cabo Rojo se encontraba entre el público para recibir un premio de poesía y todavía se le percibía más como un escritor creativo vinculado al teatro, el periodismo y la lírica que comenzaba a acercarse a la sociología positiva que como historiador. Su relación directa con la historiografía comenzó poco después por medio de una mirara a la biografía de Rafael Cordero Molina y se profundizó como resultado de los apremios que impuso en la intelectualidad criolla integrista la conmemoración de un cuarto centenario del descubrimiento de América. Los discursos triunfales del “otro”, en este caso España, fueron determinantes para la reflexión integrista y lo serían para la nacionalista en la primera parte del siglo 20. El Romanticismo Isabelino en la década de 1860 y el Descubrimiento en la del 1890, favorecieron la fidelidad integrista de una intelectualidad criolla sumisa política y culturalmente hablando.

El argumento de Elzaburu Vizcarrondo poseía varios códigos ocultos. El primero tenía que ver con su categorización de la experiencia historiográfica puerto r r i q u e ñ a apoyada en el principio que diferenciaba la “historia regional” de la “historia m o d e r n a ”. Entre la primera, un logro de Abbad y Lasierra, y la segunda, una “carencia” de la generación de 1850 dada la pobreza de la experiencia cultural insular, se encontraba la versión “modernizada” de la primera, es decir, la puesta al día que eran las “Notas” de Acosta y Calbo (Elzaburu, p. 223). Su apropiación de la escritura de Abbad y Lasierra sugería que la misma había establecido el deslinde de dos campos concretos. También invitaba a aceptar el criterio de que poseer una cultura ilustrada no equivalía a ser moderno. Dado que Acosta y Calbo había seguido Retratos e historias

Un último comentario sobre la plasticidad de lo moderno y la interpretación de Abbad y Lasierra. El “historiador moderno” era un fenómeno cultural europeo que en aquel contexto ya apelaba al “historiador nacional”. Para los intelectuales integristas criollos, leídos desde el presente, aquello resultaba en una antinomia. Entre los integristas lo nacional equivalía a la hispanidad que disolvía el color local. Elzaburu y Vizcarrondo no ignoraba a Abbad y Lasierra, sino que lo reducía o devaluaba a la condición de gran “histo53


riador regional” de Puerto Rico, a la vez que tomaba distancia de aquel. Tampoco desconocía la obra de Acosta y Calbo a quien denominaba el “gran modernizador” por su lectura y anotación de aquel. Pero ser un “historiador regional” o el “gran modernizador” no encarnaba al “historiador moderno”.

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Insisto en que el contexto de la discursividad de Elzaburu y Vizcarrondo era distinto al de los historiadores de 1850 y 1860. En la década de 1880, sobre las cenizas del Neoclasicismo y el Romanticismo, se había impuesto el positivismo, el krausismo y el krausopositivismo. Su revisión de la imagen de Abbad y Lasierra era comprensible. Aquí la paradoja es otra: en el Puerto Rico colonial no podía hablarse de un “historiador moderno” ni de un “historiador nacional” mirando hacia la ínsula sino hacia la península. Es una aspiración nacional que depende de un “yo”, que tiene la necesidad de disolverse en el “otro” que la domina para ser. La intelectualidad liberal y la autonomista veían al Puerto Rico criollo como un “gesto” de la hispanidad que debía seguir siéndolo, eso sí, bajo condiciones más equitativas.

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La intelectualidad asimilista, especialista y autonomista moderada o radical, es decir, integrista en su amplia suma de gradaciones, asumía que los puertorriqueños no solo querían ser españoles, sino que debían seguir siéndolo si querían ser aceptados como un gesto legítimo de la modernidad. El optimismo progresista de que ello sería posible a pesar de todo era una expresión de la “fe histórica” a la cual aludía Acosta y Calbo y una de las muchas cicatrices que iba dejando en la piel de la identidad un dislocado proceso de modernización en el marco de la dependencia.

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Paisaje, Franciso Oller

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Santurce abajo

T

e regalo la luz flourescente De una letra be La esquina de un cartelón: “Mariachis para fiestas” “Hay aguacates” “Gane $$$ desde su hogar” Te regalo un nocturno de brea Un cielo inverso Bifurcado por líneas blancas Que vuelan Parpadean Se fugan Hacia el más adelante Te regalo la cruz de malta Que besa de rojo los cementos Y el cinc que conversa con el sol Te regalo las grietas de las aceras Hogar de colillas Chicle Y de la esperanza De las plantas más bravas Envuelvo para ti, en un cruzacalle, Lo que nadie regala ni ve Cuelgo serpentinas de cielo (Los trozos que quedan Desprendidos del tendido eléctrico) Porque se hace lo mejor que se puede Con una lata de pintura Siete sillas rescatadas Una araña de tornillo y cable Te regalo el guiño de un ABIERTO El olor a café, aceite, goma La banda sonora de política y merengue Y los colores chillones De los sueños

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Esponjas

Tere Dávila

L

a esponja de mar más pequeña Mide menos de una pulgada de largo (O ancho. Con las esponjas no se sabe Les da lo mismo para abajo que para arriba) La esponja tiene coraza de caracol Perforada por miles de pequeños rotos Que infiltran los recesos más suaves Y llegan hasta su corazón Si penetras las profundidades de la esponja Descubrirás que ella, en su intimidad, Está muy confundida A veces se sueña animal A veces baila con plantas Comoquiera, no toma posiciones políticas Excepto cuando la confunden con un coral Eso es lo que más le molesta Las esponjas y los corales se odian Pero nosotros no nos enteramos de sus rencillas Las esponjas no tienen cerebro Ni tracto digestivo Ni sistema circulatorio Ni sexo Pero se regeneran Brotan con solo un fragmento de la original Se aferran a un pedacito de esperanza A una pelusa de historia A un cuento Con casi nada Viven Con poco más que la idea de ser esponjas

La botella, Rafael Tufiño

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Retratos y lugares

Joelly “Joa” Rodríguez

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Fotografías: 1. Joelly Rodríguez, fotógrafa 2. Tailandia 3. Lázaro, Cuba 4. Pinar del Río, Cuba 5. Camboya 6. Orocovis 7. Pinar del Río, Cuba 8. Puerto Viejo, Costa Rica 9. Luis Sánchez, Comerío 10. Lio, Puerto Rico 11. Beto, IFE, Puerto Rico 12. Habana Vieja, Cuba 13. Teresa Pacheco, Puerto Rico 14. Sri Lanka

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l no va a matar a nadie en este cuento. Con Él, me refiero al que va a escribir este cuento. Repito, no matará a nadie. Él siempre mata a alguien. Es normal es su literatura. Todos saben el por qué le gusta matar. Se lo exigen sus lectores. Sí, es posible que sea un deseo reprimido colectivo. Lo entiendo. Él es un tipo raro con lectores raros. Yo también tengo lectores raros. Yo he matado, no puedo tapar el cielo con las manos. Pero existen las justificaciones, y las uso, aunque sean vagas. No cree en lo yo creo. No somos iguales. No lo somos ni lo seremos jamás. La verdad, es que existe mucha gente a la que le gusta ver la muerte de los demás. Le gusta leer de la muerte de los demás. ¿Es extraño? No. El ser humano es tan animal como un león, como una pantera o como cualquier otro animal que depreda para sobrevivir. La única diferencia, es que nosotros depredamos para vanagloriarnos.

cribe será de modo inconsciente. Que pasa, y pasa con frecuencia. Cuando no se quiere escribir de algo, se termina haciéndolo. Es que, estar vivo es algo extraño. Tendrá que ver con alguna subtrama oculta a lo Beckett, Woolf, Kafka, Aira, Adaui, que se respira a través del aire. ¿El smoke? Puede ser. Tampoco escribirá de vinos. Dice él, el que escribirá este cuento: Que para vinos, vean Sideways, de Alexander Payne. Escribirá del té. Escribirá que a los japoneses, a los ingleses, a los sudafricanos, y otros más les gusta el té. No escribirá de los puertorriqueños porque ellos no toman té. Toman café, ron, café con ron y viceversa. Escribirá que el té tiene su hora. Tiene las sustancias para crear conversaciones más interesantes. Los que toman café obtienen durante la conversación un cambio nervioso desprovisto de control, y además, causa mal aliento. El té es fino, saludable, y cuando se le termina, deja una sensación de liviandad adictiva, en el buen sentido de la palabra.

En este cuento tampoco escribirá de la alta cocina. Nada de los tagliollini cipriani con trufa negra o del recruit de drap con higos del restorán Grupo Tragaluz. Ni del lomo de caballa y espuma de jalapeño sobre base de pepino o de la cococha al pil pil de plancton del restorán Aponiente. Nada se escribirá. Y si se esRetratos e historias

Javier Febo Santiago

La verdad, él, el que va a escribir este cuento, debería matar a alguien. Para no perder las costumbres. _________ Imagen: Tea Cup, Mariya Paskovsky 73


Temporalidad y espacialidad en El equipaje del viajero y Parque Prospecto

Carmen Zeta

D

esde el inicio de la literatura podemos corroborar la presencia de algunos temas recurrentes. Uno de ellos es el interés del ser humano por el tiempo y el espacio, elementos que constituyen la base de la contextualización en el acercamiento a los textos literarios. En el iluminador ensayo “Temporalidad y espacialidad en la modernidad tardía: el advenimiento de la fluidez”, Daniel Carrasco sostiene que “la hegemonía de la comprensión espacio-temporal dispuesta por la modernidad pareciera comenzar a resquebrajarse en el transcurso de las últimas décadas”. Para el estudioso, la posmodernidad o modernidad tardía “comenzaría cuando el espacio y el tiempo, tradicionalmente entendidos, se sepa[ra]ran de la práctica vital, y entre sí, conformando campos autónomos, susceptibles de ser teorizados independientemente…” (77). La literatura es uno de, agrega, los diversos campos sobre los cuales la comprensión espacio-temporal de la posmodernidad diseminará su influencia; en la cual la aceptación de lo efímero, la fragmentación, la discontinuidad y lo contingente, pareciera ser su condicionante más extraordinario. (75)

ren Sevilla, los elementos a los que se refiere. Los libros que utilizamos para ello son El equipaje del viajero de Saramago y Parque Prospecto de Sevilla.

A partir de lo expuesto por Carrasco estudiaremos cómo se manifiesta esta nueva “comprensión espacio-temporal” y en qué forma se ven en la obra del portugués José Saramago y de la puertorriqueña Ka-

Alguien podrá preguntarse y con sobrada razón: ¿qué tienen en común dos autores tan disímiles?, ¿será posible establecer algún vínculo entre ellos? A través de mis años como profesora de Literatura, me ha resul-

Saramago posee una extensa obra narrativa, aunque también cultiva el ensayo, la poesía y el teatro; es, sin duda, uno de los grandes escritores de los últimos tiempos. Mi encuentro con este autor ocurrió de manera fortuita en 1999. En uno de mis usuales peregrinajes por las librerías –deformación profesional– me topé con Todos los nombres. Aparte del sugerente título, llamó mi atención el cintillo que decía “Ganador del Premio Nobel de Literatura 1998”. No sabía quién era. Compré el libro y a partir de ese momento, me convertí en ferviente lectora y admiradora de su obra. La trayectoria de Karen Sevilla apenas comienza, tiene solo 33 años. Es poeta, narradora, ensayista y traductora. Parque Prospecto (2014), ganador de la primera mención en poesía de los Premios de Literatura 2012 del Instituto de Cultura Puertorriqueña, es su segundo libro; el primero, titulado El mar de los azares es de 2010.

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reflexión, producto de la observación crítica, sobre un tema particular. La temática es variada: la realidad del país, recuerdos de la infancia, el paisaje, autores nacionales o extranjeros, el arte, las injusticias sociales, la palabra; la crueldad, la maldad y la estupidez humanas y un largo etcétera. Por limitaciones de tiempo, concentraré las referencias a la primera parte. Uno de los aspectos destacados es la alusión directa a los lectores: “perdonará el lector”, “No sé si el lector es propenso a estas cosas”, “Imagine el lector”, “Y si el lector es inteligente”, “El lector sigue pensando”, “Confiesa, lector”, “Y si el lector ha sido agraciado con un corazón sensible”, “seguro que el lector me entiende”, “Elija el lector”, “Me ha dado hoy por esto, lector. Ten paciencia, y dale la vuelta a la página”, “como verá el lector”, “invito al lector”, entre otras; o bien se caracteriza al lector como incógnito, ingenuo, amigo, confiado u optimista. Inevitable pensar en El Quijote al que se refiere directamente en “La isla desierta”. Cuatro elementos que aparecen reiteradamente son: el final de la tarde, la noche, el silencio y la soledad. El final de la tarde es el tiempo de la indefinición, mezcla de luz y oscuridad, nacimiento y muerte. La protagonista, en la novela de Pérez Reverte La reina del sur, la denomina “la hora gris”. Es el instante idóneo para la soledad y el silencio. “El miedo a la soledad sólo puede ser vencido después de un cuerpo a cuerpo con la total desnudez del alma… o de la abstracción a la que damos ese nombre” (112).

tado fascinante constatar la existencia de los llamados “vasos comunicantes”, para utilizar la metáfora de Vargas Llosa, entre los escritores. Las maletas del viajero, publicado en 1985 por la editorial Caminho, reúne 59 crónicas periodísticas de José Saramago, escritas entre 1969 y 1972 para el diario A Capital y el semanario Jornal de Fundão. Traducidas al español por Basilio Losada, fueron publicadas en 1992 por la editorial Ronsel. El equipaje del viajero, edición de Alfaguara de 1999, incluye una primera parte titulada “De este mundo y el otro” que consta de 61 escritos y las crónicas bajo el titulo original (“Las maletas del viajero”). En ambas se utiliza un lenguaje claro y directo, usando las palabras del autor en “El zapatero prodigioso”: “una prosa descansada, tranquila, que dijera las cosas más serias de la manera más sencilla” (26); aunque, como comenta en “El ciego del armonio”: “a veces se me va la mano y, meto en la trama seca de la verdad un leve hilo coloreado que lleva el nombre de fantasía, imaginación o visión doble” (57). Estos escritos se encuentran a medio camino entre la crónica, artículo periodístico sobre temas de actualidad; y el ensayo, en cuanto a la Retratos e historias

Asimismo, encontramos la mención directa a los temas que nos ocupan, por ejemplo: Veo pasar el tiempo. Tiene el color del agua y va cargado de detritus, de pétalos arrancados, de un sonar de campanas. Yo sacudo las manos cargadas de tiempo y me las llevo a los ojos —mis manos de hoy, con las que me aferro a la vida y a la verdad de esta hora. (“Nadie se baña dos veces en el mismo río”, 38) el tiempo, pese a los estragos que en nosotros hace, no tiene mucha importancia… (“Las bondadosas”, 39) el tiempo se ha liberado de la mecánica del reloj (“Las vacaciones”,182) hay el miedo del pasado, del presente y del futuro, generado de las angustias cotidianas, sombra y amenaza constantes (“El grupo”,113) la casa había organizado el espacio de un modo determinado, había dibujado un perfil particular del cielo (“Las bondadosas”, 40) Dependen de una conjunción de tiempo y de lugar, del viaje terrestre de un ser determinado y de los impulsos oscuros o conscientes que en ese viaje lo hayan guiado (“La aparición”, 23). 75


En la reseña titulada “La valija de fábulas” de 1999, al referirse a “El rey que hacía desiertos”, se afirma que “el conjunto…dice mucho sobre la función de la literatura tal como la entiende Saramago: contar lo que no se cuenta, dar voz a los que no la tienen o, para decirlo con una palabra antigua, denunciar”. Estimo que esta apreciación puede extenderse al libro en su totalidad.

destaca que, el hecho de que el libro de Sevilla se sitúe en el espacio físico del parque, “es excusa para el transcurso personal, para la búsqueda, en una especie de —por usar el término cinematográfico— “road movie” cerebral, existencial.” Concordamos con el certero comentario de contraportada del escritor y crítico Carlos Vázquez-Cruz cuando sostiene que: La gran metáfora del parque les presta espacio a dos ciudades que, al erigirse simultáneamente, cartografían un dúo de islas que se entretejen de forma prospectiva. Tales imágenes representan mutaciones de un cuerpo en constante desplazamiento… reticente a permanecer, a retroceder o a culminar el ciclo de su errancia.

Contrario a Saramago, la obra de Karen Sevilla se circunscribe a un espacio específico: el Parque Prospecto. Este parque público, creado por los arquitectos Frederick Law Olmstead y Calvert Vaux e inaugurado en 1867, está situado en Brooklyn y es uno de los mayores parques de la ciudad de Nueva York (2,1 km²). El epígrafe utilizado por Sevilla corresponde a Olmstead:

Desde “Hoja primera”, el poema que inicia el libro, Sevilla expresa el impacto emocional que le produce esa errancia: Transplantarse al silencio de una media tarde de árboles y columpios vacíos en las coordenadas de un suelo que no es el mío cuando bajo el ramaje está todo lo que traje desde mi otra costa. (19)

We want a ground to which people may easily go when the day′s work is done, and where they may stroll for an hour, seeing, hearing, and feeling nothing of the bustle and the jar of the streets where they shall, in effect, find the city put far away from them… (13)

Como vemos, el parque se concibe como una especie de oasis en medio del tráfago de la ciudad, retirado del “mundanal ruido”; un lugar donde, aunque sea momentáneamente, podamos olvidarnos o descansar de los afanes cotidianos. Juan Carlos Fred-Alvira

En la segunda parte, “Lo personal hace entrada… de forma visceral, en el recorrido hacia el pasado, hacia el espacio temporal, físico y vivencial de la infancia” manifiesta Fred-Alvira. Una infancia “traspasada/ por la mano enorme de un hombre/ sangre de mi sangre” (29), en palabras de Sevilla. En esta sección se encuentra, a mi juicio, uno de los poemas más desgarradores: “Racconto”. Papá espera fuera de la casa. Salimos a mirar las luces de los cafés, las vitrinas con juguetes. Cuadras de calles nocturnas hasta los puertos suspendidos, el mar desabrido. Él

dice que me mostrará el mundo, a qué saben la sangre y la sal. Aquella noche rebuscada, Papá tomó mi mano y me dio la oscuridad. Fue la primera vez que sentí vergüenza de mi cuerpo. (32)

En la tercera parte se instala una vez más en el ámbito de la infancia, pero la perspectiva se transforma a través de la ternura. Predomina la presencia de poe76

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mas breves, por ejemplo: “Sueño con el centro de tu seno/ cuando estoy sola/ y tengo sed” (42); poemas que, según Fred-Alvira, “son como flechazos de lumbre en medio de la noche y el mar, dos espacios repetidos a través del texto…”.

La ruta comienza en el Oeste, pasando por el Norte, luego el Este y finaliza en el Sur. Según la mitología japonesa, existen cuatro bestias o monstruos divinos, protectores de los puntos cardinales; cada uno, a su vez, es símbolo de un elemento: el tigre blanco Byakko, que protege el oeste, simboliza el viento; la tortuga/serpiente Genbu, al cuidado del norte, la tierra; el dragón azul Seiryuu, defensor del este, el agua y; el ave fénix Suzaku, guardián del sur, el fuego. No cabe duda de que la presencia de esos elementos en

Al llegar a la última parte la voz poética ansía y atisba su regreso a la patria; habla de “Las ganas de andar por San Juan junto a una borra de café” (60).

Lo memorable de esta venida es ver al Sur correrse desde arriba, escupirse y sonreír como si jamás se hubieran agotado las decepciones por el vértigo entre los enfermos de distancia. (“Ruminata”, 67)

Parque Prospecto resulta reveladora en tanto están relacionados con el eje temático de cada parte. La movilidad del viento es patente en el tránsito de una ciudad a otra; la tierra, asociada a la raíz se muestra como sinónimo de la infancia y a su vez, encarna las bajas pasiones. El agua refleja el fundamento positivo y se vincula al vientre materno, a lo nutricio. El fuego, en su doble función destructiva y purificadora, permite un nuevo comienzo tras lo que llama la autora “el ejercicio de maduración” (68). Al igual que Sara-

Apunta con acierto Fred-Alvira: “El sur nombrado es también Puerto Rico. El mapa ahora es el cuerpo, es la piel, el cuerpo es la casa”. Los títulos de las partes del libro corresponden a los cuatro puntos cardinales. Retratos e historias

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mago, alude al tiempo, bien sea de forma indirecta —el poemario todo es una travesía en el tiempo— o directamente. La estancia en la urbe como un norte disfrazado de recuerdo que albergaba el futuro proscrito y el pasado apostado en las valijas siempre listas para la partida. (“Avenida H”, 68)

Carrasco, en el ensayo citado, expone que: La metáfora del collage parece condensar la alta complejidad que la vida cultural contemporánea acusa, donde la yuxtaposición, la paradoja y la discontinuidad desplazan las modalidades armónicas de la identidad personal y colectiva tradicionales… (82)

En conclusión, independientemente de las marcadas diferencias (nacionalidad, edad, género, naturaleza de sus escritos), en ambos escritores podemos distinguir con claridad la concepción de un tiempo y un espacio “líquidos”, alejada de la idea convencional y que corresponde, de manera evidente, al momento que comparten. Del mismo modo, tanto en uno como en la otra la aceptación de lo incierto, lo fugaz, lo inconexo, dentro del vertiginoso y cambiante mundo actual, aporta una visión paradójicamente angustiosa y esperanzadora. Referencias: Fred-Alvira, Juan Carlos. “Sobre ‘Parque Prospecto′ de Karen Sevilla”. http://revistacruce.com/letras/ item/1975-sobre-parque-prospecto-de-karen-sevilla Carrasco Bahamonde, Daniel. “Temporalidad y Espacialidad en la modernidad tardía: El advenimiento de la fluidez”. http://www.revistamad.uchile.cl/index. php/RMAD/article/viewFile/13640/13916, 73-89 Saramago, José. El equipaje del viajero (Trad. Basilio Losada). México: Alfaguara, 1999. Sevilla, Karen. Parque Prospecto. San Juan: Libros AC, 2014. ---. “La valija de fábulas”. http://edant.clarin.com/suplementos/cultura/1999/09/26/libros.htm

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Fernando Picó, el barrio de Caimito y su Mercado Agrícola, Haydée Colón

Rodney Lebrón Rivera

Fotos de Ricardo Curet Agrón y Jorge Rosario

Recuerdo ese primer día cuando comencé mis estudios en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Anteriormente, había cursado estudios en el Departamento de Comunicación y, más adelante, me reclasifiqué en el Departamento de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Humacao. Al tomar todos los cursos ofrecidos en Humanidades y con la insistencia de mi director de departamento, el actor y profesor José Eugenio Hernández, gestioné la admisión al Recinto de Río Piedras. Para ser más preciso, al Departamento de Historia de la Facultad de Humanidades. Aún persiste en mi memoria el hecho de que al llegar a las clases del mencionado Departamento me encontraba perdido frente a la discusión de conceptos como la representación, el género, el discurso y la ficción. Retratos e historias

Por los pasillos de los edificios Luis Palés Matos, Felipe Janer y en la biblioteca del Centro de Investigaciones Históricas, siempre veía a un señor con guayabera blanca y sus cuatro bolsillos repletos de papeles y bolígrafos. Aún no había tomado ningún curso de teoría-metodología histórica y no reconocía el trabajo arduo que conlleva una investigación en el campo de la historia. Al ver a este señor con todas sus libretas y bolígrafos siempre pensaba que parecía un “school supply ambulante”. No sabía a qué se dedicaba y mucho menos conocía su nombre. A la vez que iniciaba mis cursos en la “disciplina” de la historia mis compañeros de bachillerato más cercanos me hablaban de un tal Picó y sus aportaciones a la historiografía puertorriqueña. Posteriormente, con el pasar del tiempo y en conversaciones de pasillo, registré que el “school supply ambulante” era Fernando Picó. 79


Llegó el momento de cumplir con el requisito de los seis créditos en historia de Europa que exige el Departamento de Historia. Las clases que seleccioné fueron: Problemas del mundo contemporáneo con el profesor Carlos Pabón Ortega y, el segundo curso, El mundo medieval con Fernando Picó. Para mediados de ese semestre me encontraba preparando una bibliografía para una monografía sobre la batalla de “Las Navas de Tolosa”. En el catálogo en línea del Sistema de Bibliotecas de la UPR-RP eran escasas las referencias bibliográficas sobre la batalla que me proponía estudiar y al finalizar una clase recurrí al profesor Picó para explicarle que cambiaría de tema, que me encontraba frustrado, y que no existían libros en la biblioteca José M. Lázaro sobre tal batalla. Con una sonrisa y mientras recogía sus libros me contestó: “viejo, en la Lázaro existe de todo, pero hay que saber buscar. Te haré una carta para que te dejen entrar al depósito de libros de la sala de Circulación y nunca más confíes en el catálogo en línea”. Al salir juntos del salón, Picó me invitó almorzar. Me quedé pasmado y sin idea porque nunca un profesor o profesora me había invitado a comer. En aquellos tiempos una invitación a comer no se le rechazaba a nadie porque eran los días cuando me hospedaba y a veces las prioridades monetarias eran otras. Al pasar por el puente de la avenida Gándara me iba percatando que nos adentrábamos a las vísceras del

centro urbano de Río Piedras. En esos momentos mi percepción espacial sobre Río Piedras se limitaba al Refugio, la Avenida Universidad y las librerías de la Ponce de León. Creo que fue con la invitación de Picó que por primera vez expandía mi percepción espacial sobre Río Piedras y quedó sembrado en mi una curiosidad por aquel extinto municipio que hoy día ha sido convertido en eso que Zygmunt Bauman llamó una “comunidad de carnaval”.1 El destino que tenía previsto Picó para nuestro almuerzo era la cafetería El Nilo en la avenida Ponce de León. Ya ordenada nuestra comida y el tradicional postre para concluir la degustación alimentaria, comenzamos a dialogar sobre mis preferencias historiográficas y sobre lo que quería investigar en la clase de metodología. Le deje saber que me interesaban los comunistas, que quería investigar sobre organizaciones comunistas en Puerto Rico, pero no conocía nada sobre ellas. Entre arroz, pollo frito y habichuelas, Picó me recomendó el texto: Desafío y Solidaridad. Breve historia del movimiento obrero puertorriqueño de Gervasio L. García y Ángel G. Quintero Rivera y me habló sobre los determinismos teóricos que trae consigo el materialismo histórico. Fue entonces cuando por primera vez escuché sobre la escuela historiográ1 Refiérase a https://catedraepistemologia.files.wordpress. com/2009/05/modernidad-liquida.pdf. Pp 211. Consultado el 26/09/ 2016. 80 26 de julo de 2018


fica francesa conocida como los Annales. Mi primera lección sobre teoría de la historia me fue impartida por Picó en una cafetería del centro urbano de Río Piedras mientras se acercaba una señora que vendía billetes y Picó le compró unos numeritos. Comprados los billetes partió la hoja por la mitad y me regaló una de las mitades diciéndome: “si nos pegamos te vas a viajar para Francia”. No sabía el porqué de ese destino pero, lamentablemente, no tuvimos suerte.

Le riposté alegando que con el materialismo histórico se podían estudiar los marginados. Picó me miró fijamente y rápidamente en su expresión facial se marcó su peculiar sonrisa y me comentó: “Viejo, cuidado con el materialismo histórico y los marginados. Dentro de ese esquema los marginados son reducidos a cifras y estadísticas. Existen otros enfoques teóricos e historiográficos que te permitirán apreciar desde una óptica dinámica la figura de los marginados”. Al salir de la librería y cada cual tomar su respectivo destino, lo explicado por Picó se me quedó en la cabeza y para colmo sin entender un pepino. Posteriormente, a medida que me iba desarrollando como estudiante, fui descifrando esa lección que, entre el café y los libros de La Tertulia, me ofreció Fernando Picó.

Saliendo de la cafetería y con un sabor amargo por los señalamientos de Picó sobre el materialismo histórico, el hombre cuya guayabera blanca estaba repleta de bolígrafos y tarjetas me invitó a tomar café en la Librería La Tertulia. Para aquel entonces el café y mi estómago no se llevaban con cordialidad y había decidido evitarlo. En mi mente, y sabiendo de antemano lo que me esperaba, me dije “que se joda, me voy con Picó a beber café y le seguiré hablando del materialismo histórico”. Ingenuo yo, me decía ante lo expuesto por Picó: “Cómo es posible que en esta universidad alguien no crea en el materialismo histórico”. Llegamos a la librería y nos sentamos en una de las mesas. Entre café en mano, el ruido de las conversaciones de La Tertulia, y mi temor estomacal, le comenté a Picó de forma ingenua lo que yo entendía eran características positivas del materialismo histórico.

Retratos e historias

Agraciadamente, una lectura que me ayudó a comprender lo expresado por Picó aquel medio día fue su libro El día menos pensado. Historia de los presidarios en Puerto Rico (1793-1993). En este libro Picó presentó una propuesta a la historiografía puertorriqueña que abogaba por una historia de los que han estado en los márgenes de los relatos historiográficos. Partiendo de esta premisa fue que Fernando Picó publicó en 1989 el texto Vivir en Caimito, una historia atrevida historiográficamente hablando sobre uno de

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los barrios marginalizados de la capital de San Juan.2 Uno de los aspectos que motivó a realizar una investigación sobre este barrio fue el hecho de cómo Picó impulsó proyectos comunitarios desde el Noviciado Jesuita en el sector Chapero de Caimito.

zar proyectos basados en la gestión comunitaria. En este mercado coexisten residentes de Caimito que participaron de los servicios religiosos impartidos por Picó como también ex alumnos universitarios de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras y del Programa de Confinados Universitarios. La celebración de este mercado se lleva a cabo el cuarto domingo de cada mes justo al lado de la Urbanización Montehiedra en el barrio de Caimito. En él podrán adquirir frutas y vegetales frescos, artesanías, piezas de orfebrerías entre otros productos, mientras se deleita de una buena música y una oferta gastronómica exquisita.

Es en este texto que Fernando Picó ofrece una manera alterna a la historiografía puertorriqueña para acercarse al pasado. Punto cardinal de este libro sobre la historia de Caimito es historiar; como pronunció Picó en el texto De la mano dura a la cordura. Ensayos sobre el estado ausente, la sociabilidad y los imaginarios puertorriqueños, la sociabilidad puertorriqueña con el propósito de “delinear un Puerto Rico posible, un Puerto Rico vivo, solidario y feliz”.3 Ante un estado ausente en Caimito; al igual que en otros pueblos en Puerto Rico, es que históricamente se han forjado en este barrio largas tradiciones de solidaridad, que según Picó, datan desde el siglo XVIII hasta nuestro presente.

Fernando Picó nos visitó en el Mercado Agrícola el 23 de abril de este mismo año deleitándonos con una charla sobre la historia de Caimito y sus vivencias personales historiando la mencionada comunidad. Ese día me comentó: “Rodney, esta actividad es bien bonita. Trataré de venir el próximo mes con mi hermana”. Lamentablemente, eso no sucedió. Picó nos dejó físicamente un 27 de junio de 2017, pero nos confirió un legado y tradición que debemos continuar. Tenemos que seguir esforzándonos por crear una percepción solidaria en nuestra sociedad y, como él muy bien mencionó en sus propias palabras: “delinear un Puerto Rico posible, un Puerto Rico vivo, solidario y feliz”.

Con la colaboración de la Oficina de Alianzas del Municipio de San Juan y, su directora, Nilsa Medina Piña, hoy día la comunidad de Caimito continúa con esa tradición de solidaridad comunitaria. El Mercado Agrícola de Caimito, Haydée Colón, es ejemplo claro de cómo una comunidad se organiza para concreti2 Fernando, Picó, Vivir en Caimito. San Juan, Ediciones Huracán, 1989. 3 Fernando, Picó, De la mano dura a la cordura. Ensayos sobre el estado ausente, la sociabilidad y los imaginarios puertorriqueños. San Juan, Ediciones Huracán, 1999. Pp 65 82

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