Isabel María Hernández Rodríguez Sentía fluir en su interior clamores llenos de espesura que brotaban de emoción y suspiraban eterna desventura, ansiaba llegar a la lejana jungla y buscarlo entre las sombras, amarlo en la ingente penumbra y ofrecerle la vida pura. Deseaba respirar el tenue aliento y sentir su dulzura, y solo encontró vacío, desierto y amargura, quería oír su llamada en la casa vacía pronunciando su nombre, pero el eco le resultaba lejano y, no recordaba el tono de su voz. Aquellas bellas palabras se perdían en el olvido de la luz oscura, y el viento se llevó los quejidos que albergaban en su pecho, pero no podía vivir sin pensarlo en la fría estancia, y el otoño de sus ojos grises lloraban la ausencia todavía. El camino que transitaba era más pedregoso cada día, ya no lo perfumaban los claveles, ni las rosas, ni los jazmines, sus sueños cada vez más tristes buscaban su mirada, y no la comprendía la noche, ni la luna, ni la alborada. Quedaron instantes por vivir y pensamientos por decir, pero el tiempo se le escapaba veloz sin poderlo retener, ya no valían las promesas, ni los tesoros, ni el desconsuelo, aún así, fue mejor llorar que no vivir. 40